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lunes, 10 de enero de 2011

Navidad 2010

Marcela Orellana


En esta Navidad de 2010 he sido algo más que austera o ¿exactamente todo lo contrario? No quiero regalos bajo el arbolito.

Esa austeridad empezó hace años cuando abandoné por completo los adornos Made in China y tejí al crochet en color crudo, algunas piezas. Mar, mi hija, pintó con purpurina las semillas que encontramos bajo el liquidamba de enfrente de casa y sencillos moños de hilo sisal son sus más caras filigranas. Unos cuantos ángeles de lienzo y algodón cierran el conjunto con una guirnalda de luces pequeñas y monocromas. No quiero un árbol de Navidad importada. Lo quiero hecho con nuestros colores y nuestras manos y no de plásticos convenientes sino de nobles hilos y exquisitas maderas tramadas por las primaveras.

Todo se guarda primorosamente el 7 de Enero porque nada de esto es descartable, al contrario, conserva la ternura de navidades compartidas y el propósito de la sencilla celebración.

Hoy no quiero regalos para nadie o ¿los quiero todos? Quiero poder acordarme todos los que hoy tienen una pena, un miedo, un vacío, una hazaña . ¿Quiénes son ? ¡¿Todos?! Para ellos hay miles de regalos. Allí he puesto atados de pequeñas alegrías envueltas en palabras, correos, compañías. Encinté cientos de bolsas llenas de corajes y valentías. En montones de colores perfumé docenas de recuerdos risueños para los que hoy extrañarán a alguien. Envolví con cuidado infinitas gratitudes para los héroes y heroínas que iluminan mi vida con su Luz inigualable de seres únicos, irrepetibles, singularísimos. Un sol de bendición lo alumbra todo porque esta noche será oscura para los sin casa, para los sin juguetes, para los sin comida, para los sin justicia, para los sin paz, para los sin salud y sin remedios. Los noticieros los olvidan porque no compran ni venden, no piden y no merecen.

Quiero recordarlos junto a un árbol nada austero, repleto, ostentoso, casi obsceno de esos regalos que ninguna fortuna en efectivo o tarjeta de crédito puede comprar. Un árbol que sólo es una invitación a ser prójimos prójimos, porque el hermano mayor de todos nosotros nació en una noche como ésta con un río de penas, un Getsemaní, las tres de la tarde, sin casa, sin juguetes, sin comida, sin justicia.

http://marcenpalabras.blogspot.com/2010/12/navidad-2010.html


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La otra estela navideña

Pep Castelló


Que la Estrella de Navidad tiene cola y que Navidad debiera dejar en el mundo y en nuestra alma una estela de compasión y justicia, ya se dijo. Pero lo que no dijimos es que no solo la Navidad de la justicia tiene cola, sino que la tiene también la de la especulación, la del provecho propio de quienes han hecho de los símbolos navideños un estímulo para que las pobres gentes se muevan en favor de sus intereses. Y así, las liturgias navideñas tienden a hacer a las gentes más devotas del mismo modo que el estímulo al consumo previo a la celebración navideña exacerba el afán consumidor. Nada sucede en vano; todo cuanto vivimos nos deja impresa en la mente una estela.

Los especuladores, los aprovechados, quienes saben de la mente humana lo suficiente como para manipularla en beneficio propio saben que el espíritu consumista que con esta “celebración” se exacerbó puede rendir todavía beneficio durante unos cuantos días. Y con esa idea lanzan las rebajas de enero, esa forma de sacar existencias que no pudieron ser vendidas en el momento previsto y que ahora ocupan un lugar inadecuado en los almacenes y en las cuentas empresariales.

Al público le encanta comprar “bonito y barato” (medio siglo atrás se decía “bueno, bonito y barato”, el lema de las tres B, pero en los tiempos actuales la bondad ha sido desestimada). De ahí que en las maquilas y en los talleres donde se producen artículos de consumo se planifique el trabajo con miras a satisfacer esas posibilidades de negocio que la Navidad consumista ofrece. Y para producir barato, nada mejor que bajar los costos de producción, empezando por los sueldos de quienes trabajan. Lógica empresarial. Racionalidad ante todo.

En la jauría humana rige, sin lugar a dudas, la ley del más fuerte. Manda quien tiene el palo en la mano.  De ahí que lo primero que haya hecho el poder sea hacerse con el control de las leyes, para justificar a partir de ellas cualquier acción que sirva para tener sometido al pueblo. Y así, de “tener el palo en la mano” pasan a “tener la sartén por el mango”, que es lo mismo pero más suave y menos escandaloso.

Con la sartén por el mango se hace todo, Se establecen las jornadas y condiciones de trabajo, se fijan los sueldos a conveniencia de los amos de los medios de producción, se ilegalizan los reclamos y las manifestaciones de protesta, se bombardea con la conveniente publicidad las mentes de las gentes convertidas en masa a fin de que piensen, crean y deseen lo que a quienes mandan conviene. Y así poco a poco, con la ayuda de las migajas de bienestar que sabiamente se distribuyen, se va produciendo el lavado de cerebro necesario para que la gente piense que vive en el mejor mundo posible y de este modo permanezca sumisa y quieta. Y si además podemos comprar “bonito y barato”, ¿para qué preocuparse por quienes trabajan en talleres y maquilas? Suerte tienen de tener trabajo, que muchos otros para sí lo quisieran.

Ahí tenemos la otra estela navideña, la que nos configura la mente en la sumisión, en el egoísmo personal e individualista, en la inhumanidad... La que nos convierte en masa, la que arruina nuestra dignidad humana. La que sirve para propagar por del mundo esa pandemia de lepra del alma que en otras ocasiones hemos señalado.

De esa estela, como hubiesen dicho las buenas personas creyentes de antaño, ¡Dios nos libre!


Pep Castelló, para “La hora del Grillo”


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domingo, 10 de enero de 2010

Navidad, la ilusión perdida

José M. Castillo

Desde niños nos han acostumbrado a celebrar la Navidad como una fiesta de luces, regalos, comidas abundantes de familias, amigos y empresas, fiesta de posibles excesos y, en todo caso, la ocasión del año para encontrarse, escribirse y desearse lo mejor de lo mejor. Sin duda, las palabras “felicidad”, “felicitación”, “ felices” son las que más se repiten en estos días.  La ocasión lo merece, decimos los cristianos. Porque es motivo de gozo y alegría lo que recordamos: el nacimiento de Cristo, cantado por ángeles del cielo y adorado por reyes de la tierra. ¡cualquier cosa!

