miércoles, 31 de marzo de 2010

Privado contra público

Jaime Richart

Hace 30 años, en una isla que insistía en mantener su carácter periférico con relación a Europa, nacía una revolución que se extendería por todo el mundo. Margaret Thachter, ganó sus primeras elecciones en mayo de 1979 y llegó a Downing Street con un mantra repetido hasta la saciedad: "Menos Estado y más mercado". Lo que equivalía a “Menos Estado más adoración por lo privado”.

El modelo del thatcherismo durante los once años y medio en los cuales Margaret Thatcher ejerció el cargo de primer ministro provocó un cambio sustancial en la cultura inglesa y, a nivel mundial marcó el comienzo de una nueva organización del capitalismo mundial cuyas consecuencias son hasta hoy evidentes. Hasta entonces, gracias a esa primacía las naciones del capital habían desarrollado sus potencialidades con un cierto orden y una cierta justicia social en comparación con la que ha ido llegando después y no digamos con la que se perfila en el horizonte. Se acabó aquel Estado del Bienestar, el Welfare State, donde lo público primaba sobre lo privado.

Desde entonces se viene librando una lucha económica, política y social a muerte entre “lo privado” y “lo público” en la que “lo público” (lo que es de todos) tiene todas las de perder. Las instituciones y las policías refuerzan la causa de lo privado que cuenta hasta con ejércitos de seguridad... privados.

Así es cómo desde los 80 rápidamente se ha ido instalando en el avispero del capitalismo la ley de la selva y la consagración del darwinismo social con toda su violencia. Actualmente y pese a la reforma sanitaria en el imperio que de algún modo rescata la importancia de lo público, lo público está en franco retroceso. De ahí que la titánica labor de las instituciones contra la corrupción en España tengan tan pocas posibilidades de éxito frente a la justicia ordinaria; justicia cuyo seso está absorbido por la prioridad de los intereses egoístas de los grandes desvalijadores, sobre los intereses colectivos y públicos.

Así está sucediendo que, pese a las aparatosidades que suelen acompañar en este país a las reformas nominales de las costumbres y también las del sentido común, lo público está siendo contemplado por las instancias superiores de la justicia y de la alta y aun media sociedad como un pecado venial llamado incluso a desaparecer. El más inteligente, para toda esa gente, es sobre todo el “listo” que sabe cómo apropiarse de los caudales públicos, del bien común que, para el talante clásico de la política, es sagrado.

De ahí también que buena parte del electorado, es decir, unos diez millones de votantes casi inamovibles del PP vean con indulgencia o hasta con entusiasmo la habilidad de los políticos ladrones de la cosa pública como un mérito político y personal, en lugar de considerarla como una depravación del sentido de servicio a la colectividad. Por eso en las encuestas sobre intención de voto, pese a su latrocinio generalizado el PP avanza

De ahí también que lejos de distanciarse del partido corrupto, los pretendidos “socialistas” se acerquen día a día peligrosamente al mismo desprecio del PP por los valores colectivos. Esto se ve mucho mejor cuando sus miembros y sus “miembras” ya no están en el poder. Ahí tenemos, por ejemplo, al ex socialista Felipe González asesorando al mayor multimillonario del mundo y favoreciendo la causa de la riqueza sin límites. O a todos esos otros ex socialistas: Solbes, Solana y un etcétera que abochorna a cualquiera que mantenga un cierto respeto por “lo público”, lo colectivo, lo comunal y lo social. Ahí los tenemos haciendo apología directa o indirecta del neoliberalismo; un movimiento político y económico perverso que está liquidando en este país toda preocupación por la cosa pública, por la asistencia social, por la atención, en suma, de los desfavorecidos en el reparto ruin de la riqueza característica de los países supercapitalistas.

http://www.argenpress.info/2010/03/privado-contra-publico.html


martes, 23 de marzo de 2010

La “última cena” de Monseñor Romero, un mártir incómodo

Braulio Hernández Martínez

En el treinta aniversario de su martirio

 “¡Y dígales a los padres de la UCA que lo que monseñor dijo ayer en la homilía es un delito!”, advirtió, amenazante, el oficial militar a la persona que había ido por la mañana a recoger el parte sobre los incidentes de la toma de la UCA por la policía nacional. Era lunes, 24 de marzo de 1980. Monseñor Romero amaneció con su sotana blanca. Cuando se vestía de blanco, las hermanas del hospitalito, donde vivía, sabían que él iba a salir hacia el mar. “A saber a dónde va…”, “A saber qué tiene por ahí…”, le decían las hermanas, tomándole el pelo. “Llévenos, monseñor…”, le suplicó otra, en son de broma. “A donde yo voy, ustedes no pueden ir…”, respondió, mientras tomaba un bocado.

