Gabriel Brener
Hace apenas una década cuando nuestro país se prendía fuego, nadie hubiese imaginado que en 2011 existiría la posibilidad concreta que nuestro Congreso pueda debatir una ley para que los trabajadores participen en las ganancias de las empresas.
Sin dudas, el escenario ha cambiado.
Se trata de una cuestión que se vincula a la distribución de la riqueza, en este caso de los empresarios. Distribución, término que parecía en vías de extinción en un diccionario mundial en que lo más natural se llama concentración (del poder económico, político, mediático, etc.) Bien vale recordar que habitamos el continente más desigual del globo, en el que casi todo lo tienen muy pocos y la gran mayoría lo mira por TV. Nuestro país, en el último cuarto del siglo XX ha sido escenario de las más profundas desigualdades económicas, políticas, sociales de las que tengamos memoria.
Esta columna que de educación se trata intenta poner de relieve que, así como existen desigualdades en la distribución de bienes materiales (trabajo, vivienda, salud, etc.) también existe una repartija despareja de los bienes simbólicos (educación, cultura, arte, etc.). La educación, y en especial, la escuela, por sí sola no puede modificar la injusta distribución de la riqueza, al menos las del primer tipo, de los bienes materiales. Lo que si puede y debe hacer la escuela es involucrarse con la distribución de conocimientos en la sociedad. Y no me refiero solo a cuánto tiene que distribuir, ya que sería meterse en asuntos cuantitativos que, aunque son importantes, como los 180 días de clases, esquivan el bulto a lo que, según mi parecer, es aun más relevante. No se trata solo de cuanta educación distribuir y en cuantos días, sino especialmente qué distribuir y cómo se lo reparte. Y aquí me refiero a lo que en educación se llama currículum, pero no en el sentido de un plan de estudios sino en referencia a los conocimientos (o contenidos) que se seleccionan para transmitir en las escuelas. Bien vale aclararles a distraídos ocasionales que la escuela no enseña conocimiento neutro, del mismo modo que ningún diario ofrece noticia neutra, siempre se toma una posición, aunque uno sea consciente o no de ello. Aunque se alardee con la independencia, nadie puede ser independiente de sus propias convicciones, lo que es más probable es el intento por querer disimularlas, o por aparentar neutralidad.
Un educador de nombre Connell escribió un muy valioso libro que se llama “Escuelas y justicia social”, en el que sostiene que “la educación es un proceso social en el que el “cuanto” no se puede separar del “qué”. Existe un nexo ineludible entre distribución y contenido”.[1]
Frente a tantas desigualdades, me interesa pensar el asunto en términos de justicia social, que en clave educativa diremos justicia curricular y tomaremos prestado de Connell uno de los principios básicos que la definen: enseñar ciertos temas o contenidos desde la perspectiva de los más desfavorecidos. Será cuestión entonces que las políticas educativas, las escuelas, las y los docentes enseñen privilegiando este principio. Enseñar la economía desde la perspectiva de los más pobres, no de los ricos, partir de la experiencia de las empresas recuperadas por sus trabajadores, todo un símbolo de la Argentina devastada por la oleada neoliberal. Podremos enseñar cuestiones de género priorizando la posición de las mujeres, o abordar temas de sexualidad partiendo de la situación de los homosexuales, o quizás poner a debatir cuestiones raciales o territoriales desde el lugar de los indígenas.
Si de educar se trata, suele suceder con frecuencia, que los saberes que más cotizan en el mercado son altos, rubios, de ojos celestes y hablan el inglés. Será cuestión de dar batalla cultural a dichas cotizaciones, de la mano de otras verdades, en sintonía con aquello que cada tanto nos recuerda Lito Nebia, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga”…
Síntoma saludable para nuestra sociedad que pueda debatirse sobre la participación en las ganancias, de los trabajadores en las empresas, de pluralidad de voces en los medios, de los menos favorecidos en la distribución del conocimiento socialmente necesario, para ser un país más justo, libre y respetuoso.
- Gabriel Brener es Lic. Educación UBA. Especialista en gestión y conducción del sistema educativo y sus instituciones FLACSO. Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.
Columna de Educación del programa Uno nunca sabe, del miércoles 17 de Noviembre de 2010.Radio AM 750.Buenos Aires. Argentina.
