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domingo, 10 de abril de 2011

24 de Marzo

Aníbal Sicardi


Pertenezco a la generación que vivió intensamente el 60, el 70 y que cortó clavos durante todo marzo del 76 sospechando acontecimientos trágicos.

Nunca escondí que fui de los pocos que abogamos por algún movimiento que impidiera la caída de la presidenta Isabel de Perón. No era una adhesión a su gestión. Ese año habría elecciones por lo que correspondía al pueblo determinar con que se seguía en la dirección del país.

A eso se agregaban datos escalofriantes. Uno de ellos era que si la Presidenta ya había accedido, en el 75, a imprimir oficialmente la represión y si los militares y civiles buscaban un Golpe de Estado era porque iban por más y no por menos. En ningún momento pensamos que ese más sería lo que fue.

Pertenezco a esa generación que luchó por los Derechos Humanos con riesgo de vida y afrontó dramáticas situaciones. Nunca sabíamos si despertaríamos en la cama que nos habíamos acostado como tampoco, si al andar por la ciudad durante el día, regresaríamos a nuestros hogares.

Hoy, 35 años después, se puede afirmar que somos parte de una generación privilegiada.

Lo atestigua el hecho de que en la larga noche argentina conocimos seres humanos dignos, justos, con la cabeza alta en el sufrimiento y el atropello. Entre ellos, muchos, recuerdo con cariño  y gratitud aquellos con los cuales conviví en Bahía Blanca, donde estaba como pastor de la Iglesia Metodista Central, de esa ciudad, y Superintendente de  la Región Patagónica. Gestos, palabras, sentimientos que guardo, con cuidado para que no se estropeen, en el cofre del corazón.

Hoy, 35 años después, se puede afirmar que somos parte de una generación privilegiada.

Siempre mantuvimos la esperanza de que la verdad y la justicia se hicieran presentes. Jamás sospechamos que podríamos vivir ese momento. Menos con la intensidad de estos años.

Juicios a los militares en todo el país. Represores condenados. Posibilidad de juicios a los civiles protagonistas en ese proceso. Seis mil jóvenes de los colegios secundarios estuvieron en Chapadmalal para presentar sus trabajos sobre Derechos Humanos convocados por la Comisión de la Memoria de la Provincia de Buenos Aires. Tres generaciones presentes en las marchas del 24 de marzo de este año.

Tengo mis hijos. Un varón, dos mujeres, que siempre estuvieron en las marchas. Los mismo dos nietas veinteañeras. Inquietas. Lúcidas. Comprometidas. El sábado 25 hablé por teléfono con una de mis hijas. Ella vive en Buenos Aires. Yo en Bahía Blanca. Me cuenta. “Papi, ayer estuve en la marcha con Ariana. ¡Fue su primera marcha!” Ari tiene 12 años. Vivaz, participó con las neuronas a mil. Este año  comenzó el secundario en el Acosta, de historia militante. Allí, en el 56, cuando cursaba el secundario nocturno. hice mi primer discurso público en un acto de la rebelión estudiantil de aquel entonces. Una historia personal que se repite a lo largo y  ancho de Argentina. Somos parte de una generación privilegiada.  

En otros tiempos PE se esforzaba por dar a conocer las declaraciones y actos de distintas organizaciones. Había que promoverlos todo lo posible. Este año eran tantos que resultaba imposible cubrirlos. Por otra parte no había necesidad. Hoy existe una prensa masiva que los promueve y las redes de internet son multitudes.

Apostamos a que lo cubriríamos con algunas notas de las muchas que se publicarían en diversos medios. Increíble la cantidad de excelente material que se ha provisto en estos  días. Si elegir es ser injusto por lo que se deja de lado, ahora es mucho más. Obligados seleccionamos tres aportes.

Uno de Aldo Etchegoyen, que además de ser un dirigente religioso, de la Iglesia Metodista, reflexiona sobre una novedosa forma de interpretar lo relacionado con la desaparición.

Otro que pertenece a Angel Cappa, proveniente del mundo del deporte, el futbol, juego apasionado y denostado. Cappa, uno de los tantos exiliados, ofrece su testimonio personal y particulares reflexiones. Por otro lado es un hombre del interior del país, de Bahía Blanca.

El tercero, el aporte oportuno del periodista Sergio Ferrari sobre el reconocimiento al cine argentino en el Festival de Friburgo. Sergio, al igual que su hermano Claudio,  fue de los que sufrieron cárcel por sus convicciones y luego debieron exilarse. Son hijos  de un gran pastor metodista, Alberto Ferrari, fallecido.

Vaya un abrazo de alguien que pertenece a una generación privilegiada y que sigue acumulando juventud a través  de los años.+ (PE)

http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9420


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miércoles, 3 de febrero de 2010

Galileo y el cambio de la centralidad humana

Aníbal Sicardi

Durante  2009 se celebró el Año de la Astronomía. Tal disposición fue efectuada por  Naciones Unidas  y aceptada en todo el mundo.

El fundamento fue que en  2009  se cumplían 400 años desde que Galileo creó un telescopio, por medio del cual descubrió cuatro lunas alrededor de Júpiter. Esa novedad fortaleció su propia hipótesis, de que la Tierra no era el centro del Universo, como se consideraba en ese tiempo. Por defender esa posición, Galileo fue condenado al arresto domiciliario, una especie de libertad vigilada,  hasta su muerte.

El descubrimiento fue un gran adelanto científico. En el campo antropológico  se  modificó la concepción  que se tenía sobre el hombre. El ser humano, creado por Dios, era el ser más poderoso de la tierra.  El Rey de la creación…Y como a la Tierra se la consideraba el centro del Universo, el hombre era el Rey del Universo.

Luego del descubrimiento de Galileo la Tierra dejó de ser el centro universal.  Al mismo tiempo, el hombre fue desplazado de su trono. Dejó de ser el Rey. En el primer momento el ser humano se encontró desorientado. Su casa, la Tierra había sido modificada. Se quedó sin techo.  Además la Tierra ya no era fija. Tenía movimiento.

Desde entonces, y mediante diferentes procesos, el hombre y la mujer fueron evolucionando. Se hicieron cargo de  su libertad. Poco a poco se fue transformando en un ser autónomo. Dependía de sí mismo. Ya no de las instituciones. Actualmente defiende su libertad ante la presión de las instituciones.

Las consecuencias en las iglesias es que estas pierden “clientela” y tienen enormes dificultades para incorporar a sus filas a las generaciones más jóvenes. También los partidos políticos. Perdieron credibilidad. No tienen el mismo poder orientador y reclutador de otras épocas.

Asusta pensar que el único sistema que conocemos, en esa óptica,  es el de la  “Economía de Mercado”. El Mercado  es la escondida institución de mayor convocatoria y tiene a gran parte de la humanidad como cliente para el consumo.

El proceso de autonomía humana es imparable, pero todavía no alcanza a la totalidad de la persona como individuo. La mayoría vivimos con la antigua concepción de la tierra.  Pretendemos ser el centro de la vida propia y ajena. Los demás, deben girar alrededor nuestro. Los consideramos utilitarios de nuestros deseos. El otro, la otra, se incorpora a ese universo personal…. o es desplazado. Me sirve o no, pareciera ser el parámetro.

Una forma de catalogar esta actitud es verla como producto del egoísmo. Mucho de cierto hay en ello. Actitudes similares a las de Caín, cuando, ante la pregunta “¿dónde está Abel?”,  exclama “¿acaso soy guarda de mi hermano?” Y debajo del poncho escondemos el  cuchillo de la muerte.

Un acercamiento al problema, es reconocer la diversidad. Somos uno entre muchas y muchos distintos. La vida humana se realiza en medio del conjunto humano.  Igual que la Tierra, un planeta en la red de astros que habitan el Universo.

Similar al Universo, que se lo descubre como infinito,  la red humana es cada vez más amplia. Surgen nuevas comunidades, nuevos grupos sociales que se suman y a la vez se diferencian de los ya conocidos.  Los chinos, los vietnamitas, los tibetanos… El genérico término “aborigen” va dejando lugar al quechua, al toba, al mataco, a los mayas.