Y, sin embargo, como bien dijo, hace unos años, el conocido escritor italiano Ernesto Balducci, “la Navidad es, para el que llega al fondo de las cosas, una fiesta severa, una fiesta muy dura, como el Viernes Santo, de forma que sólo el que comprende esto puede abrirse a la alegría frágil, simple, familiar, de convivencia y amistad, sabiendo sin embargo que no debe engañarse con fábulas. Los tiempos que corren son severos. Y dichosos los que tienen la fuerza de escoger, en contraste con la cultura del poder, la grande, infinita, eterna cultura del amor, cuyo misterio es el mismo misterio de Dios”.

No quisiera, por nada del mundo, que todo esto sonara a lenguaje de sacristía. Tal como lo pienso y lo siento, se trata de algo mucho más serio, más universal y más cotidiano de lo que imaginamos. Intentaré explicarlo echando mano de un texto genial de san Pablo: Cristo, “a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como un hombre cualquiera, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 6-8). El contraste asombroso, que aquí presenta Pablo, es el contraste entre la “categoría de Dios” y la “condición de esclavo”. Literalmente, se trata de que la “forma de Dios” se vacía en lo contrario, la “forma de esclavo”. Pero que nadie se piense que esto es cosa de curas, palabrería de gente religiosa y pare Vd de contar. Nada de eso. Es algo que a todos nos toca en la piel y entra en la sangre misma de nuestras ideas más queridas o, por el contrario, las más rechazadas. Lo explicaré recordando lo que Séneca, en su tratado “De clementia” (III, 6, 2 s), le dijo a Nerón : “Tú no puedes alejarte a ti mismo de tu elevado rango; él te posee, y dondequiera que vayas, te sigue con gran pompa. La servidumbre propia de tu elevadísimo rango es el no poder llegar a ser menos importante; pero precisamente esta necesidad la tienes en común con los dioses. Porque también a ellos los tiene el cielo ligados, y a ellos no les he dado descender, como tampoco te es dado a ti, sin correr riesgo. Tú estás enclavado en tu rango”.

¿Tiene todo esto algo que ver con lo que nos pasa ahora, con lo que nos interesa y nos preocupa, con lo que dice la última encuesta del CIS sobre las tres preocupaciones más fuertes de los españoles: la crisis económica, el paro y los políticos? Por lo menos, si algo está claro es que, a la casi totalidad de los políticos, de los obispos y de los que nos llamamos cristianos, el Evangelio, que empieza en Belén y acaba en la Cruz, no ha traspasado nuestra epidermis. Aquí lo que de verdad importa es mandar y vivir bien, aunque para tener eso haya que tragarse las mentiras de unos, la corrupción de otros, los oropeles de obispos que se echan a la calle para defender la vida y se callan a sabiendas de que los derechos fundamentales de los que viven se pisotean por todas partes. Y de sobra sabemos que todo esto nos divide, nos enfrenta, nos tiene crispados y cansados. Pero está claro que vivimos en la esquizofrenia de quienes visitan con devoción los belenes, pero al mismo defienden con uñas y dientes un rango, que no tenemos, pero al que todos nos hemos atado. Se trata sencillamente del encanto y el escándalo de una Navidad de la que hemos hecho una gran mentira. Es, en definitiva, la ilusión perdida. Una ves más.     


José M. Castillo
http://josemariacastillo.blogspot.com/



viernes, 8 de enero de 2010

El Laucha


Paula Alajarin

Cuento de Navidad

Nació en el Hospital la madrugada del 25 de diciembre. Le dicen Laucha, pero se llama Diego Jesús, obviamente. Él oculta con gracia adolescente su segundo nombre, y te explica, cuando está en confianza, porqué se lo pusieron.

Parece que el parto fue bravo. Mientras su mamá, que era casi una niña, peleaba por pujar, la abuela prometió que si el chiquito salía bien se iba a llamar Jesús. Fue larga esa Nochebuena en los pasillos del hospital, movidita, como siempre en las Fiestas. Y ahí estaban, su abuela, pidiendo a la Virgencita, su mamita, haciendo fuerza y Dieguito, queriendo nacer. Y salió nomás, flaquito y largo, y eso le queda hasta hoy, por eso es el Laucha.

La mamita dijo es Dieguito, como su amor, y la abuela dijo, no, es Jesús, porque se lo prometí a la Virgencita. Fue la única vez que la abuela tuvo que ceder, porque la mamita defendió el nombre de su amor con la fuerza que todavía le venía del pujo, así que Jesús quedó de segundo nombre. Igual, casi, casi no importa, porque él, es el Laucha.

Tiene 19 ahora, pero parece más, lo cual le viene bárbaro según él por una razón fundamental: las minas grandes le dan bola.

Es duro, en serio. Te lo dice la forma de andar, la manera de mirar, pero sobre todo te lo dice el resto. Porque tiene una forma de ser duro muy particular,  tiene un carisma innato. Porque el Laucha es así, él entra y lo que sea que esté sucediendo, empieza a suceder alrededor suyo, aunque no haya abierto la boca, aunque no sea su estilo pavonearse.

Tiene unos ojos negros profundos en donde se cuelan 10 matices diferentes de mirar.

El Laucha es secote, salvo cuando juega a la pelota. La alegría se le apodera del cuerpo y parece otro pibe.

Es duro, en serio. Después de él vinieron las tres hermanas, con la pareja nueva de su mamá, un santiagueño buenazo, laburante, que lo quiere al Laucha como suyo y así lo crió, aunque no fue fácil. Muchos chicos, poca plata. Hace seis años, cuando nació la más chiquita, el parto se complicó otra vez y la mamá falleció a los pocos días de parir, con una infección mal atendida o agarrada tarde. La abuela no pudo superarlo y perdió la energía de trueno que siempre tuvo. Se ocupa de las cosas de la casa y de las nenas, cuando no se extravía en el sopor.

Ahí el Laucha se les escurrió, y se endureció. Se le turbó la mirada para siempre, la sonrisa despreocupada y fresca quedó para los goles y empezó a andar a las patadas con el mundo. A la escuela empezó a correrle el cuerpo y cuando iba estaba intratable. Así anduvo, haciendo doble cada año por las faltas, porque no estudiaba, porque se mandaba unas trastadas importantes.

Así anduvo hasta que no anduvo más y colgó el guardapolvo (o vaya uno a saber donde lo puso). La abuela y el padre no supieron más qué hacer o no pudieron. Quedaron la calle, los rebusques para sus gastos, los bailes y los pibes. A la escuela seguía yendo todos los días a buscar a las hermanas, las dejaba en su casa (para que ningún gil se zarpe, dice, y la verdad es que con él de chaperón, eso no va a suceder) y después volvía a pararse en la esquina, en el kiosco, a tomar cerveza y ver pasar chicas.