Ese lunes, 24 de marzo, monseñor dijo su misa matutina. Después de desayunar se dio una vuelta por el arzobispado. Y, con un grupo de sacerdotes, partió hacia el mar. Llevaban, para reflexionar, un documento papal, sobre el sacerdocio. Comieron, haciéndose bromas, a la sombra de los cocoteros. Regresaron antes de las tres de la tarde. Monseñor tenía una misa en el hospitalito a las seis. Se duchó, atendió a una visita y después fue a visitar a su médico para que le mirara los oídos. A las cuatro y treinta, se dirigió a Santa Tecla, a la casa de los jesuitas, para ver a su confesor: “Vengo, padre, porque quiero estar limpio delante de Dios”. A las seis y veintiséis (“él cenaba habitualmente a las seis y media”), monseñor Romero caía, asesinado, en el altar, en el ofertorio de la misa. Como santo Thomas Beckett. “Monseñor Romero: un mártir del siglo XX. Asesinado por predicar el evangelio” recogía, en la portada, el ABC de Sevilla (27/03/1980).

Sin embargo, cuenta el periodista Juan Arias, en el primer viaje de Juan Pablo II a América latina, el Papa Wojtyla se irritó con él porque le mencionó el martirio de monseñor Romero. “Eso aún había que probarlo”, le cortó el pontífice. En el mundo Romano, monseñor Romero no tenía muchos forofos. Entre sus amigos, estaban el padre Arrupe, General de los jesuitas, y el cardenal argentino Eduardo Pironio (amigo, y confidente, del malogrado Juan Pablo I). Juan Pablo II condenó el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero como “un crimen execrable”. Pero se refirió al arzobispo salvadoreño como ‘celoso pastor’, nunca lo elogiaba como mártir, escribe el sacerdote Jesús López Sáez en “El día de la cuenta” (comayala.es).

Un mes antes de morir asesinado, monseñor Romero había denunciado, el 24 de febrero, una nueva amenaza de muerte. “Desde 1979, cuando se dirigía en su ‘jeep’ a los cantones, empezaron a cachear su automóvil -y también a él, con los brazos en alto, como si fuera un subversivo- por las fuerzas de seguridad”. Hasta que “acallaron su voz para no tener que oír la llamada a la conversión”, escribe el P. Jesús Delgado: “Óscar A. Romero. Biografía”, UCA Editores.

Treinta años después, “San Romero de América” no tiene sitio en el Santoral oficial. Pero su nombre figura inscrito en el Martirologio latinoamericano, el “rincón de la Memoria de los Mártires de América”, se lee en el “calendario litúrgico” de Koinonía. Son cientos, entre sacerdotes, religiosas, religiosos, diáconos, seminaristas, catequistas, campesinos,… víctimas de las dictaduras latinoamericanas (de derechas). Entre ellos Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989 junto a cinco jesuitas (cuatro españoles) y dos mujeres. Pero “no son el modelo de santos que promueve el Vaticano”. Ellacuría y Jon Sobrino, jesuitas vascos, tuvieron mucho que ver en la conversión de Romero.

Óscar Romero, aunque “siempre samaritano”, era un sacerdote de perfil conservador, defensor de la pastoral sacramentalista, de la piedad personal, y de la pureza del magisterio. Su receta, más piedad y oración, y menos cantos de protesta social, chocaba con la praxis de los sacerdotes más jóvenes, especialmente los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA). Ellos eran el blanco de los ataques de su pluma; primero en San Miguel. Y después, siendo obispo auxiliar, cuando el arzobispo (como mal menor) lo puso al frente de Orientación, semanario de información religiosa. Su falta de sintonía con la línea pastoral de la archidiócesis (especialmente con el otro obispo auxiliar, A. Rivera Damas, “cien por cien medellinista”), llevó a Romero a dejar de asistir a las reuniones del clero. El arzobispo, Chávez y González, sabedor de que Romero hacía piña con el nuncio, tuvo que consentir aquellas ausencias.

