Rafael Fernando Navarro
Hace unos años, Alfredo Sáez, Gran Consejero de un Gran Banco, apostaba por la necesidad de desmontar el estado del bienestar. Al terminar su discurso, alguien le puso delante una jubilación multimillonaria como reconocimiento a toda una vida de entrega refrigerada de despacho enmoquetado, alfombras limpias de alergógenos, sembrada de huellas de botines, gonzález, vals taberner, florentinos y calderones.
También José María Aznar, representante plenipotenciario en el mundo de una España destruida, anoréxica, infectada de socialismo mortal, es partidario de recortar el estado de bienestar. D. José María percibe una ayuda del Estado como ex-presidente, coche oficial, escoltas. Pero tiene que ejercer como trabajador por cuenta ajena (empresa-Murdoch) y servirse de sus múltiples conocimientos dando conferencias que le proporcionan unos ingresos y la posibilidad de dar a conocer al mundo todas las maldades de una España hundida y destrozada. Es su forma de cooperar con el turismo, la confianza de los mercados, la inversión extranjera, las exportaciones… No se le puede pedir más.
A la luz de estos dos vidente, reflexionemos: Los pobres no tienen arreglo. Se han pasado la vida tratando de llegar a ricos. No han adquirido la conciencia de que son necesarios porque, en cuanto pobres, cooperan a la riqueza de otros. Se les ha pedido que perseveren y hagan de la resignación una virtud. Cada cual, siempre y cuando sea pobre, debe conformarse con su situación. Los poderosos, por el contrario, no tienen por qué atenerse a esa consigna. Su destino les empuja a aspirar a más, aunque sea a costa de. Con esta división los papeles quedan claros. Pero cuando los pobres se empañan en dejar de serlo, el equilibrio se resiente. Y debe ser el poderoso el que ponga las cosas en su sitio. No hay por qué tener un trabajo, aunque lo diga la Constitución. No se debe pedir una vivienda digna, aunque lo garantice la Constitución. ¿Por qué la universalización de la sanidad? La salud para quien la pague, igual que el chalé, la tierra, o las fuentes de producción. La cultura debe volver a ser patrimonio de unos pocos. ¿Para qué quieren los pobres la educación? ¿Qué hace un pobre con una carrera universitaria? Un pobre educado y culto es siempre un desclasado con todo lo que eso conlleva. La gratuidad de la educación no es buena. Lo que se regala y no se compra carece de valor. La educación es una mercancía más, en las vitrinas del lujo, y sólo los que puedan pagarla deben acceder a ella. El dinero imprime bondad a lo adquirido. Y no debemos prescindir de ese plus para no dar posibilidades inútiles a la inteligencia. La cultura es una consecuencia de la cartera.
Las hipotecas están bien, pero que muy bien. Treinta años de hipoteca significan cuantiosos beneficios para la banca. El hipotecado se morirá de asco, de enfisema, de infarto en la cola del paro. Y la vivienda será subastada por el SEÑOR USURERO que facilitó el dinero. Los pobres son ingenuos. Besan la mano de su benefactor sin percatarse de la trampa en la que se envuelven
¿Para qué construir residencias de la tercera edad si se ha comprobado sobradamente que los ancianos saben morirse solitos sin que nadie les eche en falta? ¿Por qué abaratar los transportes a los pensionistas si algunos de ellos cobran HASTA 250 €? La gratuidad de los museos, los precios económicos de los polideportivos, las bibliotecas públicas, los cursos para analfabetos, los talleres ocupacionales. Alguien debería explicarnos para qué tanto derroche, tanto despilfarro. Todo ese dinero bien ahorrado, debería estar destinado a sanear los sueldos y las pensiones de algunos altos cargos de empresas. Se debería privatizar la seguridad y que cada cual se pagara sus escoltas como hacen algunos Consejeros Delegados. Y así sucesivamente hasta desmantelar un estado del bienestar que pretende mejorar la vida de los más humildes. Cómo le cambiaría la vida a ciertos banqueros, como el Sr. Sáez, si se impusiera una visión verticalmente economicista sobre una solidaridad horizontal. Cómo avanzaría España si redujéramos con toda la agresividad posible la sobredimensión del estado de bienestar, como nos aconseja el gran estadista Aznar. Aumentarían a lo mejor los cementerios. Pero Correa o el Bigotes podría construirlos a buen precio.
Algunas propuestas dan pena y nauseas y asco. Cuánto nazismo de gomina y corbata. Cuánta mirada perdonavidas. Cuánto desprecio insultante.
Les aseguro que no es mi estilo. Acepto de antemano que alguien me llame demagogo. Créanme si les digo que este artículo clava tacones en el alma. Pero a veces no hay más remedio que guardar las estrellas y las lunas para darle salida a la palabra preñada de tristeza, de melancolía porque alguien, tal vez un Consejero Delegado, intenta fusilar un puñado de rosas.