[1] R.W.Connell “Escuelas y justicia social” pág. 27, Editorial Morata. Madrid, 1997
http://alainet.org/active/42324&lang=es
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Hace apenas una década cuando nuestro país se prendía fuego, nadie hubiese imaginado que en 2011 existiría la posibilidad concreta que nuestro Congreso pueda debatir una ley para que los trabajadores participen en las ganancias de las empresas.
Sin dudas, el escenario ha cambiado.
Se trata de una cuestión que se vincula a la distribución de la riqueza, en este caso de los empresarios. Distribución, término que parecía en vías de extinción en un diccionario mundial en que lo más natural se llama concentración (del poder económico, político, mediático, etc.) Bien vale recordar que habitamos el continente más desigual del globo, en el que casi todo lo tienen muy pocos y la gran mayoría lo mira por TV. Nuestro país, en el último cuarto del siglo XX ha sido escenario de las más profundas desigualdades económicas, políticas, sociales de las que tengamos memoria.
Esta columna que de educación se trata intenta poner de relieve que, así como existen desigualdades en la distribución de bienes materiales (trabajo, vivienda, salud, etc.) también existe una repartija despareja de los bienes simbólicos (educación, cultura, arte, etc.). La educación, y en especial, la escuela, por sí sola no puede modificar la injusta distribución de la riqueza, al menos las del primer tipo, de los bienes materiales. Lo que si puede y debe hacer la escuela es involucrarse con la distribución de conocimientos en la sociedad. Y no me refiero solo a cuánto tiene que distribuir, ya que sería meterse en asuntos cuantitativos que, aunque son importantes, como los 180 días de clases, esquivan el bulto a lo que, según mi parecer, es aun más relevante. No se trata solo de cuanta educación distribuir y en cuantos días, sino especialmente qué distribuir y cómo se lo reparte. Y aquí me refiero a lo que en educación se llama currículum, pero no en el sentido de un plan de estudios sino en referencia a los conocimientos (o contenidos) que se seleccionan para transmitir en las escuelas. Bien vale aclararles a distraídos ocasionales que la escuela no enseña conocimiento neutro, del mismo modo que ningún diario ofrece noticia neutra, siempre se toma una posición, aunque uno sea consciente o no de ello. Aunque se alardee con la independencia, nadie puede ser independiente de sus propias convicciones, lo que es más probable es el intento por querer disimularlas, o por aparentar neutralidad.
Un educador de nombre Connell escribió un muy valioso libro que se llama “Escuelas y justicia social”, en el que sostiene que “la educación es un proceso social en el que el “cuanto” no se puede separar del “qué”. Existe un nexo ineludible entre distribución y contenido”.[1]
Frente a tantas desigualdades, me interesa pensar el asunto en términos de justicia social, que en clave educativa diremos justicia curricular y tomaremos prestado de Connell uno de los principios básicos que la definen: enseñar ciertos temas o contenidos desde la perspectiva de los más desfavorecidos. Será cuestión entonces que las políticas educativas, las escuelas, las y los docentes enseñen privilegiando este principio. Enseñar la economía desde la perspectiva de los más pobres, no de los ricos, partir de la experiencia de las empresas recuperadas por sus trabajadores, todo un símbolo de la Argentina devastada por la oleada neoliberal. Podremos enseñar cuestiones de género priorizando la posición de las mujeres, o abordar temas de sexualidad partiendo de la situación de los homosexuales, o quizás poner a debatir cuestiones raciales o territoriales desde el lugar de los indígenas.
Si de educar se trata, suele suceder con frecuencia, que los saberes que más cotizan en el mercado son altos, rubios, de ojos celestes y hablan el inglés. Será cuestión de dar batalla cultural a dichas cotizaciones, de la mano de otras verdades, en sintonía con aquello que cada tanto nos recuerda Lito Nebia, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga”…
Síntoma saludable para nuestra sociedad que pueda debatirse sobre la participación en las ganancias, de los trabajadores en las empresas, de pluralidad de voces en los medios, de los menos favorecidos en la distribución del conocimiento socialmente necesario, para ser un país más justo, libre y respetuoso.
- Gabriel Brener es Lic. Educación UBA. Especialista en gestión y conducción del sistema educativo y sus instituciones FLACSO. Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.
Columna de Educación del programa Uno nunca sabe, del miércoles 17 de Noviembre de 2010.Radio AM 750.Buenos Aires. Argentina.
[1] R.W.Connell “Escuelas y justicia social” pág. 27, Editorial Morata. Madrid, 1997
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