El otro y la otra ya son otros y otras viviendo juntos, en comunidad a los que debemos respetar. Esa concepción estuvo incorporada en la vida de Jesús. El se asoció con la gente excluida de su tiempo. Los paralíticos, los ciegos, los pobres, las prostitutas. Un concepto muy presente en esas palabras  de Jesús, que dice “Quien quiere ganar la vida la pierde y quien la pierde, la gana” Clarísimo.

En la actitud de “yo el centro”, los demás giran alrededor mío. En esa posición egoísta, centralista, el ser humano pierde su vida. En la actitud abierta hacia el otro, se gana la vida. Simple.

En la relación interpersonal aparecen los problemas que, indudablemente, debemos corregir. Pero, sobre todo, surgen nuestras potencialidades para desarrollarnos como seres humanos. Esas que están escondidas porque le tenemos miedo a ese empuje que conlleva el crecimiento humano continuo.

Gran parte de nuestros problemas sociales están en ese núcleo. Por un lado, padecemos las consecuencias nefastas de quienes están en el poder y piensan sólo para ellos. Por otro lado, sufrimos las consecuencias, aún no medidas, de quienes debiendo asociarse para conseguir los altos propósitos de humanidad, se dividen y se aíslan por mínimas consideraciones. Así en vez de ganar, perdemos.

Una vez más, la enseñanza de Jesús es para tener muy en cuenta. Aprendamos a vivir aceptando la diversidad y reconociendo cuando perdemos y cuando ganamos…de verdad. Perdemos si somos egoístas, egocéntricos, centrados sólo en nosotros mismos. Ganamos cuando nos unimos, aceptando nuestras diferencias…

De esto estamos convencidos en la Iglesia Metodista de la calle Belgrano al 300, en Bahía Blanca. Es por eso que les  proponemos…Pensemos juntos la vida.+ (PE)

Nota. Reflexión  presentada como editorial en “Pensemos juntos la vida”, el programa semanal de radio de la Iglesia Metodista Central de Bahía Blanca. La edición radial fue realizada por Rubén Ash.  Para otros datos ver  PreNot 8670 del 100119, La mujer de la joroba y PreNot 8688 del 100125 Arrojar la capa y pegar el salto.

PreNot  8705-100203
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4285


miércoles, 9 de diciembre de 2009

La calle

Aníbal Sicardi

La calle de hoy es un largo camino con muchas esquinas a las que se agregan curvas y salidas hacia calles más anchas denominadas avenidas.

Antes era “la” calle. Tenía unas pocas cuadras. Su inicio y final,  preludios de las melodías de los pájaros y el paso a la inmensa visión cuyo único límite era el horizonte. Pocos negocios, al punto que existía aquel que era de  “todos rubros” para satisfacer las necesidades, pocas, de esos tiempos.

Habilitada para el andar a caballo y algunos carros como transporte de mercadería y gente, el grito se escuchó hasta en el cielo cuando apareció el auto con su increíble velocidad de 30 a 40 kilómetros por hora.

En el transcurrir del reloj y del almanaque, los palenques se transformaron en espacios para estacionar los autos quienes, como langostas que avanzan sobre el rubio trigal, rubricaron imágenes hitchoneanas y reclamaron la autoría del progreso.

El vehículo, alimentado a nafta, sacó a relucir su cédula de identidad que lo habilitaba a ser el señor de la calle. Envalentonado porque el sistema lo reconoció como el adalid redentor, desalojó de “la” calle todo transporte que fuese por sangre animal.
El tronar de sus motores y bocinas iniciaron la marcha fúnebre de la matanza de caballos,  para que diese lugar a los tanques en las guerras que  arrinconaban  a los sobrevivientes originarios de sangre humana, a quienes tampoco se los quería ver en las calles que dejaban de ser “la"  calle. 

El reloj siguió marcando horas sin su tic tac. El almanaque los días, meses y años peleando el papel para mantener imágenes de  fabulosos paisajes y despampanantes mujeres en poca ropa.

