Fue un mérito de los países del Tercer Mundo lograr que Washington asumiera, en los últimos minutos de los debates de la conferencia internacional sobre cambio climático efectuada durante la primera quincena de diciembre de 2007 en Bali, Indonesia, compromisos que evitaron al cónclave un escandaloso fracaso pero no pudieron impedir que constituyera un fraude.
Se ha reconocido que, por la firmeza sus actuaciones, Brasil, China, India y Sudáfrica, grandes países emergentes que, por las dimensiones de sus economías, son grandes contaminadores de la atmósfera, significaron un valladar a la orientación bloqueadora que Estados Unidos pretendía imponer en los debates.
Cuando la obstinación de la delegación estadounidense, casi totalmente aislada, provocaba máxima indignación y frustración de los participantes por sus objeciones al texto final de la hoja de ruta, el representante de Papúa-Nueva Guinea, visiblemente airado, le dijo a nombre de los miembros del G-77: 'Si no pueden ser líderes, deléguenos la tarea. Por favor, quítense del camino', y recibió una ovación.
Fue entonces que la Subsecretaria de Estado y jefa de la delegación estadounidense, Paula Dobriansky, anunció que cedería a la demanda del Grupo de los 77 (G-77) -que reúne a 130 países en desarrollo más China-, y que se uniría al consenso aprobatorio del documento final de la conferencia, identificado como la 'hoja de ruta de Bali', la sala estalló en aplausos.
Ante casi 130 ministros de Ambiente que participaban en esa ronda decisiva de discusión se plasmó así el engaño: no se lograron compromisos de reducción de las emisiones de gases invernadero, pero continuarán las conversaciones el año próximo en Hawai, Estados Unidos, a fin de acordar cifras nuevas de compromisos, en la Cumbre de Copenhague, Dinamarca, en 2009.
Las incesantes objeciones estadounidenses a todo esfuerzo por lograr acuerdos ambientales se originan en el hecho de que ellos, obviamente, implican compromisos mayores por parte de la nación que de manera más extensa y profunda arremete contra el entorno humano en función de objetivos económicos.
Cualquiera comprende que a Estados Unidos, Europa y Japón, que fueron los principales contaminadores del planeta en su carrera por el desarrollo industrial debía corresponder asumir la deuda ambiental sin pretender prorratearla entre todos, de manera igualitaria.
Pero se sabía que los Estados Unidos trataría de paralizar los ímpetus de los ambientalistas descargando la responsabilidad o al menos una buena parte de ella en los países emergentes del tercer mundo con grandes economías cuyo sostenido desarrollo industrial implica obviamente un incremento de su participación en la contaminación ambiental del planeta.
Pero a Bali llegaron estas naciones del tercer mundo con posiciones que desarmaron la táctica estadounidense. Tan pronto comenzaron las deliberaciones de la conferencia ellos fueron dando a conocer las medidas ya adoptadas por sus autoridades y los compromisos que estaban dispuestos a contraer con la comunidad internacional.
En vivo contraste con la posición estadounidense, mostraron desde la primera ronda de negociaciones una manifiesta voluntad de debatir todas las cuestiones, sin rígidas posiciones previamente establecidas, concientes de que la amenaza de los cambios climáticos afecta a todos.
El Protocolo de Kyoto, firmado en 1997 y vigente desde 2005 (pero no suscrito por Estados Unidos) ya estableció objetivos concretos de disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero para el mundo industrializado, cuyo plazo de implementación concluirá en 2012.
La estrategia entorpecedora estadounidense buscaba dilatar las deliberaciones sobre mecanismos y plazos de negociación hacia nuevas metas de mitigación de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y de freno a la deforestación.
También se discutía la asignación de fondos de los países ricos para ayudar a los más pobres a adaptarse al cambio climático y a lograr un crecimiento económico sustentable, así como la transferencia de tecnología ambientalmente adecuada del Norte al Sur.
Los países más vulnerables al cambio climático, incluidas las pequeñas naciones insulares, pretendían crear un fondo de adaptación para financiar el costoso ajuste de sus estilos de vida y de sus actividades económicas a las nuevas condiciones determinadas por los cambios atmosféricos.
Los representantes de las organizaciones ecologistas que participaron en la conferencia de la ONU sobre cambio climático para advertir acerca del costo social y ambiental de los biocombustibles, se mostraron desilusionados por la atención apenas marginal que prestó la conferencia al tema de los biocombustibles y su discreto papel en la agenda. Lamentaron que esta omisión solo benefició a los mercaderes de biocombustibles y que los resultados del cónclave estuvieron muy lejos de moldear un proyecto para equilibrar el crecimiento económico y la protección ambiental.
La Conferencia de Bali, que reunió a cerca de 11.000 participantes, incluidos ministros y altos funcionarios de 188 países miembro del foro mundial, será recordada como una digna manifestación de la resistencia de los países en vías de desarrollo a los dictados de los países más industrializados y una muestra del apego de estos últimos a sus privilegios sin advertir que todos viajamos en la misma nave.
Manuel E. Yepe
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