Emma Martínez Ocaña
Nos envuelve la noche de una crisis global que no afecta igual a todo el mundo: la noche de la injusticia, de la pobreza, del hambre de millones de seres humanos que provoca migraciones masivas; la noche de la corrupción y la impunidad; la noche de la compraventa de mujeres y niños; la noche ecológica que amenaza la vida del planeta; la noche en la defensa real de los derechos humanos; la noche de las grandes utopías, de las instituciones, de las grandes religiones, de la institución eclesial, de la disminución y envejecimiento de las congregaciones religiosas; la noche del individualismo egocéntrico, de la desconexión con los otros, lo otro y con la Fuente de la Vida; la noche del sentido, la noche de la ausencia de Dios.
Para transitar en la noche de nuestro tiempo necesitamos surcar el cielo de estrellas que la iluminen:
La estrella de la consciencia, del darse cuenta que es aprender a percibir lúcidamente la realidad propia y la de lo que nos rodea tal como es, no con etiquetas de nuestra mente, ni con fantasías que nos oculten lo que no queremos ver. Tony de Mello ponía en la consciencia el elemento imprescindible del crecimiento, para él la espiritualidad era la consciencia y el pecado la inconsciencia.
Cultivemos una consciencia lúcida para alumbrar los rincones oscuros del planeta, para hacer visible la espalda del mundo, para denunciar los náufragos del sistema y llamar la atención para que no sean engullidos o escondidos. Eso reclama de nosotr@s cultivar una espiritualidad de ojos abiertos, lúcidos, de honradez con la realidad fáctica y con lo real que aún está en esperanza, en potencia para desplegarse.
Practiquemos el discernimiento para descubrir los mecanismos de alienación, de presión, de intimidación, de control de todos los poderes fácticos (medios de comunicación, poderes económicos, sociopolíticos y religiosos), que pretenden domesticar y acallar las voces críticas.
Como nunca necesitamos despertar del sueño de nuestra inconsciencia, de nuestro egoísmo individualista para despertar a la verdad de lo que somos, a la consciencia de la Unidad Profunda que nos constituye como el fondo último de nuestro ser, ahí nos descubriremos hijos y hermanos.
La estrella de la pasión por la vida, por toda vida por insignificante que parezca, especialmente por las vidas más amenazadas.
Este es el desafío más urgente de nuestro tiempo y no podemos hablar de "espiritualidad" al margen de este reto.
Dar vida fue la pasión de Jesús. De tal manera debió ser así que el evangelista Juan pone en su boca, como expresión del sentido de su vida, estas palabras: "Yo he venido para que todos tengan vida y vida abundante" (Jn 10,10). Dar vida, protegerla, sanarla, cuidarla, defender su dignidad, denunciar todo lo que la amenaza y luchar contra ello fue en definitiva lo que le llevó a perder su propia vida y es el talante que hoy necesitamos cultivar para poder alumbrar la noche de nuestro tiempo.
Esta pasión por la vida reclama también de nosotros un éxodo de una espiritualidad demasiado antropocéntrica a una espiritualidad biocéntrica. Cuidar toda vida, protegerla, alentarla es un reto ineludible si queremos salvar el planeta y salvarnos nosotros en él.
La estrella de la compasión: la noche es peligrosa para los sin hogar, para los que duermen al raso sin protección alguna, indefensos ante los salteadores de turno de todos los tiempos.
Hoy tirados al raso mal heridos de muerte están continentes enteros. África es uno de los escandalosos. Por eso, en este tiempo de noche, urge encender la estrella de la compasión en nuestro corazón para que se deje afectar por el dolor y movilice nuestro cuerpo con un amor operativo que hace de nuestros pies pies que inician y reclaman una movilización ciudadana hacia un nuevo orden internacional más justo. Entonces se convertirán en pies samaritanos y nuestras manos serán manos sanadoras.
La estrella de la búsqueda. En la noche no se ve claro, los caminos no se distinguen con precisión, el miedo puede paralizar nuestros pies y hay que aprender a caminar con poca luz, convirtiendo nuestros pies en buscadores con otros, peregrinos en búsqueda de sentido, arriesgando a roturar senderos de una paz que se besa con la justicia, abriendo caminos nuevos hacia otro mundo posible.
Una búsqueda hacia el encuentro con nosotros mismos, con los otros, lo otro y el misterio que llamamos Dios.
Caminar no como quien lo tiene todo claro y va dando lecciones a los otros, sino como modestos buscadores de la verdad siempre inasible, sabiendo vivir en la inseguridad, uniendo nuestros pasos vacilantes a otros pasos, de compañeros de camino, para juntos ofrecernos nuestros modestos senderos de luz, pero capaces de iluminar el paso de cada día.
La estrella de la contemplación. Necesitamos cultivar no sólo unos ojos que vean la realidad sino que sean capaces de contemplar, en medio de la noche la presencia de la Luz: una luz que brota de lo profundo de lo Real, del fondo del ser donde el Dios, fuente de vida, amor estructurante, lo sostiene todo; una luz que nos descubre nuestro ser esencial: hijos amados y hermanados con todos y con todo.
La noche reclama personas capaces de cultivar la experiencia mística, de ver la presencia del Dios invisible en medio de las realidades sencillas y cotidianas, en lo profundo del corazón de cada ser humano, de cada realidad viviente, de cada palmo de nuestra tierra, en el misterio insondable del universo preñado de gracia.
Es tiempo de noche por eso nos animamos a cultivar en nuestras personas y comunidades la luz de la estrella de la consciencia, de la pasión por la vida, de la compasión, de la búsqueda, de la contemplación.
