DE LINERA, BOLIVIA
“No hay
revolución verdadera sin profunda revolución cultural”
Foto: Archivo
Psuv
Yo quisiera hacer una reflexión de lo que está
pasando en el Continente, de lo que veo que ocurre en el Continente. No estamos
en un buen momento. Tampoco es un momento terrible. Pero este es un momento de
inflexión histórica. Algunos hablan de un retroceso, de un avance los
restauradores. Lo cierto es que en el último año, después de diez años de
intenso avance, de irradiación territorial de gobiernos progresistas y
revolucionarios en el Continente, este avance se ha detenido, y en algunos
casos ha retrocedido, y en otros casos está en duda su continuidad.
De manera fría, como lo tiene que hacer un
revolucionario, tiene que hacer un análisis de plaza, en terminología militar,
analizar las fuerzas y escenarios reales que hay, sin ocultar nada, porque
dependiendo de la claridad del análisis que uno hace, es que sabrá encontrar las
potencias, las fuerzas reales prácticas del avance futuro.
No cabe duda que hay una limitación o una
contracción territorial de este avance de los gobiernos progresistas. Allá
donde han triunfado las fuerzas conservadoras, hay un acelerado proceso de reconstitución
de las viejas elites de los años 80 y 90, que nuevamente quieren asumir el
control de la gestión estatal, el control de la función estatal. En términos
culturales, hay un esfuerzo denodado desde los medios de comunicación, desde
las ONG, desde intelectuales orgánicos de la derecha, por devaluar, por
poner en duda, por cuestionar la idea y el proyecto de cambio y de revolución.
Todo esto dirige su ataque hacia lo que podemos
considerar como la década dorada, la década virtuosa de América Latina. Son más
de diez años que el Continente, de manera plural y diversa, unos más radicales
que otros, unos más urbanos, otros más rurales, con distintos lenguajes muy
diversos, pero de una manera muy convergente, América Latina, desde los años
2000, ha vivido los años de mayor autonomía y de mayor construcción de
soberanía que uno pueda recordar desde la fundación de los Estados en el siglo
XIX.
Cuatro cosas caracterizaron esta década virtuosa
latinoamericana.
Lo primero lo político: un ascenso en lo social, y
fuerzas populares que asumen el control del poder del Estado, superando el
viejo debate de principios de siglo que si es posible cambiar el mundo sin
tomar el poder, los sectores populares, trabajadores, campesinos, indígenas,
mujeres, clases subalternas, superan ese debate teoricista y contemplativo de
una manera práctica. Asumen las tareas de control del Estado. Se vuelven
diputados, asambleístas, senadores, asumen función pública, se movilizan, hacen
retroceder políticas neoliberales, toman gestión estatal, modifican políticas
públicas, modifican presupuestos, y en diez años asistimos a lo que podría
denominarse una presencia de lo popular, de lo plebeyo, en sus diversas clases
sociales, en la gestión del Estado.
Igualmente en esta década asistimos a un fortalecimiento
de la sociedad civil: sindicatos, gremios, pobladores, vecinos, estudiantes,
asociaciones, comienzan a diversificarse y a proliferar por distintos ámbitos.
Se rompe la noche neoliberal de apatía, de simulación democrática, para recrear
una potente sociedad civil que asume un conjunto de tareas
en conjunción con los nuevos Estados latinoamericanos.
En lo social, en Brasil, en Venezuela, en
Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Paraguay, en Uruguay, en Nicaragua, en El
Salvador, vamos a asistir a una potente redistribución de la riqueza
social. Frente a las políticas de ultra-concentración de la riqueza, que
habían convertido al continente latinoamericano en uno de los continentes más
injustos del mundo, desde los años 2000, encabezados por gobiernos progresistas
y revolucionarios, asistimos a un poderoso proceso de redistribución de la
riqueza. Esta redistribución de la riqueza va a llevar a una ampliación de las
clases medias, no en el sentido sociológico del término, sino en el sentido de
su capacidad de consumo. Se amplía la capacidad de consumo de los trabajadores,
de los campesinos, de los indígenas, de distintos sectores sociales
subalternos.