Cuando fue nombrado obispo titular de la diócesis de Santiago de María, monseñor Romero tuvo que hacer frente a un experimento piloto de pastoral popular, “Los Naranjos”, juzgado como peligroso por el Gobierno. Nacido del espíritu de Medellín, era “una experiencia de evangelización, adaptada al campesinado, donde se impartía la palabra de Dios en clave de concienciación política, para un pueblo oprimido, sin voz”. Monseñor Romero, lo canceló, temporalmente, comprometiéndose a estudiarlo. Tras corregir algún exceso en la interpretación del Documento de Medellín, propuso implantarlo en cada parroquia, bajo la supervisión de los párrocos y del obispo. Romero empezaba a abrirse al espíritu de Medellín (origen de la Teología de la Liberación). Años después, en una carta a Juan Pablo II, le escribirá: “Creo en conciencia que Dios pide una fuerza pastoral en contraste con las inclinaciones ‘conservadoras’ que me son tan propias, según mi temperamento”.

En junio de 1975, un mes muy sangriento, un grupo de campesinos que regresaban de una celebración litúrgica, fue ametrallado, premeditadamente, por la Guardia Nacional en el cantón Las tres Calles. El gobierno lo justificó, alegando que portaban armas subversivas. Sus únicas armas eran sus biblias. Monseñor Romero consoló a los familiares de las víctimas; pero no condenó públicamente la masacre, desoyendo el clamor popular. Se limitó a enviar una carta de queja al presidente Molina, su amigo. El funeral derivó en un acto de protesta.

Su tibia reacción en la condena, hizo creer al Gobierno (y a la oligarquía que lo sustentaba) que Romero era un obispo a su medida, que no interfería en sus cruzadas contra la subversiva pastoral medellinista (a la que acusaban de marxista). De forma unánime –cuando llegó la jubilación del arzobispo Chávez– el Gobierno, y las clases influyentes y adineradas, dieron su aprobación al nuncio cuando éste, que había apostado por Romero, les pidió su opinión para nombrarlo como arzobispo de la capital. Lo “natural” hubiera sido nombrar sucesor al otro auxiliar, A. Rivera Damas, con mucha más antigüedad, y que aseguraba la continuación de la línea pastoral de la archidiócesis. El problema del nuncio fue convencer al sector más influyente del clero para que arroparan al nuevo arzobispo (tan crítico con la pastoral archidiocesana cuando estuvo de auxiliar). Para el grueso del clero, la noticia del nombramiento de Romero, el 3 de febrero de 1977, fue una mala noticia.

Sólo 20 días después de tomar posesión, asesinaban, el 12 de marzo de 1977, al jesuita Rutilio Grande, y a dos campesinos colaboradores, que venían de celebrar un matrimonio. El asesinato de su amigo Rutilio (había sido el maestro de ceremonias en su consagración episcopal) provocó en el arzobispo Romero un milagro. Como el ciego de nacimiento, en la piscina de Siloé, monseñor Romero pudo confesar (para escándalo de algunos): “Rutilio me ha abierto los ojos”.

Para reprobar aquel vil asesinato, que afectaba a todos los católicos, los sacerdotes, religiosos y religiosas decidieron, en asamblea, no tomar parte en los actos públicos del Gobierno (hasta que éste no aclarase aquel asesinato) y convocar a una gran misa en la catedral, única para toda la archidiócesis: eximiendo de la misa dominical en las parroquias. “Dejaban, por supuesto, la decisión final en manos de su arzobispo”. Monseñor Romero decidió sumarse: era la oportunidad para sellar la unidad del clero. Pero tenía que informarle al nuncio. Y “recibió de éste una dura reprimenda”. Sus amigos católicos de la alta sociedad también intentaron disuadirlo. Ante su firme decisión, protestaron por verse privados del cumplimiento del precepto dominical. La eucaristía reunió a casi 100.000 salvadoreños, llegados de todos los rincones del país. El nuncio, para no verse comprometido, se ausentó a Guatemala. Monseñor Romero había optado, en conciencia, por estar al lado de sus curas, y del pueblo sin voz, antes que agradar al nuncio y a los poderosos.