Emma Martínez Ocaña
Nos envuelve la noche de una crisis global que no afecta igual a todo el mundo: la noche de la injusticia, de la pobreza, del hambre de millones de seres humanos que provoca migraciones masivas; la noche de la corrupción y la impunidad; la noche de la compraventa de mujeres y niños; la noche ecológica que amenaza la vida del planeta; la noche en la defensa real de los derechos humanos; la noche de las grandes utopías, de las instituciones, de las grandes religiones, de la institución eclesial, de la disminución y envejecimiento de las congregaciones religiosas; la noche del individualismo egocéntrico, de la desconexión con los otros, lo otro y con la Fuente de la Vida; la noche del sentido, la noche de la ausencia de Dios.
Para transitar en la noche de nuestro tiempo necesitamos surcar el cielo de estrellas que la iluminen:
La estrella de la consciencia, del darse cuenta que es aprender a percibir lúcidamente la realidad propia y la de lo que nos rodea tal como es, no con etiquetas de nuestra mente, ni con fantasías que nos oculten lo que no queremos ver. Tony de Mello ponía en la consciencia el elemento imprescindible del crecimiento, para él la espiritualidad era la consciencia y el pecado la inconsciencia.
Cultivemos una consciencia lúcida para alumbrar los rincones oscuros del planeta, para hacer visible la espalda del mundo, para denunciar los náufragos del sistema y llamar la atención para que no sean engullidos o escondidos. Eso reclama de nosotr@s cultivar una espiritualidad de ojos abiertos, lúcidos, de honradez con la realidad fáctica y con lo real que aún está en esperanza, en potencia para desplegarse.
Practiquemos el discernimiento para descubrir los mecanismos de alienación, de presión, de intimidación, de control de todos los poderes fácticos (medios de comunicación, poderes económicos, sociopolíticos y religiosos), que pretenden domesticar y acallar las voces críticas.
Como nunca necesitamos despertar del sueño de nuestra inconsciencia, de nuestro egoísmo individualista para despertar a la verdad de lo que somos, a la consciencia de la Unidad Profunda que nos constituye como el fondo último de nuestro ser, ahí nos descubriremos hijos y hermanos.
La estrella de la pasión por la vida, por toda vida por insignificante que parezca, especialmente por las vidas más amenazadas.
Este es el desafío más urgente de nuestro tiempo y no podemos hablar de "espiritualidad" al margen de este reto.
Dar vida fue la pasión de Jesús. De tal manera debió ser así que el evangelista Juan pone en su boca, como expresión del sentido de su vida, estas palabras: "Yo he venido para que todos tengan vida y vida abundante" (Jn 10,10). Dar vida, protegerla, sanarla, cuidarla, defender su dignidad, denunciar todo lo que la amenaza y luchar contra ello fue en definitiva lo que le llevó a perder su propia vida y es el talante que hoy necesitamos cultivar para poder alumbrar la noche de nuestro tiempo.
Esta pasión por la vida reclama también de nosotros un éxodo de una espiritualidad demasiado antropocéntrica a una espiritualidad biocéntrica. Cuidar toda vida, protegerla, alentarla es un reto ineludible si queremos salvar el planeta y salvarnos nosotros en él.
La estrella de la compasión: la noche es peligrosa para los sin hogar, para los que duermen al raso sin protección alguna, indefensos ante los salteadores de turno de todos los tiempos.
Hoy tirados al raso mal heridos de muerte están continentes enteros. África es uno de los escandalosos. Por eso, en este tiempo de noche, urge encender la estrella de la compasión en nuestro corazón para que se deje afectar por el dolor y movilice nuestro cuerpo con un amor operativo que hace de nuestros pies pies que inician y reclaman una movilización ciudadana hacia un nuevo orden internacional más justo. Entonces se convertirán en pies samaritanos y nuestras manos serán manos sanadoras.
La estrella de la búsqueda. En la noche no se ve claro, los caminos no se distinguen con precisión, el miedo puede paralizar nuestros pies y hay que aprender a caminar con poca luz, convirtiendo nuestros pies en buscadores con otros, peregrinos en búsqueda de sentido, arriesgando a roturar senderos de una paz que se besa con la justicia, abriendo caminos nuevos hacia otro mundo posible.
Una búsqueda hacia el encuentro con nosotros mismos, con los otros, lo otro y el misterio que llamamos Dios.
Caminar no como quien lo tiene todo claro y va dando lecciones a los otros, sino como modestos buscadores de la verdad siempre inasible, sabiendo vivir en la inseguridad, uniendo nuestros pasos vacilantes a otros pasos, de compañeros de camino, para juntos ofrecernos nuestros modestos senderos de luz, pero capaces de iluminar el paso de cada día.
La estrella de la contemplación. Necesitamos cultivar no sólo unos ojos que vean la realidad sino que sean capaces de contemplar, en medio de la noche la presencia de la Luz: una luz que brota de lo profundo de lo Real, del fondo del ser donde el Dios, fuente de vida, amor estructurante, lo sostiene todo; una luz que nos descubre nuestro ser esencial: hijos amados y hermanados con todos y con todo.
La noche reclama personas capaces de cultivar la experiencia mística, de ver la presencia del Dios invisible en medio de las realidades sencillas y cotidianas, en lo profundo del corazón de cada ser humano, de cada realidad viviente, de cada palmo de nuestra tierra, en el misterio insondable del universo preñado de gracia.
Es tiempo de noche por eso nos animamos a cultivar en nuestras personas y comunidades la luz de la estrella de la consciencia, de la pasión por la vida, de la compasión, de la búsqueda, de la contemplación.
Emma Martínez Ocaña