Fátima Portorreal *
Sabido es que aun hoy los/as rescatistas están atemorizados por tantas historias mal contadas.
A todos nos sorprendió y estremeció lo ocurrido en Haití el martes 11 de enero al atardecer. La tierra se sacudió y envolvió con su polvo a Puerto Príncipe y comunidades aledañas. La ciudad huele a muerte y tiene el sello del apartamiento. No hay explicación técnica, ni detalles que quieran ser escuchados o examinados cuando nos aflora el dolor y la desolación. Y fue en este contexto desolador cuando los diplomáticos, militares y personal extranjero se marchó esa noche de Haití.
Inclinada estoy y con mis manos quisiera cubrir la desnudez de todos esos cuerpos ajenos y conocidos que me duelen. No hay lenguaje que delate lo que siento, ni ojos que no se quieran cubrir por el afloramiento de las lágrimas. Haití tierra de montañas llenas de guardianes ancestrales y tesoros propios me deslumbran constantemente cuando descubro mi cercanía y los mudos secretos interiores.
Haití ha sido anatematizada por la historia de tantos encubrimientos e indescriptibles hurtos que socavaron sus tierras, bosques y ríos. La culpan por disidente, libertaria y pobre. La acusan de hechicera, de pasional y amenazadora, tal vez por eso, todos te abandonaron esa noche repitiendo lo de siempre: evacuen que ya no queda nada y se alzaran contra nosotros.
Es indescriptible la soledad de esa noche, nadie pudo detener el éxodo de los diplomáticos, artesanos del imperio, ni compadres de juergas, todos huyeron por disposición militar y diplomática. ¡Haití nunca estuviste tan sola y con tanto dolor!. Así lo contó la gente, pero no hay mudos secretos que no se cuelen bajo las lágrimas. Todavía hoy no lo entiendo, por qué se marcharon cuando todos y todas gritaban por sus muertos, el viento asolaba, no había cubrimiento y Dios se nombraba a gritos.
Nunca podre entender porque tantos miedos. Quizás muchos pudieron salvase, no lo sé, pero sabido es que aun hoy los/as rescatistas están atemorizados por tantas historias mal contadas. En este momento necesitamos de todas las manos, ya lo sabe el poeta y las marchantas del mercado que la solidaridad aleja los prejuicios y desencaja la soledad.
—-
* Fátima Portorreal es antropóloga social
http://www.servindi.org/actualidad/21471?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Servindi+%28Servicio+de+Informaci%C3%B3n+Indigena%29
Sabido es que aun hoy los/as rescatistas están atemorizados por tantas historias mal contadas.
A todos nos sorprendió y estremeció lo ocurrido en Haití el martes 11 de enero al atardecer. La tierra se sacudió y envolvió con su polvo a Puerto Príncipe y comunidades aledañas. La ciudad huele a muerte y tiene el sello del apartamiento. No hay explicación técnica, ni detalles que quieran ser escuchados o examinados cuando nos aflora el dolor y la desolación. Y fue en este contexto desolador cuando los diplomáticos, militares y personal extranjero se marchó esa noche de Haití.
Inclinada estoy y con mis manos quisiera cubrir la desnudez de todos esos cuerpos ajenos y conocidos que me duelen. No hay lenguaje que delate lo que siento, ni ojos que no se quieran cubrir por el afloramiento de las lágrimas. Haití tierra de montañas llenas de guardianes ancestrales y tesoros propios me deslumbran constantemente cuando descubro mi cercanía y los mudos secretos interiores.
Haití ha sido anatematizada por la historia de tantos encubrimientos e indescriptibles hurtos que socavaron sus tierras, bosques y ríos. La culpan por disidente, libertaria y pobre. La acusan de hechicera, de pasional y amenazadora, tal vez por eso, todos te abandonaron esa noche repitiendo lo de siempre: evacuen que ya no queda nada y se alzaran contra nosotros.
Es indescriptible la soledad de esa noche, nadie pudo detener el éxodo de los diplomáticos, artesanos del imperio, ni compadres de juergas, todos huyeron por disposición militar y diplomática. ¡Haití nunca estuviste tan sola y con tanto dolor!. Así lo contó la gente, pero no hay mudos secretos que no se cuelen bajo las lágrimas. Todavía hoy no lo entiendo, por qué se marcharon cuando todos y todas gritaban por sus muertos, el viento asolaba, no había cubrimiento y Dios se nombraba a gritos.
Nunca podre entender porque tantos miedos. Quizás muchos pudieron salvase, no lo sé, pero sabido es que aun hoy los/as rescatistas están atemorizados por tantas historias mal contadas. En este momento necesitamos de todas las manos, ya lo sabe el poeta y las marchantas del mercado que la solidaridad aleja los prejuicios y desencaja la soledad.
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* Fátima Portorreal es antropóloga social
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