Hemos averiguado, con enormes costes, que una universidad puede existir en el mismo espacio físico que un campo de concentración.
Karen Armstrong, “La gran transformación”.
Karen Armstrong, “La gran transformación”.
Son muchas, muchísimas las voces que se alzan y los escritos que aparecen a diario señalando la necesidad de una reconsideración del pensamiento por el cual se rige esta civilización nuestra. A la vista está que el conocimiento científico y el desarrollo técnico no son valores en sí, puesto que tanto pueden traernos bienestar como desgracia. No hay más que ver el camino de autodestrucción que de su mano hemos seguido durante todo el siglo XX, y las pocas muestras que hay de querer cambiar de rumbo en lo que llevamos del XXI. El mundo se nos viene abajo por momentos, ya sea por catástrofes ambientales provocadas por nuestra disparatada forma de vida o por simple y pura violencia humana, y no parece que haya nadie, ni persona ni institución, con ánimo de tomárselo en serio.
Es a todas luces necesario y urgente encontrar una forma de espiritualidad conveniente para esta era que estamos iniciando. Una espiritualidad universalizable, capaz de guiar el pensamiento científico y los avances técnicos por caminos de humanidad.
Tratándose de pensamiento y de valores, parecería lógico que la pelota estuviese en los tejados de la filosofía y de las religiones, y que fuesen estas fuentes de luz humana quienes una vez más tirasen del carro y llevasen el peso de la inmensa tarea que comporta reeducar a la humanidad en peso. Pero no es así, pues la filosofía apenas cuenta en el mundo actual, predominantemente científico y técnico, y las religiones han caído todas en las trampas que les pusieron las mismas instituciones que las lideran, de modo que su ineficacia para cuanto no sea el bien personal de quienes a ellas se acogen está más que probada. No parece que la salvación pueda venir por ninguna de esas dos vías. Y no obstante otras no se ven, pues está bien claro que, por altruistas que se presenten, las instituciones humanas acaban siendo un fin en sí mismas.
Las viejas religiones basadas en creencias son ricas en metodología, tienen procedimientos muy eficaces para configurar la mente de quienes a ellas se entregan, y esto es un valor que no se debiera perder. Pero cada vez tienen menos posibilidades en un mundo que lo último que está dispuesto a hacer es creer a ciegas. Las tímidas remodelaciones que ha hecho el cristianismo no bastan para la gran tarea que hay por hacer. Hoy no sirve ya aceptar que el trueno no es la voz de Dios y reconocer que Galileo estaba en lo cierto. Hoy las religiones tienen un problema mucho mayor del que han tenido a lo largo de los siglos frente al pensamiento que evolucionaba. El reto que hoy tienen es el de reconocer públicamente que todo cuanto han predicado es fruto de la mente humana. Que no es palabra de Dios sino de hombre. Sabia palabra si se quiere, pero humana. Que no hay nadie en el mundo con poderes sobrenaturales. Y que con Dios o sin él en el cielo o donde sea, es nuestra propia mente quien guía nuestros pasos por la vida. Solamente a partir de este gesto de humildad podrán recuperar su credibilidad y ponerse a la par con el pensamiento profano para llegar al gran público y hacerle una oferta honesta y universalmente válida.
Pepcastelló
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