domingo, 30 de enero de 2011

Respirar en los otros

Liliana Bodoc


No será fácil tomar conciencia de que María Elena Walsh ha muerto. ¿Cómo hacerlo si su voz sigue acunando el sueño de nuestros hijos e hijas, nuestros nietos, nuestras nietas? Cómo, cuando la actualidad de sus palabras, sus rebeliones, de su universo y de su música la conservan siempre joven y al resto un poco más viejas. Algo de lo materno se ha ido con ella que educó a más de una generación y que también nos legó el placer al educar. Algo de madre, sí, pero no cualquier madre sino una que no tuvo más hijos que su obra; una madre poeta, lesbiana, feminista, música, artista. Una descripción un tanto guerrera para la señora burguesa que disfrutaba del té de las cinco y hablaba de ciertas cosas con ambigüedad controlada. Todo eso era María Elena y a lo que deja y a lo que se lleva le rendimos este homenaje coral que tampoco alcanza para despedirla porque hay despedidas que son, sencillamente, imposibles.

En cierto sentido, estaremos obligados a admitir que el día 10 de enero de 2011 murió María Elena Walsh. Y todavía estaremos obligados a asentar el dato en las biografías, estudios críticos, exégesis, prólogos, historias de la literatura.

Será verdad de algún modo. Pero será una verdad a medias, discutible. Será, en todo caso, una interpretación, una simplificación del verbo “respirar”.

Entonces, y a la inversa, decir que María Elena Walsh ha muerto puede ser, según se mire, un desacierto, una miopía, una apreciación meramente biológica, cuando lo biológico es apenas un modo de la existencia. Un modo que nuestra gran poeta ha logrado trascender con holgura.

Sin intención ni posibilidad alguna de transformar este espacio en un artículo crítico voy a permitirme recordar y mencionar brevemente algunas características de su trabajo literario.

Creo que el dulce mestizaje de sangres que le dio vida, entre inglés y criollo, se evidenció en su escritura, donde junto a una estilística y una poética con claves europeas, y particularmente inglesas, surgió y fue creciendo la interioridad latinoamericana. Lenguaje, melodías, asuntos, personajes que no pudieron ser creados sino por una talentosa capaz de amalgamar las dos orillas para crear de un modo límpido y original.

Habría que agregar que el componente folklórico que atraviesa gran parte de su trabajo no es resultado exclusivo de los sentimientos sino, también, de la atención de una estudiosa puesta sobre la música y la lírica popular de nuestro país.

Ahora, este mestizaje del que hablamos se hace notar de otros modos. Por ejemplo, en la decisión poética de unir métricas y rimas estrictas con un lenguaje improbable. Digamos, ponerle corbata al caos. O casi en sus palabras: meter el viento en una cajita de fósforos.

Cuando dentro de los límites de una estrofa perfecta, en sílabas contadas y rima consonante, encontramos una dicción del disparate más una argumentación patas arriba, los lectores entramos de lleno al espacio de la maravilla.

Si el delirio tiene una lógica, ¡y la tiene! María Elena Walsh supo encontrarla.

Juego, humor, absurdo y música son conceptos que, con distintos grados de profundidad, aparecen en cada artículo o comentario, ensayo o investigación acerca de su obra. Y supongo que difícilmente puedan o deban obviarse. Incluso separarse, puesto que se presentan muy articulados en su escritura. Así es como, leyéndola y cantándola, el absurdo juego del humor, la música absurda de los juegos, y el juego musical de la risa nos pone, enseguida, a soñar.

El absurdo, el sinsentido y el disparate no son, en la obra de María Elena Walsh, una pura pátina formal ni tampoco un embeleso carente de sustancia. Por el contrario, la poética del absurdo se sostiene, cuanto menos, sobre dos sólidas columnas. Una de ellas es la metaforización del mundo humano, del ser y el quehacer de nuestras sociedades. Hablando absurdamente habla sobre el absurdo y pone en jaque la solidez de nuestra lógica. La misma lógica que da origen a la burocracia, al consumismo, a la guerra y a la tristeza.

Pero el absurdo tiene también, según creo, relación con una convicción estética: la de trabajar por fascinación, la de confiar en los argumentos de la melodía. En definitiva, la certeza de que el arte poético poco tiene que ver con la secuencia de la demostración y, en cambio, le adeuda sus mejores sentidos a la estética.

En cuanto al humor y a la sonrisa son, en ella, la más humana y eficiente herramienta para encarar el fracaso, los miedos (desde el miedo del niño a la vacuna hasta el miedo del adulto a la soledad). El humor, en la poesía de María Elena Walsh, es un modo de echarse la vida a las espaldas para seguir viaje hacia delante.

¿Y la música?

La música, tantas veces reconocible en formatos tradicionales, parece relacionada con la memoria. Lo que se canta, nos dice la obra de María Elena Walsh, mejor se recuerda. La memoria, como cualquier otra virtud humana, debe ejercitarse. En sus poemas y canciones, tanto las que priorizan al lector niño como las que priorizan al lector adulto, se fragua la memoria de nuestra historia, se recuerdan las deudas pendientes con la justicia, y hasta se potencia lo más jugoso de la nostalgia.