De paso también cuidaba la relación de los pibes con la escuela, ahora que él no estaba adentro saludaba por el nombre a cada docente, y ubicaba al que se pasara de la raya un poco. Cada tanto entraba algún profe al colegio y comentaba que estaba Diego afuera en la esquina, una lástima este pibe, es inteligente y no es malo, y ahora se la pasa sin hacer nada...

Marzo. Con el calor el barrio vive en la calle. Los pibes más. Pero este marzo, el Laucha dejó la esquina, al menos por un rato. Se apareció el primer día de clase y dijo que quería venir a la noche a terminar el secundario. No dijo más y arrancó. Después, más en confianza, como en mayo, contó. Tiene una novia dos años más grande que lo marca de cerca, y está embarazada. Necesita laburar en serio porque lo de su padre  no alcanza para tantas bocas y a ella su familia no le habla desde que se enteraron del bebé. Está preocupado porque las hermanas tienen que volver solas a la casa, pero anda un poco mejor con su viejo.

Se queja  en broma del carácter de su novia, pero volvió a la escuela. Le va muy bien, es un lúcido. Terminó de leer su primer libro este año, Operación Masacre, de Walsh, que le recomendó un profe y fue a buscar medio de incógnito a la biblioteca de la escuela. Sí, está bueno, concedió.

Sigue secote, aunque cuando habla de su futuro hijo se le cuela un brillo especial en la mirada, y algo se le transforma en la sonrisa.

Se llama Diego Jesús, le dicen el Laucha. Tiene un carisma innato. Nació la madrugada de un 25 de diciembre, en un hospital del conurbano.+ (PE)


Paula Alajarin
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4223

(Laucha = Ratita, ratoncito).




Epifanía subversiva

Juan Masiá Clavel

Ni reyes, ni magos: peregrinos de fe

Llega la solemnidad de Epifanía (mal calificada en España con el ignominioso apelativo de "Pascua militar", que debería haberse suprimido desde los días de la transición, por no ser apropiado para el Jesús Pacífico del "no a todas las guerras") . Comenzaré la homilía recordando que los "tres reyes magos" del imaginario popular  ni son tres, ni reyes , ni prestidigitadores magos.

Como recientemente los fundamentalistas hispánicos (desde las "cigueñas" hasta los pseudo-info-católicos, pasando por algún mitrado desinformado) insisten en sus lecturas literalistas, pre-críticas y dogmatizantes de la Biblia, reproduciré de nuevo, como referencia hermenéutica, este post de años anteriores, recogido actualmente en el libro recién publicado por editorial Nueva Utopía: Vivir en la frontera).

Repensemos el día de los "Reyes Magos". Acostumbrados a contar la “Adoración de los Magos” infantilizando el relato en nuestras homilías, se nos escapa su fuerza revulsiva para estimular la fe adulta, actualizada y liberadora. Los peregrinos de Oriente (ni tres, ni reyes, ni magos) simbolizan una Navidad subversiva y una Epifanía crítica.

Reto 1: ¿Dónde y a quiénes se manifiesta Jesús? En Belén, no en Jerusalén. A los de fuera, antes que a los de dentro. Hallan al Salvador unos peregrinos extranjeros, antes que y en vez de Herodes y los pontífices, representantes del poder político y religioso.

Reto 2: Contraste con los pastores. No tienen que moverse mucho los pastores para encontrar a Jesús, que se manifiesta donde está el pueblo sencillo. Si Herodes y los pontífices quisieran encontrarlo, tendrían que salir de sus palacios y capital, viajar y abajarse hasta la aldea. ¿Dónde estamos nosotros? ¿Está nuestra iglesia con los pobres pastores o con los pontífices engalanados y mitrados?

Reto 3: Ofrenda de oro e incienso. El evangelista pone del revés un himno nacionalista. Se decía (en tono de “nacional-religionismo”): “Vendrán de todas partes a Jerusalén trayendo oro e incienso”. Mateo da la vuelta a ese exclusivismo centralista: en vez de acudir de todas partes a la capital, hay que salir de ella y de cuanto ella representa. En vez de ofrecer oro e incienso en palacios reales, será en una casa sencilla de aldea, donde un joven matrimonio corriente acuna al bebé recién engendrado por ellos como su primogénito.

Reto 4: La estrella. Se decía: “La estrella vendrá a Jerusalén”. Según Mateo, al llegar a Jerusalén se oculta. Luces de consumo en la capital encandilan, no se ve cielo estrellado. La Palabra nos saca de los centros del poder, el dinero, la propaganda y la evasión. No es Jerusalén, sino la aldea, el centro de la historia, al que apunta una estrella (hacen falta ojos de honradez y poesía para percibirla). No brilla en la Casa Blanca o Bruselas, en Moncloa o en San Pedro, en los Campos Elíseos o en la Almudena... sino en medio del Atlántico sobre unos cayucos...

Reto 5: Encuentran al niño con María, su madre. En una época y sociedad en que la mujer no contaba, donde todo lo era el padre, al que se solía mencionar primero, Mateo pone a María por delante. Sin comentarios...

Reto 6: Preguntan por el rey de los judíos. Irónica y paradójicamente, un rey sin poder real. Predicará un reino sin fronteras. Su reino no será de este mundo, pero sí para liberar a este mundo y construirse en este mundo. Jesús romperá el muro entre los de dentro y los de fuera, rechazará el exclusivismo de pueblo escogido. ¿Por qué ha de preocuparle hoy a su iglesia tener peso e influjo social o ser poder fáctico en la sociedad? Más vale trabajar por construir en este mundo (pero no al estilo de este mundo) el reinado sin fronteras, las “redes cristianas” de Jesús, para pescar vivas a las personas para la Vida...

Reto 7: Volved por otro sendero, se dice a los peregrinos. Para que no crean ingenuamente que se construye el Reino de los cielos haciendo compromisos político-diplomáticos (acuerdos o concordatos para asegurar financiación que ata, o buscar éxitos masivos de asambleas JMJ con la ayuda financiera de los poderes bancarios) con Herodoes y los pontífices. Que no negocie la iglesia con los poderes como si fuera uno de ellos (¡recapaciten en Caja Sur...!.) Que seamos minoría humilde, voz de los sin voz, liberada y liberadora con la fuerza del Evangelio. Y retornar a casa por otro camino, sin entrar al trapo en el juego de Herodes, ni para negociar con él, ni para atacarle... Por el camino encontraremos acompañantes de la “cuarta vía”, venidos de Oriente y Occidente, ecumenismo sin fronteras en la era de las espiritualidades unidas.

