lunes, 7 de febrero de 2011

Mi adorable dictador

Rafael Fernando Navarro


Latinoamérica y parte de Europa sabe de dictaduras. Somos muchos los que llevamos en el alma huellas de botas infames. Se hicieron con el poder entre chorros de sangre y entre muertes se consolidaron. Surgían con pretextos infectos: hay que librar a la patria de políticos corruptos. Se han perdido los valores cristianos que conforman la nación. Hay de devolver el orden destruido por un pluralismo político sin justificación. Y se consolidaban bendecidos por la Iglesia católica que reconocía el esfuerzo por librar a los pueblos del comunismo ateo. España, Argentina, Chile, Uruguay y tantos otros hemos experimentado el dolor que arrastraremos por el resto de nuestras vidas.

Tras un golpe de estado, todos los países condenan el hecho, incluso aquellas potencias que ayudaron a su instauración. Poco a poco se relaja la falsa oposición y van reconociendo la legitimidad del nuevo régimen. Cuánta hipocresía internacional. Recuerden aquella famosa consideración atribuida a Kissinger: "Pinochet es un hijo de puta, pero es "nuestro" hijo de puta.

Gran parte del mundo árabe vive bajo dictadores aupados al poder desde hace muchos años. Algunos han sido aceptados por la población sobre una concepción teocrática del poder y de la vida. Otros simplemente sufren las consecuencias de una imposición sobrevenida a la que hay que soportar por la imposibilidad práctica de destronarla. Pero ese mundo sumiso está tomando conciencia de que no son respetados los derechos humanos, de la corrupción ejercida a cara descubierta, de los crímenes ejercidos por razones extrañas, de la falta de libertad de expresión, del desprecio que sienten sus gobernantes por los vasallos que nunca llegarán a la categoría de ciudadanos. Los medios de comunicación muestran países que viven con posibilidad de reunión, capacidad de crítica, votaciones libres, pluralidad de partidos políticos. Y surge la pregunta: ¿Y por qué nosotros no? Y cuando esa pregunta no tiene más respuesta que la violencia contra quines la formulan, empieza a brotar la conciencia de rebelión. La semilla está sembrada y es cuestión de trabajarla para que dé su fruto.

Túnez fue primero. Siguieron países de los que casi nadie esperaba una insurrección. Y el ejemplo más llamativo es Egipto. Treinta años bajo el imperio de Mubarak. Casi sin más pasado que el actual presidente ni más futuro que los descendientes de Mubarak. Y Egipto está dando un ejemplo de despertar de conciencias, de necesidad de sacudirse la opresión vitalicia de un dictador que será sustituido cuando le llegue la muerte por hijo designado de antemano. Las guerras las hacen los ricos, las revoluciones son obra exclusiva de los pobres.

Dictadores. Las grandes potencias, léase preferentemente Estado Unidos, cumple farisaicamente con el papel de exigirles respeto a los derechos humanos. Pero se trata sólo de pintura exterior que se va con la lluvia. Los dictadores no surgen, son creados y puestos en lugares estratégicos por los mandatarios americanos casi exclusivamente. Les dan el trato de aliados y les subvencionan con abundante dinero y armamento. Oriente Medio es un ejemplo claro. Esos países son los guardaespaldas de Israel. Se reconocen derechos palestinos, pero se ayuda a machacarlos. Todo de forma simultánea. Y detrás de su mayor enemigo se sitúan los dictadores que están en guardia por si Israel sufre un ataque. Los dictadores duran porque perdura la decisión de mantenerlos en sus puestos. Son adorables dictadores, como lo han sido los tiranos que han destruido la América Latina. Cuando desaparece uno de esos dictadores hay que reconstruir física y moralmente a un país. Y ahí aparece el capital americano para invertir y sacar buenos beneficios. ¿Recordamos Irak y los negocios de Chaney? La sangre cotiza en bolsa y es rentable el dinero gastado en muertes. El comercio de armas es importante y beneficia a muchos.

Y Europa calla. Ha tardado en pedir la restitución de la libertad para los insurrectos y lo han hecho de forma tibia. Y así sucede con los monarcas cercanos, teocráticos y opresores de sus pueblos. Pero llegará el momento en que no los callarán. La historia es patrimonio de los hambrientos. Los poderosos sólo tienen dinero. No es suficiente.

Oriente Medio exige paz. Los hombres y mujeres de Egipto exigen libertad. Palestina grita sus derechos. Es urgente que las grandes potencias dejen de utilizar a los pueblos para su propio beneficio y como simples mercados donde colocar sus productos.

http://www.rebanadasderealidad.com.ar/fernando-navarro-11-03.htm


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