Quienes le habían dado su apoyo, sin reservas, el 3 de febrero de 1977, ahora se sentían defraudados. “Nos hemos equivocado”, lamentaban. El 10 de mayo de 1977 -en la misa funeral por un ministro del gobierno asesinado-, en la misma catedral empezaron a escucharse “cuchicheos de muerte”, más sonoros entre las damas católicas: “Ay, que Dios me perdone, pero ¡yo deseo la muerte de ese obispo!”…

A Roma empezaron a llegar “informes”, de algunos obispos compañeros. Y Roma enviaba a Romero “visitadores apostólicos”. Monseñor Romero decidió viajar a Roma, para aclarar malentendidos y desmontar maquinaciones. “¡Ánimo!, no todos comprenden, pero no desfallezca”, “Usted es el que manda”, le consolaba Pablo VI. Un apoyo que, en la Prefectura para los Obispos, se diluía, transmutándose en duras reprimendas. Romero palpó la incompatibilidad de la diplomacia vaticana con la verdad evangélica. “Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo”, escribe el obispo Pedro Casaldáliga en su poema “San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro”.

Su primer encuentro con Juan Pablo II, en mayo de 1979, fue desolador. “Compañeros y gentes malintencionadas le habían entregado al Papa informes muy negativos” sobre Romero. Él le llevaba un dossier con las sistemáticas violaciones de derechos humanos en su país, algunos muy calientes, como la matanza del sacerdote Octavio Ortiz y de cuatro jóvenes menores de 15 años, en el recinto “Despertar”, en un cursillo de iniciación cristiana. Tras días de espera, Juan Pablo II le concedió una breve audiencia: “No me traiga muchas hojas, que no tengo tiempo de leerlas... Y además, procure ir de acuerdo con el gobierno”. Romero, se cuenta, salió llorando: “El papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”.

El 1 de diciembre de 1979 (le quedaban menos de cuatro meses de vida), monseñor Romero fue homenajeado en su antigua diócesis, Santiago de María. En uno de los actos programados para ese día, sacerdotes y amigos suyos le tenían preparado una sorpresa. El acto consistió en una escenificación teatral: el martirio de santo Tomás Moro.

En enero de 1980, monseñor Romero tuvo su segundo encuentro con Juan Pablo II, mucho más cálido. El papa lo recibió enseguida y le felicitó por su defensa de la justicia social, pero advirtiéndole de los peligros de un marxismo incrustado en el pueblo cristiano. Romero, “con su habitual espíritu de obediencia, le respondió que el anticomunismo de las derechas no defendía a la religión, sino al capitalismo”. Ya lo había denunciado, el 15 de septiembre de 1978: “Hay un ‘ateísmo’ más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateísmo de capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios”.

Las palabras que monseñor Romero pronunció el domingo 23 de marzo de 1980 en la catedral -“no matarás”, “¡les suplico, les ordeno en nombre de Dios, que cese la represión, que no obedezcan si les ordenan matar!”-, el gobierno las calificó de “subversivas”: una provocación. Ese día, durante la comida, monseñor “se quitó los anteojos, cosa que nunca hacía, y permaneció en silencio… Eugenia, mi mujer, que estaba a su lado en la mesa, se quedó sobresaltada por la mirada larga y profunda que le dirigió… Lágrimas brotaron de sus ojos. Lupita le reprendió: ‘qué eran esas cosas de estar llorando’. Fue un almuerzo triste, desconcertante. De repente, monseñor repasó, uno a uno, a todos sus buenos amigos, sacerdotes y laicos”. Doce años antes, apunta el P. Jesús Delgado, monseñor Romero, en unas meditaciones sobre la muerte, había escrito en un cuaderno estas palabras, proféticas, del Apocalipsis (3,20): “Y cenaré con él”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


Braulio Hernández Martínez
Tres Cantos (Madrid)
http://www.eclesalia.net


domingo, 21 de marzo de 2010

Con el sudor de tu frente

Pepcastelló

Divagación para la hora del Grillo

- Lo inventó el diablo, hermana. El dinero lo inventó el diablo.

