Susana Merino
Hace algunos días me refería a la agudización de la violencia estableciendo una clara diferenciación entre la violencia “violenta” rápida, contundente y la violencia silenciosa, solapada, casi oculta que no se manifiesta de golpe ni cobra a sus víctimas ipso facto sino que las somete a un largo, a veces doloroso proceso que incluye siempre el mismo predecible final.
La primera suele ser ampliamente difundida y aunque sus causas sean analíticamente controvertidas y de corolario incierto, son sin embargo tema reconocidamente justiciable. La segunda pasa siempre más desapercibida y aunque genera más víctimas, es menos visible y salvo en muy contados casos no alcanza a golpear con tanta fuerza a la opinión pública ni a llegar a los estrados judiciales. Son desde luego los medios, la prensa, la televisión, la radio los que destacan en algún caso e ignoran en otros las razones y las causas que desencadenan unas u otras muertes. Todo depende de la espectacularidad del suceso o de quién o quienes estén involucrados como actores, claramente responsables en algunas ocasiones y aparentemente pasivos, casi distraídos en las otras.
No he podido dejar de observar la rara coincidencia de que los últimos dos casos de violencia manifiesta, paradigmas ambos de lo anteriormente señalado llevan un mismo apellido: Ferreyra. No existe entre ellos ningún parentesco aparente y sin embargo ambos, Mariano y Ezequiel se han convertido en un breve lapso en dos símbolos hermanados por la sevicia inmoral de las ansias de poder y de dinero
Mariano Ferreyra era un joven de 23 años, trabajador, estudiante del CBC, comprometido en la lucha política y pese a su juventud y a la mala prensa que la juventud algo marginal, suele tener en estos tiempos, interesado en las artes, el teatro, el cine, la música. Es decir con un proyecto de vida promisorio que según los testimonios fue cercenado por el accionar de las llamadas patotas sindicales ante la inoperancia o la connivencia policial. Un tipo de enfrentamiento que se generó por el imprevisto ataque de un grupo minoritario a una manifestación sindical en el marco de una pelea inter gremial. Lo que además sorprende, es el grado de creciente violencia que implica el uso de armas de fuego en estos hechos, cuyos mentores ideológicos no se encontraban seguramente presentes entre los ocasionales contendientes ni habrían sido tampoco inspirados por la altruista defensa de los intereses laborales de los grupos en pugna
Ezequiel Ferreyra en cambio fue una víctima menos comprometida con ideales personales o intereses políticos. Tenía tan solo 7 añitos. Había llegado hacía cuatro años desde Misiones con sus papás y sus hermanos, arrastrados por la necesidad y la miseria, en perentoria búsqueda de mínimas condiciones de supervivencia. Y desde entonces fue esclavizado junto a su familia, en una de las más importantes granjas avícolas exportadoras del país. Allí tuvo que manipular, todos los días de su corta vida, guano, sangre y productos químicos, venenosos y cancerígenos que le generaron un tumor cerebral al que, pese a la cirugía, no pudo sobrevivir.
Como era de prever, la empresa, trató de ocultar las evidencias, amenazando a los padres y obligándoles a silenciar la situación, tratando, luego del deceso, de ocultar, el cuerpo del pequeño con la intención de cremarlo y eliminar la posibilidad de que se llegara a corroborar el origen de su muerte mediante delatoras pericias judiciales.
No es esa la única empresa que ha sido denunciada y en muchos casos reiteradamente por explotar el trabajo infantil, por “importar” familias del interior y someterlas a condiciones de esclavitud y exponerlas a la manipulación de agroquímicos reconocidamente cancerígenos. La Fundación “La alameda” y la Unión de Trabajadores Costureros (UTC) por su parte también han denunciado la comprometida violencia laboral y los regímenes de semi esclavitud a que son sometidos los trabajadores de no menos de 80 empresas de confección textil del país (cuyos nombres figuran en su sitio web: www.laalameda.wordpress.com y sugerimos conocerlos)
Sin embargo tanto el trabajo rural en el que no solo niños sino también adultos son condenados a trabajar con agroquímicos y toda clase de pesticidas sin la debida precauciones como los talleres urbanos de trabajo textil en que las condiciones horarias, ambientales e higiénicas carecen del mínimo control son rémoras de un pasado que la mayoría de la gente ignora o cree superado. Donde quiera que la pobreza, las condiciones sociales y la credulidad de la gente puedan ser explotadas sigue existiendo la esclavitud. Kevin Bales, autor del libro “La nueva esclavitud en la economía global” estima que aún existen no menos de 27 millones de esclavos en el mundo, muchos de los cuales han sido vendidos contra su voluntad o son retenidos con amenazas o riesgos de muerte.
Muchos de nosotros creemos que son situaciones que nos exceden y contra las que nada podemos hacer. Pero no es así, cada una de las personas a cuyo conocimiento llegan estas denuncias, debería como mínimo comprometerse a no comprar los productos, alimentos, ropa, zapatos, etc que proceden de empresas que han sido pública y judicialmente denunciadas. Pero además empeñarse en ser un portavoz de esas denuncias de modo que su difusión vaya generando gradualmente un control ciudadano que contribuya a mejorar las condiciones de trabajo de otros seres humanos y por las que muchos de ellos son condenados a padecer graves enfermedades y muertes prematuras.
Y aunque parezca una crudelísima verdad, también cada uno de nosotros es responsable, por acción u omisión de las condiciones de vida de los demás y solo lograremos erradicar la violencia cuando seamos capaces de actuar cotidianamente de acuerdo con las más elementales normas de justicia y de humana consideración para con nuestros semejantes.
http://desdemimisma.blogspot.com/2010/11/mariano-y-ezequiel-ferreyra-hermanados.html
REGRESAR A PORTADA
Hace algunos días me refería a la agudización de la violencia estableciendo una clara diferenciación entre la violencia “violenta” rápida, contundente y la violencia silenciosa, solapada, casi oculta que no se manifiesta de golpe ni cobra a sus víctimas ipso facto sino que las somete a un largo, a veces doloroso proceso que incluye siempre el mismo predecible final.
