martes, 6 de enero de 2009

Tras la estela navideña

Pepcastelló

Pasaron ya las fiestas navideñas, esa constelación de símbolos espirituales preñada de rituales y nostalgias y de buenos deseos que se desdibuja con el paso del tiempo en nuestra civilización occidental cristiana, cada día más carente de sentido. Hace ya años que los tradicionales villancicos suenan más en los centros comerciales que en los templos y en las celebraciones familiares. Los mensajes navideños de paz y amor se han convertido en meros tópicos, la codicia humana no respeta tregua alguna y el individualismo más acerbo impregna por completo la vida de la mayor parte de la población.

Contrariamente a lo que pueda esperar cualquier persona que sin formar parte de ninguna iglesia cristiana lea con atención los evangelios, la población que se considera creyente no está exenta de esta corriente individualista. Hemos visto celebrar las tradicionales ceremonias religiosas y quien más quien menos ha festejado familiar y socialmente estas fechas mientras los noticieros informaban de las masacres perpetradas en el mundo por seres desalmados contra poblaciones inocentes. Posiblemente algunos colectivos cristianos hayan tenido presentes en sus preces a esas pobres almas y se hayan unido en espíritu a quienes se manifestaban en las calles de diversas poblaciones contra quienes perpetran y consienten tales crímenes. Tal vez algunas de esas personas hayan participado también en esas manifestaciones. Pero no hemos visto ninguna acción enérgica de protesta por parte de las autoridades eclesiásticas, por lo menos en la Iglesia Católica. Toda la tenacidad y firmeza de que hacen gala cuando se trata de presionar a gobiernos que no ceden a sus exigencias cuando se trata de prebendas o protección estatal a la Iglesia Católica ha brillado por su ausencia en esta ocasión como en tantas otras.

El mundo rico, del cual somos parte, masacra y esclaviza al mundo pobre, pero las iglesias callan, o como mucho piden a su Dios que ponga fin a la impiedad humana, en tanto que la población creyente sigue gozando de las ventajas de confort obtenidas mediante la sangre derramada. Quienes contemplamos el panorama religioso de nuestro entorno desde una perspectiva no creyente nos preguntamos cual es la causa de tal inhibición. Desde una perspectiva humana no religiosa no se entiende que quienes predican el Evangelio contemplen impasibles tanta matanza, tanto sufrimiento, tanto martirio. No se entiende que una fe que permite mantener la sangre fría ante tanto crimen pueda guardar ninguna relación con las enseñanzas de Jesús de Nazaret vertidas en las escrituras cristianas. Aun sin quererlo nos vienen a la mente un sinfín de preguntas:

1−¿Hubiese permanecido impasible ante tanto crimen el Jesús que se opuso a la lapidación de la adúltera, que arrojó del templo a los mercaderes y que entregó su vida para dar testimonio de lo que predicaba? ¿Se hubiese inhibido, al igual que se inhiben quienes dicen ser sus actuales representantes?

2−¿Cuál es la causa de que la población católica no exija a sus autoridades eclesiásticas una actitud más acorde con el ejemplo de Jesús?

3−¿Qué puede esperar el mundo de una religión que configura la mente de quienes la siguen de tal modo que no sientan necesidad imperiosa de oponerse a tanta ignominia?

Éstas y muchas más son las preguntas que desde esta perspectiva no creyente nos hacemos. No tenemos respuestas categóricas, pero a la luz de los conocimientos que actualmente poseemos en torno a la conducta humana y el funcionamiento de la mente podríamos aventurar algunas hipótesis con bastantes posibilidades de acierto. No obstante, la pregunta clave es:

4−¿Quiere la población creyente esas respuestas o prefiere ignorarlas para seguir profesando “su fe de siempre”?

También para esta pregunta podríamos aventurar una respuesta pero ¿para qué, si las únicas respuestas que nos valen son las que obtenemos con nuestro propio esfuerzo? Lo que sí nos atrevemos a afirmar es que las autoridades eclesiásticas están muy interesadas en que la población creyente no busque esas respuestas y permanezca fiel a la vieja doctrina que garantiza su poder.

No imaginamos a un Jesús de Nazaret poniendo el poder y el propio bienestar en el primer plano de su vida, sino el servicio a sus semejantes. Y por esta razón no podemos entender que esta Iglesia que se llama a si misma cristiana sea seguidora de Jesús.

Claro que como ya hemos advertido, nuestra perspectiva no es creyente. Tal vez con una fuerte dosis de esa “fe cristiana” que predica la Iglesia lograríamos verlo de otro modo, pero gracias a Dios no la tenemos.

Pepcastelló

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