Pep Castelló
Estúpidos borregos gobernados por repugnantes hienas. Es la simbiosis perfecta. Es el resultado de vivir sin conciencia, de encerrar la esencia humana en una vieja maleta y esconderla en el más oscuro rincón de la buhardilla para olvidarse de ella. O de arrojarla al contenedor de la basura para que no moleste ni reclame y poder así vivir como perfectos animales. Repugnantes bestias depredadoras, unos; estúpidos borregos, bien alimentados, bien entretenidos, bien apacentados, bien manejados por las bestias que los explotan y gobiernan, los otros.
Todo cabe en un pueblo sin conciencia. Indiferente a injusticias y crímenes, acepta cuanto le echen con tal de que no le quiten su condición de disminuido mental, sus distracciones, sus juguetes... Tanto le da que le roben una parte del salario para entregársela a sus explotadores. Tanto le da que le roben los logros sociales que con esfuerzo y sangre lograron las generaciones que le precedieron. Tanto le da. Nada le afecta. Una perfecta ataraxia invade su mente y le mantiene en la más absoluta indiferencia.
Por supuesto que no faltan en esos rebaños de mansos borregos algunos ejemplares que por un azar de la vida han mantenido intacta su condición humana. No faltan quienes sienten bullir su sangre al contemplar la codicia de los amos del rebaño, la sanguinaria naturaleza de quienes les pastorean, la repugnante vileza que ostentan los congéneres que les rodean. No, no faltan quienes sienten hondas ganas de gritar por las calles y plazas de su ciudad o villa: ¡Alma, despierta! No. Haberlos, haylos, por más que por parte alguna se los vea. Pero faltan quienes aúnen esas voces, esos gritos para que se conviertan en clamores. Faltan organizaciones que conviertan esos clamores en acciones y que lideren las protestas.
De eso ha tenido buena cuenta el poder durante esta época dorada de bienestar que como un aparente regalo del progreso alcanzo nuestra sociedad a mitad del pasado siglo. De instaurar un orden cómodo y acomodado, de suprimir del orden del día el espíritu crítico. De castrar a los individuos rebeldes y exterminarlos si preciso fuere. De no permitir más organizaciones que las poseídas por el más conservador de los espíritus.
Sindicatos domesticados y traidores. Docentes sin el menor atisbo educador. Planes de estudio deshumanizados enfocados a generar mentes útiles al sistema, borregos, carne humana disponible para la voracidad de las poderosos y repugnantes hienas que detentan el poder. Periodistas corruptos dispuestos a deformar la realidad, a mentir perversamente, a convertir la más vil de las codicias en la más loable de las virtudes.
No es extraño que hoy aquí, en este pueblo que tantas veces se ha alzado contra las injusticias, nadie salga a la calle para gritarle ¡IMBÉCIL! a su presidente. No es extraño que nadie de muestras de cuestionar lo que le dicen acerca de cómo se ha producido esa rebelión juvenil en el Norte de África, de quién ha dado el disparo de salida y hacia dónde la lleva. No es extraño que nadie muestre su indignación por esa nueva acción de rapiña petrolera que están llevando a cabo los democráticos gobiernos de nuestros países libres. No es extraña la indiferencia ante las vidas que esa endiablada razia va a costar. No es extraño porque los borregos son animales sin conciencia, indiferentes a su propio destino y al de sus congéneres.
A quien esto escribe le cuesta aceptar un mundo gobernado por sanguinarias hienas. Pero le duele en lo hondo del alma ver que, de grado o por fuerza, es parte de un pueblo de estúpidos borregos.
La maldición del cielo, si es que lo hay, caiga mil veces sobres tan sanguinarios gobernantes. Pero mil veces más aun sobre las buenas gentes estúpidas que aceptan mansamente la maldad de quienes les gobiernan.
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Estúpidos borregos gobernados por repugnantes hienas. Es la simbiosis perfecta. Es el resultado de vivir sin conciencia, de encerrar la esencia humana en una vieja maleta y esconderla en el más oscuro rincón de la buhardilla para olvidarse de ella. O de arrojarla al contenedor de la basura para que no moleste ni reclame y poder así vivir como perfectos animales. Repugnantes bestias depredadoras, unos; estúpidos borregos, bien alimentados, bien entretenidos, bien apacentados, bien manejados por las bestias que los explotan y gobiernan, los otros.
Todo cabe en un pueblo sin conciencia. Indiferente a injusticias y crímenes, acepta cuanto le echen con tal de que no le quiten su condición de disminuido mental, sus distracciones, sus juguetes... Tanto le da que le roben una parte del salario para entregársela a sus explotadores. Tanto le da que le roben los logros sociales que con esfuerzo y sangre lograron las generaciones que le precedieron. Tanto le da. Nada le afecta. Una perfecta ataraxia invade su mente y le mantiene en la más absoluta indiferencia.
Por supuesto que no faltan en esos rebaños de mansos borregos algunos ejemplares que por un azar de la vida han mantenido intacta su condición humana. No faltan quienes sienten bullir su sangre al contemplar la codicia de los amos del rebaño, la sanguinaria naturaleza de quienes les pastorean, la repugnante vileza que ostentan los congéneres que les rodean. No, no faltan quienes sienten hondas ganas de gritar por las calles y plazas de su ciudad o villa: ¡Alma, despierta! No. Haberlos, haylos, por más que por parte alguna se los vea. Pero faltan quienes aúnen esas voces, esos gritos para que se conviertan en clamores. Faltan organizaciones que conviertan esos clamores en acciones y que lideren las protestas.
De eso ha tenido buena cuenta el poder durante esta época dorada de bienestar que como un aparente regalo del progreso alcanzo nuestra sociedad a mitad del pasado siglo. De instaurar un orden cómodo y acomodado, de suprimir del orden del día el espíritu crítico. De castrar a los individuos rebeldes y exterminarlos si preciso fuere. De no permitir más organizaciones que las poseídas por el más conservador de los espíritus.
Sindicatos domesticados y traidores. Docentes sin el menor atisbo educador. Planes de estudio deshumanizados enfocados a generar mentes útiles al sistema, borregos, carne humana disponible para la voracidad de las poderosos y repugnantes hienas que detentan el poder. Periodistas corruptos dispuestos a deformar la realidad, a mentir perversamente, a convertir la más vil de las codicias en la más loable de las virtudes.
No es extraño que hoy aquí, en este pueblo que tantas veces se ha alzado contra las injusticias, nadie salga a la calle para gritarle ¡IMBÉCIL! a su presidente. No es extraño que nadie de muestras de cuestionar lo que le dicen acerca de cómo se ha producido esa rebelión juvenil en el Norte de África, de quién ha dado el disparo de salida y hacia dónde la lleva. No es extraño que nadie muestre su indignación por esa nueva acción de rapiña petrolera que están llevando a cabo los democráticos gobiernos de nuestros países libres. No es extraña la indiferencia ante las vidas que esa endiablada razia va a costar. No es extraño porque los borregos son animales sin conciencia, indiferentes a su propio destino y al de sus congéneres.
A quien esto escribe le cuesta aceptar un mundo gobernado por sanguinarias hienas. Pero le duele en lo hondo del alma ver que, de grado o por fuerza, es parte de un pueblo de estúpidos borregos.
La maldición del cielo, si es que lo hay, caiga mil veces sobres tan sanguinarios gobernantes. Pero mil veces más aun sobre las buenas gentes estúpidas que aceptan mansamente la maldad de quienes les gobiernan.
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