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miércoles, 19 de enero de 2011

La mano izquierda de Dios

Carlos A. Valle


Las desafortunadas palabras pronunciadas en la Nochebuena de 1975 por el entonces Arzobispo de Córdoba: “La mano izquierda de Dios es paternal, pero puede ser pesada”, son recogidas por Verbitsky  para describir el drama de la última dictadura (1976-1983) y cerrar, con este cuarto volumen, el desarrollo de su “historia política de la Iglesia Católica” que inició a partir del 1880.

Será difícil encuadrar en un singular estilo narrativo este minucioso registro histórico que desnuda tanto horror. Verbitsky despliega su genio periodístico de investigación, el que se caracteriza por un sostenido e implacable empeño  por proveer la mayor cantidad de información fidedigna junto a la certificación de su fuente.

Los incesantes testimonios de acciones y afirmaciones por parte de dignatarios de la Iglesia Católica sacuden hasta el estremecimiento por el grado de complicidad, encubrimiento y creciente silencio ante el dolor de las madres y familiares que reclamaban por sus seres queridos secuestrados y desaparecidos. Todo eso, de alguna manera, pone de manifiesto el aislamiento en que quedó un reducido número de obispos y una cantidad llamativa de sacerdotes y monjas que sufrieron, cárcel, tortura y hasta la muerte al asumir su rechazo a la dictadura.

La fragmentación del episcopado en su relación con la dictadura resultó una constante durante todo el proceso militar. Verbitsky marca claramente esta situación porque es evidente que su intención es evitar parcialidades. Esta historia tiene su fuerza en el relato de una cruda realidad cuya difusión resulta insoportable de asumir a las autoridades religiosas. De manera que, si se la quiere entender, no se trata de embarcarse en una piadosa narración que distinga a los buenos de los malos, para arribar a una conclusión que condicione la gravedad de la responsabilidad de los obispos. La historia registra que muchos obispos no solo sabían qué es lo que ocurría sino que lo aprobaban. “Algunos obispos funcionaban como espontáneos asesores de los jefes militares.” (p.259)  ¿Cómo se puede sino entender los crímenes silenciados, el robo de bebes, la disposición a recibir dones en propiedades, salarios y otros beneficios en medio de un clima de terror y aniquilamiento?

Al mismo tiempo, sería un desatino dejar de reconocer la valentía y el coraje de cierto clérigos cuyo compromiso y coraje fueron un genuino testimonio de fe. Basta, al menos, mencionar un ejemplo: el asesinato del Obispo Angelelli a quien el Episcopado argentino ha evitado reconocer como mártir. “Una vez más, Hesayne enfrentó esta hipocresía: “Tenemos más pruebas de su martirio que del de muchos mártires de los primeros siglos del cristianismo.” (p.109)

Pero un intento relativista de lo sucedido llevaría a no poner de manifiesto el trasfondo de una particular posición teológica que afloró tanto entre los militares como entre los religiosos proveyendo elementos para estructurar no solo la justificación de sus acciones sino para articular el futuro del país. Pedía Tortolo: “Démonos a nosotros mismos y a los militares los motivos teológicos que nos hagan obrar sin temor y en conciencia.”(p. 44)

Esta historia política debe ser leída como una historia de la implementación de una cosmovisión dominada por una definida teología. La interpretación de los hechos, las decisiones y acciones que se iban sucediendo y la visión del futuro del país tenían un determinado marco interpretativo. Todo daba a entender que aquella vieja teología, que subyace desde siglos y alimentaba los sueños medievales de una civilización cristiana, parecía reverdecer. Es conocido que para esta cosmovisión la soberanía viene de Dios hasta el punto de establecer cómo y quién ha de gobernar la sociedad. Los poderes terrenales se someterán a la autoridad religiosa que será la encargada de garantizarlos y controlarlos. Actualmente, destellos de esa búsqueda por imponer el poder clerical siguen perdurando, especialmente en aquellos países en los cuales este mantiene una relación privilegiada con el Estado. La Iglesia Católica Romana ha asumido desde siempre que goza de un lugar privilegiado en su relación con el Estado y sucesivos gobiernos se han encargado de suscribirlo, proveyéndole beneficios económicos y legales. Actualmente estos privilegios están siendo cuestionados por una sociedad que promueve la separación de la Iglesia y el Estado y que, como en el caso de la ley del Matrimonio Igualitario, toma distancia de las determinaciones eclesiásticas.  Verbitsky cree ver que en las discusiones sobre el Documento de Puebla (1979), por ejemplo, Carmelo Giaquinta, al rechazar que se busque establecer una pastoral de la cristiandad, pareció referirse indirectamente a la situación argentina cuando afirmó: “No la de los Reyes Católicos. No la de España franquista. No ninguna otra que una el trono y el altar con peligro de hacer del segundo el capellán del régimen.” (p.283)  

La Iglesia Católica Romana comienza a tejer una relación con la dictadura militar basada en la cosmovisión de cristiandad. Una cosmovisión goza de los atributos de los fundamentalismos: una resistencia al cambio, intransigencia y autoritarismo Para ello actúa, por un lado, ignorando que se hubiesen producido cambios particularmente en la articulación de la relación entre Iglesia y Estado y, por otro lado, haciendo caso omiso de la historia que vio el paso del Renacimiento, la Reforma Protestante, la Revolución Francesa, el marxismo y todas los posteriores hechos históricos que fueron produciendo la independencia entre los poderes divinos y terrenales, Todo esto se va desplegando a partir de la relación que se establece entre los obispos y los militares.”La simbiosis llegó a tal punto que los generales imploraban a Dios en sus homilías y los obispos arengaban a la tropa a librar la guerra justa.” (p.20).

La irrupción de la cruel dictadura fue justificada porque se estaba ante una guerra santa, afirmación que venían sosteniendo los capellanes castrenses.  “Tortolo parangonó la intervención castrense con la resurrección de Cristo y proclamó que “la Nación es libre.” (p.16) Luego, llegaron a afirmar Tortolo y Bonamín –a los que curiosamente se los menciona sin su título eclesiástico-: “Tenemos que reconocer que el gobierno también tiene gracia de estado. Es decir: Dios asiste a nuestros gobernantes.” (p.54)  En una carta pastoral de fines de 1978 se “califica a la dictadura y sus crímenes ‘como un triste destino necesario para la propia defensa.” (p.268) Sabiendo que los procedimientos que emplean los militares son ilegales y la represión es enormemente cruel, solo puede entenderse su aceptación porque hay un trasfondo de rechazo a la búsqueda de un cambio social y la necesidad de reafirmar el papel central que se adjudica la Iglesia Católica Romana. Para ello se desarrolla una ingeniería   diplomática que une al Episcopado local con las políticas que se sustentaban desde el Vaticano por medio de sus representantes locales.

Las referencias a las actuaciones de otros credos durante el período dictatorial  y sus relaciones con la Iglesia Católica son escasamente mencionadas en este trabajo. La tarea llevada a cabo por el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) es indicada solo marginalmente, aunque contó con la participación activa de algunos prelados, entre ellos, el Obispo Novak. Es cierto que esa participación era marginal. La Asamblea Plenaria del Episcopado (1978) rechazó una invitación a integrar el MEDH (p.267). Igualmente hay una mención de un pedido del MEDH para la liberación de Adolfo Pérez Esquivel, preso hacía más un año, que registra la revista Cabildo (p.223). Hay que recordar que no bien recibió Pérez Esquivel el Premio Nobel de la Paz, fue una institución protestante, el Instituto Superior de Estudios Teológicos, fue uno de los primeros que lo acogió y celebró tan alta distinción.

En su momento, el Obispo Novak, un baluarte de los derechos humanos y del compromiso ecuménico, escribe al Papa indicándole que la ayuda que recibe para el auxilio a los familiares de los desaparecidos proviene de las iglesias protestantes “porque ninguna organización católica internacional o nacional apoyaba su tarea” (p.203). Estas breves menciones en el libro son un claro reflejo de la falta de reconocimiento al trabajo y compromiso de otras iglesias, por parte del Episcopado Católico sumergido en la complicidad y la estructuración de su relación más estable con el poder.

Entre las muchas otras cosas que podrían mencionarse de esta obra hay dos que es valioso rescatar. Ambas forman parte del epílogo de esta trágica historia y ayudan a comprender este presente. Primero,  después de todo el infierno vivido, “La preocupación episcopal era impedir que los militares fueran sometidos a la justicia” (p. 350) y “Cuando la dictadura ingresaba en cuarto menguante, la Iglesia confundía justicia con venganza y minimizaba la política sistemática de desaparición de personas como si se tratara de una cuestión de bandos enfrentados.” (p. 388) Habría que preguntarse hasta qué punto esta preocupación episcopal coadyuvó para tratar de impedir muchos de los juicios que hoy se están llevando a cabo.

Segundo, para Verbitsky la Iglesia Católica Romana debería dejar de lado su sueño de cristiandad, que es un sueño de poder y volver a los postulados de Concilio Vaticano II, porque es el único camino que tiene “para frenar su lento pero constante descenso hacia la irrelevancia.” (p.418) La declinación de las religiones institucionalizadas es una constante en los países occidentales. Pero la gente no logra encontrar el camino hacia una auténtica espiritualidad en las estructuras tradicionales. Porque, para defender su status y poder, estas terminan dándole la espalda a la gente, negando sus necesidades, desoyendo su dolor. De esta manera no solo afectan la dignidad de las personas sino reniegan de su propia razón de ser.

