y pienso, que si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café.
César Vallejo. “El pan nuestro”.
(APe).- Para qué sirve esta comida de hoy si mañana extrañaremos el hambre, se pregunta Antonia, una mujer de
Los obreros de
Para las estadísticas de
En su artículo “Los niños del plomo” la periodista argentina Marina Walker Guevara describe con precisión el dilema de los habitantes de la ciudad donde nadie, por miedo a la desocupación, se atreve a preguntar por “los gases” y todos piensan que, a la larga, el malestar se les hará costumbre. El propio sindicato sale en defensa de la compañía cuando los peruanos la acusan de envenenarles la sangre, y tildan de traidores a los trabajadores que denuncian síntomas de contaminación.
La defensa de lo propio a veces nos vuelve feroces, sobre todo cuando lo propio es tan poco que hasta nuestros huesos, como diría Vallejo, nos parecen ajenos. El año pasado, en el mes de diciembre, durante una huelga con cortes de rutas promovida por la unión metalúrgica, no contra la empresa sino para proteger la fuente de trabajo, murieron dos ancianos que quedaron atrapados durante dos días en
Pese a las presiones, en abril de 2.008 una auditora independiente de origen alemán suspendió el certificado ambiental a la filial peruana de
La misma empresa es, a la vez, el único sustento del pueblo y la causa de que los hijos de sus trabajadores cada vez coman menos. No por reducción del salario sino porque el plomo que tragan y respiran se asienta en sus estómagos y poquito a poco les va robando el hambre. Y el hambre, después de todo, también es un deseo, un deseo necesario y renovable; su ausencia, no su satisfacción, destruye tanto como una presencia desgarradora y constante.
El incremento de la producción les ulcera el cielo, pero su caída desvanece los panes de la mesa. En la encrucijada final la miseria no admite dignidades y entre la pena de hoy y la tristeza segura de mañana, en
Miguel A. Semán
agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar