José M. Castillo
Estos días se habla de los más de 160 millones de euros que los obispos de Irlanda van a pagar por los abusos deshonestos, cometidos por curas, frailes y monjas, contra niños y niñas de aquel país. Este vergonzoso asunto da más que hablar entre nosotros precisamente ahora, cuando en España se discute lo del aborto, sabiendo que Irlanda es un país donde el aborto está prohibido. Irlanda ha sido tradicionalmente muy católica y en ella las decisiones de la Iglesia católica se han hecho notar con fuerza durante siglos. Lo cual da pie para sospechar que la jerarquía católica ha presionado, sobre conciencias y autoridades, para conseguir dos cosas: mantener la prohibición del aborto y conseguir el ocultamiento de la pederastia de los clérigos. Señal, según parece, de que en las altas instancias de la Iglesia católica se considera que es más grave interrumpir un embarazo que abusar deshonestamente de un niño. Si lo primero se castiga con excomuniones y lo segundo se oculta con amenazas (para que no se sepa) y otros oscuros procedimientos, la cosa está clara: el Vaticano es implacable con el pecado del aborto y tolerante (hasta donde puede) en lo que se refiere al delito de pederastia.
¿Por qué esta doble vara de medir? La gente anticlerical dirá enseguida: el aborto es cosa de mujeres, mientras que la pederastia clerical es cosa de curas. Así las cosas, lo lógico es que los obispos castiguen los pecados de las mujeres, al tiempo que ocultan los delitos de los curas. ¿La cosa es realmente así? El problema no es tan simple, ni mucho menos. Porque hay un hecho evidente: el aborto es matar una vida, cosa que no ocurre en el caso de la pederastia. Sin embargo, siendo honestos y sinceros, hay que reconocer que la afirmación genérica “el aborto es matar una vida”, no es toda la verdad. Porque, hablando del aborto, no es lo mismo interrumpir el embarazo cuando la madre tiene en sus entrañas sólo un embrión que cuanto ya tiene un feto. Yo no soy experto en estas cuestiones. Por eso prefiero no hablar de lo que no sé. Lo único que todos sabemos es que, sobre este espinoso asunto, no existe unanimidad de criterios ni entre los biólogos, ni entre los juristas, ni siquiera entre los especialistas en cuestiones éticas y morales. Por supuesto, sabemos que la doctrina del magisterio eclesiástico es la más estricta y exigente en la defensa de la vida. La Iglesia está en su derecho cuando defiende su postura, la más segura. Y si así lo considera, la Iglesia hace bien en predicar su doctrina y exigirla a los católicos. Pero con tal que no pretenda hacer del “pecado” un “delito”. Porque, si los pecados son asunto de la religión, los delitos son responsabilidad de los poderes del Estado.
Yo sé muy bien que todo esto necesita muchas más precisiones. Como sé que sobre estos asuntos nunca se va a llegar a un acuerdo compartido por todos. Pero también sé que, en contraste con el tema del aborto, en España todo el mundo está de acuerdo en que abusar deshonestamente de un niño es, no sólo un pecado, sino además un delito. Y un delito grave. Pero resulta que la misma Iglesia, que es tan exigente con el aborto, no es lo mismo de exigente con la pederastia. Y prueba de ello es que el aborto se denuncia, mientras que la pederastia se oculta. El problema no está en que a la jerarquía católica no le importen los abusos deshonestos que cometen determinados clérigos. Yo sé que eso preocupa. Y preocupa mucho en la Iglesia. Porque es un delito que, si se descubre, se convierte en escándalo. Y porque, si el asunto se denuncia en el juzgado, cuesta mucho dinero con el peligro añadido de que el clérigo pederasta termine en la cárcel. Que yo sepa, desde hace más de cincuenta años, la Santa Sede envía avisos, advertencias y amenazas a obispos y superiores religiosos para que vigilen severamente a quienes son sospechosos de este tipo de conductas aberrantes. Como es lógico, si desde hace tantos años, hay preocupación y amenazas, es que hay casos de clérigos que abusaban de niños. Y tengo la sospecha fundada de que estos casos eran y son bastante más frecuente de lo que imaginamos. Lo que siempre ha ocurrido es que, mientras la Iglesia tuvo poder para condicionar las decisiones de la autoridades civiles a su favor, estos hechos escandalosos se ocultaban. Con lo cual se conseguían dos cosas: 1) los clérigos aparecían como personas respetables y su imagen pública difícilmente quedaba dañada. 2) las víctimas de los abusos quedaban humilladas y seguramente destrozadas para el resto de sus días, pero está visto que eso no le quietaba el sueño a los “hombres de Iglesia”.
De todo esto se pueden sacar muchas consecuencias. Yo aquí sólo quiero fijarme en una cosa: la jerarquía eclesiástica produce la impresión de que le interesa más asegurar su buena imagen ante la gente, que garantizar el respeto a la dignidad y a los derechos de las personas, sobre todo cuando se trata de criaturas indefensas e inocentes. Los que han perdido la inocencia se van al juzgado de guardia. Los niños y sus padres prefieren aguantar su humillación y su vergüenza.
Estando así las cosas, es evidente que la Iglesia asegura una imagen ejemplar, ante grandes sectores de la opinión pública, tomando la postura intransigente que ha tomado en el asunto del aborto. Si ese respeto a la vida de los más débiles es limpio y coherente, esperamos y pedimos que la Iglesia muestre la misma decisión con todos los pederastas que estén a su alcance. A la Iglesia se la puede querer ocultando sus miserias. Pero también se la quiere denunciando los males que hace. A una madre se la denuncia cuando maltrata a un hijo. A mí me parece que, si en la Iglesia hubiera más trasparencia, su imagen sería más atrayente. Por eso digo estas cosas.
