domingo, 16 de mayo de 2010

Hincar la rodilla

Pep Castelló

Está en el aire y resuena por todas partes. “Zapatero ha hincado la rodilla ante los amos del mundo”.

¡Qué gran verdad! Tan grande como la necedad de no ver que la rodilla la hincó en peso la clase política española mal llamada de izquierdas, en aquellos tiempos de “la transición”, cuando ávida de poder abrazó la ideología capitalista.

En los años de gloria vividos desde entonces, todo ha sido un continuo plegarse a los amos del dinero. Ni una sola voz se ha alzado con fuerza en medio del panorama político oficial español advirtiendo que la ideología que por activa y por pasiva se estaba difundiendo entre el pueblo inerte era un ignominioso adoctrinamiento en favor de la irresponsabilidad ciudadana.

La izquierda, al igual que la derecha, ha apostado por hacer creer al pueblo que para vivir basta con sentir el gozo de nadar en la abundancia. Para nada se ha estimulado el sentido de responsabilidad cívica desde la izquierda política oficial. La obediencia y la aceptación callada han seguido imperando en su paradigma como imperaron en todos los órdenes de la vida durante los negros tiempos de la dictadura católico-fascista. Nada ha hecho para que el pueblo deje de tener como norma máxima de sabiduría el viejo refrán que dice “dame pan y dime tonto”. Y es ese continuado inhibirse, ese abandono de la responsabilidad cívica lo que ha dado pábulo a los actores del descalabro que hoy padecemos.

Todo el sistema educativo, tanto en el ámbito estatal como privado, ha priorizado el utilitarismo y ha desestimado la reflexión como forma ineludible de crecimiento humano. La técnica ha desplazado a la sabiduría. La economía a la persona. La adquisición de conocimientos y habilidades útiles para triunfar en la vida es desde hace ya mucho tiempo el objetivo principal de todos los programas educativos y de enseñanza-aprendizaje, desde el parvulario hasta la universidad. Y es esa idea del triunfo que promueve la ideología capitalista, ese deshumanizado afán de situarse por encima del vecino, lo que ha disgregado al pueblo y nos ha convertido en insolidarios individualistas.

Si algo ha hecho bien el capitalismo ha sido manejar el pensamiento de las masas. No así la izquierda política, que asumiendo irreflexivamente la misma deshumanizada forma de vivir y de pensar que la derecha más procaz, el mismo afán de triunfo y de lucro, se entregó a una cómoda actividad politiquera y descuidó todo cuanto contribuye a desvelar el pensamiento colectivo.

De repente, una buena parte de la ciudadanía se rasga las vestiduras. Hay quienes reclaman actitudes de izquierdas a quienes hasta ahora solamente pedían bienestar material y, como era de esperar, no faltan quienes dicen que ante una izquierda como la que gobierna mejor será votar a la derecha. Cuestión de opiniones; cada cual es muy libre. Pero casi en ninguna parte se le oye al pueblo reclamar una reactivación de la dignidad humana como no sea acusando a sindicatos y a políticos. La primera persona del plural está ausente en la mayor parte de los comentarios y discursos que afloran en el entorno. Nadie se siente llamado a nada. La necedad de seguir en la irresponsabilidad colectiva sigue vigente en la mayor parte de las conciencias.

Hoy nos hallamos rodeados de árboles que no nos dejan ver el bosque. El ancho camino de la opulencia que seguíamos se truncó de pronto y no sabemos por donde echar para salir del atolladero. Ni por asomo se nos ocurre que debemos hollar nuevas sendas si queremos seguir avanzando porque todos los caminos que nos ofrecen los amos del mundo tienen el mismo destino. La comodidad se cebó en el pensamiento colectivo y adormeció las conciencias. El pueblo lleva años dormido porque quienes tenían que haberle despertado no lo hicieron. La hidra de la codicia domina el mundo y lo seguirá dominando en tanto la dimensión humana no despierte en lo hondo de cada alma.

Pararle los pies al capitalismo es absolutamente necesario. Frenar su desmesurada ambición es tarea ineludible. Pero no bastará para vencerlo. No, si permanecemos en su mismo paradigma materialista, si no potenciamos la capacidad humana para descubrir nuevas sendas de solidaridad y de convivencia.  Es una ardua tarea que requiere esfuerzo, un largo camino interdisciplinar que debemos recorrer quienes tenemos a nuestro cargo desvelar mentes y sensibilizar conciencias. Apliquémonos con afán cuanto antes, pues como ya dijimos hace tiempo en esta misma página, “no nos salva ni Dios si no cambiamos”.

Pep Castelló

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