CCCB © Miquel Taverna
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Cinco años examinando movimientos sociales, entrevistando a algunos de sus protagonistas y observando la formación de una importante masa crítica contra el cambio climático. Cinco años que Naomi Klein ha invertido para seguir desentrañando las estrategias de un capitalismo que lo arrasa todo. Ahora, la crisis climática cambia el contexto y las prioridades; lo cambia todo.“O adoptamos cambios radicales o nuestro mundo físico nos impondrá los suyos”, dice la autora, con cierto optimismo por haber sido testigo a lo largo del crecimiento de muchos movimientos ecologistas: "Acabo de venir de Alemania, e irónicamente, aunque este país está imponiendo la austeridad en Europa, hay muchos ejemplos poderosos de democracia energética en los que la gente está empoderándose". Según el libro, ella también cree que es factible que emerja un contrapoder que bloquee el status quo y despeje el camino a las alternativas, y eso lo cambiará todo. Y lo cambiará para mejor, porque a estas alturas, “solo los movimientos sociales de masas pueden salvarnos”, dice la periodista canadiense.
Servicio público frente a privatización para hacer frente al cambio climático
Según la Agencia Internacional de la Energía, si queremos cumplir los objetivos de emisiones para mantener el calentamiento del clima por debajo de los 2ºC, se tendrán que cuadriplicar los niveles de inversión en energías limpias de aquí a 2030.El coste de los desastres naturales fue de 380.000 millones de dólares en 2011
Naomi Klein demuestra en su libro, a través de múltiples ejemplos, que existe una clara relación entre la propiedad pública y el compromiso de las comunidades locales para invertir en energías limpias. Por ejemplo, según varios estudios, el sector privado ha contribuido muy poco al desarrollo de las energías renovables, mientras que son los propios Estados quienes han realizado inversiones más sustanciosas en este sentido.
De manera que, para afrontar el desafío climático, será necesario organizar un movimiento social fuerte que reclame una mayor voluntad a sus políticos para decir “no” a la empresa privada y desarrollar una planificación pública a largo plazo.
Una revolución climática que consiga un reparto igualitario de la riqueza
Las emisiones de gases de efecto invernadero aumentan, pero también crecen los movimientos de resistencia masiva. El cambio radical que reivindican estos activistas tiene como objetivo reducir las emisiones globales y esto implica pérdidas billonarias a las empresas más lucrativas y rentables. Pero alcanzar una sociedad de "carbono cero" también requerirá reunir los billones necesarios para sufragar las transformaciones necesarias.Pero, aún así, los costes de hacer frente a unos fenómenos meteorólogicos extremos cada vez más frecuentes son mucho mayores. A nivel mundial, 2011 fue el año más costoso de la historia en cuanto a desastres: el coste de los daños ocasionados asciendió ese año a 380.000 millones de dólares.
"Se está produciendo un conflicto entre nuestro sistema económico capitalista basado en el crecimiento y un sistema planetario que requiere contracción en el uso de materias y energías. Por eso, necesitamos una transición y la necesitamos ya", sostiene la escritora.
Para Naomi Klein, necesitamos que estos cambios radicales se hagan “de forma democrática y sin baños de sangre”, tal como describe en su libro. Y además, que esa revolución se desenvuelva de forma constante y sin descanso, las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, en todas partes.
La autora del otro best seller "No logo" responsabiliza a nuestra economía del cambio climático: “La culpa del cambio climático no la tiene el dióxido de carbono; la culpa es del capitalismo”. Por tanto, la lucha para defender el clima es una batalla que se libra en la arena política para cambiar la economía. El desafío al que se enfrenta el movimiento ecologista solo podrá superarse por medio de una "Gran transición" que implique una transformación económica profunda y radical.
Para Naomi Klein, los movimientos del siglo XX obtuvieron más victorias en las batallas legales y culturales que en las económicas. Y conseguir un mismo estatus legal es una cosa, pero compartir los mismos recursos es otra bien distinta, en su opinión, "más potente".
“¿Existe algún precedente histórico de una transformación económica de semejante calado?” se pregunta en el libro. La autora acude al ejemplo del movimiento obrero en los años posteriores a la Gran Depresión, que consiguió acotar el poder del sector financiero imponiendo una dura regulación y, gracias a la presión de los movimientos sociales, los Gobiernos invirtieron en infraestructuras y servicios públicos. También relata el ejemplo del apartheid en Sudáfrica: fue una victoria en derechos pero no se logró la igualdad económica entre oprimidos y opresores. Lo mismo ocurrió con el histórico movimiento por la abolición de la esclavitud: ganamos, pero se establecieron reparaciones a los dueños de esos esclavos; unas reparaciones que debieron darse al revés, a las víctimas de la explotación y que, sin embargo, son reparaciones que establecieron deudas ingentes.
Conseguir el reparto de la riqueza de nuestras sociedades es uno de los ejes centrales para que se imponga la justicia climática y social (o viceversa). Naomi Klein, acude en su libro para ilustrar esta idea al ejemplo que asentaron las fábricas recuperadas en Argentina, tras la crisis económica que estalló en 2001 en ese país. Así, los trabajadores que iban a verse abocados al desempleo por el cierre de su fábrica, se apoderaron de las máquinas y transitaron hacia un modelo de empresa cooperativa en la que la colectividad gestiona todos los bienes y se priorizan valores sociales y medioambientales.
Si la justicia climática se impone, los costes económicos para las élites vendrán por el petróleo que no podrán explotar, las regulaciones que bloquearan sus actividades más provechosas (y que generan más desigualdad) y los impuestos que tendrán que pagar. Pero la acción climática, que podría ser un importante generador de empleo y de reconstrucción de comunidades locales y su economía, sigue estando asfixiada por la ideología del libre mercado.
¿Cómo se cambia una ideología que no se cuestiona?
Según la autora, el elemento sobrecogedor del reto climático son la cantidad de reglas que exige que rompamos a la vez: legislaciones nacionales, acuerdos comerciales y cientos de normas que dicen que ningún Gobierno puede aumentar impuestos sin que ello le cueste el poder, ni puede negarse a una gran inversión, ni puede hacer planes para ir contrayendo aquellas partes de nuestras economías que nos ponen a todas en peligro. Todas esas reglas salen de una misma cosmovisión, y si deslegitimamos esa visión del mundo, todas sus reglas serán debilitadas y vulnerables.Solo los movimientos sociales de masas pueden salvarnosPara ello hay que librar las batallas que no solo tengan como fin cambiar leyes, sino modificar pautas de pensamiento. Más importante que luchar por los impuestos al carbono es reivindicar una renta mínima garantizada para que los trabajadores tengan una tabla de salvación a la que acogerse y poder renunciar a puestos de trabajo en sectores energéticos sucios. Además, defender una red de protección social universal abre un espacio para el debate público sobre las necesidades y sobre qué valoramos colectivamente más que el crecimiento económico: "Debe producirse una batalla de ideas para que la gente determine democráticamente qué clase de economía necesitan".