Pepcastelló
Cuento de Navidad
Es mitad de diciembre, casi ya Navidad, tiempo de esperanza según la tradición cristiana. El público acude a los comercios a proveerse de regalos. Estamos en una tienda de gran superficie, perteneciente a una cadena de ámbito internacional especializada en útiles y vestimenta para diversas actividades deportivas. La gran nave está abarrotada de mercancía y de gente. Las dependientas no dan abasto a atender lo que les piden, por lo que el público se las arregla como puede para encontrar lo que busca. Todo el mundo remueve las estanterías repletas de género, aunque sin demasiada idea de donde tiene que buscar.
Quien vigila a través de las cámaras ve un cliente que por su aspecto le parece sospechoso y decide observar atentamente sus movimientos, en previsión de que pudiese ser un ladrón. La gran densidad de gente hace difícil ver lo que en realidad hace cada cual, pero aun así el vigilante concentra su atención en ese joven, dispuesto a evitar que hurte nada.
Al cabo de un rato, después de recorrer diversas zonas de la tienda sin que aparentemente haya encontrado lo que buscaba, el joven sale por la puerta de “salida sin compra” y se dirige a la “salida al exterior”. El encargado de las cámaras, persistiendo en su sospecha, activa el cierre de las puertas y avisa a un guardia de seguridad, quien se acerca al joven y tras un breve intercambio de palabras trata de hacerlo entrar en un cuarto contiguo. El joven se niega. Discuten, forcejean... y el guardia va a parar al suelo. En aquel momento un espontáneo surge de entre el público y arremete contra el joven, lo que da tiempo al guardia a incorporarse y volver a la pelea. Entretanto ha sido alertado otro guardia de seguridad de la empresa y entre ambos y el espontáneo sujetan y maniatan al “sospechoso”. Lo arrastran hacia el cuarto, se encierran dentro y a poco aparece una patrulla de policía que entra también en el cuarto y cierra tras de sí la puerta.
Todo ha concluido. El orden ha sido restablecido. Alguien apunta que una buena paliza y un tiempo entre rejas enseñarán a ese desgraciado a respetar a los agentes de seguridad. La paz es un bien estimable. El orden y las fuerzas que lo garantizan merecen todo nuestro apoyo. Los atentados a la propiedad privada de las grandes cadenas de tiendas debieran ser considerados acciones terroristas, por cuanto que alteran la paz y subvierten el orden establecido.
Pasado ya el susto, la gente vuelve a entregarse a la grata tarea de comprar sus regalos navideños, puesto que sin ellos no se concibe hoy la Navidad en nuestra “civilización occidental cristiana”.
Tiendas como la presente contribuyen a mantener la ilusión navideña un año tras otro en nuestra opulenta sociedad sin que nos lleguen los pesares de quienes dejan su vida en jornadas agotadoras de trabajo para ganar un mísero sustento. Lejos nos quedan las maquilas y la miseria de quienes en ellas trabajan en régimen de explotación, de esclavitud casi, sin derechos laborales, donde el menor reclamo conlleva el despido inmediato y las reivindicaciones colectivas son tenidas por alteraciones del orden público y reprimidas como tales por la policía.
Cierto que, si bien se mira, ese orden que impone la pobreza a millones de seres humanos equivale a robarles la vida en beneficio nuestro. Pero desde la perspectiva de la moral capitalista que nos rige no hay que tener por ello cargos de conciencia, porque el robo de esas vidas no es robar sino “crear riqueza”.
Entonemos pues aleluyas y gocemos de los beneficios que el “sagrado” orden establecido nos reporta. ¡Qué duda cabe de que vivimos en el mejor mundo posible!
