Pep Castelló
He aquí dos palabras que parecían resueltas desde hace tiempo en el ámbito pedagógico de nuestra civilización occidental cristiana, pero que los acontecimientos mundiales del presente invitan a considerar de nuevo.
Llevamos años educando en la sumisión y rechazando todo atisbo de rebeldía. La sumisión conlleva paz en la misma medida que la rebeldía trae conflicto. Incómoda para educadores y peligrosa para educandos, la rebeldía es considerada por las personas sensatas como un defecto a corregir. La obediencia a la autoridad y la adaptación al sistema son, desde esa perspectiva, sinónimos de buena educación y de virtud. La sumisión es deseable, en tanto que la rebeldía es rechazable.
Las personas sensatas aman la paz y detestan los conflictos, motivo por el cual suelen optar por la sumisión. Y lo mismo hacen aquellas a quienes el orden establecido favorece, las cuales apelan a la sumisión en nombre de la paz.
La persona sumisa acepta lo que le echen, sea justo o no lo sea. Intenta por encima de todo salvar lo suyo, y deja “sabiamente” que cada cual se las componga con lo que le toque aguantar, según el refrán que reza «cada palo que aguante su vela». La justicia no suele ser incumbencia suya sino de quienes detentan el poder, o bien en última instancia, echando mano de un determinado modo de pensar religioso, considera que es cosa del Ser Supremo.
Desde los lejanos años de mi niñez hasta el presente, el catolicismo de mi entorno ha ensalzado la mansedumbre hasta convertirla en la principal virtud de los oprimidos, lo cual no deja de ser una forma de dar alas a los opresores.
Cabe no obstante señalar que, según consta en documentos históricos, esa misma Iglesia que predicaba mansedumbre al pueblo y obediencia ciega a las autoridades durante los años del nacional-catolicismo fascista, bendijo la violencia de los militares sublevados contra el legítimo gobierno de la República Española cuando vio que el triunfo de estos favorecería los intereses eclesiásticos.
Quienes crean que ese proceder de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana es cosa del pasado, vean los recientes sucesos en Honduras y la conducta que siguió el Cardenal Rodríguez Madariaga, Arzobispo de Tegucigalpa ante el golpe de la oligarquía. Y vean como acto seguido el Instituto Católico de París le premiaba esa conducta nombrándole doctor honoris causa; y como recientemente le acoge en Italia la Comunidad de San Egidio, tan amante ella de la paz y de la caridad.
De igual modo los medios de comunicación nos informan a diario de como las grandes potencias mundiales y en especial el imperio USA dividen el mundo en buenos o malos según que estén o no de su parte.
Hechos tan lamentables como los señalados nos muestran de qué modo las instituciones de poder, aun teniéndose por sagradas, y las personas de orden con fuerte ascendencia social juzgan la sumisión y la rebeldía e incluso la violencia según convenga a sus propios intereses.
Las gentes de orden, las que gozan de los beneficios del sistema, han puesto y ponen todos los medios a su alcance para asociar rebeldía con desorden, a fin de confundir a la población. Han difundido la idea de que la rebeldía consiste en reivindicar contra toda razón el propio capricho. Han establecido una forma de vida competitiva e insolidaria, con lo cual han logrado crear un paradigma que considera necia a la persona que atiende más al bien común que al beneficio propio y antepone lo justo a lo conveniente.
Pero identificar paz con sumisión es un error tan grave como el de confundir rebeldía con violencia. Nos lo muestran claramente personajes tan poco sospechosos de violentos como Gandi, Martin Luther King, San Romero de América, Pedro Casaldàliga y tantos otros que sin hacer uso de la violencia adoptaron y adoptan actitudes rebeldes ante la opresión del poder establecido.
Quienes tienen responsabilidades educativas, sean estas profesionales o familiares, deben reflexionar urgentemente sobre esas cualidades del carácter que tan ligeramente se vienen tratando desde tiempo ha.
Educar en la rebeldía no es fácil, pues exige en primer lugar educar en la justicia, poner la dimensión humana en el primer plano de la vida, para acto seguido educar en el compromiso solidario. Un esfuerzo titánico que es hoy absolutamente necesario y urgente pues que la humanidad entera está embarcada en una sola nave y de cómo actuemos depende el futuro que tengamos.
Someterse a las directrices de quienes no tienen más guía que su propia codicia nos lleva ineludiblemente al naufragio. ¿Queda algún otro camino que no sea la rebeldía?
