Pepcastelló
¿Dios o no Dios? Esa no es la cuestión. La cuestión es si queremos ser humanos o simples animales inteligentes, depredadores ávidos al servicio de quien mejor nos pague.
Algo así escribí hace unos cuatro años para una página en la que un grupo de ateos militantes discutía con otro de católicos ultramontanos la conveniencia de enseñar religión en la escuela como asignatura obligatoria. Ha pasado el tiempo, la discusión terminó en tablas gracias a la habilidad de la clase política para escurrir el bulto, pero el tema sigue en pie. No lo de la asignatura de religión, sino lo de si queremos ser humanos o simples animales inteligentes. Porque eso, que en mi opinión es lo importante, se dejó de lado y no forma parte de ningún plan de estudios básicos de este país ni de ninguno que yo conozca.
Me trae el tema a la cabeza los escritos que vengo leyendo desde hace un tiempo de personas religiosas que intentan reconducir
Confieso que no soy hombre de fe. Por lo menos de esa fe religiosa que impera en el universo cristiano. Lo he dicho en numerosas ocasiones y lo repito siempre que puedo para dejar las cosas claras. Desde esta “tierra de nadie” de mi universo mental, fuera de toda demarcación religiosa y profana, donde se vive en permanente esfuerzo para evitar que los rayos de ninguna fe en dioses ni en ídolos cieguen la mirada, se observa que las creencias religiosas no garantizan nada en el orden humano. La historia está llena de acontecimientos horribles protagonizados o consentidos por creyentes de las más diversas religiones. Pero también por ateos redomados y por indiferentes a todo hecho religioso. ¿Será tal vez que tanto en el mundo religioso como en el profano hay un escaso interés por lo humano?
Claro que aquí me vería yo en un aprieto si alguien me pidiese que definiese lo humano. Bueno, pues no me lo pidan, por favor, que no está mi horno para estos bollos. Pero con más ganas de entenderme que de hacerme entender les diré que entendería como humana una fe que llevase a los cristianos a caminar sobre las aguas en pos de la utopía de un mundo de iguales, sin excluidos, sin dominadores ni dominados; que los llevase a oponerse a toda injusticia, viniese de donde viniese; que los llevase a buscar con ahínco una sociedad equitativamente justa, en la cual resplandeciese esa buena nueva que dicen representa el mensaje jesuánico.
Imagino lo que sería si las organizaciones eclesiales cristianas se pusiesen en pie y echasen a andar por sendas de fe humana. ¡Ésa sí que sería una revolución total! Pero no, no parece que estén por esta labor quienes las lideran. Prefieren seguir anclados en el pasado alentando la esperanza en el más allá, la fe en un Cristo celestial y milagroso que cual espíritu o fantasma camina sobre las aguas. Él ya salvará al mundo de lo que no lo salvan quienes lo adoran. Fe cristiana por encima de todo. Conservadurismo a ultranza. Piedad y caridad, pero no cambios, a menos que pudiésemos hacerlos sin perder nada y ya nos han dicho que no se puede. Miremos pues al cielo y entonemos cantos, quememos incienso y cera y pidamos gracia para los desgraciados. Y sigamos donde estamos hasta que nos llegue la hora de ir al cielo. Y olvidémonos de aquel Jesús profético y revolucionario, que ya sabemos bien como acabó.
La realidad que desde mi perspectiva se contempla es que esta «civilización occidental cristiana» carece mayoritariamente de fe humana, de esa fe que la podría llevar a caminar sobre las aguas en pos de esta utopía que hace un instante contemplábamos. Porque fe de la otra, de la de siempre, de la que adora a ídolos y dioses y confía en iluminados superhombres, de ésa sí que la hay a espuertas. Millones de personas tienen fe en toda clase de fantasías, celestiales y terrenales y se tragan ciegamente todos los anzuelos que les echan. Pero ¿fe humana?
Claro que esto es como yo lo veo. Porque a lo mejor resulta que el mundo está lleno de ella y no me la deja ver la viga de mi ojo. Bueno, pues perdónenme si así es..., y ¡que así sea!
Pepcastelló