sábado, 20 de noviembre de 2010

La libertad antropológica

Jaime Richart


Toda en teoría, muy escasa en la práctica: pese a lo que se empeñan los optimistas y los triunfadores, si bien la libertad del ser humano como pensante podemos decir que es completa, su libertad social se reduce a ese mínimo margen que tiene la hormiga para salirse a duras penas del sendero…

En todo caso a la realidad dan dos ventanales. Desde uno de ellos la realidad “es” lo que presenciamos con nuestros propios ojos, lo que escuchamos y lo que entendemos. Desde el otro “es”, lo que nos cuentan. Sentados frente a uno de los dos, podemos utilizar distintos anteojos para verla, medirla, pesarla y valorarla. Cada uno nos apor­tará un conocimiento moral y material de cada cosa. Y a su vez ese conocimiento se modificará y nos causará uno u otro efecto según lo tratemos y según el grado de profundidad a que seamos capaces de llegar.

Pues bien, la antropología es uno de esos anteojos y la antropología filosófica otro. Y a través de ambos no se ven ni el enfoque ideológico ni el político ni el moral, que son los tres más usuales sometidos a la pública opinión. Pero desde la perspectiva de la antropología filosófica la realidad es bien simple como que es tan indiferente que un maremoto se trague todo un país, que un microbio de la fiebre nos mate o que sucumba por un cambio brusco de temperatura.

La antropología filosófica es un marco de estudio y análisis del ser humano como zoon más que como politikon; más irracional que racional. Desde esta perspectiva antropológica la libertad entendida como libre albedrío y la libertad política entendida como libertades formales, o son inexistentes o son minúsculas; desde luego carecen de la naturaleza que les confiere la política y los ordenamientos jurídicos. Por ello, aunque la política y el derecho y en correlación el periodismo interpretan las libertades formales como ausencia total de opresión sobre nuestro espíritu y nuestro desenvolvimiento personal, analizadas antropológicamente son tan resonantes como vacuas, tan reales o ilusorias como la libertad filosófica en tanto que autonomía interna.

Pero entre nosotros los latinos hoy día se filosofa poco y se atiende más a los aspectos externos y más inmediatos de los conceptos, especialmente cuando nos expresamos en lenguaje político o jurídico, que es lo más habitual. Por eso los leguleyos son los que dominan. Pero lo frecuente no es hablar de la libertad en términos filosóficos o metafísicos, sino sociales. Por eso el jurista, el político y el periodista se refieren siempre a la libertad como libertad social. Y así dicen; aquí hay libertad, allá no hay libertad. No perfilan nunca ni modulan el cuánto, ni parten de un modelo de libertad ni de un modelo de sociedad donde la haya en absoluto. Sencillamente porque no existe. No ponderan que toda tribu, todo clan, todo Estado tienen sus reglas, sus normas, sus leyes, sus costumbres. Y toda norma, toda ley, toda costumbre limita la libertad. Jean Jacques Rousseau decía que la condición de la libertad es inherente a la humanidad, una inevitable faceta de la posesión del alma en la que todas las interacciones sociales con posterioridad al nacimiento implica una pérdida de libertad, voluntaria o involuntariamente. El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado. En toda sociedad, para serlo, hay restricciones.

Pero en general y en occidente basta que un país haga una ampulosa proclama o declaración de la libertad en constitución o en sus instituciones, para que todos los opinantes estén de acuerdo en que la hay. Lo de menos es averiguar y comprobar si ese país en concreto, sus policías y sus jueces conculcan o no la libertad en todo o en parte por clases sociales, por segmentos de población o por territorios. Valórese la libertad que disfrutan los ciudadanos comunes en Estados Unidos según sean patricios, negros e hispanos, y qué clase de libertad está imponiendo a cañonazos en los países invadidos y ocupados en Oriente Medio. Pero también, véase qué clase de libertad existe en España y, por ejemplo y concretamente, en el País Vasco donde son profusas las detenciones y procesamientos bajo la ya gran excusa de las democracias burguesas occidentales, y especialmente la española, de terrorismo y apologías. Por eso, unos maldicen fácilmente a países como China o Venezuela y a sus dirigentes ignorando o queriendo ignorar que la libertad formal básica empieza por tener cada ciudadano un techo digno, una nutrición suficiente, una enseñanza de calidad y un respeto absoluto al ciudadano por parte de quienes ostentan o detentan el poder. ¿Se plas­man, se realizan, se concretan en realidad todos esos derechos que constituyen la libertad formal de primer rango en esas democracias burguesas? Yo creo que habría que demostrar que no sólo son nominales, que todo el mundo y en cualquier parte del territorio del Estado puede dormir tranquilo, satisfecho, sin temor? Yo creo que habrá que demostrarla fehacientemente cuando la discriminación racial en unos sitios, la categoría social y la capacidad económica de los ciudadanos marcan enormes distancias entre los derechos y libertades de unos ciudadanos y otros.

Volviendo a la antropología filosófica, ésta distingue entre la emicología: estudio de los significativos en el ámbito estructural y del comportamiento de una cultura, descritos desde el propio punto de vista de esta cultura, y la eticología: estudio de los significativos del ámbito estructural y del comportamiento de una cultura, descritos  en función de unos rasgos independientes o por contrastación con otras culturas, por ejemplo, con la cultura del estudioso.

Esto significa que ningún autor periodístico, ni el lenguaje usual de los medios de comunicación -los chamanes de la modernidad- atienden al concepto libertad desde el punto de vista emicológico, es decir, desde las "razones" que existen en otros países de culturas muy diferentes de la nuestra para organizarse socio políticamente, y aplicar sus reglas, preceptos y costumbres. Esto es tan lamentable como ver “normal” aplicar a un reo la inyección letal o la silla eléctrica por una sentencia, y una ejecución de rango superior a la lapidación en que difícilmente la muerte del reo no será prácticamente instantánea gracias a una piedra en la sien. Y tan lamentable como suponer que nosotros, los occidentales, tenemos derecho a la injerencia y a la imposición de nuestras ideas y conceptos políticos, a la fuerza de los embargos o por la brutalidad de invasiones y ocupaciones armadas, atentando contra la más elemental de las libertades de los pueblos a gobernarse por sí mismos y por sus costumbres, nos guste o no. Pues la reafirmación de los valores propios negando los ajenos, por un lado, y el derecho a la injerencia, por otro, son las actitudes más odiosas, desde el punto de vista humano y también antropológico, de las bestias, engreídos, petulantes, soberbios, fascistas y neoliberales.

Estos apuntes pueden valer para que se vea hasta qué punto, desde el prisma antropológico –otro más de los enfoques posibles- la palabra libertad es evanescente y escurridiza. Tan escurridiza y evanescente como el agua entre las manos, y como los conceptos amor, respeto, justicia, democracia y dios.
 
http://www.kaosenlared.net/noticia/la-libertad-antropologica


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