José Steinsleger
El viejo sacerdote católico con el que solía debatir las cosas de la fe y de la razón, me dijo: “Si en mi diócesis tuviese a cinco parroquianos con tu fe, ya me hubiesen nombrado cardenal”.
No supe recibir el cumplido. Con las ínfulas propias de la edad, respondí: “¿Fe? ¡Lo mío es convicción!”
El viejo creyente replicó:
–Calma… calma que la vida da muchas vueltas.
Tenía razón. Años después la izquierda sin fe colgó el hábito de la razón, hizo a un lado la voz “pueblo” y optó por el mediáticamente correcto vocablo “gente”. El “consenso” pasó a regir la democracia virtual y, milagrosamente, el vino de la revolución se convirtió en algoritmo aguado del fraude electoral. Pero la vida, como decía mi amigo, siguió dando sus vueltas. Hoy, la izquierda sin fe anda demudada: en Venezuela gobierna un presidente “zambo”; en Bolivia un “indígena” y en Ecuador un economista elegido por los pobres. Y el próximo domingo, si Dios quiere, el nuevo presidente de Paraguay será Fernando Lugo Méndez, ex obispo de San Pedro Ycuamandiyú.
El programa político de Fernando Lugo se inspira en la antigua divisa Vox populi, voz Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios. Palabras que remiten a la guerra de las comunidades de Castilla (1521) y que los comuneros paraguayos, liderados en 1717 por el peruano José de Antequera y el nacido en Asunción Fernando Mompox, anunciaron los primeros vientos independentistas de nuestra América (1721-35).
Paraguay es independiente desde 1810. Pero en la segunda mitad del siglo XIX, en guerra financiada por el Banco de Londres, los países de
Durante la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-89), responsable junto con Pinochet del Plan Cóndor orquestado por
Incomprensiblemente, la tragedia del pueblo paraguayo continúa teniendo (al igual que Haití) escasa resonancia en comparación con el drama similar de otros que en el continente recibieron mayor atención y solidaridad.
En tal contexto, hombres como Lugo tuvieron que armarse de mucha fe para luchar a favor de los pobres en uno de los países más aislados, desconocidos y martirizados del mundo. Un país donde cualquier cuestionamiento a las estructuras de la opresión conducía rutinariamente al ostracismo, y el encarcelamiento de por vida o la muerte y hoy, en “democracia”.
Con un padre que estuvo más de 20 veces en prisión, y tres de sus hermanos torturados y expulsados del país, Lugo encontró refugio en la iglesia. En 1977 se ordenó sacerdote y partió a Ecuador, donde trabajó con monseñor Leónidas Proaño, El obispo de los indios, adhiriendo a la “teología de la liberación”.
En 1983, por sus “sermones subversivos”, la dictadura de Stroessner expulsó a Lugo del país. Regresó a Paraguay en 1987 y, luego de estudiar en Roma, fue nombrado obispo de San Pedro, el departamento más pobre de esa nación (1994).
Sólo en 2005 los grupos paramilitares pagados por los terratenientes quemaron cientos de ranchos y 4 mil campesinos de San Pedro fueron procesados por una ley de “seguridad” de contenidos indefinidos y genéricos, aunque ajustados a lo que Washington entiende por “terrorismo”.
Paraguay basa su economía en la producción agropecuaria. La producción de soya equivale a 10 por ciento del producto interno bruto, y a 40 por ciento del comercio exterior. No obstante, 1.2 por ciento de los propietarios más ricos concentra 77 por ciento de las tierras cultivables.
A inicios del año pasado, sin abjurar de su fe, Lugo decidió ponerse al frente del movimiento popular Tekojoja (“igualdad” en guaraní), fuerza creada alrededor de su figura. Tekojoja es una de las 20 organizaciones de movimientos y partidos de izquierda aglutinados en
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http://www.panamaprofundo.org/boletin/realidad-alc/paraguay-la-fe-mueve.htm