Tales son los siete retos de ese pasaje, que no es cuento y leche fácilmente digerible para la infantilidad, sino manjar fuerte para la adultez creyente. Que nos ayude Mateo a redescubrir lo subversivo de la Navidad, lo crítico de la Epifanía, la fuerza liberadora de los peregrinos de Oriente.

Juan Masiá Clavel
http://lacomunidad.elpais.com/apoyoajmc/2010/1/1/epifania-subversiva-ni-reyes-ni-magos-peregrinos-fe


miércoles, 6 de enero de 2010

Cuando la Navidad detuvo la guerra

De “Joyeux Noel” de Christian Carion *

Cuento de Navidad

Escuchar los villancicos, me recuerdan los buenos momentos y las buenas historias...

En Ypres, la Noche de Navidad, hubo luna llena. La tierra helada refulgía con blancuzco resplandor. Normalmente aquella hora, en aquel sector importante del frente, la Tierra de Nadie se llenaba de figuras sombrías que corrían, unos en labor de reconocimiento, otros tratando de recuperar a sus heridos y a sus muertos.

Esporádicamente, los llanos y feos sembradíos de nabos de Flandes eran iluminados por luces de Bengala. Aquella noche, en cambio, una calma parecía flotar en el aire diáfano. Se advirtió una luz en el este, encima de las trincheras alemanas, demasiado baja para ser una estrella. Para la sorpresa de los ingleses nadie disparara contra ella.

Apareció entonces otra luz. Y luego otra. De pronto hubo luces a lo largo de las trincheras enemigas, hasta donde se alcanzaba ver. “¡Dios mío! ¡Los alemanes tienen árboles de Navidad!”, gritaron los británicos. Entonces, de una trinchera alemana a no más de 50 metros, el coro de voces de barítono jamás oído, empezó a entonar “Noche de Paz, Noche de Amor”.

Al terminar el villancico, todo el regimiento  vitoreó a los alemanes y cantó a coro “La Primera Navidad”. Aquella mutua serenata duró una hora, interrumpida por gritos de “¡Vengan a vernos!” y “¡No, tú ven aquí!”. Pero ningún bando se movió.

En el sector del frente, luego de la serenata un alemán empezó a avanzar hacia las trincheras británicas, seguido por media docena de otros alemanes, todos desarmados con las manos en los bolsillos. Por un momento pareció que iban a rendirse pero los ingleses también empezaron a salir de sus trincheras.

Amaneció el día de Navidad frío, claro, refrescante… y pacífico. La tierra de nadie pronto se llenó con miles de soldados de ambos bandos, que caminaban unos junto a otros y se tomaban fotografías. Se improvisaron partidos de fútbol y se entabló un encuentro en toda forma, que los sajones ganaron por tres a dos.

Algunos se arrancaron botones del uniforme, para ofrecerlos como presentes de Navidad. Los soldados que tenían habilidades especiales hicieron lo que pudieron. Un barbero inglés cortó el pelo a dóciles alemanes que se hincaban en tierra. También lo fue la oportunidad de celebrar una solemne ceremonia en la Tierra de Nadie. Soldados de los dos ejércitos cavaron tumbas, unas al lado de otras, luego el capellán, con la ayuda de un estudiante de teología, alemán, ofreció un servicio fúnebre conjunto.

Al no haber disparo, un joven inglés despertó más tarde de lo habitual la mañana de Navidad. Cuando por fin se unió a los demás, se encontró con un estudiante de Leipzig, de su misma edad. El alemán había recibido un paquete de Navidad, que ambos abrieron y compartieron: dulces, un pastel y un paquete de puros.

Ambos bandos comprendían, por supuesto, que la tregua no sería bien recibida entre sus respectivos oficiales. Hubo un acuerdo tácito de guardar el secreto.

Cuando, por la tarde, se supo que un brigadier británico estaba en camino para inspeccionar el batallón, alemanes e ingleses corrieron de regreso a sus trincheras, como niños traviesos. A la hora que llegó el brigadier, los ingleses pudieron presentar un cuadro convincente de un ejército en guerra. Los centinelas miraban por las troneras y había soldados tras las ametralladoras.

Después de una breve inspección, el brigadier estaba a punto de partir cuando notó que la cabeza y los hombros de un alemán asomaban por encima del parapeto. Al exigir que se le dispare al enemigo, los soldados obedecieron pero nunca apuntando al blanco. El tercer disparo pasó silbando a pocos centímetros del enemigo, quien captó el mensaje y desapareció levantando los brazos. El brigadier pareció satisfecho con esta “victima”, y se fue. Los hombres no tardaron en volver a salir de sus trincheras.

Al ponerse el sol, casi no se habían oído disparos en todo el frente durante 24 horas. Cuando el alto mando se enteró por fin de lo ocurrido, montó en cólera. Los oficiales se alarmaron por el total desquiciamiento de la disciplina militar. También les preocupó que sus hombres descubrieran que sus enemigos no eran aquellos monstruos que, según la propaganda, había matado con bayoneta a niños y mujeres, sino gente sencilla, común como ellos mismos.

La tregua navideña de 1914 continuó en algunos sectores del frente hasta el Año Nuevo, y aún después. “tuvimos que dejar que durara todo ese tiempo”, explicó un alemán, en una carta enviada a su casa. “Queríamos ver cómo salían las fotos que ellos nos tomaron”.

Acordaron que, cuando un bando tuviese que romper la tregua, dispararían una salva al aire para dar tiempo al enemigo de volver a sus trincheras. La salva sonó el 29 de diciembre, y los hombres retornaron a toda carrera a sus trincheras. Minutos después se reanudó el fuego, en serio.

Las unidades de uno y otro bando menos dispuestas a proseguir la lucha fueron desmembradas y distribuidas en otros sectores. Un número indeterminado de soldados franceses fue pasado por las armas como escarmiento. Los alemanes poco combativos serían enviados al frente oriental.

Las cartas en las que los soldados relataban a sus familias los pormenores de esa insólita celebración navideña fueron censuradas. + (PE)


De “Joyeux Noel” de Christian Carion *
 (*) El hecho, real, fue el argumento de la película Feliz Navidad (Joyeux Noel) de Christian Carion, en 2005.

http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4217



domingo, 3 de enero de 2010

Navidad en el espacio

Ray Bradbury

Cuento de Navidad

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible.

Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!

La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué...? -preguntó el niño.

El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas.

Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Todavía no -dijo el padre--. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco --dijo el padre.

El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.

-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.

La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometisteis.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero... -empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Puedo tener un reloj? -preguntó el niño.

Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.

Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.

Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.

-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.

-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.

Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.  (PE)


Ray Bradbury
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4214


El Dios presente

José Antonio González Casanova

Desde una perspectiva cristiana, el capitalismo es un sistema inhumano que clama al cielo, un pecado colectivo

En estos días asistimos a la escenificación del principal misterio de la existencia humana. Lo de menos es que sea una escena vinculada a una religión concreta. A cualquier persona que tenga todavía un mínimo de sensibilidad (a pesar del ambiente anestesiante que provoca la minoría que monopoliza el poder económico) le inquieta no saber por qué y para qué está en el mundo. La Navidad cristiana pretende responder a estos interrogantes con un mensaje que muy pocos se toman en serio. Se trataría de una encantadora leyenda popular: Dios (con todo lo que significa en nuestra cultura) ha tomado la condición humana en el niño Jesús, que en su madurez morirá crucificado, pero así redime nuestros pecados. Si creemos que es Dios, nos concederá, tras la muerte, la eterna beatitud de estar con él. Así explicadas las cosas, no convencen a un adulto del siglo XXI con cierta cultura. La Iglesia católica presume de monopolizar las respuestas correctas, pero estas aún convencen menos. Y es que no se trata de creer o no creer, de tener fe o no tenerla. Es cuestión (fundamental) de lenguaje. Lo primero que hay que aclarar es la divinidad de Jesús de Nazaret, explicada por la moderna cristología en términos más razonables y comprensibles.

Siempre se habló sobre la divinidad de Jesús. Ahora se destaca la divinidad en Jesús. No se le endiosa, se le entusiasma. El teólogo Karl Rahner sostiene que Jesús no es un dios que se reviste de humanidad como si fuera un traje. ¿Qué valor ejemplar tendrían sus buenas obras si las hacía un dios omnipotente? Tener dos naturalezas (la divina más la humana) no aclara nada y lo complica todo. ¿Cuándo es humano Jesús y cuándo no? La realidad es que era un hombre normal, cada vez más consciente de su vocación o llamada divina: la que brota de la entraña de todo ser humano; lo que de Dios tenemos todos por el simple hecho de estar vivos. La encarnación de Dios en Jesús no es una irrupción celestial, sino algo radical de la singular materia humana, que lleva la huella de la mano que la moldeó. El obispo claretiano catalán Pere Casaldàliga lo llama «el ADN divino». Esa conciencia radical es una llamada a la responsabilidad social y política. El Dios del profeta galileo es un dios revolucionario que no soporta la injusticia y la opresión. Todo ser humano es sagrado. Luchar contra todo mal que se le haga es un deber religioso que puede conllevar vivir crucificado. Todos, creyentes o no, coinciden, por humanidad, en que la vida debe regirse por el amor y no por el odio egoísta. En ese sentido, el cristianismo es la religión más humana, pues todo lo cifra en el amor universal sin discriminación y en su correlato, el combate no violento por la justicia, la sociedad sin clases y la liberación de los pueblos explotados. Desde una perspectiva cristiana, el capitalismo es un sistema inhumano que clama al cielo; un pecado colectivo, una sustitución sacrílega del Templo por el Mercado.

Siempre se ha hablado mucho del silencio, la ausencia y la muerte de Dios. Se le ha negado poder y bondad, pues permite el mal cuando no lo provoca a través de religiones fanáticas, violentas, intolerantes, de moralismo rígido e inhumano. Todo ello es un reconocimiento implícito y espontáneo de que ese Dios no puede ser verdad. La gente intuye que, si existe un Dios, no debe ser así. Porque la naturaleza humana sabe ya, tras unos cuantos siglos, lo que es humano y lo que no lo es. La Iglesia vaticana y jerárquica ha dado a menudo pruebas de inhumanidad. En cambio, muchos increyentes han tenido más fe en lo humano. Su increencia lo era respecto a la versión oficial de Cristo, pues su fe era la misma, en la práctica, que la de Jesús de Nazaret. El teólogo jesuita González Faus ha dicho: «A muchas autoridades eclesiásticas inquisidoras les molesta tanto la palabra Jesús que han dado orden de que en catecismos y libros de texto no se diga Jesús, sino Cristo. Quizá por eso asistimos hoy a persecuciones crueles, que se excusan con que algunos (…) niegan la divinidad de Jesús. No es que la nieguen. Es que, a través de Jesús, se le da a Dios un rostro que no es el que quisieran los inquisidores. Porque los pone en evidencia».

La entrañable leyenda de nuestra infancia es que un niño pobre (que es Dios) nace en un establo porque nadie acoge a su madre embarazada una fría noche de invierno. Parece ser que las cosas ocurrieron de otro modo, pero la leyenda responde a un sabio instinto popular, el verdadero: Dios es un dios humano, desvalido y pobre, al que nadie acoge. El Dios que se hace presente en el mundo (en el doble sentido de presencia y regalo) se identifica con todos nosotros para que nos identifiquemos con él y, como Jesús, le imitemos en su amor por todos y en el combate por la paz en la justicia. Más allá del cava, el belén y los regalos, conmemoramos (hacemos memoria juntos) el principal misterio de la existencia humana: estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Seamos, pues, un Dios humano, desvalido y pobre, para que nos acojan como algo suyo los humillados y ofendidos de la Tierra.


José Antonio González Casanova
Catedrático de Derecho Constitucional. Autor de El Dios presente.

http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=672983&idseccio_PK=1006&h=



lunes, 28 de diciembre de 2009

Navidad ¿secuestrada?


Domingo Riorda

“Nos han secuestrado la Navidad” fue la frase acuñada por José María Arancedo, obispo católico romano de Santa Fe, que repitió el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica Romana de Argentina y fue titular en los medios argentinos.

Junto a la dudosa validez de utilizar la Navidad para arrojar diatribas sobre los males de la sociedad, practica no exclusiva del catolicismo romano, ahora se agrega la suposición de que la festividad diciembrina fue secuestrada y que debe restaurarse su sentido religioso, sin especificar el contenido de ese reclamo.

La observación viene al caso porque hay datos históricos que no deberían obviarse. El 25 de diciembre, como Nacimiento de Jesús, es una fecha convencional, ya que el día exacto de ese nacimiento es imposible de especificar, y en los primeros tiempos del cristianismo no se celebraba. Recién alrededor del 200  comenzó a ser reconocida en Alejandría y desde entonces adquirió cierta popularidad. En el 325, cuando se realiza el Concilio de Nicea, Constantino aprovecha esa circunstancia para promover el nacimiento de Jesús como una fiesta de unidad para todo el imperio.