Rafael Fernando Navarro
www.marpalabra.blogspot.com
Hace unos años, Alfredo Sáez, Gran Consejero de un Gran Banco, apostaba por la necesidad de desmontar el estado del bienestar. Al terminar su discurso, alguien le puso delante una jubilación multimillonaria como reconocimiento a toda una vida de entrega refrigerada de despacho enmoquetado, alfombras limpias de alergógenos, sembrada de huellas de botines, gonzález, vals taberner, florentinos y calderones.
También José María Aznar, representante plenipotenciario en el mundo de una España destruida, anoréxica, infectada de socialismo mortal, es partidario de recortar el estado de bienestar. D. José María percibe una ayuda del Estado como ex-presidente, coche oficial, escoltas. Pero tiene que ejercer como trabajador por cuenta ajena (empresa-Murdoch) y servirse de sus múltiples conocimientos dando conferencias que le proporcionan unos ingresos y la posibilidad de dar a conocer al mundo todas las maldades de una España hundida y destrozada. Es su forma de cooperar con el turismo, la confianza de los mercados, la inversión extranjera, las exportaciones… No se le puede pedir más.
A la luz de estos dos vidente, reflexionemos: Los pobres no tienen arreglo. Se han pasado la vida tratando de llegar a ricos. No han adquirido la conciencia de que son necesarios porque, en cuanto pobres, cooperan a la riqueza de otros. Se les ha pedido que perseveren y hagan de la resignación una virtud. Cada cual, siempre y cuando sea pobre, debe conformarse con su situación. Los poderosos, por el contrario, no tienen por qué atenerse a esa consigna. Su destino les empuja a aspirar a más, aunque sea a costa de. Con esta división los papeles quedan claros. Pero cuando los pobres se empañan en dejar de serlo, el equilibrio se resiente. Y debe ser el poderoso el que ponga las cosas en su sitio. No hay por qué tener un trabajo, aunque lo diga la Constitución. No se debe pedir una vivienda digna, aunque lo garantice la Constitución. ¿Por qué la universalización de la sanidad? La salud para quien la pague, igual que el chalé, la tierra, o las fuentes de producción. La cultura debe volver a ser patrimonio de unos pocos. ¿Para qué quieren los pobres la educación? ¿Qué hace un pobre con una carrera universitaria? Un pobre educado y culto es siempre un desclasado con todo lo que eso conlleva. La gratuidad de la educación no es buena. Lo que se regala y no se compra carece de valor. La educación es una mercancía más, en las vitrinas del lujo, y sólo los que puedan pagarla deben acceder a ella. El dinero imprime bondad a lo adquirido. Y no debemos prescindir de ese plus para no dar posibilidades inútiles a la inteligencia. La cultura es una consecuencia de la cartera.
Las hipotecas están bien, pero que muy bien. Treinta años de hipoteca significan cuantiosos beneficios para la banca. El hipotecado se morirá de asco, de enfisema, de infarto en la cola del paro. Y la vivienda será subastada por el SEÑOR USURERO que facilitó el dinero. Los pobres son ingenuos. Besan la mano de su benefactor sin percatarse de la trampa en la que se envuelven
¿Para qué construir residencias de la tercera edad si se ha comprobado sobradamente que los ancianos saben morirse solitos sin que nadie les eche en falta? ¿Por qué abaratar los transportes a los pensionistas si algunos de ellos cobran HASTA 250 €? La gratuidad de los museos, los precios económicos de los polideportivos, las bibliotecas públicas, los cursos para analfabetos, los talleres ocupacionales. Alguien debería explicarnos para qué tanto derroche, tanto despilfarro. Todo ese dinero bien ahorrado, debería estar destinado a sanear los sueldos y las pensiones de algunos altos cargos de empresas. Se debería privatizar la seguridad y que cada cual se pagara sus escoltas como hacen algunos Consejeros Delegados. Y así sucesivamente hasta desmantelar un estado del bienestar que pretende mejorar la vida de los más humildes. Cómo le cambiaría la vida a ciertos banqueros, como el Sr. Sáez, si se impusiera una visión verticalmente economicista sobre una solidaridad horizontal. Cómo avanzaría España si redujéramos con toda la agresividad posible la sobredimensión del estado de bienestar, como nos aconseja el gran estadista Aznar. Aumentarían a lo mejor los cementerios. Pero Correa o el Bigotes podría construirlos a buen precio.
Algunas propuestas dan pena y nauseas y asco. Cuánto nazismo de gomina y corbata. Cuánta mirada perdonavidas. Cuánto desprecio insultante.
Les aseguro que no es mi estilo. Acepto de antemano que alguien me llame demagogo. Créanme si les digo que este artículo clava tacones en el alma. Pero a veces no hay más remedio que guardar las estrellas y las lunas para darle salida a la palabra preñada de tristeza, de melancolía porque alguien, tal vez un Consejero Delegado, intenta fusilar un puñado de rosas.
Rafael Fernando Navarro
www.marpalabra.blogspot.com