Se lo dijo en una ocasión a la monja encargada de la administración cuando le entregó el cheque de la mensualidad en el que no figuraba una parte de lo que le correspondía. Y a partir de ahí se lo repetía como una coletilla cada final de mes. Hasta que se acabó el curso y le echaron del colegio.

Durante mucho tiempo pensó que esa idea del dinero era una ocurrencia suya hasta que un cura franciscano le dijo que lo mismo decía San Francisco. Bueno, pues tanto mejor si su modo de pensar coincidía con el de aquel loco que despreciando privilegios y riquezas se lanzó a vivir como las aves del cielo y los lirios del campo.

Le venía ese recuerdo ahora que estaba hasta el cuello esforzándose en terminar un trabajo que había tenido la suerte de pillar. ¿La suerte? ¡Qué ironía! ¡Si esa ocupación era un secuestro! ¿Cómo puede ser suerte algo que secuestra a la persona?

Hacía tiempo ya que tenía bien claro que el trabajo es una condena, un castigo, según dice la Biblia: "ganarás el pan con el sudor de tu frente". Un castigo duro, pero justo, cual corresponde a su divina procedencia. Porque veamos: ¿que es más justo, que cada cual gane su pan y el de su prole con el sudor de su frente, o que los obtenga mediante sudor y sufrimiento ajenos?

No le cabían dudas acerca de la justicia divina, pero ahí algo no le cuadraba. Sentía como si el bíblico Dios que condenó a Adán y Eva se hubiese marcado un gol en propia puerta al dejar que el ingenio humano inventase el dinero. Porque con dinero de por medio el trabajo se pervierte y perdiendo el noble fin que es ganarse el sustento, se torna mercadería. Del trabajo ya no vale su utilidad colectiva sino el nivel de ganancias que da a quien lo contrata, a quien compra con dinero la vida de quien trabaja.

Así andaba aquellos días divagando de desvarío en desvarío mientras tecleaba y se devanaba los sesos para llenar páginas que tenían estipulado un precio cuantitativo, ajeno a su valor didáctico. Libros para ser vendidos, para canjearlos por dinero. La perversión del mandato divino como forma institucionalizada de vida. Ni tiempo para leer le quedaba. Ya se lo decían todas las personas de su entorno que estaban en activo, que él leía y escribía porque no trabajaba. Cierto, lo veía ahora que había interrumpido su privilegio de jubilado como lo había visto durante muchos años desde muy joven, cuando el trabajo para subsistir le esclavizaba.

Desde que a los catorce años empezó a trabajar, se cruzaba cada tarde durante todo el curso con los niños bien, los hijos de papá, que salían de la universidad técnica cuando él y los de su clase, después de toda una jornada de trabajo, se encaminaban a las aulas de formación profesional con ánimo de arañar cuatro conocimientos básicos. ¡Ah, que gran suerte es que alguien nos mantenga con su trabajo! Eso nos permite estudiar, pensar, cultivar el intelecto o el total de la propia persona. Y también situarnos por encima de quienes nos llevan acuestas con su esfuerzo, todo sea dicho.

Suerte para unos condena para otros, porque alguien tiene que pagar el gasto. Alguien tiene que hacer el trabajo que todo ser humano necesita para vivir. El bien propio a costa del sufrimiento ajeno. ¡Qué gran invento el dinero! Toda una humanidad atada con una sola cadena y llevada como de la brida por los ricos que controlan los recursos necesarios, construyen maquilas, calzan espuelas y manejan la fusta.

Es difícil escapar a esa miserable condición de aherrojado en la que vive el común de los humanos. Porque además de los códigos civiles y penales inventados por quienes detentaban el poder, para que a nadie se le ocurriese tratar de liberarse de ese pesado yugo sin ponerse del lado de los opresores, ahí había mil y un dichos a favor del trabajo: “el trabajo libera”; “el ocio conlleva vicio y el vicio esclaviza”... Eso y un sinfín de moralinas por el estilo.

Lo que le parecía más curioso era que en eso de alabar el trabajo coincidiesen quienes trabajaban con quienes vivían del trabajo ajeno. ¿Sería el mito de la bondad del trabajo proclamado por quienes no tienen más remedio que trabajar como el disimulo de la zorra que no alcanzando las uvas decía que eran verdes? ¿O será que el ser humano necesita mitos que, como sea, le mantengan el ánimo?