Desde tiempos ignotos existían celebraciones relacionadas a Saturno, que se realizaban durante la semana del solsticio -invierno europeo- y culminaban el 25 de diciembre. Como elemento facilitador para que los romanos aceptasen el cristianismo y continuaran con sus festividades, el papa Julio I pidió, en el 350, que el nacimiento de Cristo fuera celebrado en esa misma fecha. A veinticinco años de Nicea, se asimilaba a la propuesta de Constantino, pero ahora con argumentos religiosos.

Sobre la Fiesta del Sol circulaban dos creencias. Una, que el dios Sol había nacido el 21 de diciembre, el día más corto del año, y que los días se hacían más largos a medida que el dios se hacía más viejo. La otra, que el dios Sol murió ese día y luego comenzaba otro ciclo. Esta versión es la que se encuentra en el siempre nacido Niño.

En otras culturas hubo fiestas similares. En Persia el Natalicio del dios solar Mitra. En Roma, Saturnalia, en honor a Saturno, cuando los romanos dejaban de hacer negocios y las guerras, intercambiaban regalos -algo que se cree que es propio de la Navidad- y liberaban temporalmente a sus esclavos.

En el norte de Europa, el 26 de diciembre se recordaba el nacimiento de Frey -el dios de la lluvia, del sol naciente y de la fertilidad- y  adornaban un árbol perenne, que representaba al  árbol del Universo, costumbre que se transformó en el árbol de Navidad. Los aztecas, desde el 7 al 26 de diciembre, celebraban el advenimiento de Tonatiuh, dios del sol y de la guerra.

Ireneo y Tertuliano, dos “Padres” de la Iglesia, no mencionan la Navidad como fiesta cristiana. Orígenes, otro “Padre”,  se oponía celebrarla porque en el Antiguo Testamento no hay celebración de nacimientos y si lo hacen “los pecadores”, como el Faraón y Herodes.

Después de ocurrido con Martín Lutero, algunas Iglesias Protestantes prohibían la Navidad por su relación con el catolicismo romano. Actualmente los Testigos de Jehová rechazan esa fiesta.

En Estados Unidos había divergencias sobre el particular. La primera Fiesta de Navidad se celebró en 1607, en acuerdo entre católicos y protestantes. Luego, en el proceso de su comercialización,  introdujeron a Santa Claus con su roja vestimenta, color de la Coca Cola. Y la proyectaron mundialmente acompañada del arbolito.

San Francisco de Asís, molesto porque las estilizadas imágenes artísticas navideñas lucían ropajes de gente rica y poderosa, promueve el  Pesebre de Navidad, el de la “pobreza” y “carencia”, signos indispensables para el amigo de los animales y la naturaleza.  Las hoy abusivas  Tarjetas Navideñas, que ahora van por internet, fueron introducidas en 1843 por el londinense John Callcott Horsley.

Desde hace décadas las Iglesia Cristianas se preocupan por la pérdida del “sentido” de Navidad que, como se denuncia en el presente, se dice que es “consumista”. Sin embargo el encuadre actual del recuerdo del nacimiento de Jesucristo es similar al que estuvo en su origen oficial y masivo, ya que el intento fue incorporar una conocida y masiva festividad “pagana” al “cristianismo”. Una metodología similar a los conquistadores españoles que levantaron templos “cristianos” sobre los lugares donde estaban los de los aborígenes o al incorporar la festividad de la Pacha Mama a la de la Virgen María.

El interrogante se fortalece si se observa el poco lugar del nacimiento de Jesús en los Evangelios –reducido a breves relatos de Mateo y Lucas- y el gran espacio, sustancial, a la creencia clave del cristianismo, que es la Resurrección de Cristo. Más aún si se tiene en cuenta que ese acontecimiento  esta circundado por la tristeza de Semana Santa con un fugaz destello de la alegría del Domingo de Resurrección, que alcanza buena concurrencia a los templos, pero ni comparación con la de Navidad.

Las declaraciones de los mencionados obispos católicos romanos argentinos enredan la respuesta al interrogante. Ladinamente utilizan variantes del verbo “secuestrar” que, en nuestros países, está asociado a “desaparición” de personas de quienes se ignoran su morada final. Sugestivo es que este “mal” que no se encuentra en la lista de los actuales “males” de la sociedad según la jerarquía eclesiástica,  y no solo católica romana.

Desde esta perspectiva es válida la pregunta sobre cual es el “sentido” de la festividad navideña que se quiere rescatar. ¿Es el rescate mítico de las festividades sobre la cual se apoyó la Navidad donde el niño siempre nace pero nunca crece? ¿Es la vuelta a la obediencia debida  la Iglesia Institución? ¿Es el sostener la Navidad  como instrumento del sistema socio-político de turno como fue en su origen?

Por otra parte esa malsana costumbre de proclamar males en la fecha que anuncia buenas nuevas, es un atropello para las miles y miles de personas que, con devoción y sencillez, recuerdan que Dios cumple su promesa de promover “bienes” mediante alguien que nació como cualquier otro hijo de mortal y que, crecidito, se jugó por la instauración de un mundo nuevo.+ (PE)


Domingo Riorda
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4225



jueves, 24 de diciembre de 2009

Santa Claus y la paz mundial

Pepcastelló

Cuento moral navideño

Sucedió la víspera de Navidad. Preparaba el tradicional mensaje navideño que como presidente de la nación más poderosa del mundo debía pronunciar. Su misión consistía en infundir esperanza e ilusión a su pueblo, pues para eso había sido elegido. Lo principal era dejar bien clara la hegemonía de su nación. Con eso demostraría su capacidad para liderarla. De las decisiones políticas ya se encargaban otros.

Sabía bien que hasta el presente esa clase de mensajes se basaron siempre en la repetición machacona de los deseos profundos de felicidad que anidan en el alma de todo ser humano. Era necesario que así fuese para que millones de personas estuviesen dispuestas a creerlos. Lo de menos era que fuesen razonablemente creíbles. Bastaba con que fuesen deseables para que se escuchasen con deleite y fuesen dados por válidos y verdaderos. A menos, claro está, que algo muy evidente los desmintiera.

Navidad es sinónimo de esperanza, pero la situación real en la que el mundo se encontraba no era esperanzadora. La gente de su país quería paz, por supuesto, pero quería por encima de todo seguir gozando de un nivel de confort igual o superior al del presente. Y la paz cristiana, basada en el amor y la justicia equitativa, es incompatible con ese deseo. Sin pueblos sometidos bajo férreos regímenes policiales y sin millones de personas trabajando por salarios de miseria no pueden tener las clases acomodadas de ningún país del mundo el privilegiado bienestar de que gozan. Luego no era esa paz lo que su pueblo quería sino la pax romana de los ejércitos, impuesta por la brutalidad, la crueldad, la violencia de las armas...

