Marcela Orellana
En esta Navidad de 2010 he sido algo más que austera o ¿exactamente todo lo contrario? No quiero regalos bajo el arbolito.
Esa austeridad empezó hace años cuando abandoné por completo los adornos Made in China y tejí al crochet en color crudo, algunas piezas. Mar, mi hija, pintó con purpurina las semillas que encontramos bajo el liquidamba de enfrente de casa y sencillos moños de hilo sisal son sus más caras filigranas. Unos cuantos ángeles de lienzo y algodón cierran el conjunto con una guirnalda de luces pequeñas y monocromas. No quiero un árbol de Navidad importada. Lo quiero hecho con nuestros colores y nuestras manos y no de plásticos convenientes sino de nobles hilos y exquisitas maderas tramadas por las primaveras.
Todo se guarda primorosamente el 7 de Enero porque nada de esto es descartable, al contrario, conserva la ternura de navidades compartidas y el propósito de la sencilla celebración.
Hoy no quiero regalos para nadie o ¿los quiero todos? Quiero poder acordarme todos los que hoy tienen una pena, un miedo, un vacío, una hazaña . ¿Quiénes son ? ¡¿Todos?! Para ellos hay miles de regalos. Allí he puesto atados de pequeñas alegrías envueltas en palabras, correos, compañías. Encinté cientos de bolsas llenas de corajes y valentías. En montones de colores perfumé docenas de recuerdos risueños para los que hoy extrañarán a alguien. Envolví con cuidado infinitas gratitudes para los héroes y heroínas que iluminan mi vida con su Luz inigualable de seres únicos, irrepetibles, singularísimos. Un sol de bendición lo alumbra todo porque esta noche será oscura para los sin casa, para los sin juguetes, para los sin comida, para los sin justicia, para los sin paz, para los sin salud y sin remedios. Los noticieros los olvidan porque no compran ni venden, no piden y no merecen.
Quiero recordarlos junto a un árbol nada austero, repleto, ostentoso, casi obsceno de esos regalos que ninguna fortuna en efectivo o tarjeta de crédito puede comprar. Un árbol que sólo es una invitación a ser prójimos prójimos, porque el hermano mayor de todos nosotros nació en una noche como ésta con un río de penas, un Getsemaní, las tres de la tarde, sin casa, sin juguetes, sin comida, sin justicia.
http://marcenpalabras.blogspot.com/2010/12/navidad-2010.html
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En esta Navidad de 2010 he sido algo más que austera o ¿exactamente todo lo contrario? No quiero regalos bajo el arbolito.
Esa austeridad empezó hace años cuando abandoné por completo los adornos Made in China y tejí al crochet en color crudo, algunas piezas. Mar, mi hija, pintó con purpurina las semillas que encontramos bajo el liquidamba de enfrente de casa y sencillos moños de hilo sisal son sus más caras filigranas. Unos cuantos ángeles de lienzo y algodón cierran el conjunto con una guirnalda de luces pequeñas y monocromas. No quiero un árbol de Navidad importada. Lo quiero hecho con nuestros colores y nuestras manos y no de plásticos convenientes sino de nobles hilos y exquisitas maderas tramadas por las primaveras.
Todo se guarda primorosamente el 7 de Enero porque nada de esto es descartable, al contrario, conserva la ternura de navidades compartidas y el propósito de la sencilla celebración.
Hoy no quiero regalos para nadie o ¿los quiero todos? Quiero poder acordarme todos los que hoy tienen una pena, un miedo, un vacío, una hazaña . ¿Quiénes son ? ¡¿Todos?! Para ellos hay miles de regalos. Allí he puesto atados de pequeñas alegrías envueltas en palabras, correos, compañías. Encinté cientos de bolsas llenas de corajes y valentías. En montones de colores perfumé docenas de recuerdos risueños para los que hoy extrañarán a alguien. Envolví con cuidado infinitas gratitudes para los héroes y heroínas que iluminan mi vida con su Luz inigualable de seres únicos, irrepetibles, singularísimos. Un sol de bendición lo alumbra todo porque esta noche será oscura para los sin casa, para los sin juguetes, para los sin comida, para los sin justicia, para los sin paz, para los sin salud y sin remedios. Los noticieros los olvidan porque no compran ni venden, no piden y no merecen.
Quiero recordarlos junto a un árbol nada austero, repleto, ostentoso, casi obsceno de esos regalos que ninguna fortuna en efectivo o tarjeta de crédito puede comprar. Un árbol que sólo es una invitación a ser prójimos prójimos, porque el hermano mayor de todos nosotros nació en una noche como ésta con un río de penas, un Getsemaní, las tres de la tarde, sin casa, sin juguetes, sin comida, sin justicia.
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