La primera suele ser ampliamente difundida y aunque sus causas sean analíticamente controvertidas y de corolario incierto, son sin embargo tema reconocidamente justiciable. La segunda pasa siempre más desapercibida y aunque genera más víctimas, es menos visible y salvo en muy contados casos no alcanza a golpear con tanta fuerza a la opinión pública ni a llegar a los estrados judiciales. Son desde luego los medios, la prensa, la televisión, la radio los que destacan en algún caso e ignoran en otros las razones y las causas que desencadenan unas u otras muertes. Todo depende de la espectacularidad del suceso o de quién o quienes estén involucrados como actores, claramente responsables en algunas ocasiones y aparentemente pasivos, casi distraídos en las otras.
No he podido dejar de observar la rara coincidencia de que los últimos dos casos de violencia manifiesta, paradigmas ambos de lo anteriormente señalado llevan un mismo apellido: Ferreyra. No existe entre ellos ningún parentesco aparente y sin embargo ambos, Mariano y Ezequiel se han convertido en un breve lapso en dos símbolos hermanados por la sevicia inmoral de las ansias de poder y de dinero
Mariano Ferreyra era un joven de 23 años, trabajador, estudiante del CBC, comprometido en la lucha política y pese a su juventud y a la mala prensa que la juventud algo marginal, suele tener en estos tiempos, interesado en las artes, el teatro, el cine, la música. Es decir con un proyecto de vida promisorio que según los testimonios fue cercenado por el accionar de las llamadas patotas sindicales ante la inoperancia o la connivencia policial. Un tipo de enfrentamiento que se generó por el imprevisto ataque de un grupo minoritario a una manifestación sindical en el marco de una pelea inter gremial. Lo que además sorprende, es el grado de creciente violencia que implica el uso de armas de fuego en estos hechos, cuyos mentores ideológicos no se encontraban seguramente presentes entre los ocasionales contendientes ni habrían sido tampoco inspirados por la altruista defensa de los intereses laborales de los grupos en pugna
Ezequiel Ferreyra en cambio fue una víctima menos comprometida con ideales personales o intereses políticos. Tenía tan solo 7 añitos. Había llegado hacía cuatro años desde Misiones con sus papás y sus hermanos, arrastrados por la necesidad y la miseria, en perentoria búsqueda de mínimas condiciones de supervivencia. Y desde entonces fue esclavizado junto a su familia, en una de las más importantes granjas avícolas exportadoras del país. Allí tuvo que manipular, todos los días de su corta vida, guano, sangre y productos químicos, venenosos y cancerígenos que le generaron un tumor cerebral al que, pese a la cirugía, no pudo sobrevivir.
Como era de prever, la empresa, trató de ocultar las evidencias, amenazando a los padres y obligándoles a silenciar la situación, tratando, luego del deceso, de ocultar, el cuerpo del pequeño con la intención de cremarlo y eliminar la posibilidad de que se llegara a corroborar el origen de su muerte mediante delatoras pericias judiciales.
No es esa la única empresa que ha sido denunciada y en muchos casos reiteradamente por explotar el trabajo infantil, por “importar” familias del interior y someterlas a condiciones de esclavitud y exponerlas a la manipulación de agroquímicos reconocidamente cancerígenos. La Fundación “La alameda” y la Unión de Trabajadores Costureros (UTC) por su parte también han denunciado la comprometida violencia laboral y los regímenes de semi esclavitud a que son sometidos los trabajadores de no menos de 80 empresas de confección textil del país (cuyos nombres figuran en su sitio web: www.laalameda.wordpress.com y sugerimos conocerlos)
Sin embargo tanto el trabajo rural en el que no solo niños sino también adultos son condenados a trabajar con agroquímicos y toda clase de pesticidas sin la debida precauciones como los talleres urbanos de trabajo textil en que las condiciones horarias, ambientales e higiénicas carecen del mínimo control son rémoras de un pasado que la mayoría de la gente ignora o cree superado. Donde quiera que la pobreza, las condiciones sociales y la credulidad de la gente puedan ser explotadas sigue existiendo la esclavitud. Kevin Bales, autor del libro “La nueva esclavitud en la economía global” estima que aún existen no menos de 27 millones de esclavos en el mundo, muchos de los cuales han sido vendidos contra su voluntad o son retenidos con amenazas o riesgos de muerte.
Muchos de nosotros creemos que son situaciones que nos exceden y contra las que nada podemos hacer. Pero no es así, cada una de las personas a cuyo conocimiento llegan estas denuncias, debería como mínimo comprometerse a no comprar los productos, alimentos, ropa, zapatos, etc que proceden de empresas que han sido pública y judicialmente denunciadas. Pero además empeñarse en ser un portavoz de esas denuncias de modo que su difusión vaya generando gradualmente un control ciudadano que contribuya a mejorar las condiciones de trabajo de otros seres humanos y por las que muchos de ellos son condenados a padecer graves enfermedades y muertes prematuras.
Y aunque parezca una crudelísima verdad, también cada uno de nosotros es responsable, por acción u omisión de las condiciones de vida de los demás y solo lograremos erradicar la violencia cuando seamos capaces de actuar cotidianamente de acuerdo con las más elementales normas de justicia y de humana consideración para con nuestros semejantes.
http://desdemimisma.blogspot.com/2010/11/mariano-y-ezequiel-ferreyra-hermanados.html
REGRESAR A PORTADA