viernes, 6 de noviembre de 2009

CAÍN de José Saramago*

Carlos A. Valle

“La historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él” Es el comentario con que se cierra el relato en el que Caín contempla la destrucción de la Torre de Babel. Es uno de los viajes a través del tiempo bíblico que realiza quien fuera maldecido a ser errante y extranjero en la tierra después de haber asesinado a su hermano Abel. Caín mantendrá, a partir de allí, una conflictiva relación con Dios, llena de recriminaciones y acusaciones.

Saramago expresa en esta sugestiva novela la perenne pregunta del ser humano sobre el sentido de la vida y de la existencia de Dios. En ese persistente interrogante considera que la pregunta acerca de lo divino lo tornó estéril. Así ha dicho: “Dios, el demonio, el bien, el mal, todo eso está en nuestra cabeza, no en el Cielo o en el infierno, que también inventamos. No nos damos cuenta de que, habiendo inventado a Dios, inmediatamente nos esclavizamos a él”

Caín comienza por confesar que “maté a abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto.” Caín parece condensar el sinsentido de la vida que no obstante perdura, pero para ser testigo de las más crueles acciones humanas a las que siempre se le adosa la voluntad de Dios.

La novela apela a varios de los relatos del Antiguo Testamento para reafirmar ese pensamiento. Así, Dios no tiene piedad de los niños inocentes en la destrucción de Sodoma y Gomorra. Muestra crueldad cuando le pide a Abraham que sacrifique a su hijo. No se apiada de los miles que caen a espada, de la que no escapan los ancianos, las mujeres y los niños y ni siquiera los animales en la devastación de Jericó. Muestra cierto sadismo con las pruebas a las que somete a Job hasta casi aniquilarlo, como si fuese un torturado que debería confesar a cualquier precio. Finalmente, Dios reconoce que se ha equivocado, la humanidad no ha sido lo que esperaba de ella y quiere empezar de nuevo provocando un diluvio universal.

Estos míticos relatos bíblicos, como todos los relatos míticos, lo que hacen es comunicar historias sagradas que hablan de acontecimientos pasados. Lévi-Strauss entendía que uno de los atributos que los caracterizan es que tiene relación con una pregunta existencial, ya sea sobre la creación, la vida, o la muerte.

Saramago toma estos mitos bíblicos para hacer una lectura descarnada de una humanidad que ha creado un dios a su imagen y semejanza. Esa imagen y semejanza resulta ser cruel, egoísta y destructora. No se puede negar su fuerte contenido de agresión, abuso y muerte con que describen la figura de Dios que provee argumentos para llegar a esa conclusión. De todas maneras, no es el primero ni el único en hacer una lectura tal de esos relatos mitológicos.

Por otra parte, el encuadre sagrado en el que esos relatos están insertos ha modelado su interpretación. De allí que, toda crítica se ha interpretado como un ataque a los sentimientos religiosos de quienes así creen. Las reacciones a esta obra de Saramago, como su recordada “El Evangelio Según Jesucristo”, han sido atacadas con cierta impiedad, desvalorizándolas como superficiales y carentes de rigor exegético, mientras ignoraban la preocupación central de sus contenidos.

Saramago, a pesar de este fuerte alegato, no deja de mostrar un peculiar sentido del humor, sin olvidar su particular forma de puntuación y de escribir todos los nombres propios con minúscula. Así, por ejemplo, es Caín quien detiene el brazo de Abraham y no un ángel, puesto que este ha llegado tarde porque le surgió un “problema mecánico en su ala derecha”. Cuando Caín no puede entender por qué “han de ser bendecidos todos los pueblos del mundo solo porque abraham obedeciera una orden estúpida”. El ángel le contesta: “A eso lo llamamos en el cielo obediencia debida.”

Saramago, que hace profesión de su ateismo, no puede dejar a un lado el tema de Dios. Hay una cierta fascinación en el rechazo, como si en el fondo recriminara a los religiosos haber comunicado una imagen tan atroz de Dios. Dijo alguna vez, “Escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender.” Posiblemente hay muchos que hoy en día acompañarían a Saramago en esa búsqueda por comprender en esa inacabada discusión con Dios como la que sostenía a Caín. Porque “lo lógico es que hayan argumentado el uno contra el otro una y muchas veces más, aunque la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo están todavía.”+ (PE)

(*) Caín, José Saramago, Alfaguara, Buenos Aires, 2009

Carlos A. Valle
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=4109

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