Su mensaje no podía defraudar a quienes le habían elegido. Debía ser un mensaje de paz, pero según la entendían sus adeptos. Él era el presidente de una nación que adora el triunfo, la derrota del adversario. Su grandeza se constituyó a partir del genocidio y del expolio, como la de todos los grandes imperios. La guerra era la base de esa democracia de la que tan ufanos estaban. Luego, ¿para qué andarse con rodeos?

Lo tenía ya. Tan sólo le faltaba darle un toque navideño. Y para ello, ¿qué mejor que referirse a Santa Claus, ese mágico personaje que tanto hace soñar a niños y a mayores?

Y así lo hizo. De pie en su tribuna, ante las cámaras de televisión de todas las grandes cadenas, dijo:

«Queridos y queridas compatriotas. Estamos en tiempo de Navidad. Dentro de unas horas Santa Claus traerá los regalos navideños a los niños y las niñas de nuestra gran nación. Como cada año, habrá delegado antes en los padres de cada criatura la responsabilidad de proveer los recursos necesarios para adquirir los regalos que luego él les dejará al pie del árbol. Os animo a quienes tenéis hijos a trabajar firme, tan duro como haga falta para cumplir lo mejor posible con la responsabilidad que se os ha asignado. Si así lo hacéis, si os entregáis sin reserva al destino que la vida os impuso, veremos resplandecer esta Navidad los miles de ojos ilusionados de tantos niños y niñas que son nuestra esperanza de futuro».

«Ese futuro que todos anhelamos exige que en el mundo reine la paz. Nuestros ejércitos son los encargados de hacerla posible. Como presidente de la nación más poderosa del mundo, garantizo la paz de los pueblos que acepten el orden que establece nuestra democracia y me comprometo a disponer cuanto sea necesario para que nadie pueda alterarlo».

El atronador aplauso de quienes se habían reunido para escuchar presencialmente el esperanzador discurso de su presidente puso punto final a sus palabras. El himno de la nación resonó solemne y poderoso mientras las pantallas de todos los televisores se llenaban de panzudos Santa Claus rodeados de montañas de regalos. El mensaje de esperanza a propios y de aviso a extraños había quedado claro. El mundo entero sabría de ahora en adelante a qué atenerse.

Sólo que... Hasta el más tonto sabe ya que una democracia capitalista es aquella en la cual las clases acomodadas imponen por la fuerza leyes que sumen al pueblo en la miseria, que someten a las gentes y las mantienen hambrientas y obligadas a trabajar por casi nada. Y así, el viento de guerra con el cual el arrogante presidente pretendía atemorizar al mundo entero, más que temores era conciencias lo que agitaba en otros pagos no tan privilegiados como los que le daban soporte. Y allí sí que la Navidad estaba presente. Pero no una Navidad de festejos banales sino de afirmación y confianza en la dignidad del ser humano; una Navidad de solidaridad y de esperanza. Pues cuanto más fuerte redoblan los tambores de la guerra, más enardecen a quienes se oponen a ella.

Pepcastelló



martes, 22 de diciembre de 2009

Carta de Navidad

Hola,

Una vez más les agradezco la invitación a participar de sus “fiestas” pero debo admitir que estoy muy cansado, después de casi 2010 años, de que usen mi nombre para patrocinar tales eventos.

Al que le encanta todo esto es a Claus, que cada día está más gordo y tiene la risa más siniestra. Le ha ido muy bien, especialmente en los últimos años en que lo han nombrado miembro del directorio de varias corporaciones por su participación en el aumento de ventas y ganancias.

Pero yo nada tengo que ver con este despliegue de abundancias. Donde yo nací no había pinos, así que jamás vi. uno, ni nieve, ni luces de colores y mucho menos paquetes con regalos suntuosos llenos de moños.

Nunca fui “popular” en ninguna universidad, ni practiqué deportes de competencia, salvo mis largas caminatas tratando de hablar con la gente, jamás tuve empleo fijo, ni seguro social, no participé en política, ni tuve guardarropas, ni títulos de propiedad, ni acumulé nada salvo compasión.

No usé cosméticos, ni desodorantes, por mi aspecto personal con pelo y barba desgreñados no me permitirían la entrada a ningún mall ni me invitarían a ningún programa de televisión.

Jamás me perdonaron que tratara de echar a los mercaderes del templo, o que dijera que antes pasaría un camello por el ojo de una aguja que un rico entraría al reino de los cielos.

Pero como había hombres y mujeres que parecían fascinados con mi prédica, organizaron religiones, reinos y países encargados de diluir mis palabras y usar sólo algunas para plasmar organizaciones donde predomina el poder y el dinero y que se dedican a predicar el temor entre los más pobres y más débiles.

Hasta se crearon ejércitos pertrechados de armas cada vez más letales y se inventaron motivos para cruentas guerras una y otra vez, se contaminó al planeta, se arrasó con sus recursos y se creó un sistema cada vez más injusto y alienante, la ciencia se prostituyó y a pocos les importó el prójimo.

Últimamente, hordas de “pastores” entrenados en el norte, recorren las casas asegurando que ellos saben interpretar lo que el Señor espera de cada uno (ofrenda y diezmo de por medio) y prometen prosperidad a cambio de “hacerse socio” de El. Curiosamente, el sermón que di en el Monte parece haber sido sepultado en el olvido.

Así que no me esperen este año. Estaré muy ocupado consolando a los enfermos, plantando semillas para reponer los árboles talados, tratando de ahuyentar las emisiones de dióxido de carbono e intentando multiplicar los panes y los peces para saciar el hambre de millones de desposeídos.”

¡Feliz Claus!

J. de N. (Jesús de Nazareth)

* Texto de María Luisa Etchart, argentina, residente en Costa Rica.

http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4139



lunes, 21 de diciembre de 2009

El robo de la gran tienda

Pepcastelló

Cuento de Navidad

Es mitad de diciembre, casi ya Navidad, tiempo de esperanza según la tradición cristiana. El público acude a los comercios a proveerse de regalos. Estamos en una tienda de gran superficie, perteneciente a una cadena de ámbito internacional especializada en útiles y vestimenta para diversas actividades deportivas. La gran nave está abarrotada de mercancía y de gente. Las dependientas no dan abasto a atender lo que les piden, por lo que el público se las arregla como puede para encontrar lo que busca. Todo el mundo remueve las estanterías repletas de género, aunque sin demasiada idea de donde tiene que buscar.

Quien vigila a través de las cámaras ve un cliente que por su aspecto le parece sospechoso y decide observar atentamente sus movimientos, en previsión de que pudiese ser un ladrón. La gran densidad de gente hace difícil ver lo que en realidad hace cada cual, pero aun así el vigilante concentra su atención en ese joven, dispuesto a evitar que hurte nada.