En ese delirio estaba cada día al terminar la jornada, imprecando al dinero que esclaviza, soñando cada noche que encendía una hoguera en la cumbre del mundo con pilas de billetes de banco de todas las divisas. Una gran hoguera que alimentaba con sus sueños y su rabia, mientras una muchedumbre inmensa de seres entre humanos y bestias brincaba enloquecida y furiosa alrededor de las llamas tratando inútilmente de apagarlas.


Pepcastelló


miércoles, 17 de marzo de 2010

“Pretendemos que la riqueza se distribuya democráticamente”

Susan George entrevistada por Isaac Pons de Rosa

El planeta tendrá capacidad para salvarse. Es el ser humano el que no sobrevivirá.

Durante los dos últimos días se han celebrado las XII Jornadas del Fons Menorquí de Cooperació, un evento que este año ha llevado por título “La crisis de la globalización: ¿oportunidad o fracaso?”. Si el viernes se contó con la participación del ex director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, en la sesión de ayer intervinieron otros ponentes. Fue el caso de Susan George, doctora en Ciencias Políticas y licenciada en Francés y Filosofía, y que es la presidenta de honor de ATTAC, una organización internacional que pretende organizar la sociedad civil para frenar la “dictadura de los poderes económicos ejercida a través de los mecanismos de mercado”, una tarea a escala internacional que exige organizarse localmente para actuar a escala local y global. Susan George (Ohio, Estados Unidos, 1935) adquirió la nacionalidad francesa en 1994. Es presidenta del comité de planificación del Transnational Institute de Amsterdam, y entre 1999 y 2006 fue la vicepresidenta de ATTAC Francia.

¿Cómo se puede definir la situación de crisis mundial actual?

Yo explico la situación actual como si fueran varios círculos concéntricos. Hoy en día, el círculo mayor y más importante son las finanzas, que es el que dictamina todo lo demás. El segundo círculo es la economía, la economía real, la que produce bienes y servicios y que depende de la financiación. El 80 por ciento de la economía se destina a financiación, a producir dinero. En cambio, éste no va a parar a la producción real de bienes y servicios. Las empresas están subfinanciadas, una de las principales causas del crecimiento del paro. Después de la crisis, los bancos no están prestando dinero a las empresas para que produzcan bienes y servicios reales. Al contrario, se guardan el dinero, no conceden créditos o, en todo caso, piden muchos requisitos para prestarlos con unas condiciones draconianas.

¿Y en qué circulo se ubica la sociedad?

La sociedad es el tercer círculo, que realmente depende de la economía y las finanzas, de manera que, al final, la sociedad se convierte en la subsidiaria de la economía. Y por debajo de la sociedad, el cuarto círculo concéntrico, el de menor importancia, es la tierra, el planeta, la biosfera. Para la economía es vista, simplemente, como el lugar de donde se extraen las materias primas y donde se dejan los residuos.

Una sociedad que, según los científicos, está destruyendo el planeta. ¿Es irreversible?

El tiempo que llevamos aquí en estas jornadas se ha perdido biodiversidad, unas veinte especies definitivamente. ¿Irreversible? ¡Seguro que sí! Lo es, aunque a priori parezca que la pérdida de pequeñas especies, de insectos, no tenga mayor importancia. Es irreversible porque la conjunción de las pérdidas de todas esas especies altera el ecosistema.

¿Se puede decir que la tierra tiene fecha de caducidad?

El planeta tendrá capacidad para salvarse. Es el ser humano el que no sobrevivirá. La tierra seguirá girando sobre sí misma y alrededor del Sol. Si lo ha hecho durante cuatro millones y medio de años, lo seguirá haciendo. La cuestión es con quién y cómo.

Si es así, ¿qué se puede hacer para frenar esta tendencia en la que priman las finanzas y la economía?