Igualmente, América Latina va a llevar adelante la
limitación de las desigualdades sociales que no habían podido lograrse en los
últimos 100 años. Las diferencias en los porcentajes entre el 10% más rico
y el 10% de los más pobres, que arrojaba cifras de más de 100, 150, 200 veces
en la década del 90, al finalizar la primera década del siglo XXI, se ha reducido
a 80, 60, a 40, de una manera que amplía la participación e igualdad de los
sectores sociales.
En lo económico, con mayor o menor intensidad cada
uno de los gobiernos de estos Estados va a ensayar propuestas post-neoliberales
en la gestión económica. No estamos hablando todavía de propuestas
socialistas. Estamos hablando de propuestas post-neoliberales, que permiten que
el Estado retome un fuerte protagonismo. Algunos países llevarán adelante
procesos de nacionalización de empresas privadas o llevarán adelante la
creación de empresas públicas, la ampliación del aparato estatal, la ampliación
de la participación del Estado en la economía, para generar formas
post-neoliberales de la gestión de la economía, recuperando la importancia del
mercado interno, recuperando la importancia del Estado como distribuidor de la
riqueza, recuperando la participación del Estado en áreas estratégicas de la
economía.
En política externa, se va a constituir lo que
podríamos denominar de una manera informal, una internacional progresista y
revolucionaria a nivel continental. No va a existir un COMITERN, como en
la vieja Unión Soviética, pero de alguna manera, el Presidente Lula, el
Presidente Kirchner, el Presidente Correa, el Presidente Evo, el
Presidente Chávez, van a asumir lo que podríamos llamar una especie de
comité central de una internacional latinoamericana, que va a permitir pasos
gigantescos en la constitución de nuestra independencia. En esta década,
la OEA, que anteriormente decidía los destinos de nuestro continente bajo
la batuta de Estados Unidos, que ponían el dinero y ponían con eso todas las
disposiciones, surgirá la CELAC, surgirá la UNASUR, surgirá una integración
propia de latinoamericanos, sin Estados Unidos, sin la necesidad de tutelajes,
sin la necesidad de patrones.
Igualmente, la solidaridad entre los gobiernos y
entre los países para consolidar una política y externa se llevará adelante.
Recordaba el compañero Carlos Ghiroti, que estuvo en Santa Cruz cuando había un
golpe de Estado en Bolivia… En ese entonces, 5 de los 9 departamentos que tiene
Bolivia estaban bajo control de la derecha. Ni el Presidente Evo, ni este
Vicepresidente, podíamos aterrizar en esos departamentos, no podíamos controlar
las autoridades en esos departamentos, no podíamos hacer gestión ahí, el país
estaba dividido, la derecha había asumido el control político, había dualizado
el poder, amenazaba y llevaba adelante un golpe de Estado, amenazaba con guerra
civil. Y en estos tiempos, fue la UNASUR, fue el Presidente Kirchner, fue el
Presiente Chávez, fue el Presidente Correa, fue el Presidente Lula, quienes nos
ayudaron para restablecer el orden.
En conjunto, entonces, el continente, en esta
década virtuosa, llevó adelante cambios políticos: la participación del pueblo
en la construcción de Estados de nuevo tipo. Cambios sociales: redistribución
de la riqueza y reducción de las desigualdades. Economía: participación activa
del Estado en la economía, ampliación del mercado interno, creación de nuevas
clases medias. En lo internacional, integración política del Continente. No es
poca cosa en diez años, que son quizás los años, desde el siglo XIX, más
importantes de integración, de soberanía, de independencia, que ha tenido
nuestro continente.
