Desde que llegara de Uruguay a trabajar en la confección de camisas a medida, en Nueva York había vivido cómodo, y aunque su felicidad seguiría siendo otro asunto, algo cambió al desplomarse las torres por el año 2001. Y unos meses más tarde, al entrar al café de la calle Waverly charlando con un sirio llamado Ibrahim, lo detuvieron, lo interrogaron con esa sola manera conocida y cinco meses más tarde no veía necesario que un soldado lo arrastrara contra un escritorio donde otro, con insignias y pelo muy recortado, le recitara en inglés un cuestionario que sabía de memoria: nombre, país de origen y condición. Y la última, ‘¿condition?’, una ambigüedad con mala leche, la respondió en español ‘persona’, porque en ese lugar correspondía. Igual lo amontonaron con otros en una celda donde las paredes sostenían una losa que servía de asiento, en un rincón una puerta encubría el retrete y bien arriba, vislumbró una ventana que permitía entrar algo de luz…Ese detalle lo distrajo y se dijo que depende de cada uno convertir cualquier nimiedad en el Aleph concentrador del mundo, la perspectiva inmejorable, la síntesis absoluta. Y en aquel encierro, con un poco de imaginación una ventana abandona su condición de accidente de la cartografía edilicia, pierde su equilibrio cuadrangular de metal, vidrio y madera, y deviene en el viaje de ida y vuelta que se proponga. Una ventana es un estado de ánimo que llega cargado de paisaje, revive la fantasía bullanguera de la infancia, la piel de la mujer que aún hoy preferimos y las risas del vino con amigos; y ya mismo deberían enterarse, - albañiles y arquitectos- que ese delirio ventanero incrementa y sublima el valor de las edificaciones: Y aunque cualquier fantasía desnivele al negocio de sus dinteles, eso es lo de menos; entonces según fueron redactados proclamas por la libertad y demás valores entrados en decadencia, la humanidad le debe una recuperación formal a cuánto simboliza una ventana. Por ejemplo, pensó, un manifiesto ventanero que no exceda de cuatro o cinco palabras y se frecuente en todos los idiomas. ¿Qué geometría supera a ese visor allá lejos para desbrozar enigmas y saltar hacia la libertad? Ni comparar con los sospechosos divanes o confesionarios donde se ejercitan actos de contricción y fé, porque toda ventana nos revive las ansias de retornos y partidas, amores y dichas demoradas en la curva del tiempo. Aunque también, nos tumba de impotencia al anunciar que en esa cárcel de Guantánamo donde lo seguirían torturando para confesar algo desconocido, sólo había ese ventanuco allá arriba, lejos, inalcanzable.
Eduardo Pérsico