El auto se apoderó de las calles. Se fortaleció dando a luz criaturas imprevisibles como las de los camiones, camionetas, ómnibus. De tamaño grande o mediano, dejaron en el absurdo aquella espantosa velocidad de los 30 a 40 kilómetros por hora. La invasión de los langosteros fue tal, que los de sangre humano tuvieron que inventar el semáforo para poder cruzarse de una vereda a otra.

Los ahora dueños de la calle no solo enterraban “la” calle, sino que cambiaban hábitos. Modalidades de movimientos. Crearon el mito de quienes son o no son, a partir de los que tenían posesión o no de tal elemento de progreso. Se adueñaron del lenguaje. Basurearon palabras entroncadas con la riqueza cultural ciudadana. Así, la querida y amada picada pasó a ser demoníaca.

La constancia del reloj y del almanaque no fue mellada por la falta del tic tac y las hojas. Sabios, hicieron alianzas.  En los nuevos formatos digitales cada uno cede un espacio al otro reanimando el rol del tic-tac y la hoja de papel.

En el mismo estilo, los de sangre humana actualizaron la mítica calle. Superaron la etapa de la plaza. Lugar indiscutido de protestas, el tiempo fue descubriendo que solo era virtual.

La plaza fue un espacio utilizado cuando la calle aún no había recuperado su valor intrínseco. Se la bastardeó con aquello de la “vuelta del perro”, luego apoyada por el avance de los vehículos. Más tarde se descubrió que el asunto de la plaza era medio artificial. Como custodias tenían a la Municipalidad por un frente, a la Iglesia por el otro. A los costados, el Banco, la Aduana u otros edificios oficiales generalmente construido en arquitectura de estilo extranjero. Imponentes. Aplastantes.

En algunas ciudades el impulso del recupero hizo que las plazas incorporaran las diferencias sociales. En Buenos Aires una plaza era la Libertad, cerca del Teatro Colón, para la gente pituca, otra la de Mayo, siempre populacha, que tuvo la osadía de permitir meter las patas de los de sangre humana en una de sus fuentes de agua.

Sin embargo, el espacio incomparable es la calle. Ella vuelve a plantear la etapa de Civilización y Barbarie. Los amantes de los espacios cerrados se escandalizan. Los irregulares avanzan. Surge el negocio de las rejas. La calle deja de ser la posesión intocable de las cuatro ruedas.

Los de los muros fortalecidos claman, sin dejar de festejar en sus recintos enrejados. Epígonos de aquel texto de Borges referido a los romanos que seguían con sus fiestas, sin detectar que las columnas vibraban por el retumbante andar de los elefantes de la hueste de los bárbaros.

Hay que reconocer que el avance tecnológico fue favorable al recupero de la calle. Un grupo que corta el tráfico aparece en la televisión, cosa que no ocurriría en una asamblea a puertas cerradas. Es como el festejo del gol en un partido de fútbol. No es para los de las tribunas, atrapados por la euforia o la bronca. Es para los de la tele, que lo pueden ver.

Hay que estar atentos. Los que robaron la calle despojándola de sus verdaderos propietarios, practican distintos medios para recuperar su señorío. ¡Si hasta los de la soga hicieron el intento!  Les falta esquina, pero aprenderán. No porque les guste, sino porque quieren detener el avance de los irregulares. Se le va la vida en ello.

En todo el continente, junto con el recupero de la calle, se encuentra la manifiesta intención de reclamar por la tierra, los productos de la superficie y los debajo de ella. ¿A quien se le ocurre?

Para colmo, aparecen creyentes que rescatan la historia verdadera y vienen con esos textos bíblicos que hablan de que la tierra es de Dios y, por lo tanto, de todos los de sangre humana. Peor, creyentes y no creyentes toman a pie juntillas ese asunto del “desalambrar” de un tal Viglietti. ¿Adonde vamos a parar?

Vaya con el privilegio de quienes vivimos este tiempo. La calle de hoy, que es un largo camino con muchas esquinas a la que se agregan curvas y salidas hacia calles más anchas denominadas avenidas, vuelve a ser “la” calle. + (PE)


Aníbal Sicardi
Bahía Blanca, Argentina
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4189 





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