José M. Castillo
Estos días se habla de los más de 160 millones de euros que los obispos de Irlanda van a pagar por los abusos deshonestos, cometidos por curas, frailes y monjas, contra niños y niñas de aquel país. Este vergonzoso asunto da más que hablar entre nosotros precisamente ahora, cuando en España se discute lo del aborto, sabiendo que Irlanda es un país donde el aborto está prohibido. Irlanda ha sido tradicionalmente muy católica y en ella las decisiones de la Iglesia católica se han hecho notar con fuerza durante siglos. Lo cual da pie para sospechar que la jerarquía católica ha presionado, sobre conciencias y autoridades, para conseguir dos cosas: mantener la prohibición del aborto y conseguir el ocultamiento de la pederastia de los clérigos. Señal, según parece, de que en las altas instancias de la Iglesia católica se considera que es más grave interrumpir un embarazo que abusar deshonestamente de un niño. Si lo primero se castiga con excomuniones y lo segundo se oculta con amenazas (para que no se sepa) y otros oscuros procedimientos, la cosa está clara: el Vaticano es implacable con el pecado del aborto y tolerante (hasta donde puede) en lo que se refiere al delito de pederastia.
¿Por qué esta doble vara de medir? La gente anticlerical dirá enseguida: el aborto es cosa de mujeres, mientras que la pederastia clerical es cosa de curas. Así las cosas, lo lógico es que los obispos castiguen los pecados de las mujeres, al tiempo que ocultan los delitos de los curas. ¿La cosa es realmente así? El problema no es tan simple, ni mucho menos. Porque hay un hecho evidente: el aborto es matar una vida, cosa que no ocurre en el caso de la pederastia. Sin embargo, siendo honestos y sinceros, hay que reconocer que la afirmación genérica “el aborto es matar una vida”, no es toda la verdad. Porque, hablando del aborto, no es lo mismo interrumpir el embarazo cuando la madre tiene en sus entrañas sólo un embrión que cuanto ya tiene un feto. Yo no soy experto en estas cuestiones. Por eso prefiero no hablar de lo que no sé. Lo único que todos sabemos es que, sobre este espinoso asunto, no existe unanimidad de criterios ni entre los biólogos, ni entre los juristas, ni siquiera entre los especialistas en cuestiones éticas y morales. Por supuesto, sabemos que la doctrina del magisterio eclesiástico es la más estricta y exigente en la defensa de la vida. La Iglesia está en su derecho cuando defiende su postura, la más segura. Y si así lo considera, la Iglesia hace bien en predicar su doctrina y exigirla a los católicos. Pero con tal que no pretenda hacer del “pecado” un “delito”. Porque, si los pecados son asunto de la religión, los delitos son responsabilidad de los poderes del Estado.
Yo sé muy bien que todo esto necesita muchas más precisiones. Como sé que sobre estos asuntos nunca se va a llegar a un acuerdo compartido por todos. Pero también sé que, en contraste con el tema del aborto, en España todo el mundo está de acuerdo en que abusar deshonestamente de un niño es, no sólo un pecado, sino además un delito. Y un delito grave. Pero resulta que la misma Iglesia, que es tan exigente con el aborto, no es lo mismo de exigente con la pederastia. Y prueba de ello es que el aborto se denuncia, mientras que la pederastia se oculta. El problema no está en que a la jerarquía católica no le importen los abusos deshonestos que cometen determinados clérigos. Yo sé que eso preocupa. Y preocupa mucho en la Iglesia. Porque es un delito que, si se descubre, se convierte en escándalo. Y porque, si el asunto se denuncia en el juzgado, cuesta mucho dinero con el peligro añadido de que el clérigo pederasta termine en la cárcel. Que yo sepa, desde hace más de cincuenta años, la Santa Sede envía avisos, advertencias y amenazas a obispos y superiores religiosos para que vigilen severamente a quienes son sospechosos de este tipo de conductas aberrantes. Como es lógico, si desde hace tantos años, hay preocupación y amenazas, es que hay casos de clérigos que abusaban de niños. Y tengo la sospecha fundada de que estos casos eran y son bastante más frecuente de lo que imaginamos. Lo que siempre ha ocurrido es que, mientras la Iglesia tuvo poder para condicionar las decisiones de la autoridades civiles a su favor, estos hechos escandalosos se ocultaban. Con lo cual se conseguían dos cosas: 1) los clérigos aparecían como personas respetables y su imagen pública difícilmente quedaba dañada. 2) las víctimas de los abusos quedaban humilladas y seguramente destrozadas para el resto de sus días, pero está visto que eso no le quietaba el sueño a los “hombres de Iglesia”.
De todo esto se pueden sacar muchas consecuencias. Yo aquí sólo quiero fijarme en una cosa: la jerarquía eclesiástica produce la impresión de que le interesa más asegurar su buena imagen ante la gente, que garantizar el respeto a la dignidad y a los derechos de las personas, sobre todo cuando se trata de criaturas indefensas e inocentes. Los que han perdido la inocencia se van al juzgado de guardia. Los niños y sus padres prefieren aguantar su humillación y su vergüenza.
Estando así las cosas, es evidente que la Iglesia asegura una imagen ejemplar, ante grandes sectores de la opinión pública, tomando la postura intransigente que ha tomado en el asunto del aborto. Si ese respeto a la vida de los más débiles es limpio y coherente, esperamos y pedimos que la Iglesia muestre la misma decisión con todos los pederastas que estén a su alcance. A la Iglesia se la puede querer ocultando sus miserias. Pero también se la quiere denunciando los males que hace. A una madre se la denuncia cuando maltrata a un hijo. A mí me parece que, si en la Iglesia hubiera más trasparencia, su imagen sería más atrayente. Por eso digo estas cosas.
José M. Castillo