Una de las Soluciones Nuestras que proponemos se refiere a lo más difícil que se le pide a la Humanidad, que desde la sociedad civil se invierta el orden de estos círculos concéntricos. Así, la naturaleza, el planeta sería el círculo más importante. Para sobrevivir hay que aceptar varios condicionantes que nos propone el entorno, climáticas. El ser humano depende de la biodiversidad del entorno, hay cuestiones a las que no puede responder la tecnología. Luego, en el mundo que esperamos poder construir, la sociedad sería el segundo círculo. La sociedad debería tener el derecho y la capacidad de decidir democráticamente su funcionamiento, bajo qué criterios, con qué reglas y normas. Luego, el siguiente círculo sería la economía, para que desde la sociedad emanen las normas de la economía, porque sin la economía ninguna sociedad puede gestionarse. A fecha de hoy, la riqueza está concentrada en un grupo muy minoritario de gente. Nosotros pretendemos que se distribuya democráticamente. El desajuste entre los que tienen menos y los que tienen más es de uno a cien. Se sabe cual es el subsuelo de la pobreza, pero nunca se ha puesto un límite para la riqueza. Deberían reducirse las diferencias para que éstas nunca fueran superiores de uno a quince. Por último, las finanzas que ahora dirigen la sociedad deberían convertirse en una herramienta de gestión económica al servicio de la sociedad. Sería el cuarto círculo.

¿Para llevar a cabo estos cambios será necesario el trabajo de todos los países?

En mi intervención en estas jornadas no profundizo en la gestión del G-20, tan sólo digo que todas las propuestas que hacen son falsas e insuficientes.

¿Qué soluciones hay?

La primera que proponemos es que en la sociedad civil, que está fragmentada, haya alianzas. Primero hay que identificar al enemigo común, el neoliberalismo. En los últimos treinta años el neoliberalismo ha definido la economía y las finanzas. Hace falta que la sociedad haga un trabajo en común, asociaciones que ya existen, ecológicas, en defensa de la mujer, de la paz, para la cooperación, sindicatos, asociaciones agrarias, ATTAC … juntas deberían constatar que el neoliberalismo es el único enemigo.

Siempre se ha dicho que el poder está en manos de unos pocos…

Hay un pequeño grupo, la clase Davos, que se empeña en mantener su “status quo”. Recibe el nombre de la ciudad suiza donde esa gente se reúne cada mes de enero. Es un grupo selecto, internacional, que tiene unos intereses de clase diferentes a los del resto de la sociedad. No es que hagan una conspiración, sólo defienden sus intereses y están mucho más organizados. Al contrario del grupo de Davos, nosotros, el resto de la gente, y aunque somos más numéricamente y tenemos la tecnología y el conocimiento necesario, e incluso disponemos de dinero entre todos, no estamos organizados para actuar juntos.

¿Cómo se puede superar el poder del grupo de Davos?

Aunando todas las fuerzas es posible. Una de las soluciones es que estén socializados todos los bancos que han recibido dinero. Deberían estar obligados a dar préstamos con intereses muy bajos, sólo los necesarios para cubrir gastos, a pequeñas empresas que prioricen proyectos verdes y a aquellas iniciativas con un componente ecológico, casas de autosuficiencia energética o para comprar coches ecológicos. Y para superar el problema del paro se pueden hacer inversiones relacionadas con energías alternativas y proyectos ecológicos encaminados a reducir el CO2, iniciativas que, de por sí, ya crean empleo.

Usted decía que existe excesiva diferencia entre ricos y pobres. ¿Podrían contribuir los ricos en la mejora de la situación global?

Proponemos instaurar una tasa sobre las transacciones internacionales y sobre las operaciones de cambio de moneda. Significaría poner una tasa a todo el sistema financiero, que es el que invierte su dinero para crear más dinero pero que nunca recae sobre la economía real y productiva. En 2009, sólo en la bolsa de Nueva York se hicieron 46.000 millones de transacciones. Sólo que cogiéramos esa tasa al 1 por mil tendríamos unos 46 millones de dólares. Eso sin contar los cambios de moneda, que suponen más de 3.000 millones de dólares al día. Todo lo que se recaudaría con esta tasa se repartiría entre las necesidades sociales de los países donde se hacen esas transacciones, en fondos de desarrollo que servirían para evitar que se creen paraísos fiscales, y en la lucha contra el cambio climático. Porque nunca hemos sido tan ricos, hay mucho dinero. Es falso que no lo haya para invertir en educación y sanidad. Hay dinero pero se decide no invertirlo ahí.


Isaac Pons de Rosa Menorca.info
16 Marzo 2010 | Noticias ATTAC |

http://www.attac.es/pretendemos-que-la-riqueza-se-distribuya-democraticamente/



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