Rafael Fernando Navarro
Uno se alegra con frecuencia de no pertenecer al gremio de los economistas. Ellos sólo visionan el pasado. No vale la pena. Es más atractivo el futuro siempre inacabado, siempre a la espera del empujón parturiento y jadeante de alguien con coraje suficiente. El ibex treinta y tantos, el carrusel de la bolsa, el diferencial de la deuda: conceptos cuadrados, constatación sin tacto, sin escalofrío vital. La vida no es un número, es un beso cargado de futuro.
Es muy grave el presente que amenaza con ser sólo presente sin promesa de mañana. Y esas cabezas con neuronas numéricas conocen sobradamente los orígenes de la crisis. Se nos echó encima como un caballo desbocado por los trigales limpios y granados. Se llevó por delante el estado de bienestar, millones de euros destinados a investigación y desarrollo, a sanidad, a becas. Ha arrasado barrios negros de hipotecas, paredes que acogían amor recién estrenado, puestos de trabajo con callos de experiencia. Trabajadores de cincuenta años sin futuro. Chavales de veinte sin pasado. Sudor ya para siempre inútil de hijos no criados. Caricias acumuladas que no pueden compartirse. No hay dinero, ni techo, ni ganas. Y esas cabezas con neuronas numéricas conocen el origen del asco. Aconsejan a los estadistas. Les dictan soluciones. Les proponen caminos que coinciden siempre en la pobreza. Aparece la palabra recorte. Se recortan sueldos, pensiones, ayudas a quienes dependen de otros hasta para escupir con dignidad. Se actúa sobre los efectos, no sobre las causas. Es urgente ayudar a los ricos a costa de fabricar pobreza. Cirugía hace falta. Hay que extraer órganos a los que se van a morir de pena para implantarles alegría a los que hicieron de la alegría un patrimonio irrenunciable. Los pobres se han acostumbrado a la pobreza. Pero sería muy duro enseñarle a los poderosos a comer huevos fritos con patatas un día y otro hasta que no hay ni huevos ni patatas. Se lamentan los grandes bancos porque ganaron un tanto por ciento menos que hace dos ejercicios. Sólo unos miles de millones. No puede mantenerse esa situación. Hay que compensarles adecuadamente con la apropiación de viviendas porque un matrimonio con tres hijos pequeños no puede pagar una hipoteca cargada de usura. Tienen que sustraerle al parado de larga duración la ayuda de cuatrocientos veinte euros para permitir que el consejero-delegado se jubile con millones de sudores ajenos. Hay que regatear una silla de ruedas para que un director general presuma de mercedes último modelo.
Uno no es economista y siente una inmensa alegría de no serlo. Tal vez por eso no entiende. ¿No había que refundar el capitalismo? ¿Están encarcelados los causantes de tanta miseria? Porque ni siquiera han sido ladrones de guante blanco. Tienen hambre ajena hasta el cuello, manos sucias de miseria de los otros, hundidos hasta la cintura en cloacas formadas por el asco y la inocencia de muchos. ¿Dónde viven los mercados? ¿Cómo se llaman los especuladores? ¿Cuántos patrimonios que no responden a una justicia distributiva?
Para que algunos existan, tiene que subsistir la mayoría. Para que unos estén arriba, muchos tienen que estar por debajo de la existencia. ¿Vale la pena vivir sin existir? ¿Hasta qué punto es posible?
Los economistas lo saben. Los grandes estadistas, los importantes banqueros, los altos empresarios, los líderes del mundo se han refugiado en los palacios de la abundancia y desde allí disparan. Cuidado. Los cadáveres pueden defenderse. Producen infecciones. Los pobres son siempre la conciencia de un fracaso.
http://marpalabra.blogspot.com/2010/12/subsistencia-apenas.html
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Uno se alegra con frecuencia de no pertenecer al gremio de los economistas. Ellos sólo visionan el pasado. No vale la pena. Es más atractivo el futuro siempre inacabado, siempre a la espera del empujón parturiento y jadeante de alguien con coraje suficiente. El ibex treinta y tantos, el carrusel de la bolsa, el diferencial de la deuda: conceptos cuadrados, constatación sin tacto, sin escalofrío vital. La vida no es un número, es un beso cargado de futuro.
Es muy grave el presente que amenaza con ser sólo presente sin promesa de mañana. Y esas cabezas con neuronas numéricas conocen sobradamente los orígenes de la crisis. Se nos echó encima como un caballo desbocado por los trigales limpios y granados. Se llevó por delante el estado de bienestar, millones de euros destinados a investigación y desarrollo, a sanidad, a becas. Ha arrasado barrios negros de hipotecas, paredes que acogían amor recién estrenado, puestos de trabajo con callos de experiencia. Trabajadores de cincuenta años sin futuro. Chavales de veinte sin pasado. Sudor ya para siempre inútil de hijos no criados. Caricias acumuladas que no pueden compartirse. No hay dinero, ni techo, ni ganas. Y esas cabezas con neuronas numéricas conocen el origen del asco. Aconsejan a los estadistas. Les dictan soluciones. Les proponen caminos que coinciden siempre en la pobreza. Aparece la palabra recorte. Se recortan sueldos, pensiones, ayudas a quienes dependen de otros hasta para escupir con dignidad. Se actúa sobre los efectos, no sobre las causas. Es urgente ayudar a los ricos a costa de fabricar pobreza. Cirugía hace falta. Hay que extraer órganos a los que se van a morir de pena para implantarles alegría a los que hicieron de la alegría un patrimonio irrenunciable. Los pobres se han acostumbrado a la pobreza. Pero sería muy duro enseñarle a los poderosos a comer huevos fritos con patatas un día y otro hasta que no hay ni huevos ni patatas. Se lamentan los grandes bancos porque ganaron un tanto por ciento menos que hace dos ejercicios. Sólo unos miles de millones. No puede mantenerse esa situación. Hay que compensarles adecuadamente con la apropiación de viviendas porque un matrimonio con tres hijos pequeños no puede pagar una hipoteca cargada de usura. Tienen que sustraerle al parado de larga duración la ayuda de cuatrocientos veinte euros para permitir que el consejero-delegado se jubile con millones de sudores ajenos. Hay que regatear una silla de ruedas para que un director general presuma de mercedes último modelo.
Uno no es economista y siente una inmensa alegría de no serlo. Tal vez por eso no entiende. ¿No había que refundar el capitalismo? ¿Están encarcelados los causantes de tanta miseria? Porque ni siquiera han sido ladrones de guante blanco. Tienen hambre ajena hasta el cuello, manos sucias de miseria de los otros, hundidos hasta la cintura en cloacas formadas por el asco y la inocencia de muchos. ¿Dónde viven los mercados? ¿Cómo se llaman los especuladores? ¿Cuántos patrimonios que no responden a una justicia distributiva?
Para que algunos existan, tiene que subsistir la mayoría. Para que unos estén arriba, muchos tienen que estar por debajo de la existencia. ¿Vale la pena vivir sin existir? ¿Hasta qué punto es posible?
Los economistas lo saben. Los grandes estadistas, los importantes banqueros, los altos empresarios, los líderes del mundo se han refugiado en los palacios de la abundancia y desde allí disparan. Cuidado. Los cadáveres pueden defenderse. Producen infecciones. Los pobres son siempre la conciencia de un fracaso.
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