Las Marx
La vida familiar del autor de El Capital estuvo marcada por una fuerte presencia femenina que, como es costumbre en la historiografía patriarcal, ha sido olvidada, cuando no menospreciada o manipulada. Pero recientemente la escritora Mary Gabriel la ha puesto en valor con su obra Amor y Capital: Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución. En ella, Gabriel explora la biografía de la familia Marx – no sólo de Karl -así como de su entorno. Dibuja, de este modo, un cuadro más completo e íntimo de las relaciones personales que envolvieron la vida y obra de Marx.
Jenny Marx, de soltera Von Westphalen, era hija de un barón prusiano enamorado de las ideas ilustradas y socialistas francesas. El barón solía dar paseos con un joven de origen judío, por quien sentía admiración dada su culta ascendencia rabínica. Karl y Jenny, cuatro años mayor que él, se enamorarían. Para los dos resultaría dura la distancia cuando Karl se fuera a estudiar a la ciudad de Bonn, hasta el punto de que una de sus primeras obras serían dos tomos de poemas de amor dedicados a su amada. Desafiando los convencionalismos de la época pero con el amparo de la amistad entre el joven y el barón, Jenny y Karl se casaron en 1843.
Empezaba así la apasionante y apasionada historia de la familia Marx. La actividad política y periodística revolucionaria de Karl llevaría a la familia de Tréveris a Colonia, París, y al exilio en Bruselas y Londres. Fue en la capital francesa donde el 1 de mayo de 1844 nació la primogénita de la pareja, que llevaría el nombre de su madre – como el resto de sus hermanas – y sería apodada Jennychen. También fue en París donde Karl quedaría para tomar un café con otro joven escritor y revolucionario, hijo de un industrial de Manchester, llamado Friedrich Engels. Aquel café, dice Gabriel, se alargaría durante diez días y diez noches; que pasaron hablando de política, economía o historia. De este modo, Engels pasaría a formar parte del clan Marx, llegando a querer a las niñas Marx como a sus propias hijas, las cuales le pusieron el apodo de “el General”. Cabe decir que la familia era muy aficionada a ponerle apodos graciosos a la gente relacionados con alguna característica de su personalidad.
En 1845, después de la expulsión de Francia de la familia y de su traslado a Bruselas, nació Laura, la segunda hija de la pareja. También en Bruselas y dos años después, en 1847, nació Edgar. Pero ya con la llegada de Laura, la madre de Jenny mandó a Helene Demuth, apodada Lenchen, a vivir con la familia, con el fin de que ayudara a su hija en el cuidado de la casa y las niñas. Lenchen se convirtió así en un miembro más del clan Marx. Lejos de ser una simple asistenta, participó de su vida personal y política durante los siguientes 40 años, a veces discrepando abiertamente de las decisiones familiares del mismo Karl.
En 1849 la familia se estableció en Londres, y aquel mismo año nació Edward. Frances lo haría en 1851. Desgraciadamente, morirían en la capital inglesa con poco más de un año de vida; así como Edgar en 1855, cuando tenía ocho años de edad. Sería así como la vida errante y las dificultades económicas harían mella en la familia y en su salud, sumiéndoles muchas veces en una profunda tristeza. Parte el corazón leer las palabras que Karl le escribió al General anunciándole la muerte de uno de sus pequeños, aun sonriendo en sus brazos un rato antes de morir. Sin embargo, nada impidió a la familia seguir con su actividad política en favor de la revolución proletaria. Era algo que sería visto como un deber inexcusable por parte de todos sus miembros. Jennychen y Laura, por su parte, habían perdido a su compañero de juegos, además de al pequeño Edward y la pequeña Frances. Pero en enero de 1855 había nacido su otra hermana, Eleonora, que superaría la infancia convirtiéndose en la más joven de las hermanas. De los seis partos de Jenny, sólo tres criaturas llegarían a la edad adulta. Todas chicas.
Como es sabido, Karl tuvo otro hijo con Lenchen nacido en 1851, fruto de la noche que pasaron juntos. Si bien este episodio ha sido muchas veces presentado por los detractores de Marx y del comunismo como “el señorito persiguiendo a la criada”, no es en absoluto lo que se desprende del documentado trabajo de Gabriel. Como hemos dicho, Lenchen era una mujer de carácter con mucho peso e importancia en el hogar Marx, apreciada y querida. Su hijo sería reconocido por Engels, llevando su nombre, y sería dado en adopción a una familia trabajadora. De mayor se convertiría en un destacado miembro de los círculos revolucionarios de su época, y en uno de los mejores amigo de Eleonora, sin ser conscientes de su parentesco. Jenny, por su parte, se sintió lógicamente traicionada por el suceso, pero perdonó a su marido, evitó el escándalo no dando munición a los numerosos enemigos de la revolución y Lenchen siguió siendo una más de la familia.