Pepcastelló
Este artículo ha sido publicado también en:
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4211
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-robo-de-la-gran-tienda
http://www.mercosurnoticias.com/index.php?option=com_content&task=view&id=34219&Itemid=30
Cuento de Navidad
Es mitad de diciembre, casi ya Navidad, tiempo de esperanza según la tradición cristiana. El público acude a los comercios a proveerse de regalos. Estamos en una tienda de gran superficie, perteneciente a una cadena de ámbito internacional especializada en útiles y vestimenta para diversas actividades deportivas. La gran nave está abarrotada de mercancía y de gente. Las dependientas no dan abasto a atender lo que les piden, por lo que el público se las arregla como puede para encontrar lo que busca. Todo el mundo remueve las estanterías repletas de género, aunque sin demasiada idea de donde tiene que buscar.
Quien vigila a través de las cámaras ve un cliente que por su aspecto le parece sospechoso y decide observar atentamente sus movimientos, en previsión de que pudiese ser un ladrón. La gran densidad de gente hace difícil ver lo que en realidad hace cada cual, pero aun así el vigilante concentra su atención en ese joven, dispuesto a evitar que hurte nada.
Al cabo de un rato, después de recorrer diversas zonas de la tienda sin que aparentemente haya encontrado lo que buscaba, el joven sale por la puerta de “salida sin compra” y se dirige a la “salida al exterior”. El encargado de las cámaras, persistiendo en su sospecha, activa el cierre de las puertas y avisa a un guardia de seguridad, quien se acerca al joven y tras un breve intercambio de palabras trata de hacerlo entrar en un cuarto contiguo. El joven se niega. Discuten, forcejean... y el guardia va a parar al suelo. En aquel momento un espontáneo surge de entre el público y arremete contra el joven, lo que da tiempo al guardia a incorporarse y volver a la pelea. Entretanto ha sido alertado otro guardia de seguridad de la empresa y entre ambos y el espontáneo sujetan y maniatan al “sospechoso”. Lo arrastran hacia el cuarto, se encierran dentro y a poco aparece una patrulla de policía que entra también en el cuarto y cierra tras de sí la puerta.
Todo ha concluido. El orden ha sido restablecido. Alguien apunta que una buena paliza y un tiempo entre rejas enseñarán a ese desgraciado a respetar a los agentes de seguridad. La paz es un bien estimable. El orden y las fuerzas que lo garantizan merecen todo nuestro apoyo. Los atentados a la propiedad privada de las grandes cadenas de tiendas debieran ser considerados acciones terroristas, por cuanto que alteran la paz y subvierten el orden establecido.
Pasado ya el susto, la gente vuelve a entregarse a la grata tarea de comprar sus regalos navideños, puesto que sin ellos no se concibe hoy la Navidad en nuestra “civilización occidental cristiana”.
Tiendas como la presente contribuyen a mantener la ilusión navideña un año tras otro en nuestra opulenta sociedad sin que nos lleguen los pesares de quienes dejan su vida en jornadas agotadoras de trabajo para ganar un mísero sustento. Lejos nos quedan las maquilas y la miseria de quienes en ellas trabajan en régimen de explotación, de esclavitud casi, sin derechos laborales, donde el menor reclamo conlleva el despido inmediato y las reivindicaciones colectivas son tenidas por alteraciones del orden público y reprimidas como tales por la policía.
Cierto que, si bien se mira, ese orden que impone la pobreza a millones de seres humanos equivale a robarles la vida en beneficio nuestro. Pero desde la perspectiva de la moral capitalista que nos rige no hay que tener por ello cargos de conciencia, porque el robo de esas vidas no es robar sino “crear riqueza”.
Entonemos pues aleluyas y gocemos de los beneficios que el “sagrado” orden establecido nos reporta. ¡Qué duda cabe de que vivimos en el mejor mundo posible!
¡FELIZ NAVIDAD!
Pepcastelló
Este artículo ha sido publicado también en:
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4211
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-robo-de-la-gran-tienda
http://www.mercosurnoticias.com/index.php?option=com_content&task=view&id=34219&Itemid=30