viernes, 25 de enero de 2008

Capar al pueblo

Pepcastelló

No es cierto que los pueblos tengan los gobiernos que merecen. Los pueblos los hacen quienes los rigen, al igual que las familias. No son los hijos quienes dan el nivel humano de una familia sino la calidad humana del padre y de la madre y de los demás miembros adultos cuando los hay. Son los de arriba quienes orientan y crean el ambiente adecuado para que los hijos crezcan con la mente bien configurada, con capacidad para pensar y discernir, con valores humanos en el corazón. No podemos esperar que de unos padres irresponsables y egoístas que tratan a sus hijos con desamor salga una prole ejemplar por sus virtudes, su empatía, su solidaridad, su capacidad de comprender a los demás, su disposición y buen ánimo para echar una mano cuando haga falta... No, no es posible esto, porque sin duda alguna el amor se engendra con amor, la honestidad con honestidad, el espíritu de trabajo y sacrificio con el ejemplo constante de los mayores, y la capacidad de pensar y de reflexionar con la forma de abordar los conflictos que se ha mamado en el hogar. Y es bien sabido que de padres maltratadores y represores salen hijos de idéntico talante. Salvo contadas excepciones, la chusma engendra chusma. Hasta el refrán lo dice: «de tal palo, tal astilla».

¿Que podemos esperar, pues, de un pueblo que generación tras generación ha estado mayoritariamente gobernado por desalmados sátrapas, por gentes sin el menor atisbo de moral, por oportunistas sin escrúpulos, por cínicos embusteros que mienten reiteradamente sin la menor vergüenza, por políticos que basan el triunfo en la habilidad para embaucar y confundir? ¿Qué esperaríamos de unos hijos que creciesen en un hogar regido por unos padres que respondiesen a estas características?

No hace falta ser un lince ni pensar mucho para darse cuenta de que otra cosa no ofrecen los gobiernos de turno a sus gobernados sino llenarles el vientre, hincharles la mente de vanidad y consumismo, distraerles con todo género de circo, y molerlos a palos cuando se manifiestan o no pasan por el aro.

Normas cada vez más arbitrarias impuestas con el pretexto de protegernos que no son sino formas alambicadas de capar al pueblo, de someter a la ciudadanía a la voluntad de quienes gobiernan y de sus subalternos. Normas que reducen cada vez más la iniciativa personal en beneficio de la obediencia. Represión y castigo en vez de una acción pedagógica encaminada a hacer personas responsables. Instrucción escasa y utilitarista, en vez de educación. Y para rematarlo, la “Ley del Embudo” como norma suprema.

Esto es lo que he visto desde que tengo uso de razón. Y lo sigo viendo. Y que no me venga nadie con monsergas, que no sé yo de gobierno ni partido que muestre por estos pagos otras opciones. ¿Qué se puede esperar de un pueblo gobernado de este modo? Salvo honrosas y excepcionales minorías, gente vacía, sin alma y sin conciencia.

Cuando en algún momento a lo largo de la historia han surgido personas con verdadera talla humana, con dignidad, con sentido del deber, con afán de construir un mundo más humano y más justo, los pueblos por ellas gobernados han avanzado en cultura y humanidad. Pero esto ha sido tan sólo en períodos muy breves, pues lo que fundaron esos espíritus verdaderamente humanos fue heredado cuando no usurpado por títeres sin cerebro ni conciencia que en un santiamén redujeron a escombros cuanto con ilusión y esfuerzo había sido construido.

Hoy los gobiernos disponen de medios y de tecnología que les permite llevar a cabo con eficacia la sumisión del pueblo y su manejo. Televisores con pantallas cada vez más grandes, programas cada vez más imbécilmente seductores y consumismo a chorro para idiotizarnos. Cámaras y sistemas de vigilancia cada vez más eficaces y cuerpos de policía cada vez más numerosos y desalmados para implantar la tolerancia cero a cualquier intento de rebelión y a toda violencia que no sea la ejercida por el Estado. El “Mundo feliz” de Aldux Husley y “El final de la violencia” de Wim Wenders conjugados en presente, puestos ya al día en nuestra realidad gracias a los avances de la tecnología. Pero en la mente de quienes nos gobiernan, sean del color que sean, no hay más que una sola idea: someter al pueblo y explotarlo.

Para ser sincero debo decir que, salvo en los medios, cada vez veo menos diferencia entre los tiempos de la dictadura que me tocó vivir y los que ahora corren.

Pepcastelló

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