domingo, 30 de enero de 2011

La drogohipocresía

Susana Merino


El combate al narcotráfico, las guerras entre  narcotraficantes y las invasiones a países productores de plantas con contenidos alucinógenos con el pretexto de erradicarlas causan infinitamente muchas más muertes que las drogas mismas. Un drogadicto tendrá siempre la posibilidad de recuperarse, los muertos en combate no la tendrán jamás.

La noticia  de que se ha creado en Suiza una Comisión Global de Políticas sobre Drogas, integrada por varias personalidades europeas y latinoamericanas, uno de cuyos objetivos y tal vez el más importante es la despenalización de los usuarios parece ser un buen síntoma, algo así como la búsqueda de un antídoto que concluya con los más de cuarenta años de infructuosas luchas que solo han favorecido el desarrollo del comercio ilegal, puesto que según los miembros de dicha Comisión, los daños causados por la prohibición de las drogas en términos de corrupción, de violencia y de violación de los derechos humanos en muchos países supera con creces al provocado  por las drogas.

Siempre me he preguntado ¿cómo es posible que los EE.UU. con toda su maquinaria policial y militar, sus cuerpos de seguridad, su policía científica, su policía económica, sus sistemas de vigilancia, siga trasladando sus ofensivas a los países productores de insumos y no sea capaz de controlar la entrada de estupefacientes dentro de sus propias fronteras? y ¿cómo es que no resulta sospechoso que siendo uno de los más grandes consumidores del mundo sino el mayor, no logra detener las toneladas de drogas que seguramente ingresan diariamente al país y no precisamente  en “el bolsillo del caballero o en  la cartera de la dama” de los multitudinarios viajeros que transitan por sus aeropuertos?.

Aunque estos sí son controlados, me consta, en la más absurda e hipócrita demostración de control que pueda imaginarse. La explicación es muy simple y casi todo el mundo lo sabe pero falta coraje para ponerle el “cascabel al gato” Datos recientes dan fe de que solo en México el negocio de las drogas ilegales mueve 60 mil millones de dólares al año al que debe sumarse el de las armas contrabandeadas desde los EE.UU. para el sostenimiento de las guerras entre los patrones de la droga.

Por otra parte los saldos de muerte  contabilizados tan solo en la frontera norte de ese país, en el estado de Chihuahua, son escalofriantes. Solo en Ciudad Juárez se computaban 174 muertes en los 24 primeros días de este año, todas en el ámbito de las luchas entre los carteles de la droga.

En realidad todos los planes de lucha contra el narcotráfico ocultan no solo un inconmensurable negocio sino algo similar o más grave aún, un disfraz para la apropiación de los recursos naturales y el control de áreas estratégicas como la cuenca amazónica que trata de encubrir el Plan Colombia, inicialmente planteado con el objetivo de erradicar los cultivos ilícitos  pero cuyo carácter es inocultablemente militar como lo prueban las siete bases militares recientemente establecidas en el país.

Antonio Caballero un periodista y escritor colombiano exiliado en España por sus denuncias sobre  la presencia del narcotráfico en la vida social, militar, política, artística y religiosa de los colombianos, ha destacado siempre “lo ineficiente de la lucha en contra de las drogas, la doble moral de los países consumidores frente a los productores, la conveniencia de los primeros en mantener una guerra en contra de los narcotraficantes y la de la clase dirigente de los países productores al escudarse en este conflicto para mantener las desigualdades”.

Pero no solo en Colombia y en los países centroamericanos adonde se ha acrecentado la intervención yanqui con el mismo pretexto, sino también en el resto del Cono Sur, y especialmente en Perú y Bolivia, la intromisión de los EE.UU. en las políticas internas de los países, la firma de tratados de “cooperación” y de “asistencia” gira sobre el sensible tema del narcotráfico enarbolado siempre como un fantasmagórico enemigo de los pueblos que en realidad terminan siendo las víctimas propiciatorias de los mismos que se arrogan el derecho de combatirlo.

Los tentaculares alcances del imperio usamericano tampoco han perdonado a los productores asiáticos entre los que  Afganistán sigue siendo a pesar de los nueve o diez años de guerra el principal proveedor de opio y heroína del mundo. Provisión que no puede menos que contar, dada la extensión de los cultivos con el beneplácito y la interesada aquiescencia del invasor ya que curiosamente durante el régimen Talibán la producción de ambas  drogas  se había reducido considerablemente. Una información de la  Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), consigna que este año el área sembrada de adormidera o amapola ha aumentado en un 59%, habiendo totalizado 165 mil hectáreas contra 100 000  del año anterior.

 Es interesante señalar asimismo que para la producción de heroína y de morfina, otro opiáceo, se necesitan grandes cantidades de anhídrido de ácido acético que no se produce en Afganistán y del que el año pasado se importaron de China, India y Rusia, sin que se apercibieran las autoridades afganas, 10 mil toneladas de ese imprescindible precursor.

Xavier Caño Tamayo en un artículo titulado “La heroína como telón de fondo de la guerra de Afganistán” refería que “La elaboración y comercio ilegal de drogas, según la ONU, mueve cada año alrededor de 600.000 millones de dólares; una cantidad superior a la del comercio del petróleo, negocio boyante donde los haya”

Es decir que la plusvalía desproporcionada y corruptora que generan las drogas se acrecienta al estar prohibidas, haciendo disparar los precios  sin que se haya demostrado que ni la prohibición ni el incremento de precios contribuya  a la reducción de su consumo.

Como argumento bastante convincente, por otra parte, se menciona el fracaso de la Ley Seca en los EE.UU. que prohibía y castigaba la fabricación y la venta de bebidas alcohólicas y que tuvo que ser derogada en 1933 por su absoluta ineficacia y por haber generado  “una abrumadora corrupción, injusticia, hipocresía, creación de grandes cantidades de nuevos delincuentes y la fundación del crimen organizado".

Algo similar está pasando sin duda y lo que es más grave  a nivel mundial con el falso planteo de  como suele decirse “matar al mensajero” porque no otra cosa son los intermediarios, a menudo, los de menor envergadura que arriesgan sus propias vidas en luchas sin cuartel en las que raramente se hallan directamente involucrados los grandes ganadores.

Es evidente que los problemas pueden resolverse solo si previamente se analizan, se precisan en sus orígenes y se apunta a las raíces porque como en tantos otros como la criminalidad, la trata de personas, la corrupción es imposible desarraigarlas mientras no haya bases sólidas de desarrollo personal y condiciones de vida acordes con la irrenunciable dignidad humana. Todo lo demás será caldo de cultivo propicio para el crecimiento de la codicia, la ambición desmedida, el sometimiento de los más débiles, la manipulación de las voluntades, la destrucción en suma de los cimientos mismos de la sociedad.

Es hora de que abandonemos la droghipocresía o lo que es lo mismo  que dejemos de drogarnos con hipocresías!

http://desdemimisma.blogspot.com/2011/01/la-droghipocresia.html


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