Cuento de Eduardo Pérsico
Con mis bolsillos llenos de fósforos gastados y otro fin del verano sin conocer el mar, remonto el tenso barrilete de la noche. Vago hastiado de ómnibus errantes en la madrugada y de miradas sin novedad ni asombro, soy esa sombra que ambula intuyendo soledades detrás de las ventanas. Misterios silenciosos boca arriba y el indomable insomnio de buscar algún dios de cielorraso.
Hoy ya sin trabajo arrastro dolorido mis raíces, retazos que vienen en la sangre, cierta traición diminuta y cotidiana más los ‘te quiero’ supuestamente eternos. Ya resulta improbable que la gracia divina secunde mi camino, y así deambulo este tanguero juego de caminar silbando, sin más anhelo en esta noche dura y sin renglones de algún recuerdo bueno. Y cuando el amor anda solo por la noche, más presiente caricias detrás de las ventanas y los humores desbocados del instinto.
Sin rumbo y desolado, cargo con la ausente mirada de otros ojos y esa pequeña muerte que ronda al solitario. Intuyendo detrás de cada ventana los pechos anhelantes, deseos humedeciendo bocas y el ferviente incendio de cuerpos que se aman y se inmolan. Es que la procreación, sin darnos tregua, se aparea al placer que vale doble si con él abatimos las soledades mutuas; sólo el amor conjura si ejerce la alegría desgarrando las sábanas…
Han de ser ya las tres y al amanecer no habrá tarea que señale mi existencia en el mundo. Pronto la estación ha de quedar vacía y aunque el banco del andén es harto duro, los guardias de los trenes simulan no mirarme. (dic.2009)
Eduardo Pérsico
escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
Con mis bolsillos llenos de fósforos gastados y otro fin del verano sin conocer el mar, remonto el tenso barrilete de la noche. Vago hastiado de ómnibus errantes en la madrugada y de miradas sin novedad ni asombro, soy esa sombra que ambula intuyendo soledades detrás de las ventanas. Misterios silenciosos boca arriba y el indomable insomnio de buscar algún dios de cielorraso.
Hoy ya sin trabajo arrastro dolorido mis raíces, retazos que vienen en la sangre, cierta traición diminuta y cotidiana más los ‘te quiero’ supuestamente eternos. Ya resulta improbable que la gracia divina secunde mi camino, y así deambulo este tanguero juego de caminar silbando, sin más anhelo en esta noche dura y sin renglones de algún recuerdo bueno. Y cuando el amor anda solo por la noche, más presiente caricias detrás de las ventanas y los humores desbocados del instinto.
Sin rumbo y desolado, cargo con la ausente mirada de otros ojos y esa pequeña muerte que ronda al solitario. Intuyendo detrás de cada ventana los pechos anhelantes, deseos humedeciendo bocas y el ferviente incendio de cuerpos que se aman y se inmolan. Es que la procreación, sin darnos tregua, se aparea al placer que vale doble si con él abatimos las soledades mutuas; sólo el amor conjura si ejerce la alegría desgarrando las sábanas…
Han de ser ya las tres y al amanecer no habrá tarea que señale mi existencia en el mundo. Pronto la estación ha de quedar vacía y aunque el banco del andén es harto duro, los guardias de los trenes simulan no mirarme. (dic.2009)
Eduardo Pérsico
escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.