Sin embargo, y hay que asumir de frente el debate,
en los últimos meses este proceso de irradiación y de expansión territorial de
gobiernos progresistas y revolucionarios, se ha estancado. Hay un regreso de
sectores de la derecha, en algunos países importantísimos y decisivos del
continente, hay amenaza de que la derecha retome el control en otros países, y
es importante que nos preguntemos por qué. ¿Qué ha sucedido para que hayamos
llegado a esta situación? Evidentemente la derecha siempre va a intentar
sabotear los procesos progresistas. Es un tema de sobrevivencia política de
ellos, es un tema de control y disputa por el excedente económico. La derecha
en el mundo entero, y en el continente, es derecha y se vuelve
empresarial, se vuelve millonaria, usufructuando los recursos públicos.
Está claro que la derecha siempre va a buscar conspirar y ese es un dato de la
realidad. Pero es importante que evaluemos qué cosas nosotros no hemos hecho
bien, dónde hemos tenido límites, tropiezos, qué ha permitido o quiere permitir
que la derecha retome la iniciativa. Porque si nos damos cuenta dónde está
nuestra debilidad, está claro que podemos superar esa debilidad e impedir ese
regreso de la derecha o retomar nuevamente la iniciativa, para sustituir a esa
derecha nuevamente con la movilización democrática del pueblo.
Yo marcaría cinco límites y cinco contradicciones
que se han hecho presentes, que han aflorado en esta década virtuosa
continental. No voy a marcar por orden de importancia sino simplemente por
orden lógico.
Una primera debilidad, una primera falencia, que
hemos tenido o podemos tener son las contradicciones al interior de la
economía. Es como si le hubiésemos dado poca importancia al tema económico al
interior de los procesos revolucionarios. Y ese es un peligro, porque no se
olviden que Lenin decía: la política es economía concentrada. Claro, en
oposición, cuando uno es opositor no gestiona nada. Lanza un proyecto de país,
irradia una propuesta económica, pero no gestiona. Su convocatoria hacia el
pueblo es en función de propuestas, iniciativas, sugerencias, pero no
todavía en función de gestión. Entonces, cuando uno es opositor importa
más la política, la organización, las ideas, la movilización, acompañada de
propuestas de economía más o menos atractivas, creíbles,
articuladoras. Pero cuando uno es gestión de gobierno, cuando uno se
vuelve Estado, la economía es decisiva. Y no siempre los gobiernos progresistas
y los líderes revolucionarios han asumido la importancia decisiva de la
economía cuando se está en gestión de gobierno. La base económica de cualquier
proceso revolucionario es la economía. Cuidar la economía, ampliar los procesos
de redistribución, ampliar el crecimiento, eran también las preocupaciones de
Lenin allá en 1919, 20, 21, 22, cuando pasado el comunismo de guerra tiene que
afrontar la realidad de su país destrozado. Ha resistido la invasión de siete
países, ha derrotado a la derecha, pero hay siete millones de personas que han
muerto de hambre. ¿Qué hace un revolucionario, qué hace Lenin? La economía.
Todos los textos de Lenin después del comunismo de guerra es la búsqueda de un
lado y del otro de cómo restablecer la confianza de los sectores populares,
obreros y campesinos, a partir de la gestión económica, del desarrollo de la
producción, de la distribución e la riqueza, del despliegue de iniciativas
autónomas de campesinos, de obreros, de pequeños empresarios, incluso de
empresarios, para garantizar una base económica que dé estabilidad, que dé
bienestar a su población, habida cuenta que no se puede construir socialismo ni
comunismo desde un solo país, habida cuenta que hay mercado mundial que regula
las relaciones, que el mercado y la moneda no desaparecen por decreto,
habida cuenta que la moneda y el mercado no desaparecen estatizando los medios
de producción, habida cuenta que la economía social y comunitaria solamente
podrán surgir en un contexto de avance mundial y continental como es el
mercado, como es la moneda, y mientras tanto le toca a cada país resistir,
crear condiciones básicas de sobrevivencia, crear condiciones básicas de
bienestar para su población, pero eso sí, manteniendo el poder político en
manos de los trabajadores. Se puede hacer cualquier concesión, se puede
dialogar con quien sea que permita ayudar al crecimiento económico, pero
siempre garantizando el poder político en manos de los trabajadores y los
revolucionarios.
