martes, 18 de mayo de 2010

Amor corporal

Emma Martínez Ocaña

¿Puede existir un amor que no sea corporal?. Si aún estamos en el paradigma dualista puede resultarnos extraña esta pregunta pues en este paradigma el cuerpo no es precisamente el lugar del amor  o quizás lo sea sólo del amor erótico-sexual.

Sin embargo en una cosmovisión unificada, holística lo que se hace imposible es no vivirnos como el cuerpo que somos. No “tenemos” un cuerpo, somos un cuerpo y por tanto solo nos es posible amar corporalmente, es más hasta que el amor no se haga cuerpo es sólo un buen deseo pero no una realidad histórica.

Somos un cuerpo.

Esta afirmación requiere por mi parte una clarificación de lo que quiero decir cuando expreso que somos un cuerpo, no que tenemos un cuerpo. El camino de recuperación de esta visión unificada nos orienta hacia una identidad corporal afirmada, amada y gozada. Somos un cuerpo unificado, en unidad indisoluble psique-soma, soma-mente, soma-espíritu. Todo lo que acontece en nuestra vida, en cualquier nivel de nuestra persona acontece en nuestro cuerpo y éste guarda memoria de ello.

Nuestro cuerpo es:

•    una realidad biológica, tiene sus leyes específicas de funcionamiento, que tiene una potencialidad y unos límites: resistencia, longevidad, energía belleza, salud,
•    una realidad sexuada que identifica a las personas e influye en sus opciones, comportamientos, relaciones, una realidad configurada socialmente,
•    un depósito y un productor de energía, y de vitalidad que poseemos y podemos mantener y o dilapidar,
•    es la presencialización de lo que somos, el "lugar" desde donde nos configuramos condicionados genética y culturalmente,
•    es el lugar de nuestra comunicación con los otros lo otro y Dios. Nos permite ser seres en relación, desde el cuerpo que somos nos relacionamos, y nos trascendemos,
•    es una realidad espiritual, ética, estética, lugar de verificar de nuestra fe.

Nuestro cuerpo si es la presencialización de nuestra persona que es espiritual tenemos que afirmar con verdad que nuestro cuerpo es espiritual o que nuestro espíritu es corporal, o que nuestro ser corporal es espiritual. Todo lo que acontece en nuestra vida pasa necesariamente por nuestro ser corporal.

No es fácil tampoco acotar la palabra amor. ¿De qué hablamos cuando hablamos de  amor?. Quizás sea una de las realidades de la vida que más interés ha suscitado y que ha llenado más páginas escritas.

Yo voy a referirme al amor como  una realidad que unifica y evoca tres maneras clásicas de definir tres maneras de  amar: amor como “ágape”, como “eros”, como “filia”. Con esas tres palabras se han descrito sobre todo tres manifestaciones clásicas del amor: “ágape”:amor materno-paterno; “eros” el amor erótico de pareja, “filia” el amor de amistad.

En este momento no me voy a referir a tres maneras de amar distintas sino a tres “ingredientes” del amor. Voy a referirme brevemente a cada uno de estos ingredientes para después  intentar mostrar cómo puede hacerse verdad en nuestro cuerpo y ser experimentado en otros cuerpos.
   
EL AMOR “ÁGAPE” es la manifestación del amor generoso que no está condicionado por la respuesta, aunque la desee y la agradezca. Amamos con amor de ágape cuando no estamos calculando nuestra entrega, cuando pasamos por la historia dando vida, cuidándola, defendiéndola con coraje y pasión, reconociendo el derecho de todo a existir por sí mismo y no sólo para nosotros. Nuestro amor es de ágape cuando busca la justicia, cuando trabaja por crear unas  condiciones que permitan el bienestar de todas las personas especialmente las más necesitadas. Un amor que se hace solicitud, compromiso con toda la vida, cuidado de las personas y del cosmos.

Nuestro cuerpo hace verdad nuestro amor de ágape cuando convertimos nuestras entrañas en lugar para acoger, en medio de dolores de parto el lento dilatarse de éstas para dar a luz lo mejor de nosotros mismos, cuando las convertimos en entrañas fecundas que engendran vida, esperanza, valores, dignidad en nuestro entorno, entonces nuestras entrañas son fecundas más allá de la biología. Cuando nuestras entrañas, como le pasó a Jesús de Nazaret, se estremece al ver el dolor de nuestro mundo, del cosmos gimiendo dolores enormes, se hacen entrañas de una misericordia operativa que busca los modos de hacer de esos dolores, dolores de parto y no de aborto. También nuestro corazón necesita aprender este amor de ágape que se entrega sin calcular egoístamente lo que da, sabiendo al tiempo tener discernimiento para darse sin perderse a uno mismo, sin perdernos el respeto a nosotros mismos.  Cuando nuestros pies, se hacen pies samaritanos, que se paran para acoger a los apaleados y robados del camino (hoy continentes enteros) ofreciéndoles lo mejor de sí para crear “proximidad” que sana, cura, carga con…Nuestras manos se hacen amor de ágape cuando son manos parteras de vida allí por donde pasan, sanan todo lo que tocan, abrazan, acarician. En definitiva pasan por la vida echando una mano, haciendo el bien.

