sábado, 25 de octubre de 2008

Las religiones del libro

Es lamentable que el Sínodo Mundial de Obispos, que será clausurado en Roma el próximo domingo, no haya tenido más resonancia en los medios. Se dirá que eso es asunto de curas, que no interesa a la mayoría de la gente. Pero en eso precisamente, creo yo, es donde está la equivocación. El tema, que ha estudiado el Sínodo, ha sido “La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia”. No entro en problemas técnicos que plantea este tema. Me refiero a cuestiones que están en boca de todo el mundo. Porque son cosas que a todos nos interesan.

Una religión que tiene su centro en la “palabra” que Dios le ha revelado, es (según un lenguaje convencional que data del s. XIX), una “religión del libro”. Religiones del libro son el judaísmo, el cristianismo y el islam. Porque cada una de estas religiones tiene “su libro”. Ahora bien, no debe ser mera coincidencia el hecho de que las tres religiones “del libro” son denominadas también religiones “de confrontación”. Porque históricamente se han pasado la vida enfrentándose entre ellas en guerras y conflictos que duran hasta hoy. ¿Por qué? Por la inevitable relación que se da entre la “palabra revelada” y el “fundamentalismo religioso”. Hablar de “palabra revelada” es hablar de la potente concepción de una verdad única y absoluta. Una verdad, por lo tanto, que, en la mentalidad de muchas personas, se antepone a cualquier otra verdad, incluida la verdad científica. Y que se antepone a cualquier derecho, incluso al derecho a la libertad, a la propia dignidad y hasta, si es preciso, al derecho a la vida. Los conflictos entre religión y ciencia encuentran aquí se explicación. Desde Galileo, pasando por Darwin, hasta los actuales problemas a propósito de las investigaciones con embriones, el fondo del problema es siempre el mismo. Como también por este motivo se explican los incesantes conflictos que se vienen planteando entre la Iglesia y el Estado desde que, en 1789, la Asamblea Francesa aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Por esto las religiones, especialmente las religiones del libro, se atascan constantemente, lo mismo en su aceptación de los avances científicos, que en sus relaciones con los progresos que se van haciendo en la puesta en práctica de los derechos humanos.

Así las cosas, quienes queremos ser fieles a nuestras creencias religiosas de forma que en ellas entra también nuestra permanencia en la Iglesia, pero al mismo tiempo queremos ser también fieles a nuestro tiempo, a la cultura y a la sociedad en que vivimos, a la ciudadanía que hemos aceptado gustosamente, nos preguntamos: ¿pero es que este conflicto no va a tener nunca solución? ¿vamos a tener que vivir siempre en la tensión de dos fidelidades que no sabemos cómo conciliar? Porque, además, nos duele - y nos duele mucho - ver a tantas personas de buena voluntad abandonar las creencias religiosas porque no soportan más esta tensión entre dos fidelidades que no saben cómo armonizar. Sin olvidar que es duro verse condenado a vivir en esta especie de “doble vida”, que es tanto como verse condenado a tener que vivir siempre en la mala conciencia.

Yo entiendo y respeto a las personas que, estando las cosas como están, por su psicología o su mentalidad, no encuentran más salida que el fundamentalismo religioso. Fundamentalismo no es igual a fanatismo ni autoritarismo. Los fundamentalistas piden una vuelta a las escrituras o textos básicos, que deben ser leídos de manera literal, y proponen que las doctrinas derivadas de tales lecturas sean aplicadas a la vida social, económica o política. El fundamentalismo da nueva vitalidad e importancia a los guardianes de la tradición. Sólo ellos tienen acceso al “significado exacto” de los textos. El clero u otros intérpretes privilegiados adquieren así poder secular y religioso (A. Giddens). Como es lógico, el fundamentalismo cobra vigor y actualidad cuando la gente se siente insegura, amenazada, con muchas preguntas y pocas respuestas. Es lo que ocurrió en la segunda mitad del s. XIX. Fue entonces cuando nació, en Estados Unidos, el moderno fundamentalismo que ahora toma nuevo vigor. Porque, como bien se ha dicho, los fundamentalismos son formas defensivas de espiritualidad y siempre han surgido como respuesta a una crisis amenazante (K. Armostrong). A fin de cuentas, el fundamentalismo es siempre “tradición acorralada”. Y hoy es mucha la gente que se siente acorralada por un cambio de época que plantea demasiadas preguntas sin respuesta. Para los que así se sienten, el refugio más seguro es apuntarse a un grupo fundamentalista.

Quienes no nos resignamos a aceptar que la Palabra de Dios y la humanidad, en su historia, su cultura y su progreso, han entrado en un conflicto sin solución, preferimos pensar que esto tiene salida. No se trata de que la va a tener. Se trata de que la tuvo. Los cristianos, según nuestras creencias, encontramos esa salida en la convicción de que “la Palabra de hizo carne” (Jn 1, 14), es decir, la Palabra se humanizó, se fundió con la condición humana. De forma que, a partir de entonces, no puede haber conflicto entre la Palabra de Dios y todo cuanto es verdaderamente humano. Más aún, a Dios sólo podemos encontrarlo en lo humano, en lo que es común a todos los seres humanos. Aceptar la Palabra es superar todo cuanto nos divide y nos enfrenta: culturas, ideologías, nacionalismos, religiones. La convicción más firme de mi vida es que sólo puedo ser creyente en la medida en que intento ser profundamente humano. No puedo creer en otra religión.

José M. Castillo

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