PepCastelló
Como podrán ver quienes entren en la página web de la Comunidad de Taizé [1], su ya remoto origen se sitúa en los tristes años de la segunda guerra mundial, cuando los ejércitos alemanes invadieron Francia y la locura nazi desencadenó una feroz persecución de judíos, gitanos y otros seres que en su ideario figuraban como inferiores. Allí el Hermano Roger de la Iglesia Calvinista y otras personas compasivas de diversas confesiones religiosas escondieron a cuantos pudieron e hicieron cuanto pudieron para ayudarles a huir. Taizé nació pues horizontalmente, con amplia vocación fraterna en favor del débil, del injustamente perseguido por el poder.
Pasada la gran guerra, una parte de quienes allí actuaron, provenientes de diversas iglesias cristianas, decidieron unirse en comunidad fraterna para dedicarse a organizar encuentros de jóvenes procedentes de diversos países e iglesias con el fin de que se conociesen y amasen y fuesen capaces de negarse a repetir la barbarie de la guerra que tan de cerca ellos habían vivido.
La diversidad confesional de los hermanos imprimió desde un buen comienzo un carácter nada común en las iglesias cristianas, pues nadie impuso allí credo ni doctrina alguna. Ni se le impone a nadie todavía. Cada cual es aceptado con sus creencias y sus diferencias personales en pensamiento y en fe. La plegaria responde a la pluralidad de confesiones e iglesias cristianas de quienes allí se acogen y puede ser compartida por creyentes de otras religiones y aun por no creyentes. Nadie queda excluido del ágape, de la comunión simbólica, ya que incluso quienes no comparten las creencias eucarísticas pueden participar tomando un simple pedazo de pan bendecido.
La acogida y el respeto mutuo son los principios fundamentales de la Comunidad de Taizé. Bien distinto de los que rigen en la Iglesia Católica Romana, perseguidora de herejes e infieles desde su comienzo y a lo largo de los siglos y de disidentes aun en la actualidad, que desde su instauración como religión del Imperio tuvo como principal objetivo la unidad religiosa y la sumisión de toda la población a su doctrina, en ámbito imperial primero y mundial después. Tanto fue así que cabe preguntarse si aquel cristianismo lleno de humanidad que afirmaba «no se ha hecho el hombre para la Ley sino la Ley para el hombre», una vez convertido en religión del Imperio no sirvió para lo contrario, para someter al hombre a la Ley que dictaban los poderes de turno.
Pienso que la Comunidad de Taizé es un posible modelo de lo que debieran ser las comunidades cristianas en nuestro mundo occidental. Ecuménica desde su origen, ha hecho del respeto a la diversidad de pensamiento y creencias uno de sus principios fundamentales. Completamente autónoma, basa su economía en su propia actividad y no acepta donativos personales ni dinero de institución alguna, ni civil ni eclesiástica. La forma de vida sencilla y solidaria que allí se sigue es un modelo estimable de conducta. La pluralidad confesional que la hace eclesiásticamente libre, la independencia económica, la sencillez de vida y la ausencia absoluta de aspiraciones expansionistas, junto con su fidelidad al evangelio libran a la Comunidad de Taizé de dar soporte mediante ignominiosas connivencias y sacrílegas bendiciones a regímenes políticos autoritarios e injustos, a criminales golpistas, a poderosos adoradores de Mammón cuya codicia es la principal causa del sufrimiento de millones de seres humanos, algo bien distinto de cuanto ha hecho la Iglesia Católica Romana a lo largo de los tiempos.
Si observamos con atención podremos ver que en Taizé bien poco cuenta el desmesurado afán de confort, prestigio y poder que constituyen los valores máximos en nuestra civilización occidental cristiana, hoy extendidos a lo largo y ancho del mundo. La extrema sencillez que allí reina en todas sus dependencias, empezando por el templo, contrasta con la magnificencia de los grandes templos cristianos de todas las épocas. Sin duda alguna Taizé es un claro esfuerzo por poner en práctica la Buena Nueva evangélica en su más pura esencia; un camino hacia la equidad mediante la acogida, la colaboración, la ayuda mutua, el alegre compartir, la austeridad necesaria para que en el mundo no haya pobreza. No en vano uno de sus cantos dice «Beati voi poveri, perché vostro è il regno di Dio». ¡Qué absurdo e hipócrita resultaría este texto en el interior de la basílica de San Pedro de Roma o en el de tantas magníficas catedrales ricamente ornamentadas, que no son sino elocuentes manifestaciones del poder eclesiástico!