Al cabo de un rato, después de recorrer diversas zonas de la tienda sin que aparentemente haya encontrado lo que buscaba, el joven sale por la puerta de “salida sin compra” y se dirige a la “salida al exterior”. El encargado de las cámaras, persistiendo en su sospecha, activa el cierre de las puertas y avisa a un guardia de seguridad, quien se acerca al joven y tras un breve intercambio de palabras trata de hacerlo entrar en un cuarto contiguo. El joven se niega. Discuten, forcejean... y el guardia va a parar al suelo. En aquel momento un espontáneo surge de entre el público y arremete contra el joven, lo que da tiempo al guardia a incorporarse y volver a la pelea. Entretanto ha sido alertado otro guardia de seguridad de la empresa y entre ambos y el espontáneo sujetan y maniatan al “sospechoso”. Lo arrastran hacia el cuarto, se encierran dentro y a poco aparece una patrulla de policía que entra también en el cuarto y cierra tras de sí la puerta.

Todo ha concluido. El orden ha sido restablecido. Alguien apunta que una buena paliza y un tiempo entre rejas enseñarán a ese desgraciado a respetar a los agentes de seguridad. La paz es un bien estimable. El orden y las fuerzas que lo garantizan merecen todo nuestro apoyo. Los atentados a la propiedad privada de las grandes cadenas de tiendas debieran ser considerados acciones terroristas, por cuanto que alteran la paz y subvierten el orden establecido.

Pasado ya el susto, la gente vuelve a entregarse a la grata tarea de comprar sus regalos navideños, puesto que sin ellos no se concibe hoy la Navidad en nuestra “civilización occidental cristiana”.

Tiendas como la presente contribuyen a mantener la ilusión navideña un año tras otro en nuestra opulenta sociedad sin que nos lleguen los pesares de quienes dejan su vida en jornadas agotadoras de trabajo para ganar un mísero sustento. Lejos nos quedan las maquilas y la miseria de quienes en ellas trabajan en régimen de explotación, de esclavitud casi, sin derechos laborales, donde el menor reclamo conlleva el despido inmediato y las reivindicaciones colectivas son tenidas por alteraciones del orden público y reprimidas como tales por la policía.

Cierto que, si bien se mira, ese orden que impone la pobreza a millones de seres humanos equivale a robarles la vida en beneficio nuestro. Pero desde la perspectiva de la moral capitalista que nos rige no hay que tener por ello cargos de conciencia, porque el robo de esas vidas no es robar sino “crear riqueza”.

Entonemos pues aleluyas y gocemos de los beneficios que el “sagrado” orden establecido nos reporta. ¡Qué duda cabe de que vivimos en el mejor mundo posible!

¡FELIZ NAVIDAD!

Pepcastelló

Este artículo ha sido publicado también en:
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4211
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-robo-de-la-gran-tienda
http://www.mercosurnoticias.com/index.php?option=com_content&task=view&id=34219&Itemid=30




La niña Alegría

Rafael Fernando Navarro

Con el cariño de hoy y desde la honradez de la palabra, a los seguidores de mi blog.

Hay que cuidar la alegría. Como hay que cuidar los geranios, la nostalgia, o el amor encontrado de repente en los labios calientes de la vida. Ahora la venden envuelta en celofán, elegante como un río diminuto, envasada al vacío, pura, sin conservantes ni colorantes. Así está en las tiendas de lujo, en los escaparates soberbios del consumo. Alegría a granel, por encargo, alta de precio, que bajará en enero, porque en enero ya no será última moda.

En diciembre se impone la alegría. Se iluminan las noches de los pueblos. Luces breves en cestitos pequeños, como si la gente llevara un amanecer entre las manos. Las grandes ciudades, no. Ellas necesitan demostrar su prepotencia. La luz chorrea desde los árboles, por las paredes. Hay aceras de luz, asfalto de luz, tejados de luz. Se diferencia el centro urbano de los suburbios de chabolas. La luz es patrimonio de los ricos, de las clases medias altas, nunca de los pobres. Los pobres tienen sólo derecho a la oscuridad, a enganchar la pena al generador de penas grandes, sin que se entere la guardia civil, porque a los pobres se les multa incluso por tener penas.

Hay que cuidar la alegría. Caduca pronto. “Consumir preferentemente antes del seis de enero”. Después intoxica, amarga. Se mueren los ángeles que lleva dentro. Y una alegría sin ángeles es como un puñado de jazmines sin tuétanos de aroma. Qué triste la alegría. Tan deseada. Tan manoseada. Tan impuesta. Tan prostituida. Con la fecha de su muerte ciñéndole la cintura. Cinta negra en el pelo de la alegría.

Hay que cuidar la alegría. Como a una especie protegida. Pero sólo en diciembre. Lo ordena un real decreto de las estrellas. Firmado por Belén. Ternura de niño testigo. Pastores. Camellos. Vírgenes azules y trabajadores de garlopa. Asombro de Reyes Magos. Pudor de mujer parida. Primeriza. Con cruces pequeñitas por la sangre. Ríos papel cobrizo. Plateros humildes por los caminos de corcho. Vacas chorreando cariño caliente. Gitanitos paseando las noches, noches nocheras.

Pero a nadie le importa el misterio del hombre. Sólo la alegría. Porque se acaba pronto. Seis de enero. Caballitos de cartón y pelotas de plástico en el chabolerío del suburbio. Trenes electrónicos, universo digital por Gran Vía y Velázquez. Porque la alegría no es igual a la alegría. No confundir el barrio de Salamanca con el cartón piedra de las afueras.

Navidad es el hombre. Naciendo de sí mismo. Creándose. Proyectando futuro. El hombre inaugurando su propia humanidad. Poeta de día séptimo. Sin descanso. Abriendo el vientre de la luz. Indagando la propia identidad para poseerse y entregarse. Dándole a cada hombre su ración de hombre. Dignidad igualada. Sin primacía posible. Creyendo en el tú adorable, en el belén del otro. Dólares al margen, guantánamos clausurados, petróleos blancos de azucenas, entrega de cuerpos abrazados. Crucecitas cicatrizadas en las venas de la virgen primeriza. Madera honrada para la gubia de tanto josé obrero.

Porque Navidad es el hombre, hay que cuidar la alegría. Que no se acabe en enero. Hay que ponerle pañales de mugidos tibios y burritos pequeños y peludos.


Rafael Fernando Navarro
http://marpalabra.blogspot.com/2009/12/la-nina-alegria.html



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