Estos son solo unos pocos de los muchos aportes que una obra que, junto a lo que ha venido ofreciendo en los primeros tres volúmenes, constituyen un testimonio insustituible para comprender la historia de la Iglesia Católica en Argentina con todas su virtudes, claudicaciones y enigmas. Merece ser reconocida y estudiada como una contribución lúcida a la comprensión de nuestra historia nacional. +  (PE)

 (*) Carlos Valle, pastor de la Iglesia Metodista Argentina. Actualmente reside en Buenos Aires. Desde 1986 al 2001 - quince años-  fue Secretario General de la WACC (Asociación Mundial para las Comunicación Cristiana). En ese período, junto a su esposa Elba, residió en Londres.

PreNot 9304-110111
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9304



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miércoles, 19 de mayo de 2010

Astucia y perseverancia

Carlos Valle

La década de 1990 fue en América latina una etapa de consolidación de profundos cambios en su vida institucional. Los reiterados mensajes buscaban demoler el lugar que debía ocupar el Estado en toda sociedad que procurara desarrollarse democráticamente. Junto a la descalificación del Estado estaba la descalificación de los políticos y, por ende, de la misma política.

Se empezaba a instalar una concepción de sociedad que prioriza el lucro, donde el interés comercial es más importante que la gente y que se es más cuanto más se tiene. Había llegado el tiempo de los técnicos y de los ejecutivos, porque había que aceptar que ellos saben cómo se manejan las empresas y cómo se obtienen resultados y, por supuesto, porque son eficientes y honrados.

Los enormes beneficios que habrían de sobrevenir a una salvaje privatización de las riquezas nacionales deslumbraron, por supuesto, al segmento de la población más pudiente y a los que ascendían vertiginosamente en la escala social mientras sembraban la pobreza y la marginación para millones. Gobiernos corruptos acompañados por empresas nacionales y trasnacionales corruptas fueron sostenidos por medios de comunicación que se esmeraron en hablar de las maravillas de un ficticio mundo que hoy vemos desmoronarse estrepitosamente, pero que se niega a reconocer la falacia de sus presupuestos.

Recordaba el pensador Paul Tillich: “La sociedad tecnológica occidental creó métodos para ajustar a las personas a sus exigencias de producción y consumo que son menos brutales, pero que, a largo plazo, son mucho más eficaces que la represión totalitaria. Ellos despersonalizan no porque exijan, sino porque ellos ofrecen, dan exactamente aquellas cosas que tornan superflua la creatividad humana”.

Para su aceptación y consolidación fue necesaria la implementación de un proceso de comunicación que permitiera conquistar sentimientos, sueños, búsquedas. Era necesario hacer creer que añejadas frustraciones pueden trastocarse en triunfos y, quienes no acompañen ese proceso, irán al fracaso. Hoy hay, como nunca antes, recursos tecnológicos y económicos para montar estos escenarios. Los tentáculos de la concentración de medios han demostrado tener la enorme capacidad de diseñar modelos de horadación de todo buen propósito cuando perciben que podría afectar sus poderes y dominio.

Los grandes medios, cuyos dueños –mayormente ocultos rostros y nombres que se mueven al ritmo de sus intereses– se escudan detrás de la defensa de la declamada independencia y libertad de la información para generar la opinión que les conviene. Todo proyecto democrático de comunicación enfrentará fuerzas que lo dejarán crecer mientras sus objetivos no interfieran con las cadenas mediáticas asentadas sobre bases comerciales. Esto ha sido evidente en la resistencia a la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en las reiteradas acusaciones sobre el fin del periodismo independiente y en el bloqueo judicial interpuesto a la puesta en marcha de la tan esperada ley por la que tantos grupos trabajaron.

La situación presente conforma un desafío para los comunicadores. Posiblemente este momento requiera que los comunicadores vuelvan a reiterar concretamente su compromiso por una comunicación que esté al servicio de la comunidad toda.

Uno de los caminos posibles para comenzar sería que los comunicadores nos dispusiéramos –donde y en la medida que corresponda– a hacer un mea culpa de las veces que callamos, por temor o por vaya saber por qué razón, y dejamos que la verdad fuera ignorada o distorsionada y que todo esto sucediera sin hacer oír nuestra voz. Al mismo tiempo, los comunicadores deberíamos aunar los esfuerzos por abrir espacios a una comunicación que proporcione el desarrollo de una comunidad solidaria, que denuncie la discriminación y la opresión y deje que los acallados sean oídos.

¿Hay alguna posibilidad de que las poderosas armas de los medios lleguen a jugar un papel integrador de la comunidad toda? El dominio de los grupos hegemónicos que hoy condenamos es un espejo de una realidad que no puede seguir repitiéndose. Hay que impedir que el Ave Fénix vuelva a renacer de sus cenizas. Para ello será necesario que la sociedad vele con astucia y perseverancia en la implementación de estructuras más democráticas y participativas.+ (PE/Página 12)

Carlos Valle es comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC).

El artículo “Astucia y perseverancia” fue editado por  Página 12, matutino  de Buenos Aires, en su edición del 19 de mayo de 2010.

PreNot 8865-100519.

http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=8865


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