sábado, 28 de marzo de 2009

Por qué no me callo

Julio Herrera

El amargo desconcierto que el nuevo rumbo de los procesos sociopolíticos mundiales deja en los espíritus solidarios y progresistas; la frustración de quienes han visto la esterilidad de sus sacrificios y de su vida, consagrada a la redención de la plebe alienada y subyugada; la tristeza infinita que la vileza del vulgo genuflexo deja en las conciencias inflexibles; la cólera inaudita de quienes han creído en el apostolado de los ideales, en el sacerdocio de la solidaridad, y ven de repente su credo y su evangelio pisoteados por los tumultos despavoridos ante el “!sálvese quien pueda!” de la hora actual; el desaliento invasor, la desconfianza que cae en el ánimo tras el naufragio de fortalezas sociopolíticas que creíamos monolíticas; la impotencia ante el despotismo; la nostalgia de tiempos épicos…, ...todo eso sume el alma en una quietud funeral..., todo eso tiende a arrojar el alma estupefacta en el limbo inmutable del desdén, ...del desprecio... y del silencio.

Pero el silencio no es la solución, porque el silencio no combate la decadencia ni la decrepitud de la humanidad. El silencio es el sello definitivo de la muerte, y la muerte, aunque nos libera de las miserias cotidianas de la vida, no combate la iniquidad ni la decrepitud de los seres vivientes. Es a causa del marasmo y del silencio que muere nuestro corazón en la hipertrofia y que los pueblos mueren en la ignominia de su muda resignación. Sólo el combate por una vida digna de ser vivída salva de la decrepitud y de los despotismos. Sólo el combate crea la vida, porque la vida es un combate: el de la supervivencia. Resignarse, es decir capitular, es morir.

Sí. Luchar o morir es el dilema de la hora actual. Pero si optamos por la vida no debemos concederle tregua al desaliento ni a la resignación. Es sólo cuando nos resignamos cobardemente a la derrota que estamos definitivamente vencidos. Porque aunque estemos intimidados por los sicarios de las tiranías para la acción justiciera, no estamos amordazados para decir la verdad acusadora.

Por eso no callo, porque callarse es abdicar, es capitular, cuando no es hacerse cómplice de los tiranos.

Por eso no callo, porque el combate de la verdad contra la falsedad es el deber ineludible de la hora actual, y porque es solamente ante una justicia real, ante una democracia auténtica, que le es permitido el silencio a un hombre honesto con su propia conciencia y solidario con los oprimidos.

¡No me callo porque hay que gritar la verdad desnuda a los cuatro vientos, y que ella resuene alto y sin miedo, como un clarín de guerra en ésta somnolencia de rumiantes que los cobardes llaman "paz". Que ella despierte en nuestra sangre latina el recuerdo de nuestros postulados ancestrales, de nuestros héroes y de nuestras epopeyas olvidadas; que ella denuncie ésta virtual libertad condicional del mundo, éste auténtico estado de sitio impuesto por el neoliberalismo depredador; que ella grite ALERTA! ante las seducciones neoliberales que son sólo emboscadas comerciales, y que, con su verbo colérico y sincero, ella derribe de sus altares y pedestales a los ídolos y dioses de la iniquidad!

Por eso no callo, porque hay que pregonar la fecundidad prodigiosa de la solidaridad y de los ideales progresistas a quienes huyen por la senda cobarde de la apostasía, y porque decir la verdad debe ser la divisa de las conciencias solidarias e insobornables, de los latinos orgullosos de serlo,…y de todos los hombres que crean merecer ese calificativo.

Por eso no me callo, porque decir la verdad es el deber prioritario de las conciencias inalienables, y porque el silencio cobarde es el conformismo, es el sedentarismo moral que elude la batalla.

No callo porque me rebelo a silenciar la voz de mi conciencia y la furiaroja de mi corazón, porque en mi conciencia solo manda mi corazón y en mi corazón solo manda mi conciencia; no callo porque, al igual que Fidel y Chávez, mi verbo rojo no se amedrenta ante perfumados monarcas hispanos ni ante azufrados emperadores yanquis; porque mi verbo es un sonoro ¡YO ACUSO! ante aquellos que venden nuestra América latina, ante aquellos que la compran y ante los proxenetas que la deshonran, la violan y la prostituyen!

Por eso no callo, porque decir la verdad, toda la verdad, y sólo la verdad ante el jurado de la humanidad es el deber primordial de la hora actual, aunque los victimarios de la humanidad se hayan constituido en los jueces de ella. Hay que gritar a los traficantes de pueblos que con su dinero podrán tal vez sobornar tiranos y comprar mercenarios, ¡pero que no lograrán comprar el veredicto final de los pueblos y de la historia!

El imperio de las tinieblas no tiene sino un sol que las disipe: la verdad. Es a la sombra del silencio y la resignación que prosperan el mal, las tiranías y los imperios. He ahí porqué callar en esta época de oprobio es agregar un oprobio más a la época infame. He ahí porqué todas las conciencias nobles y rebeldes a las tiranías tienen el deber de dar a los hombres la luz de ese sol de la verdad.

Decir la verdad luminosa en ésta época de tinieblas sociopolíticas es el deber de toda conciencia honrada. Y ése deber no se discute ni se delega: ¡SE CUMPLE!


Julio Herrera
http://cultural.argenpress.info/2009/03/por-que-no-me-callo.html

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