EL AMOR DE “FILIA” es la manifestación del amor que crea vínculos profundos, que sostiene, acompaña, busca la felicidad del ser amado. El amor de filia expresa una manera de amar desde la libertad, la confianza, la reciprocidad y la fidelidad,  por eso se le considera el amor de amistad por excelencia, pero no sólo se expresa en la relación amistosa. Es el amor que nos lleva a comprometernos en la construcción de un nosotros, que se hace compañía, compañerismo inclusivo, más allá de los vínculos afectivos por eso es el amor que sabe hacerse hospitalidad frente a toda xenofobia, exclusivismo, integrismo. Quizás hoy más que nunca necesitamos cultivar una nueva sensibilidad inclusiva, que es una de las características del amor de filia, un amor que nos hace sentirnos próximos, cercanos, hermanados con todas las personas y toda la realidad. El amor de filia es un amor lleno de coraje para salvar juntos la vida, toda vida por insignificante que parezca.

Amamos con amor de filia cuando nuestros pies caminan por la vida creando senderos de amistad profunda, fiel, gozosa;  lazos de cercanía sanadora más allá de las fronteras del afecto, cuando en vez de provocar división, exclusión, individualismo generan caminos de compañerismo, confraternidad, compresión entre pueblos, culturas, ideologías, religiones diversas. Nuestro cuerpo expresa amor de filia cuando nuestro corazón crea vínculos profundos, sin miedos ni prejuicios, sabe generar amistad,(una realidad siempre particular) sin romper la fraternidad sino por el contrario favoreciéndola, cuando se hace casa abierta y compartida para todos especialmente para los sin hogar material y psicológico, cuando nuestros oídos no se cierran a los gritos de dolor y de placer de nuestros hermanos y hermanas del camino; cuando saben escuchar empáticamente sin juicios, condenas, etiquetas. Hacemos verdad esta dimensión del amor cuando nuestros ojos no pasan de largo indiferentes ni distraídos sino que saben mirar y reconocer, devolver dignidad, dar vida en vez de dejar que salgan de ellos miradas que matan, cuando se convierten en ojos vigías que avistan los náufragos del sistema, para evitar que sean silenciados o escondidos.

El amor de “eros” tradicionalmente identificado con el amor erótico-sexual de pareja es el amor de deseo de unión, de presencia, de compenetración, es la expresión del amor apasionado. Una característica del amor de “eros” es la valoración de lo amado, se manifiesta en una mirada que reconoce lo amado como valioso y atractivo y eso provoca en los destinatarios de ese amor en una consciencia de autovalía, autoestima. Podríamos definirlo como la atracción apasionada por lo valioso y el deseo de unirse a ello, deseo de unión que produce placer. El amor de eros al proceder de una mirada de reconocimiento y valoración es un amor sanador, reconstructor de identidades perdidas, liberador de encorvamientos ancestrales, de culpabilidades eternas.

Amamos con amor de eros cuando nuestros ojos son capaces de ver la realidad con verdad, con lucidez consciente para poder ver y sobre todo contemplar la unidad profunda de la realidad, como dicen algunos místicos, descubrir el manto inconsútil que forma todo lo que existe, entonces se convertirían en ojos amorosos, y por eso capaces de descubrir lo valioso, incluso la belleza, a veces muy oculta en lo profundo del ser, de toda persona y realidad. Ese descubrimiento nos provocaría un deseo de unirnos, vincularnos,  es decir hacer verdad en nuestra vida cotidiana, la unidad que somos. Nuestros ojos se convierten también en lugar para expresar esta dimensión del amor cuando ven y levantan, libran de encorvamientos, cegueras, sorderas, parálisis porque son capaces de devolver a las otras personas su auténtica talla, valía, belleza. Nuestro corazón muestra el amor de eros cuando palpita de pasión por lo Real, disfruta con la presencia de las personas que ama y guarda en el corazón sus nombres como su mejor tesoro; cuando es capaz de trabajar apasionadamente en reunificar todo lo disperso, dividido, roto de nuestro mundo. Nuestra piel, si ama con amor de eros, renuncia para siempre al “despelleje”, al ojo por ojo, a encerrarse en sus pequeñas fronteras, porque descubre que la verdad de nuestro ser no se acaba en los propios contornos de nuestro cuerpo, sino en toda la humanidad y toda la creación como “Cuerpo de Dios” y que cuando se cierra a su hermano se cierra a su propia carne. Vivimos el amor de eros cuando hacemos de nuestra sexualidad un lugar para el encuentro, sin miedo y sin tabúes, creando encuentros corporales constructores de identidad, cuando no hacemos de las diferencias de sexo y de orientación sexual un lugar para la marginación, la discriminación, la exclusión sino un lugar para vivir gozosamente la unidad fundamental que somos, en pluralidad y singularidad. Hacemos verdad el amor de eros cuando los cuerpos, en verdad, libertad y respeto se encuentran para gozar del amor que se hace erotismo, placer compartido, com-penetración, éxtasis de sí para entrar en la persona amada.

Finalmente hacemos verdad el amor eros cuando nuestra boca aprende  convertirse en “degustadora” de la vida, aprendiendo a gustar los sabores de la verdad, de la justicia, del Reino en la vida cotidiana y ayuda a otros a degustarlos; cuando aprender a hablar y callar como lenguaje de amor, que sabe bendecir y renuncia a la maledicencia, mal-dición que sabe besar y hace del beso sacramento del amor, que sabe sonreír con sentido del humor para no tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio y no permitir que nos amarguen la vida.

Cuando todo esto acontezca, seremos testigos corporales del amor. Quizás nos pase lo que le paso a Jesús de Nazaret que los que vivieron con él dijeron: lo que han visto  nuestros ojos,  oído nuestros oídos y tocado nuestras manos es que el Dios de los cristianos es Amor y merece la pena creer en El.

Artículo publicado en: Crítica no 966 "La gramática del amor", Marzo-Abril 2010

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