Jaime Richart
Hace 30 años, en una isla que insistía en mantener su carácter periférico con relación a Europa, nacía una revolución que se extendería por todo el mundo. Margaret Thachter, ganó sus primeras elecciones en mayo de 1979 y llegó a Downing Street con un mantra repetido hasta la saciedad: "Menos Estado y más mercado". Lo que equivalía a “Menos Estado más adoración por lo privado”.
El modelo del thatcherismo durante los once años y medio en los cuales Margaret Thatcher ejerció el cargo de primer ministro provocó un cambio sustancial en la cultura inglesa y, a nivel mundial marcó el comienzo de una nueva organización del capitalismo mundial cuyas consecuencias son hasta hoy evidentes. Hasta entonces, gracias a esa primacía las naciones del capital habían desarrollado sus potencialidades con un cierto orden y una cierta justicia social en comparación con la que ha ido llegando después y no digamos con la que se perfila en el horizonte. Se acabó aquel Estado del Bienestar, el Welfare State, donde lo público primaba sobre lo privado.
Desde entonces se viene librando una lucha económica, política y social a muerte entre “lo privado” y “lo público” en la que “lo público” (lo que es de todos) tiene todas las de perder. Las instituciones y las policías refuerzan la causa de lo privado que cuenta hasta con ejércitos de seguridad... privados.
Así es cómo desde los 80 rápidamente se ha ido instalando en el avispero del capitalismo la ley de la selva y la consagración del darwinismo social con toda su violencia. Actualmente y pese a la reforma sanitaria en el imperio que de algún modo rescata la importancia de lo público, lo público está en franco retroceso. De ahí que la titánica labor de las instituciones contra la corrupción en España tengan tan pocas posibilidades de éxito frente a la justicia ordinaria; justicia cuyo seso está absorbido por la prioridad de los intereses egoístas de los grandes desvalijadores, sobre los intereses colectivos y públicos.
Así está sucediendo que, pese a las aparatosidades que suelen acompañar en este país a las reformas nominales de las costumbres y también las del sentido común, lo público está siendo contemplado por las instancias superiores de la justicia y de la alta y aun media sociedad como un pecado venial llamado incluso a desaparecer. El más inteligente, para toda esa gente, es sobre todo el “listo” que sabe cómo apropiarse de los caudales públicos, del bien común que, para el talante clásico de la política, es sagrado.
De ahí también que buena parte del electorado, es decir, unos diez millones de votantes casi inamovibles del PP vean con indulgencia o hasta con entusiasmo la habilidad de los políticos ladrones de la cosa pública como un mérito político y personal, en lugar de considerarla como una depravación del sentido de servicio a la colectividad. Por eso en las encuestas sobre intención de voto, pese a su latrocinio generalizado el PP avanza
De ahí también que lejos de distanciarse del partido corrupto, los pretendidos “socialistas” se acerquen día a día peligrosamente al mismo desprecio del PP por los valores colectivos. Esto se ve mucho mejor cuando sus miembros y sus “miembras” ya no están en el poder. Ahí tenemos, por ejemplo, al ex socialista Felipe González asesorando al mayor multimillonario del mundo y favoreciendo la causa de la riqueza sin límites. O a todos esos otros ex socialistas: Solbes, Solana y un etcétera que abochorna a cualquiera que mantenga un cierto respeto por “lo público”, lo colectivo, lo comunal y lo social. Ahí los tenemos haciendo apología directa o indirecta del neoliberalismo; un movimiento político y económico perverso que está liquidando en este país toda preocupación por la cosa pública, por la asistencia social, por la atención, en suma, de los desfavorecidos en el reparto ruin de la riqueza característica de los países supercapitalistas.
http://www.argenpress.info/2010/03/privado-contra-publico.html
Hace 30 años, en una isla que insistía en mantener su carácter periférico con relación a Europa, nacía una revolución que se extendería por todo el mundo. Margaret Thachter, ganó sus primeras elecciones en mayo de 1979 y llegó a Downing Street con un mantra repetido hasta la saciedad: "Menos Estado y más mercado". Lo que equivalía a “Menos Estado más adoración por lo privado”.
El modelo del thatcherismo durante los once años y medio en los cuales Margaret Thatcher ejerció el cargo de primer ministro provocó un cambio sustancial en la cultura inglesa y, a nivel mundial marcó el comienzo de una nueva organización del capitalismo mundial cuyas consecuencias son hasta hoy evidentes. Hasta entonces, gracias a esa primacía las naciones del capital habían desarrollado sus potencialidades con un cierto orden y una cierta justicia social en comparación con la que ha ido llegando después y no digamos con la que se perfila en el horizonte. Se acabó aquel Estado del Bienestar, el Welfare State, donde lo público primaba sobre lo privado.
Desde entonces se viene librando una lucha económica, política y social a muerte entre “lo privado” y “lo público” en la que “lo público” (lo que es de todos) tiene todas las de perder. Las instituciones y las policías refuerzan la causa de lo privado que cuenta hasta con ejércitos de seguridad... privados.
Así es cómo desde los 80 rápidamente se ha ido instalando en el avispero del capitalismo la ley de la selva y la consagración del darwinismo social con toda su violencia. Actualmente y pese a la reforma sanitaria en el imperio que de algún modo rescata la importancia de lo público, lo público está en franco retroceso. De ahí que la titánica labor de las instituciones contra la corrupción en España tengan tan pocas posibilidades de éxito frente a la justicia ordinaria; justicia cuyo seso está absorbido por la prioridad de los intereses egoístas de los grandes desvalijadores, sobre los intereses colectivos y públicos.
Así está sucediendo que, pese a las aparatosidades que suelen acompañar en este país a las reformas nominales de las costumbres y también las del sentido común, lo público está siendo contemplado por las instancias superiores de la justicia y de la alta y aun media sociedad como un pecado venial llamado incluso a desaparecer. El más inteligente, para toda esa gente, es sobre todo el “listo” que sabe cómo apropiarse de los caudales públicos, del bien común que, para el talante clásico de la política, es sagrado.
De ahí también que buena parte del electorado, es decir, unos diez millones de votantes casi inamovibles del PP vean con indulgencia o hasta con entusiasmo la habilidad de los políticos ladrones de la cosa pública como un mérito político y personal, en lugar de considerarla como una depravación del sentido de servicio a la colectividad. Por eso en las encuestas sobre intención de voto, pese a su latrocinio generalizado el PP avanza
De ahí también que lejos de distanciarse del partido corrupto, los pretendidos “socialistas” se acerquen día a día peligrosamente al mismo desprecio del PP por los valores colectivos. Esto se ve mucho mejor cuando sus miembros y sus “miembras” ya no están en el poder. Ahí tenemos, por ejemplo, al ex socialista Felipe González asesorando al mayor multimillonario del mundo y favoreciendo la causa de la riqueza sin límites. O a todos esos otros ex socialistas: Solbes, Solana y un etcétera que abochorna a cualquiera que mantenga un cierto respeto por “lo público”, lo colectivo, lo comunal y lo social. Ahí los tenemos haciendo apología directa o indirecta del neoliberalismo; un movimiento político y económico perverso que está liquidando en este país toda preocupación por la cosa pública, por la asistencia social, por la atención, en suma, de los desfavorecidos en el reparto ruin de la riqueza característica de los países supercapitalistas.
http://www.argenpress.info/2010/03/privado-contra-publico.html