Jennychen, Laura y Eleonora crecieron. Habían sido educadas en el gusto por la literatura y el teatro, hablaban varios idiomas – si bien su madre decía que eran completamente inglesas – y atendían a las discusiones políticas y sociales de las importantes personalidades que pasaban a menudo por su casa, una especie de lugar de peregrinaje de las mentes revolucionarias de la Europa del momento. A los catorce años, Laura se hizo con el carné de la biblioteca del museo británico, donde ayudó a su padre con la larga preparación de El Capital. Su madre hacía broma diciendo que le había quitado el trabajo; y años después, Engels diría de ella que era sin duda la mejor traductora de Marx de la historia. No resulta extraño, ya que se conocía el texto a la perfección, siendo una de las pocas capaz de descifrar la letra de su padre. A la pequeña Eleonora le gustaba Shakespeare, especialmente las escenas que le dejaban recitar sosteniendo un cuchillo a modo de caracterización del personaje. También escribía cartas a Abraham Lincoln contándole sus opiniones e ideas sobre la relevante situación que vivía Estados Unidos en aquellos momentos de abolición de la esclavitud, pidiéndole a su padre que se las hiciera llegar. Karl guardaba esas cartas como un tesoro, orgulloso de la pasión y entusiasmo que mostraba su hija menor. Tanto ella como Jennychen simpatizaron enormemente con la causa irlandesa, y la mayor de las hijas Marx publicó bajo seudónimo varios artículos en defensa de los presos en Irlanda.
Sin duda las chicas Marx no eran chicas normales. No podían serlo habiendo creciendo en un entorno tan excepcional. Sin embargo, ni su padre y mucho menos su madre deseaban para ellas el matrimonio con un revolucionario. Karl y Jenny habían pasado muchas penurias debido a la actividad política de él, y por extraño que pueda parecer no quisieron para sus hijas sino la tranquilidad de una vida desahogada ejerciendo de esposas. Pero como ocurre a veces con estas cosas, los planes no salieron tal y como querían. De hecho, no parece muy posible la idea de que las chicas Marx pudieran vivir una vida al margen de la vorágine revolucionaria después de la infancia que habían vivido. No sólo no estarían al margen, sino que se encontrarían en el ojo del huracán durante toda su vida. Así, las tres repetirían la historia de Karl y Jenny, de jóvenes revolucionarias enamoradas no sólo de un hombre, también de las mismas fuertes convicciones políticas y sociales que habían marcado la vida de su padre y su madre. Aquello formaba una parte demasiado importante de sus vidas y sus personalidades.
A pesar de que el futuro de sus hijas no había salido exactamente como lo habían planeado, Karl y Jenny no se opusieron a la decisión de sus hijas, y aceptaron como yernos a tres hombres seguidores de las ideas de Marx, aunque insistieron en que fuesen capaces de asegurar una vida a sus hijas y a sus futuros nietos y nietas. Su actividad política e intelectual prosiguió después de casadas. Jennychen tendría un hijo; y Laura tendría dos, que perdería en su periplo por Europa – incluyendo España – como los había perdido su madre, cosa que la dejó afectada de por vida. Ella y su marido recibirían un día en su casa a una joven pareja revolucionaria rusa, compuesta por Nadezhda Krúpskaya y Lenin. Paseando por el jardín, Krúpskaya no podía parar de pensar “no puedo creer que esté aquí hablando con la hija de Marx”, como ella misma dejó escrito.
Jenny Marx murió en 1881. Su marido sufrió enormemente la pérdida de la compañera de su vida. Eleonora diría que su padre se casó con su amiga y camarada; y habló de las veces que, en medio de una conversación, Jenny y Karl evitaban mirarse a los ojos para no estallar en carcajadas ante el comentario que alguien había hecho. Sin duda, y a pesar de todo, la relación de su padre y su madre estuvo fundamentada en un fuerte vínculo de amor entre ambos y el compromiso para con sus ideas. La hija mayor de la pareja moriría de enfermedad en enero de 1883, y su padre viviría con amargura la muerte de otra de sus hijas. Él moriría en marzo del mismo año. Lenchen lo haría en 1890, después de haberse mudado a vivir con el General, con quien siempre tuvo una estrecha relación. Y éste, Engels, moriría en 1895, no sin antes dedicar a sus camaradas de la familia Marx bellas palabras en todos sus funerales. En 1898, Eleonora se suicidaría ingiriendo veneno después de una relación sentimental abusiva que acabó con su salud mental, y del descubrimiento de que su mejor amigo Freddy era en realidad su hermano, lo cual no ayudó a su delicada situación. Laura y su marido, mayores y sin hijos o hijas, también decidieron darse muerte llegado el momento, en 1911.
A causa de todo el dolor vivido, Marx dijo en alguna ocasión que habría sido mejor no formar una familia, pero al final de su vida también dijo que cada vez se había ido sintiendo más atraído por la vida familiar, incluso con un interés intelectual. Y es cierto que Gabriel nos brinda una historia de la familia Marx con mucho sufrimiento, pero increíblemente llena de amor. Amor por la liberación de la clase obrera y de la humanidad del peso del capitalismo, y de amor entre todos sus miembros. Un amor no siempre conveniente, ni exento de errores o contradicciones, pero que siempre mantuvo bien estrechados los lazos que los unían, indefectiblemente vinculados a la revolución social. La historia de su vida íntima y sobre todo de sus mujeres dan cuenta de todo ello, presentándonos unos personajes alejados de cualquier mitología, profundamente humanos, cercanos. De este modo, podemos llegar a una comprensión mucho más intensa de sus biografías y de su compromiso político, más allá del debate estrictamente teórico o del conocimiento historiográfico. Si les pasa como a mí, intentarán absurdamente evitar acabar el libro para no tener que irse de sus vidas.