La economía es decisiva. En la economía nos jugamos
nuestro destino como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si no hay los
satisfactores básicos, no cuenta el discurso. El discurso habrá de ser eficaz,
puede crear expectativas positivas colectivas, sobre una base material de
satisfacción mínima de condiciones necesarias. Si no están esas condiciones
necesarias, cualquier discurso, por muy seductor, por muy esperanzador que
sea, se diluye ante la base económica.
Una segunda debilidad en el tema económico.
Algunos de los gobiernos progresistas y
revolucionarios han adoptado medidas que han afectado al bloque revolucionario,
potenciando al bloque conservador. Ciertamente que un gobierno debe
gobernar para todos, es la clave del Estado. El Estado es el monopolio de lo
universal, ahí radica su fuerza y su poderío, representar lo universal,
sabiendo que lo universal es lo particular irradiado y articulante en el resto
de los sectores. Pero gobernar para todos no significa entregar los recursos o
tomar decisiones que por satisfacer a todos debiliten tu base social que te dio
vida, que te da sustento y que te son al fin y al cabo los únicos que saldrán a
las calles cuando las cosas se pongan difíciles.
¿Cómo moverse en esa dualidad: gobernar para todos,
teniendo en cuenta a todos, pero en primer lugar, por siempre, como dice la
Iglesia Católica de base, tomando una opción preferencial, prioritaria por los
trabajadores, por los pobladores, por los campesinos? No puede haber
ningún tipo de política económica que deje de lado a lo popular. Cuando se hace
eso, creyendo que se va a ganar el apoyo de la derecha, o que va a
neutralizarla, se comete un error, porque la derecha nunca es leal. A
los sectores empresariales los podemos neutralizar, pero nunca van a estar de
nuestro lado. Y vamos a neutralizarlos siempre y cuando vean que lo popular es
fuerte y movilizado. En cuanto vean que lo popular es débil, o cuando vean que
hay debilidad, los sectores empresariales no van a dudar un solo instante para
levantar la mano y clavar un puñal a los gobiernos progresistas y
revolucionarios.
Hay quienes dicen desde el lado de una supuesta
izquierda, más izquierda, que el problema fue que los gobiernos progresistas no
tomaron medidas más duras de socialización y de levantar el comunismo y de
acabar con el mercado y disolverlo, como si el problema fuera un tema de
voluntad o de decreto. Se puede sacar un decreto que diga que no hay mercado,
sin embargo, el mercado va a seguir. Podemos sacar un decreto que diga acabar
con las compañías extranjeras, sin embargo las herramientas para los celulares
y para las máquinas, van a requerir el conocimiento universal y planterio que
los envuelve a todos. Un país no puede volverse autárquico. Ninguna revolución
ha aguantado ni va a sobrevivir en la autarquía ni en el aislamiento. O la
revolución es mundial y continental o es caricatura de revolución.
Y en lo económico, evidentemente, los gobiernos progresistas
y revolucionarios significaron un empoderamiento de trabajadores, de
campesinos, de obreros, mujeres, jóvenes, con mayor o menor radicalidad según
el país que se tome en cuenta. Pero un poder político no va a ser duradero si
no viene acompañado de un poder económico de sectores populares. ¿Qué significa
eso? En cada país habrá que resolverlo. Pero poder político tiene que ir
acompañado de poder económico, porque si no se va a seguir presentando la
dualidad. Poder político en manos de los trabajadores, poder económico en manos
de los empresarios o el Estado. Pero el Estado no puede sustituir a los
trabajadores. Podrá colaborar, podrá mejorar, pero tarde o temprano tiene
que ir disolviendo poder económico en los sectores subalternos.