Quienes quieran cerciorarse del contraste que acabamos de señalar, no tienen más que detenerse en su regreso a casa a visitar la catedral de Albi, dedicada a Santa Cecilia (siglos XIII al XVI), impresionante mole de ladrillo rojo, con más aspecto de fortaleza que de templo, construida para conmemorar la victoria de la Iglesia Católica Romana sobre la herejía cátara, exterminada a fuego y filo de espada, y advertir del fin que les esperaba a quienes irreflexivamente intentasen apartarse de sus enseñanzas. Por si la gran estructura no fuese suficientemente elocuente, el interior majestuosamente decorado es un rendido homenaje escultórico y pictórico a los poderes temporales y a la gloria de los elegidos, los cuales, como es de esperar, son los poderosos de turno fieles a la Iglesia y quienes les obedecían. En esa visita y en otras a similares monumentos podrá ver, quien tenga ojos y los quiera usar, qué derroteros tan poco evangélicos ha recorrido la Iglesia a lo largo de los siglos. Ante semejantes manifestaciones de prepotencia, tan comunes y tan frecuentes en los grandes templos católicos y tan presentes en todas las manifestaciones de la alta jerarquía eclesiástica desde los más remotos tiempos hasta el presente, una pregunta surge de lo más hondo de mis entrañas: ¿abandonará algún día la Iglesia Católica Romana su intolerancia doctrinal y ese gran apego al poder que le impiden hoy colaborar en el proceso de evolución humana que tanto necesita el mundo y en especial nuestra civilización occidental cristiana?
Por supuesto que no tengo respuesta para esta pregunta, pero a fuer de sincero debo decir que no espero que eso ocurra, pues son muchos los intereses personales y colectivos que atenazan a esa macro organización religiosa. No hay nada que me anime a esperar ningún cambio de conducta en quienes la rigen y quienes les rodean, sino al contrario, que persistan hasta el final en la misma obcecada cerrazón que ahora muestran. Ya vimos el pasado siglo XX que la curia pudo más que el papa Juan XXIII, de modo similar a como casi dos mil años antes el poder religioso había podido más que el mensaje humano de Jesús de Nazaret. Cabe esperar no obstante, pues a ello nos lleva el conocimiento que tenemos del devenir humano a lo largo de los tiempos, que con creencias religiosas diversas o sin ellas siga habiendo en el mundo personas que evolucionen hacia cotas cada vez más elevadas de humanidad, para su bien y el del universo entero. Y cabe esperar también −¿cómo no?− que nuestro ánimo pueda permanecer hasta el final en esta remota, tenue y peregrina esperanza. A ello contribuyen, entre miles y millones de personas diversas, la Comunidad de Taizé y quienes con ella colaboran.
[1] http://www.taize.fr/es
Artículos anteriores relacionados con el presente:
I - Taizé, peregrinación y encuentro
http://lahoradelgrillo.blogspot.com/2009/08/taize-peregrinacion-y-encuentro.html
PepCastelló
Comentarios y FORO...
Como podrán ver quienes entren en la página web de la Comunidad de Taizé [1], su ya remoto origen se sitúa en los tristes años de la segunda guerra mundial, cuando los ejércitos alemanes invadieron Francia y la locura nazi desencadenó una feroz persecución de judíos, gitanos y otros seres que en su ideario figuraban como inferiores. Allí el Hermano Roger de la Iglesia Calvinista y otras personas compasivas de diversas confesiones religiosas escondieron a cuantos pudieron e hicieron cuanto pudieron para ayudarles a huir. Taizé nació pues horizontalmente, con amplia vocación fraterna en favor del débil, del injustamente perseguido por el poder.
Pasada la gran guerra, una parte de quienes allí actuaron, provenientes de diversas iglesias cristianas, decidieron unirse en comunidad fraterna para dedicarse a organizar encuentros de jóvenes procedentes de diversos países e iglesias con el fin de que se conociesen y amasen y fuesen capaces de negarse a repetir la barbarie de la guerra que tan de cerca ellos habían vivido.
La diversidad confesional de los hermanos imprimió desde un buen comienzo un carácter nada común en las iglesias cristianas, pues nadie impuso allí credo ni doctrina alguna. Ni se le impone a nadie todavía. Cada cual es aceptado con sus creencias y sus diferencias personales en pensamiento y en fe. La plegaria responde a la pluralidad de confesiones e iglesias cristianas de quienes allí se acogen y puede ser compartida por creyentes de otras religiones y aun por no creyentes. Nadie queda excluido del ágape, de la comunión simbólica, ya que incluso quienes no comparten las creencias eucarísticas pueden participar tomando un simple pedazo de pan bendecido.
La acogida y el respeto mutuo son los principios fundamentales de la Comunidad de Taizé. Bien distinto de los que rigen en la Iglesia Católica Romana, perseguidora de herejes e infieles desde su comienzo y a lo largo de los siglos y de disidentes aun en la actualidad, que desde su instauración como religión del Imperio tuvo como principal objetivo la unidad religiosa y la sumisión de toda la población a su doctrina, en ámbito imperial primero y mundial después. Tanto fue así que cabe preguntarse si aquel cristianismo lleno de humanidad que afirmaba «no se ha hecho el hombre para la Ley sino la Ley para el hombre», una vez convertido en religión del Imperio no sirvió para lo contrario, para someter al hombre a la Ley que dictaban los poderes de turno.