He aquí dos palabras que parecían resueltas desde hace tiempo en el ámbito pedagógico de nuestra civilización occidental cristiana, pero que los acontecimientos mundiales del presente invitan a considerar de nuevo.
Llevamos años educando en la sumisión y rechazando todo atisbo de rebeldía. La sumisión conlleva paz en la misma medida que la rebeldía trae conflicto. Incómoda para educadores y peligrosa para educandos, la rebeldía es considerada por las personas sensatas como un defecto a corregir. La obediencia a la autoridad y la adaptación al sistema son, desde esa perspectiva, sinónimos de buena educación y de virtud. La sumisión es deseable, en tanto que la rebeldía es rechazable.
Las personas sensatas aman la paz y detestan los conflictos, motivo por el cual suelen optar por la sumisión. Y lo mismo hacen aquellas a quienes el orden establecido favorece, las cuales apelan a la sumisión en nombre de la paz.
La persona sumisa acepta lo que le echen, sea justo o no lo sea. Intenta por encima de todo salvar lo suyo, y deja “sabiamente” que cada cual se las componga con lo que le toque aguantar, según el refrán que reza «cada palo que aguante su vela». La justicia no suele ser incumbencia suya sino de quienes detentan el poder, o bien en última instancia, echando mano de un determinado modo de pensar religioso, considera que es cosa del Ser Supremo.
Desde los lejanos años de mi niñez hasta el presente, el catolicismo de mi entorno ha ensalzado la mansedumbre hasta convertirla en la principal virtud de los oprimidos, lo cual no deja de ser una forma de dar alas a los opresores.
Cabe no obstante señalar que, según consta en documentos históricos, esa misma Iglesia que predicaba mansedumbre al pueblo y obediencia ciega a las autoridades durante los años del nacional-catolicismo fascista, bendijo la violencia de los militares sublevados contra el legítimo gobierno de la República Española cuando vio que el triunfo de estos favorecería los intereses eclesiásticos.
Quienes crean que ese proceder de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana es cosa del pasado, vean los recientes sucesos en Honduras y la conducta que siguió el Cardenal Rodríguez Madariaga, Arzobispo de Tegucigalpa ante el golpe de la oligarquía. Y vean como acto seguido el Instituto Católico de París le premiaba esa conducta nombrándole doctor honoris causa; y como recientemente le acoge en Italia la Comunidad de San Egidio, tan amante ella de la paz y de la caridad.
De igual modo los medios de comunicación nos informan a diario de como las grandes potencias mundiales y en especial el imperio USA dividen el mundo en buenos o malos según que estén o no de su parte.
Hechos tan lamentables como los señalados nos muestran de qué modo las instituciones de poder, aun teniéndose por sagradas, y las personas de orden con fuerte ascendencia social juzgan la sumisión y la rebeldía e incluso la violencia según convenga a sus propios intereses.
Las gentes de orden, las que gozan de los beneficios del sistema, han puesto y ponen todos los medios a su alcance para asociar rebeldía con desorden, a fin de confundir a la población. Han difundido la idea de que la rebeldía consiste en reivindicar contra toda razón el propio capricho. Han establecido una forma de vida competitiva e insolidaria, con lo cual han logrado crear un paradigma que considera necia a la persona que atiende más al bien común que al beneficio propio y antepone lo justo a lo conveniente.
Pero identificar paz con sumisión es un error tan grave como el de confundir rebeldía con violencia. Nos lo muestran claramente personajes tan poco sospechosos de violentos como Gandi, Martin Luther King, San Romero de América, Pedro Casaldàliga y tantos otros que sin hacer uso de la violencia adoptaron y adoptan actitudes rebeldes ante la opresión del poder establecido.
Quienes tienen responsabilidades educativas, sean estas profesionales o familiares, deben reflexionar urgentemente sobre esas cualidades del carácter que tan ligeramente se vienen tratando desde tiempo ha.
Educar en la rebeldía no es fácil, pues exige en primer lugar educar en la justicia, poner la dimensión humana en el primer plano de la vida, para acto seguido educar en el compromiso solidario. Un esfuerzo titánico que es hoy absolutamente necesario y urgente pues que la humanidad entera está embarcada en una sola nave y de cómo actuemos depende el futuro que tengamos.
Someterse a las directrices de quienes no tienen más guía que su propia codicia nos lleva ineludiblemente al naufragio. ¿Queda algún otro camino que no sea la rebeldía?