martes, 9 de junio de 2009

Michael Moore, Barak Obama y quién le dice qué a quién.

Eduardo Pérsico

Comer y aparearse en esencia igualan al hombre con las demás especies, y la palabra, el ordenamiento de su propia historia y los atributos del trabajo, el arte y las místicas son recursos para convivir mejor con la naturaleza. Igualmente, su vocación de vivir en grupo hace que el pasado de la humanidad bien podría explicarse observando las migraciones por hambre, esa constante todavía en el siglo veintiuno no solamente entre las poblaciones más desamparadas. Ese asunto que por propias a nuestro estilo de vida ni piensa cada empleado común de un medio de comunicación que pone su rostro en cámara, ni el ejecutivo más jerárquico. Ellos, los mismos que publicitan asuntos menores hasta hacerlos gravitantes por insistencia, jamás sugieren que sin eliminar el hambre del mundo como principal causa de la infelicidad de la especie, todas las palabras carecen de sentido. Dichas desde un estudio televisivo o desde un púlpito las palabras no sirven, y callar esa certeza cotidiana hace de todo discurso una mentira impune y elaborada. Y eso nos retrae a Harold Lasswell, puntal de las ciencias de la comunicación, que por 1950 acuñó ´quién le dice qué a quién y con qué fin´, vinculando así a cada uno con otro y a la sociedad en su conjunto. Producción, consumo y culturas se englobarían en aquel con qué fin alguien le dice qué a quién, por el mismo patrón que Carlos Marx afirmara antes ´el productor crea al consumidor´, frase que pese a su encono antimarxista el liberalismo de mercado aplica impúdicamente tras el consumismo que reinventa cada día.

En estos días de junio de 2009 cayó en bancarrota General Motors en Estados Unidos, y a propósito el cinematografista Michael Moore le envió al presidente Barak Obama una petición que le sugiere aprovechar a favor del norteamericano común la desaparición de una de las empresas señeras del sistema capitalista. Es que al pedir su propia quiebra la mayor expresión empresaria mostrada como ejemplo ante las aspiraciones socializantes dentro y fuera de Estados Unidos, llamó a reflexionar hasta dónde son firmes en sus ideas los teóricos liberales al no oponerse a la estatización que dispuso el gobierno de Barak Obama. Y al margen del enfoque inicial que emparentara al pedido de Michael Moore con algún capricho farandulero, los mismos medios de comunicación del Poder enseguda olvidaron el asunto con un acto reflejo corporativo, el de silenciar y no difundir más ese inconveniente ya predecible desde hace años: la decadencia y caída de la civilización del automotor. Una era económica iniciada a principios del siglo veinte y que hoy afecta seriamente la salud del planeta, parece llegar a su fin, algo escamoteado en los medios por ser sensible a los intereses petroleros y de los armamentos, históricamente vinculados por naturaleza. General Motors, hoy quebrada, fue una activa participante en esos acuerdos de sostener el orden a cualquier precio y en esta crisis acaso terminal que el mismo neoliberalismo gobernante aceleró, no pudo salvarse. Porque internacionalmente las relaciones de fuerza han cambiado y pese a los quebrantos empresarios y aumento de la desocupación que ensombrece a todo el planeta, el fin de una etapa trascendente para la humanidad pareciera no ser tema de análisis serio en los medios integrantes del Poder. Para ellos nada nuevo bajo el sol, es indudable, pero lo más ritual que hace al corazón del sistema económico sería la actitud de esquivar los análisis profundos sobre la crisis, −con el hambre creciente como protagonista principal− y concertando una conspiración de silencio entre los medios informativos que evitan abordar y ‘ningunean’ el asunto. Acaso eso sea por falta de material humano para desarrollar los problemas en profundidad, −y que comamos todos, por ejemplo− porque la ramplona realidad informativa recitada desde Miami a la previsible entrega de páginas y programas televisivos presuntuosos en la Argentina, pareciera indicarlo. Al menos si se exhiben sitios donde los exponentes o empleados de los medios suelen frecuentar sus ignorancias con cierto orgullo transgresor, sospechosamente, y hasta forzando las cosas para que la realidad coincida con sus palabras. Pero si la realidad ya decidió otro rumbo nada será modificado con los escamoteos palabreros que se hagan en los medios de comunicación del Poder, aquello de elegir el qué decir y para quién, porque la realidad del hambre no espera. Junio 2009.

Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.

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