Nos falta el juego...

Porque juega, ¡y mucho!, la escritura de María Elena Walsh.

Brinca, adivina, vuelca y revuelca, esconde, encuentra y vuelve a esconder. El que juega, lo sabemos, invita a jugar. Por eso, abrimos sus libros y encontramos un sitio pendiente en la ronda. Pocas veces resulta tan cierto que la literatura requiere de un lector para completarse. En este caso, la poeta lo reclama y lo exige. ¡Ey, lector!, esto es entre dos.

Hay una instigación evidente al juego y, al cabo, resulta muy difícil ser sus lectores sin jugar con ella.

Todas estas marcas, que atraviesan su larga y profusa labor, la emparientan con la oralidad. Y nos permiten afirmar su condición de juglar.

Cantar para contar mejor y que no se olvide, que siga de boca en boca, que se meta por cualquier resquicio del alma y allí anide. Sus poesías y sus canciones andan de plaza en plaza y de pueblo en pueblo contando acá sobre los de allí, contando allí sobre los de acá.

Maravilloso carromato que llega para reunir a viejos y niños, enamorados y académicos, peces y pájaros, gatos y perros, al pueblo entero, sin que nadie se quede al margen, porque donde ella canta cabemos todos.

Ayer mismo, entre las muchas voces que la recordaron, escuché la de Mempo Giardinelli. El querido escritor, además de señalar aspectos de la trayectoria y el modo de ser artístico de María Elena Walsh, mencionó la moral que aparece vertebrando su obra. Sin duda, dio en la tecla. Apuntó a lo preciso.

Nunca la moral de un poeta es independiente de sus versos. Quizá sea esa la única imposibilidad del arte: deshacerse de la índole profunda de quien lo hace.

Claro, moral sin disfraces. Moral de la libertad, moral que es posición tomada y defendida.

Porque, me atrevo a decir, cada estrofa en sus poesías y cada línea en su prosa remiten, artísticamente, a su vigoroso compromiso con la justicia, con el humanismo. La educación y sus “campanas de palo”, la situación de las mujeres, los crímenes contra la libertad, las hipocresías sociales, la imaginación como arma y herramienta son algunos de los temas que, en mi opinión, merecieron un tratamiento reiterado en su trabajo literario. Y aquí vale la pena detenerse a señalar que lo hizo tan pero tan lejos de la diatriba, los sermones y las sentencias.

De entre los temas mencionados arriba, y que de ningún modo pretenden agotar la lista, hay uno en el que voy a detenerme un momento. Las mujeres.

Cuando aún no eran tantas las manos que alzaban las banderas de la igualdad de géneros, cuando no eran tantas las voces, ella hablaba a voz en cuello como denuncia y como militancia acerca de la situación de las mujeres en nuestra sociedad.

¿Recuerdan a aquella pobre mujer que se murió de cansada? “Aleluya, me mudo a un hogar donde nada se vuelve a ensuciar”, fueron sus últimas palabras.

Pero, al respecto, hay unos versos de fabulosa contundencia porque reúnen lo genérico y lo social.

“Quien no fue mujer ni trabajador piensa que el de ayer fue un tiempo mejor.”

¡Bendita maestra!

Su obra es un ejemplo de cuánto necesita, el esqueleto de la estética, cubrirse con la carne del contenido para cobrar vida y caminar.

Y si de enseñanzas hablamos, hay una especialísima y determinante para quienes de un modo o de otro estamos ligados a la escritura para niños y jóvenes.

Nunca María Elena Walsh escribió para los niños con esa “piedad” odiosa que tan fácil se ve y tan poco enamora. Nunca escribió mirándolos desde lo alto ni, mucho menos, pensándolos como caricaturas. No tuvo temor a enfrentarlos con la parodia, el absurdo o la complejidad del disparate cuando el disparate tiene una lógica propia. Habló con los niños en frecuencia artística y por eso se hizo inolvidable.

La literatura para niños es en la pluma de María Elena Walsh literatura sin fronteras, que universaliza los sentimientos y los conflictos.

Por fin, voy a pedirles que nos detengamos en algunos de sus versos. Ni los mejores, ni los primeros ni los últimos. Algunos que elegí sólo porque me ponen la piel de gallina.

En su poema “Pena de Muerte” dice:

Cada vez que se alude a este escarmiento/
la humanidad retrocede en cuatro patas.
“Canción de cuna para un gobernante” dice:
Duerme mientras arriba lloran las aves/
Y el lucero trabaja para la cárcel.
Y dice “Serenata para la tierra de uno”:
Porque el idioma de infancia/
es un secreto entre los dos./
Porque le diste reparo/
Al desarraigo de mi corazón.

Con seguridad, cada uno de estos versos merece un minuto de poético silencio.

Dice María Elena Walsh, y seguirá diciendo. Vale y valdrá porque hay arte y verdad en lo suyo.

Seguramente en estos días, muchos vamos a descubrirnos tarareando “Manuelita”, “El Reino del Revés” o “La cigarra” sin haberlo decidido previamente.

Entonces cuando respiremos, del auténtico verbo respirar, cuando tomemos aire para el canto, ella va a respirar en nosotros.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6255-2011-01-14.html

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