Creación de capacidad económica, creación de
capacidad asociativa productiva de los sectores subalternos, esa es la clave
que va a decidir a futuro la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a
un post-capitalismo.
El segundo problema que estamos enfrentando los gobiernos
progresistas es la redistribución de riqueza sin politización social. ¿Qué
significa esto? La mayor parte de nuestras medidas han favorecido a las clases
subalternas. En el caso de Bolivia el 20% de los bolivianos ha pasado a las
clases medias en menos de diez años. Hay una ampliación del sector medio, de la
capacidad de consumo de los trabajadores, hay una ampliación de derechos,
necesarios, sino no seríamos un gobierno progresista y revolucionario. Pero, si
esta ampliación de capacidad de consumo, si esta ampliación de la capacidad de
justicia social no viene acompañada con politización social, no estamos ganando
el sentido común. Habremos creado una nueva clase media, con capacidad de
consumo, con capacidad de satisfacción, pero portadora del viejo sentido común
conservador.
¿Cómo acompañar a la redistribución de la riqueza,
a la ampliación de la capacidad de consumo, a la ampliación de la satisfacción
material de los trabajadores, con un nuevo sentido común? ¿Y qué es el
sentido común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con que la gente
organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno y lo malo en lo más íntimo, lo
deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No se trata de un tema
de discurso, se trata de un tema de nuestros fundamentos íntimos, en cómo nos
ubicamos en el mundo. En este sentido, lo cultural, lo ideológico, lo
espiritual, se vuelve decisivo. No hay revolución verdadera, ni hay
consolidación de un proceso revolucionario si no hay una profunda revolución
cultural.
Porque es muy cierto que podemos levantarnos y
unirnos, como decía el compañero, cuando explicaba lo de la democracia
espasmódica, que me encantó esa frase, está bien, en un momento de espasmo y
arrebato nos unimos, deliberamos y tomamos decisiones, pero luego uno regresa a
la casa, regresa al trabajo, a la actividad cotidiana, a la escuela, a la
universidad, y vuelve a reproducir los viejos esquemas morales y los viejos
esquemas lógicos de cómo organizar el mundo. Y qué hemos hecho. Claro, mi
participación en la asamblea fue un espasmo, pero no fue profundidad que
democratizó mi ser interno. ¿Cómo llevar la democratización de la asamblea,
como espacio, como experiencia colectiva, a una democratización del alma, al
espíritu de cada persona, en su universidad, en su barrio, en su sindicato,
gremio, barrio? Ese es el gran reto. Es decir, no hay revolución posible si no
viene acompañada de una profunda revolución cultural. Y ahí estamos atrasados.
Ahí la derecha ha tomado la iniciativa. A través de medios de comunicación, de
control de universidades, de fundaciones, de editoriales, de redes sociales, de
publicaciones, a través del conjunto de formas de constitución de sentido común
contemporáneas. ¿Cómo retomar la iniciativa? Esta angustia la comentábamos con
el Presidente Evo, cuando leíamos que muchos de nuestros hermanos que son
dirigentes sindicales, o que son líderes estudiantiles, ven como una especie de
ascenso social llegar al Parlamento, o convertirse en dirigentes, es la
culminación de una carrera social. Tienen derecho, después de haber sido siglos
marginados del poder político, e imaginarse que pueden ser dirigentes es
un hecho de justicia. Pero muchas veces es más importante ser un dirigente de
barrio, ser un dirigente de universidad, ser un comentarista de radio, ser un
dirigente de base, que ser autoridad. Porque es en el trabajo cotidiano con la
base donde uno gesta la construcción de sentido común. Y cuando vemos camadas
enteras, cuando vemos a nuestros hermanos saliendo del barrio, de la comunidad,
del sindicato, para buscar con derecho legítimo ser autoridad, luego queda
un vacío y ese vacío lo llena la derecha. Y luego tendremos un buen ministro o
un buen parlamentario, pero tendremos un mal sindicalista, un mal dirigente
universitario, en general predispuestos a someterse a la derecha. Vuelvo a
decir, cuando uno está en gestión de gobierno es tan importante un buen
ministro o parlamentario como un buen dirigente revolucionario sindical,
barrial, estudiantil, porque ahí también se hace la batalla por el sentido
común.
