Veca Muelle
Quiero empezar esta misiva recordando el mensaje final de las conclusiones del Concilio Vaticano II, que vuelve a reconstruir una Iglesia Liberadora que retoma el camino de Cristo en su opción por los pobres.
Mensaje a la humanidad en la fe y en la palabra de Cristo que fue tomado como bandera por muchos de mi generación y que nos llevaron a despojarnos de todo egoísmo, hacer de la solidaridad y el mirar al que esta al lado, una forma obstinada de creer y consecuentemente de vivir. Aún cuando muchos jóvenes compañeros, amigos, padres, hijos, fueron torturados, asesinados y desaparecidos en todas las comarcas de América Latina.
En estos momentos difíciles que padece la humanidad violentada por un sistema tan injusto y desigual recuerdo el mensaje a los jóvenes 7.A, del Concilio Vaticano II. “…Finalmente, es a vosotros, jóvenes del mundo entero, a quienes el Concilio va a dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que tenéis que recibir la antorcha de las manos de vuestros mayores y viviréis en el mundo en el momento de las mayores transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.
Y esa Iglesia joven, con el rostro de Cristo joven, selló el pacto de compromiso social y de luz con millones de seres humanos que sobreviven en medio de la más absoluta miseria y desventura. Nunca sentimos a nuestra Iglesia en su opción por los pobres, tan hermana, tan cercana, generosa y viva.
Hoy, en los albores del siglo XXI, los monarcas en el ejercicio de fe, radicados en Roma y en nuestras latitudes, y que sentimos tan próximos físicamente y tan distantes espiritualmente, se escandalizan de la pobreza y se muestran complacientes con la riqueza y la inequidad.
Padecemos un mundo unilateral y hegemónico donde los poderosos, los mercaderes de la condición humana imponen el individualismo y la codicia como valores fundamentales en la construcción del ser. Estos pocos, infinitamente ricos, viven en olor de santidad comprando indulgencias a las jerarquías obispales que hicieron de la misión pastoral una forma de ejercer poder político y social.
Una Iglesia representada en su institucionalidad por quiénes en su pobreza de espíritu viven guarecidos bajo el ala de los que premian y castigan. Negociantes del verbo divino que no resguarda al manso y abandonan a su suerte a millones de seres humanos que nada tienen y aún más, están sometidos a la desdicha de no ser reconocidos como sujetos de la historia. Su humilde condición de excluidos del sistema los descalifica en sus opciones políticas y los reduce a la infame representación de la barbarie.
Viejos recuerdos me alientan y me desalientan. Y me apoyo en la humildad y en la firmeza en su fe de Monseñor Evaristo Arnz y en la entrega en cuerpo y alma de Monseñor Arnulfo Romero, Obispo de El Salvador, en el que me siento tan representada, recordando su palabra tan samaritana que me transformó en mujer de fe y no en mujer de duda.
Aquellas palabras pronunciadas en la que sería su última homilía “… siempre estaré al lado de los pobres, al lado de aquellos a quien Cristo amó con preferencia…”
Fue fusilado en medio del templo de Cristo.
Esa Iglesia que añoramos que con el verbo enseña al que no sabe; que techo y comida no son beneficio, sino parte de los derechos de vivir con dignidad.
Viejos recuerdos de jóvenes que creyeron en el prójimo, en construir una sociedad más justa, que hoy no están y que murieron hechos jirones me quiebra lo que queda de mi tenacidad.
Reducir la condición humana. Mutilándola. Rompiéndola. Dinamitándola. Precipitándola desde las alturas duele. Muchas palabras blasfemas fueron dichas en nombre de Dios para consolar a los desventurados. ¿Se puede estar bien con Dios y con el diablo? + (PE)
Veca Muelle
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3994
Comentarios y FORO...
Quiero empezar esta misiva recordando el mensaje final de las conclusiones del Concilio Vaticano II, que vuelve a reconstruir una Iglesia Liberadora que retoma el camino de Cristo en su opción por los pobres.
Mensaje a la humanidad en la fe y en la palabra de Cristo que fue tomado como bandera por muchos de mi generación y que nos llevaron a despojarnos de todo egoísmo, hacer de la solidaridad y el mirar al que esta al lado, una forma obstinada de creer y consecuentemente de vivir. Aún cuando muchos jóvenes compañeros, amigos, padres, hijos, fueron torturados, asesinados y desaparecidos en todas las comarcas de América Latina.
En estos momentos difíciles que padece la humanidad violentada por un sistema tan injusto y desigual recuerdo el mensaje a los jóvenes 7.A, del Concilio Vaticano II. “…Finalmente, es a vosotros, jóvenes del mundo entero, a quienes el Concilio va a dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que tenéis que recibir la antorcha de las manos de vuestros mayores y viviréis en el mundo en el momento de las mayores transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.
Y esa Iglesia joven, con el rostro de Cristo joven, selló el pacto de compromiso social y de luz con millones de seres humanos que sobreviven en medio de la más absoluta miseria y desventura. Nunca sentimos a nuestra Iglesia en su opción por los pobres, tan hermana, tan cercana, generosa y viva.
Hoy, en los albores del siglo XXI, los monarcas en el ejercicio de fe, radicados en Roma y en nuestras latitudes, y que sentimos tan próximos físicamente y tan distantes espiritualmente, se escandalizan de la pobreza y se muestran complacientes con la riqueza y la inequidad.
Padecemos un mundo unilateral y hegemónico donde los poderosos, los mercaderes de la condición humana imponen el individualismo y la codicia como valores fundamentales en la construcción del ser. Estos pocos, infinitamente ricos, viven en olor de santidad comprando indulgencias a las jerarquías obispales que hicieron de la misión pastoral una forma de ejercer poder político y social.
Una Iglesia representada en su institucionalidad por quiénes en su pobreza de espíritu viven guarecidos bajo el ala de los que premian y castigan. Negociantes del verbo divino que no resguarda al manso y abandonan a su suerte a millones de seres humanos que nada tienen y aún más, están sometidos a la desdicha de no ser reconocidos como sujetos de la historia. Su humilde condición de excluidos del sistema los descalifica en sus opciones políticas y los reduce a la infame representación de la barbarie.
Viejos recuerdos me alientan y me desalientan. Y me apoyo en la humildad y en la firmeza en su fe de Monseñor Evaristo Arnz y en la entrega en cuerpo y alma de Monseñor Arnulfo Romero, Obispo de El Salvador, en el que me siento tan representada, recordando su palabra tan samaritana que me transformó en mujer de fe y no en mujer de duda.
Aquellas palabras pronunciadas en la que sería su última homilía “… siempre estaré al lado de los pobres, al lado de aquellos a quien Cristo amó con preferencia…”
Fue fusilado en medio del templo de Cristo.
Esa Iglesia que añoramos que con el verbo enseña al que no sabe; que techo y comida no son beneficio, sino parte de los derechos de vivir con dignidad.
Viejos recuerdos de jóvenes que creyeron en el prójimo, en construir una sociedad más justa, que hoy no están y que murieron hechos jirones me quiebra lo que queda de mi tenacidad.
Reducir la condición humana. Mutilándola. Rompiéndola. Dinamitándola. Precipitándola desde las alturas duele. Muchas palabras blasfemas fueron dichas en nombre de Dios para consolar a los desventurados. ¿Se puede estar bien con Dios y con el diablo? + (PE)
Veca Muelle
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3994
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