Adolfo Pedroza
“La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso…” (Jorge Luis Borges)
La frase corresponde al cuento “El inmortal” del citado escritor y narra la búsqueda de una ciudad perdida en el desierto; Marco Flaminio Rufo es el militar romano que realiza afanosamente esta búsqueda. La expedición se ve coronada por el éxito, no solo de hallar la cuidad, sino también de beber en el río que da la inmortalidad. Sin embargo luego vendrá la empresa de recorrer el mundo –por siglos- para despojarse de ella.
En “El inmortal” el motivo de la sociedad secreta es puesto a prueba, radicalizado hasta alcanzar sus propios límites y volverse intrascendente. La pregunta que acompaña a la frase anterior indaga en los criterios de inclusión y de exclusión de la sociedad secreta: ¿quiénes pertenecen a ella, quiénes quedan fuera?
Si nos tomamos una licencia poética y hacemos un salto literario y nos adentramos en nuestra sociedad, donde el concepto de inmortalidad se halla en algunas religiones y tiene un sinfín de matices, podremos pensar en nuestros muertos y confrontar estos pensamientos con la frase que el genial Borges incluye en el cuento que cito y transcribo al principio de este escrito.
Es obvio que vivimos también en una sociedad que se dice inclusiva, pero que en realidad tiene más integrantes afuera que adentro. Como justificar sino que un país rico como el nuestro tenga gente viviendo por debajo de un nivel mínimamente digno.
Justamente en estos días nuestra sociedad se vio golpeada por la muerte de una persona que parecía encaraba y trataba de desterrar esta terrible e indigna diferencia entre unos y otros. Todos mortales, al fin y al cabo y que sin nada vinimos y nada nos llevaremos de este mundo. (Frase que con mayores o menores matices encontraremos en la Biblia, El Coran, El Libro del Mormón y tantos otras libros/textos religiosos)
No quiero centrarme solo en una muerte, ya que últimamente nos han sacudido tres (al menos significativas en el tiempo cercano y todavía vivo en nuestra memoria cotidiana) Aquel joven secuestrado que clamó por ayuda -corriendo por las calles- para que lo auxiliaran de sus secuestradores y vio como la sociedad le daba la espalda y le cerraba puertas y ventanas simplificando su asesinato posterior.
También en una marcha se sesga una vida cuando se enfrentarán obreros para dirimir diferencias que en realidad no tienen. El objetivo común es tener un trabajo digno y reconocido. Trabajo que se hace cada vez más difícil conseguir/mantener, aunque los números (escritos en indescifrables índices que nunca entenderemos cuando los contrastamos con la realidad) nos quieren decir que vamos “pum… para arriba”.
Nadie quiere jugar con los sentimentalismos a la hora de la muerte, pero tampoco quiere horrorizarse y darle la espalada a temas que nuestra sociedad debe decidir ya para no enmarañarse en los laberintos Borginanos ni deambular por la ciudad de los inmortales (escena del cuento ce Borges). Para esto deberemos plantearnos una inclusión real (que no se limite a un subsidio de pobreza ni a tercerizaciones obreras) porque en ello nos va –en serio- el tipo de sociedad en la que deseamos vivir.
La muerte (muertes en este caso) nos hace preciosos y patéticos, esperemos que pasado lo irrecuperable y azaroso de este momento en el que somos conmovidos; nuestras fibras más intimas como pueblo puedan sobreponerse a los fantasmas del pasado y “militar” por una sociedad más justa, equitativa e inclusiva.+ (PE)
PreNot 9174-101101
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9174
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“La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso…” (Jorge Luis Borges)
La frase corresponde al cuento “El inmortal” del citado escritor y narra la búsqueda de una ciudad perdida en el desierto; Marco Flaminio Rufo es el militar romano que realiza afanosamente esta búsqueda. La expedición se ve coronada por el éxito, no solo de hallar la cuidad, sino también de beber en el río que da la inmortalidad. Sin embargo luego vendrá la empresa de recorrer el mundo –por siglos- para despojarse de ella.
En “El inmortal” el motivo de la sociedad secreta es puesto a prueba, radicalizado hasta alcanzar sus propios límites y volverse intrascendente. La pregunta que acompaña a la frase anterior indaga en los criterios de inclusión y de exclusión de la sociedad secreta: ¿quiénes pertenecen a ella, quiénes quedan fuera?
Si nos tomamos una licencia poética y hacemos un salto literario y nos adentramos en nuestra sociedad, donde el concepto de inmortalidad se halla en algunas religiones y tiene un sinfín de matices, podremos pensar en nuestros muertos y confrontar estos pensamientos con la frase que el genial Borges incluye en el cuento que cito y transcribo al principio de este escrito.
Es obvio que vivimos también en una sociedad que se dice inclusiva, pero que en realidad tiene más integrantes afuera que adentro. Como justificar sino que un país rico como el nuestro tenga gente viviendo por debajo de un nivel mínimamente digno.
Justamente en estos días nuestra sociedad se vio golpeada por la muerte de una persona que parecía encaraba y trataba de desterrar esta terrible e indigna diferencia entre unos y otros. Todos mortales, al fin y al cabo y que sin nada vinimos y nada nos llevaremos de este mundo. (Frase que con mayores o menores matices encontraremos en la Biblia, El Coran, El Libro del Mormón y tantos otras libros/textos religiosos)
No quiero centrarme solo en una muerte, ya que últimamente nos han sacudido tres (al menos significativas en el tiempo cercano y todavía vivo en nuestra memoria cotidiana) Aquel joven secuestrado que clamó por ayuda -corriendo por las calles- para que lo auxiliaran de sus secuestradores y vio como la sociedad le daba la espalda y le cerraba puertas y ventanas simplificando su asesinato posterior.
También en una marcha se sesga una vida cuando se enfrentarán obreros para dirimir diferencias que en realidad no tienen. El objetivo común es tener un trabajo digno y reconocido. Trabajo que se hace cada vez más difícil conseguir/mantener, aunque los números (escritos en indescifrables índices que nunca entenderemos cuando los contrastamos con la realidad) nos quieren decir que vamos “pum… para arriba”.
Nadie quiere jugar con los sentimentalismos a la hora de la muerte, pero tampoco quiere horrorizarse y darle la espalada a temas que nuestra sociedad debe decidir ya para no enmarañarse en los laberintos Borginanos ni deambular por la ciudad de los inmortales (escena del cuento ce Borges). Para esto deberemos plantearnos una inclusión real (que no se limite a un subsidio de pobreza ni a tercerizaciones obreras) porque en ello nos va –en serio- el tipo de sociedad en la que deseamos vivir.
La muerte (muertes en este caso) nos hace preciosos y patéticos, esperemos que pasado lo irrecuperable y azaroso de este momento en el que somos conmovidos; nuestras fibras más intimas como pueblo puedan sobreponerse a los fantasmas del pasado y “militar” por una sociedad más justa, equitativa e inclusiva.+ (PE)
PreNot 9174-101101
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9174
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