Una tercera debilidad que estamos presentando los
gobiernos progresistas y revolucionarios es una débil reforma moral. La
corrupción es clarísimo que es un cáncer que corroe la sociedad, no ahora, sino
hace 15, 20, 100 años. Los neoliberales son ejemplo de una corrupción
institucionalizada, cuando amarraron la cosa pública y la convirtieron en
privada. Cuando amasaron fortunas privadas robando fortunas colectivas a los
pueblos de América Latina. Las privatizaciones han sido el ejemplo más
escandaloso, más inmoral, más indecente, más obsceno, de corrupción
generalizada. Y eso lo hemos combatido. Pero no basta. No ha sido suficiente.
Es importante que, así como damos ejemplo de restituir la res publica, los
recursos públicos, los bienes púbicos, como bienes de todos, en lo personal, en
lo individual, cada compañero, Presidente, Vice-Presidente, Ministros,
Directores, parlamentarios, gerentes, en nuestro comportamiento diario, en
nuestra forma de ser, nunca abandonemos la humildad, la sencillez, la austeridad
y la transparencia.
Hay una campaña de moralismo insuflado últimamente
en los medios. En el caso de Bolivia decimos: ¿Qué ministro, qué viceministro,
qué diputado del pueblo, tiene una compañía en Panamá Papers? Ninguno. Pero en
cambio podemos enumerar Diputados, Senadores, candidatos, Ministros, de la
derecha que en fila inscribieron sus empresas en Panamá para evadir impuestos.
Ellos son los corruptos, ellos son los sinvergüenzas y nos acusan a nosotros de
corruptos, sinvergüenzas, que no tenemos ninguna moral. Pero, hay que seguir
insistiendo en la capacidad de mostrar con el cuerpo, con el comportamiento y
con la vida cotidiana lo que uno procura. No podemos separar lo que pensamos de
lo que hacemos, lo que somos de lo que decimos.
Un cuarto elemento, que yo no diría de debilidad,
es un elemento que se presenta en la experiencia latinoamericana, y que no la
vivieron ni Rusia, ni Cuba, ni China: el tema de la continuidad del liderazgo
en regímenes democráticos. Cuando triunfa una revolución armada, la cosa es
fácil, porque la revolución armada logra finiquitar, casi físicamente, a los
sectores conservadores. Pero en las revoluciones democráticas tienes que
convivir con el adversario. Lo has derrotado, lo has vencido, discursivamente,
electoralmente, políticamente, moralmente, pero ahí sigue tu adversario. Es
parte de la democracia. Y las Constituciones tienen límites, 5, 10, 15 años,
para la elección de una autoridad. ¿Cómo se da continuidad al proceso
revolucionario cuando tiene esos límites? Es un tema del que no se ocuparon
otros revolucionarios, porque resolvieron el problema al principio. Nosotros
no. Forma parte de nuestra experiencia revolucionaria. ¿Cómo se resuelve el
tema de la continuidad del liderazgo? Van a decir: lo que pasa es que los
populistas, los socialistas, son caudillistas. Pero, ¿qué revolución verdadera
no personifica el espíritu de la época? Si todo depende de instituciones, eso
no es revolución. Ninguna revolución late en las instituciones. No hay
revolución verdadera sin líderes ni caudillos. Es la subjetividad de las
personas lo que se pone en juego. Cuando ya son las instituciones quienes
regulan la vida de un país, estamos ante democracias fósiles. Cuando es la
subjetividad de las personas lo que define los destinos de un país, estamos
ante procesos verdaderos de revolución. Pero el tema es cómo damos continuidad
al proceso teniendo en cuenta que hay límites constitucionales para un líder.