Pienso que la Comunidad de Taizé es un posible modelo de lo que debieran ser las comunidades cristianas en nuestro mundo occidental. Ecuménica desde su origen, ha hecho del respeto a la diversidad de pensamiento y creencias uno de sus principios fundamentales. Completamente autónoma, basa su economía en su propia actividad y no acepta donativos personales ni dinero de institución alguna, ni civil ni eclesiástica. La forma de vida sencilla y solidaria que allí se sigue es un modelo estimable de conducta. La pluralidad confesional que la hace eclesiásticamente libre, la independencia económica, la sencillez de vida y la ausencia absoluta de aspiraciones expansionistas, junto con su fidelidad al evangelio libran a la Comunidad de Taizé de dar soporte mediante ignominiosas connivencias y sacrílegas bendiciones a regímenes políticos autoritarios e injustos, a criminales golpistas, a poderosos adoradores de Mammón cuya codicia es la principal causa del sufrimiento de millones de seres humanos, algo bien distinto de cuanto ha hecho la Iglesia Católica Romana a lo largo de los tiempos.
Si observamos con atención podremos ver que en Taizé bien poco cuenta el desmesurado afán de confort, prestigio y poder que constituyen los valores máximos en nuestra civilización occidental cristiana, hoy extendidos a lo largo y ancho del mundo. La extrema sencillez que allí reina en todas sus dependencias, empezando por el templo, contrasta con la magnificencia de los grandes templos cristianos de todas las épocas. Sin duda alguna Taizé es un claro esfuerzo por poner en práctica la Buena Nueva evangélica en su más pura esencia; un camino hacia la equidad mediante la acogida, la colaboración, la ayuda mutua, el alegre compartir, la austeridad necesaria para que en el mundo no haya pobreza. No en vano uno de sus cantos dice «Beati voi poveri, perché vostro è il regno di Dio». ¡Qué absurdo e hipócrita resultaría este texto en el interior de la basílica de San Pedro de Roma o en el de tantas magníficas catedrales ricamente ornamentadas, que no son sino elocuentes manifestaciones del poder eclesiástico!
Quienes quieran cerciorarse del contraste que acabamos de señalar, no tienen más que detenerse en su regreso a casa a visitar la catedral de Albi, dedicada a Santa Cecilia (siglos XIII al XVI), impresionante mole de ladrillo rojo, con más aspecto de fortaleza que de templo, construida para conmemorar la victoria de la Iglesia Católica Romana sobre la herejía cátara, exterminada a fuego y filo de espada, y advertir del fin que les esperaba a quienes irreflexivamente intentasen apartarse de sus enseñanzas. Por si la gran estructura no fuese suficientemente elocuente, el interior majestuosamente decorado es un rendido homenaje escultórico y pictórico a los poderes temporales y a la gloria de los elegidos, los cuales, como es de esperar, son los poderosos de turno fieles a la Iglesia y quienes les obedecían. En esa visita y en otras a similares monumentos podrá ver, quien tenga ojos y los quiera usar, qué derroteros tan poco evangélicos ha recorrido la Iglesia a lo largo de los siglos. Ante semejantes manifestaciones de prepotencia, tan comunes y tan frecuentes en los grandes templos católicos y tan presentes en todas las manifestaciones de la alta jerarquía eclesiástica desde los más remotos tiempos hasta el presente, una pregunta surge de lo más hondo de mis entrañas: ¿abandonará algún día la Iglesia Católica Romana su intolerancia doctrinal y ese gran apego al poder que le impiden hoy colaborar en el proceso de evolución humana que tanto necesita el mundo y en especial nuestra civilización occidental cristiana?
Por supuesto que no tengo respuesta para esta pregunta, pero a fuer de sincero debo decir que no espero que eso ocurra, pues son muchos los intereses personales y colectivos que atenazan a esa macro organización religiosa. No hay nada que me anime a esperar ningún cambio de conducta en quienes la rigen y quienes les rodean, sino al contrario, que persistan hasta el final en la misma obcecada cerrazón que ahora muestran. Ya vimos el pasado siglo XX que la curia pudo más que el papa Juan XXIII, de modo similar a como casi dos mil años antes el poder religioso había podido más que el mensaje humano de Jesús de Nazaret. Cabe esperar no obstante, pues a ello nos lleva el conocimiento que tenemos del devenir humano a lo largo de los tiempos, que con creencias religiosas diversas o sin ellas siga habiendo en el mundo personas que evolucionen hacia cotas cada vez más elevadas de humanidad, para su bien y el del universo entero. Y cabe esperar también −¿cómo no?− que nuestro ánimo pueda permanecer hasta el final en esta remota, tenue y peregrina esperanza. A ello contribuyen, entre miles y millones de personas diversas, la Comunidad de Taizé y quienes con ella colaboran.
[1] http://www.taize.fr/es
Artículos anteriores relacionados con el presente:
I - Taizé, peregrinación y encuentro
http://lahoradelgrillo.blogspot.com/2009/08/taize-peregrinacion-y-encuentro.html
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