Pepcastelló
Recuerdo que cuando oí por primera vez «más vale padecer injusticia que cometerla» y me dijeron que lo decía Sócrates, me sonó a disparate. Y eso que no soy hijo yo de casa rica ni de gente allegada a explotadores. Pero podía en mí todavía el egoísmo, la idea de librarme de trato injusto aun a costa de quien fuese. Debe de ser sin duda la reacción más primaria que tenemos los humanos, la instintiva, la que más pronto aflora, la más difícil de superar, y la que sin duda predomina mayoritariamente en nuestra especie a medio evolucionar.
De Sócrates acá llovió bastante en casi todo el mundo, pero este primitivismo que acabamos de ver sigue en vigor en nuestra “Civilización Cristiana de Occidente”. Véase si no quienes gobiernan, del modo que lo hacen y en beneficio de quienes están llevando a cabo su cometido. Ni un ápice de humanidad se atisba en sus acciones. Es evidente que les mueve tan solo la defensa de los intereses materiales de quienes promocionan su carrera política, lo que equivale a decir sus propios intereses.
Viendo este proceder de la clase política y la de la mayoría de las personas y organizaciones que participan en la vida pública, resulta difícil pensar que hubo un tiempo en el cual florecieron ideales que hicieron avanzar en humanidad al mundo de Occidente. Y resulta todavía más doloroso pensar que eso no ocurrió en la prehistoria sino en tiempos que quienes ya tenemos cierta edad consideramos cercanos. La sensación que nos asalta al considerar estos hechos, es la de que una vorágine universal nos está engullendo. Y no es temor, que pocas cosas se temen cuando ya se llevan encima algunos años y no se tiene el estímulo de responsabilidades personales, sino que es desconsuelo, un hondo sentimiento de derrota.
Cuesta hoy creer en la posibilidad de un mundo más justo y más humano, porque es evidente que esa idea es ajena a la mayor parte de la clase política del mundo entero, con lo cual si alguien la tuviese tendría que enfrentarse a mucha gente poderosa para llevarla a cabo. ¡Ardua tarea! Pero aun sin esperanza de ver otra cosa antes de cerrar definitivamente los ojos, pequeños triunfos que día a día se consiguen con sacrificio y tenacidad como la que muestra Patricia Troncoso y quienes están con ella nos muestran que todavía hay pueblos y personas con el alma despierta y la conciencia clara de que es la lucha el único camino, y el único sentido de la vida la dignidad humana.
El mundo está lleno de miseria, de gentes ambiciosas y malvadas de escasa humanidad que siembran sufrimiento en todas partes para satisfacer su ego. Pero también hay mucha humanidad entre los más humildes, personas dignas, solidarias, tenaces, dispuestas a luchar hasta el final por lo que creen justo. Ahí está la esperanza. Hagámosle un sitio en nuestro ánimo.
Pepcastelló