Hay límites constitucionales para una persona. Ese es un gran debate, no es
fácil resolverlo. No tengo yo la respuesta. Hay varios países en los que se
está atravesando ese proceso: Bolivia, Ecuador. Tal vez la importancia ahí de
liderazgos colectivos, de trabajar liderazgos colectivos, que permitan que la
continuidad de los procesos tenga mayores posibilidades en el ámbito
democrático. Pero incluso a veces ni eso es suficiente. Esta es una de las
preocupaciones que corresponde ser resueltas en el debate político. ¿Cómo damos
continuidad subjetiva a los liderazgos revolucionarios para que los procesos no
se trunquen, no se limiten, y puedan tener una continuidad en perspectiva
histórica?
Por último, una quinta debilidad que quiero
mencionar de manera autocrítica pero propositiva, es la débil integración
económica y continental. Hemos avanzado muy bien en integración
política. Y los bolivianos somos los primeros en agradecer la solidaridad
de esta Argentina, de Brasil, de Ecuador, de Venezuela, de Cuba, cuando hemos
tenido que enfrentar problemas políticos. Y gracias a ellos estamos donde estamos.
El Presidente Evo está donde está gracias a la solidaridad política de
Presidentes y de los pueblos latinoamericanos. Pero integración económica… Esto
es mucho más difícil. Porque cada gobierno está viendo su espacio geográfico,
su economía, su mercado, y cuando tenemos que leer los otros mercados, ahí
surgen limitaciones. No es una cosa fácil la integración económica. Uno habla,
pero cuando tienes que ver la balanza de pagos, inversiones, tecnología, las
cosas se ralentizan. Este es el gran tema. Soy un convencido de que América
Latina solo va a poder convertirse en dueña de su destino en el siglo XIX si
logra constituirse en una especie de Estado continental, plurinacional, que
respete las estructuras nacionales de los Estados, pero que a la vez de ese
respeto de las estructurales locales y nacionales, tenga un segundo piso de
instituciones continentales en lo financiero, en lo económico, en lo cultural,
en lo político y en lo comercial. ¿Se imaginan si somos 450 millones de
personas? Las mayores reservas de minerales, de litio, de agua, de gas, de
petróleo, de agricultura. Nosotros podemos direccionar los procesos de
mundialización de la economía continental. Solos, somos presas de la angurria y
el abuso de empresas y países del Norte. Unidos, América Latina, vamos a poder
pisar fuerte en el siglo XXI y marcar nuestro destino.
La derecha quiere retomar la iniciativa. Y en
algunos lugares lo ha logrado, aprovechando alguna de estas debilidades. ¿Qué
va a pasar, en qué momento estamos, qué viene a futuro? No debemos asustarnos.
Ni debemos ser pesimistas ante el futuro, ante estas batallas que vienen. Marx,
en 1848, cuando analizaba los procesos revolucionarios, siempre hablaba de la
revolución como un proceso por oleadas. Nunca imaginó un proceso ascendente,
continuo, de revolución. Decía, la revolución se mueve por oleadas. Una oleada,
otra oleada, y la segunda oleada avanza más allá de la primera, y la tercera
más allá de la segunda. Me atrevo a pensar que estamos ante el fin de la
primera oleada. Y está viniendo un repliegue. Serán semanas, serán meses, serán
años, pero está claro que como se trata de un proceso, habrá una segunda
oleada, y lo que tenemos que hacer es prepararnos, debatiendo qué cosas hicimos
mal en la primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos errores, qué nos
faltó hacer, para que cuando se dé la segunda oleada, más pronto que tarde, los
procesos revolucionarios continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más
arriba, que lo que lo hicieron en la primera oleada.
