Carlos Ayala Ramírez
Esta frase es de Don Samuel Ruiz, Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, quien falleció el pasado lunes 24 de enero a causa de un daño obstructivo arterial. Don Samuel nació en 1924 en Irapuato, México; la mayoría de su vida residió en San Cristóbal de las Casas, lugar en el que fue nombrado obispo en 1959 a la edad de 35 años, y donde acogió las causas indígenas. En 1994, tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, fue nombrado miembro de la Comisión Nacional de Intermediación, puesto que dejó en 1996.
Don Samuel era uno de esos grandes obispos testigos de la fe cristiana del continente latinoamericano, de la talla de Monseñor Méndez Arceo, Monseñor Leónidas Proaño, Hélder Cámara, Juan Gerardi, Moseñor Romero, y Don Pedro Casaldáliga, entre otros. Varias veces estuvo en nuestro país solidarizándose con las luchas vinculadas al reconocimiento de los derechos humanos, e identificándose con la tradición martirial de nuestro pueblo. En uno de sus últimos escritos titulado “Mi biografía teológica”, sostiene que el pobre es la primera razón de nuestra esperanza, no en cuanto vive las situaciones de injusticia y opresión que le hacen pobre y le marginan, sino por la fortaleza y la determinación con que vive y enfrenta esas mismas situaciones, en lucha diaria por derrotarlas y revertirlas.
Cuando el Concilio Vaticano II habla del ministerio de los obispos, sostiene que estos deben anunciar el Evangelio de Cristo, llamando a los hombres y mujeres a la fe con la fortaleza del Espíritu, o confirmándolos en la fe viva. En cuanto santificadores el Concilio señala que éstos están obligados a dar ejemplo de santidad con la caridad, humildad y sencillez de vida. Y en el ejercicio de su ministerio de padre y pastor deben comportarse en medio de los suyos como quienes sirven, como pastores buenos que conocen a sus ovejas y son conocidos por ellas (cfr. Christus Dominus 12-16). Don Samuel ciertamente fue un obispo de ese talante. Pero no sólo fue un maestro de la fe y un santificador de los fieles, sino también un profeta de la justicia y de la esperanza.
En su biografía teológica a la que hemos hecho referencia señala un conjunto de tareas de cara a propiciar nuevas realidades que hagan posible el advenimiento del Reino de Dios. Enunciamos algunas que son ya, parte de su legado:
“Trabajar incansablemente por establecer la justicia y el derecho en un nuevo orden mundial, para consolidar una paz inalterable y duradera, y así conjurar definitivamente el flagelo de la guerra; Continuar construyendo el nuevo modelo de unidad, con el respeto a las diferencias y a los derechos de los más pequeños, así en la sociedad, como en el seno de las diferentes confesiones religiosas; Apoyar las tareas de protección y conservación de la tierra, hogar común y herencia para las nuevas generaciones ; Participar, según el lugar que tenemos social y religiosamente, en la construcción de ese ‘otro mundo posible’; Colaborar con el Padre en esta Nueva Hora de Gracia: en su obra siempre creadora y siempre redentora, manifestada en esos brotes tiernos que prometen buenos y abundantes frutos”.
En suma, Don Samuel Ruiz nos deja la herencia de un obispo que ha sido testigo del Evangelio para la esperanza del mundo, especialmente, del mundo de los pobres; nos deja un legado de valiente opción por los pobres que le costó persecución y muchos rechazos. Su misión estuvo movida a misericordia por el sufrimiento del pueblo indígena, como en otros tiempos lo hiciera Fray Bartolomé de las Casas. Tatic (padre en totzil), como lo llamaban los indígenas de su arquidiócesis, deja una tradición de lucha y esperanza que ha de seguir animando a los hombres y mujeres soñadores con el “mundo otro” necesario y posible.
http://alainet.org/active/43821
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Esta frase es de Don Samuel Ruiz, Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, quien falleció el pasado lunes 24 de enero a causa de un daño obstructivo arterial. Don Samuel nació en 1924 en Irapuato, México; la mayoría de su vida residió en San Cristóbal de las Casas, lugar en el que fue nombrado obispo en 1959 a la edad de 35 años, y donde acogió las causas indígenas. En 1994, tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, fue nombrado miembro de la Comisión Nacional de Intermediación, puesto que dejó en 1996.
Don Samuel era uno de esos grandes obispos testigos de la fe cristiana del continente latinoamericano, de la talla de Monseñor Méndez Arceo, Monseñor Leónidas Proaño, Hélder Cámara, Juan Gerardi, Moseñor Romero, y Don Pedro Casaldáliga, entre otros. Varias veces estuvo en nuestro país solidarizándose con las luchas vinculadas al reconocimiento de los derechos humanos, e identificándose con la tradición martirial de nuestro pueblo. En uno de sus últimos escritos titulado “Mi biografía teológica”, sostiene que el pobre es la primera razón de nuestra esperanza, no en cuanto vive las situaciones de injusticia y opresión que le hacen pobre y le marginan, sino por la fortaleza y la determinación con que vive y enfrenta esas mismas situaciones, en lucha diaria por derrotarlas y revertirlas.
Cuando el Concilio Vaticano II habla del ministerio de los obispos, sostiene que estos deben anunciar el Evangelio de Cristo, llamando a los hombres y mujeres a la fe con la fortaleza del Espíritu, o confirmándolos en la fe viva. En cuanto santificadores el Concilio señala que éstos están obligados a dar ejemplo de santidad con la caridad, humildad y sencillez de vida. Y en el ejercicio de su ministerio de padre y pastor deben comportarse en medio de los suyos como quienes sirven, como pastores buenos que conocen a sus ovejas y son conocidos por ellas (cfr. Christus Dominus 12-16). Don Samuel ciertamente fue un obispo de ese talante. Pero no sólo fue un maestro de la fe y un santificador de los fieles, sino también un profeta de la justicia y de la esperanza.
En su biografía teológica a la que hemos hecho referencia señala un conjunto de tareas de cara a propiciar nuevas realidades que hagan posible el advenimiento del Reino de Dios. Enunciamos algunas que son ya, parte de su legado:
“Trabajar incansablemente por establecer la justicia y el derecho en un nuevo orden mundial, para consolidar una paz inalterable y duradera, y así conjurar definitivamente el flagelo de la guerra; Continuar construyendo el nuevo modelo de unidad, con el respeto a las diferencias y a los derechos de los más pequeños, así en la sociedad, como en el seno de las diferentes confesiones religiosas; Apoyar las tareas de protección y conservación de la tierra, hogar común y herencia para las nuevas generaciones ; Participar, según el lugar que tenemos social y religiosamente, en la construcción de ese ‘otro mundo posible’; Colaborar con el Padre en esta Nueva Hora de Gracia: en su obra siempre creadora y siempre redentora, manifestada en esos brotes tiernos que prometen buenos y abundantes frutos”.
En suma, Don Samuel Ruiz nos deja la herencia de un obispo que ha sido testigo del Evangelio para la esperanza del mundo, especialmente, del mundo de los pobres; nos deja un legado de valiente opción por los pobres que le costó persecución y muchos rechazos. Su misión estuvo movida a misericordia por el sufrimiento del pueblo indígena, como en otros tiempos lo hiciera Fray Bartolomé de las Casas. Tatic (padre en totzil), como lo llamaban los indígenas de su arquidiócesis, deja una tradición de lucha y esperanza que ha de seguir animando a los hombres y mujeres soñadores con el “mundo otro” necesario y posible.
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