miércoles, 5 de enero de 2011

Estabilidad del euro

Rafael Fernando Navarro


Se derrama continuamente de la boca de los políticos, de los banqueros, de los inversores en bolsa: es urgente garantizar la estabilidad de la moneda europea. Y alrededor de la moneda gira toda la vida económica, comercial, productiva y  humana. Esta urgencia no permite aspirar a un estado de bienestar mejor del que tenemos, sino que incluso hay que recortar el que disfrutamos y al que hemos llegado a base de sacrificios de aportación durante muchos años. El bienestar no es un regalo, es una conquista del esfuerzo común. Hay que irse acostumbrando a su desaparición en bien de la estabilidad monetaria.

Hay que abaratar el despido. Se ha roto la cadena banco-empresario-trabajador. Los gobiernos han aportado grandes cantidades de dinero para sostener el entramado de la usura. Deben seguir creciendo sus beneficios de manera exponencial y eso se ha conseguido. Incluso practican prejubilaciones para que otros paguen los sueldos de quienes les ayudaron a enriquecerse.  Los bancos se han escondido en su caparazón para disfrutar de su propio bienestar y no han repercutido su confort en el empresario. Este ha visto menguar (que no desaparecer) sus ganancias y vierte su cortedad de miras sobre el trabajador. Y el trabajador con cuarenta, cuarenta y cinco, cincuenta años se encuentra de repente sentado en la acera de la vida con su mochila de angustia, su hipoteca impagada, su familia hambrienta y un INEM celulítico de burocracia. Se le ha roto el futuro a ese hombre para siempre desorientado, escritor de currículum inútiles, rompiendo nudillos en puertas herméticas de indiferencia. Todos aparentan esforzarse en promover el primer trabajo. Nadie lucha por adecentar el que  puede ser el último.

Los viejos deben acostumbrarse a ser más viejos. Cuando la sociedad vive idolatrando el becerro de la juventud, la musculatura esteroidea, la alimentación con anabolizantes y en consecuencia la vejez es un delito contra el tiempo que hay que disimular en geriátricos de olvido y abandono, exigimos que el viejo sea más viejo para disminuirle los ahorros que aportó para tener un descanso digno. Si no hay jóvenes a los que explotar, tendremos por lógica que explotar a los viejos. Para algo tienen que servir los inservibles.

Habrá que entregar a los empresarios la sanidad pública para que la conviertan en negocio. Se pueden restringir las estancias hospitalarias, la oxigenoterapia indispensable para beberse la vida a sorbos, las sillas de ruedas para médulas rotas. Ellos saben convertir el dolor en estabilidad monetaria.

Se puede delegar la investigación. “Que investiguen ellos”  A nosotros nos basta con fotocopiar los avances ajenos sin sentirnos campeadores del futuro. Los españoles ya hemos tenido bastantes conquistadores y podemos ahora quedarnos sin sueños de aventura para apoyar la estabilidad del euro.

Tuvimos la costumbre de ser pobres. Sabemos muchos de avecrén de posguerra, de sopa de algarrobas, de chocolate con tierra los domingos. ¿Por qué nos van a preocupar ochocientas mil personas mordiendo el pecho de Caritas, rebuscando como ratas en contenedores vomitados por grandes almacenes? Las viviendas engullidas por hipotecas-basura brindan la posibilidad de vivir en comunión con las estrellas. España es tierra de luz brillante y sol-calefacción.

Los estados son economía. Economía las empresas. Las catedrales del consumo son economía. Los gobernantes son súbditos de la economía, los grandes bancos, sus pastores.  Resulta entonces comprensible que la moneda sea el centro y que todos aportemos la pobreza que nos queda para su sostenibilidad.

Los derechos humanos, la dignidad, la solidaridad, la justicia distributiva, la función social de la riqueza, la deuda de los que más ganan a favor de los nada tienen se han reducido a la marginalidad. No se les puede otorgar preeminencia frente al altar del billete, ante la deidad del banco Central Europeo. Sin ricos no habría sociedad. Sin pobres tampoco. Y como son éstos los que alimentan a aquellos, nuestro deber es fabricar miseria para aportar estabilidad a la estabilidad. Los pobres son esa melancolía que embellece la elegancia de las carteras de piel.

¿Para cuándo la estabilidad del hombre como centro de la exitencia?

http://marpalabra.blogspot.com


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