Y esta segunda oleada podrá ir más arriba porque
tendrá unos soportes, un punto de partida que no vamos a ceder. Tendrá a una
Bolivia, a una Cuba, a una Venezuela, tendrá a un Ecuador, firmes.
Tocan tiempos difíciles, pero para un
revolucionario los tiempos difíciles es su aire. De eso vivimos, de los tiempos
difíciles, de eso nos alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos
de abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los marginados, de
los tiempos neoliberales? La década de oro del continente no ha sido gratis. Ha
sido la lucha de ustedes, desde abajo, desde los sindicatos, desde la
universidad, de los barrios, la que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No
ha caído del cielo esta primera oleada. Traemos en el cuerpo las huellas y las
heridas de luchas de los años 80 y 90. Y si hoy provisionalmente,
temporalmente, tenemos que volver a esas luchas de los 80, de los 90, de los
2000, bienvenido. Para eso es un revolucionario.
Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer,
caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.
Algo que cuenta en nuestro favor: el tiempo
histórico está de nuestro lado. Ellos, lo decía el profesor Emir Sader, no
tienen alternativa, no son portadores de un proyecto de superación de lo nuestro.
Ellos simplemente se anidan en los errores, en las envidias, de lo pasado.
Ellos son restauradores. Ya conocemos lo que hicieron con el continente.
Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, sabemos lo que hicieron ellos, porque
gobernaron en los años 80 y 90. Y nos convirtieron en países miserables,
dependientes, nos llevaron a situaciones de extrema pobreza, de vergüenza
colectiva. Ya conocemos lo que ellos quieren hacer. No representan el futuro.
Ellos son zombis, muertes vivientes electoralmente. Nosotros somos el futuro.
Somos la esperanza. Hemos hecho en diez años lo que ni en cien años se
atrevieron a hacer ni dictadores ni gobiernos, porque nosotros hemos recuperado
la Patria, la dignidad, la esperanza, la movilización y la sociedad civil.
Entonces ellos tienen eso en contra. Son el pasado. Ellos son el pasado. Ellos
son el retroceso. Nosotros estamos con el tiempo histórico. Pero hay que ser
ahí muy cuidadosos. Aprender lo que aprendimos en los 80 y 90, cuando todo
complotaba contra nosotros. Acumular fuerzas, saber acumular fuerzas. Saber que
cuando uno se lanza a una batalla y la pierde, nuestra fuerza va hacia el
enemigo y se potencia y nosotros nos debilitamos. Que cuando hay que dar una
batalla, saber calcularla bien, saber obtener legitimidad, saber explicar a la
gente, saber conquistar nuevamente la esperanza, el apoyo, la sensibilidad, y
el espíritu emotivo de las personas en cada nueva pelea que hagamos. Saber que
nuevamente tenemos que entrar a la batalla minúscula y gigantesca de ideas, en
los medios de comunicación grandes, en los periódicos, en los pequeños
panfletos, en la Universidad, en los colegios, en lo sindicatos. Que hay que
volver a reconstruir nuevo sentido común de la esperanza, de la mística. Ideas,
organización, movilización.
No sabemos cuánto durará esta batalla. Pero
preparémosnos por si dura un año, dos, tres cuatro. Cuando nos tocó soportar
los tiempos neoliberales, la trinchera en que estuvimos, soportamos más de 20
años. Y los que vienen desde la dictadura, soportaron 40 años. Pero en esos
tiempos, la derecha se presentaba como portadora del cambio. Nosotros somos los
abanderados del cambio. La derecha son los abanderados del pasado.
Por lo tanto, es un buen tiempo. Siempre es un buen
tiempo, en gestión de gobierno o en oposición, el Continente está en movimiento
y más pronto que tarde, ya no serán simplemente 8, o 10 países, seremos 15,
seremos 20, 30 países que celebraremos esta gran Internacional de pueblos
revolucionarios, progresistas.