Susana Merino
Hace algunos días se realizó en Córdoba el Primer Encuentro Iberoamericano de Personalismo Comunitario en coincidencia con el V aniversario de la creación del Instituto Emmanuel Mounier de Argentina y el sexagésimo aniversario de la muerte del filósofo Emmanuel Mounier.
Asistieron a la misma destacados filósofos españoles y latinoamericanos, en su mayoría especialistas en el pensamiento de Mounier quienes desarrollaron interesantes exposiciones seguidas por una nutrida concurrencia.
Una de las presencias más interesantes fue la del filósofo español Carlos Díaz cuyo seminario sobre “Del tú al nosotros” constituyó un valioso aporte a la comprensión del pensamiento personalista y comunitario.
Explicaba Carlos Díaz que la historia del pensamiento filosófico constituye un gran bosque con muchos árboles agrupados por genealogías entre los que el árbol del personalismo es de tal envergadura que él mismo podría ser considerado un bosque. La prolífica existencia de numerosos filósofos personalistas ha cimentado con sus aportes gran parte de la historia del movimiento obrero, de la conquista de los derechos humanos y de muchas de las reivindicaciones logradas o en proceso de obtención de la sociedad contemporánea.
El árbol del personalismo, según su descripción, hunde sus raíces en la tradición grecojudaica y se nutre del cristianismo cuyo primer y más inspirado filósofo fue Santo Tomás de Aquino, del que sin duda abrevaron luego Kant, Husserl, Scheler para ir así conformando las múltiples ramas que lo diversifican y entre las que, entre otras, pueden citarse la dialógica, la hermenéutica, la Zubiri… y la Péguy en la que precisamente surge y se destaca la figura de Emmanuel Mounier.
No es que ciertamente no existan otros árboles antipersonalistas, hedonismo, relativismo, nihilismo, descontructivismo, pero su presencia en la historia de occidente ha sido menos influyente y no tiene tan fuerte raigambre judeo cristiana como el personalismo cuyas bases hacen de la confianza y la benevolencia los fundamentos del derecho y la justicia entre los seres humanos.
Asume Carlos Díaz que desde el nacimiento, y aún antes desde el útero materno, el ser humano establece una relación dialógica con el tú cuya permanencia e indisolubilidad nos convierte en personas. Nadie puede prescindir del tú ni de esa relación que se instala a través del vínculo representado por la conjunción “y”. “Yo y Tú” o el YO-TU, como él dice, combinación binaria de dos palabras básicas religadas por el amor. De modo que mientras yo viva tú no morirás, dice Gabriel Marcel.
El tú es aquel que me duele, el otro que solicita mi ayuda o me preocupa. Mi obligación como persona es atender al que más sufre, aunque lo quiera menos. Hacer sufrir a otra persona inmerecidamente es la forma más frecuente de equivocarse. Por lo tanto la viuda, el huérfano, el extranjero tienen prioridad e ignoro quién soy hasta que no me hago cargo de su dolor y trato de atemperar sus sufrimientos.
En un mundo hedonista la consigna es “consumo luego existo” Sin embargo solo me identifico como persona si soy capaz de pronunciar con amor el nombre del tu y lo dignifico, si me duele, si tengo compasión y misericordia por el otro. Me convierto entonces en un ser heterónomo que respeta la autonomía del otro, el dolor del otro. Es posible construir de ese modo la heteronomía moral del ser humano y renunciar a la autonomía ensoberbecida de nuestro tiempo.
La desconfianza es la pérdida de esa relación amorosa con el tú y la pérdida de la esperanza porque si no existe reciprocidad, si no existe la posibilidad de hacernos cargo del otro ni de esperar que el otro se haga cargo de mí cuando lo necesito desencadena la locura del yo, la que produce el no tener a nadie a quien llamar tú. El loco no tiene tú y lo mismo sucede con aquellos que ignoran al prójimo.
Todos los seres humanos somos mendigos necesitados de ser amados desde que nacemos y el pedir que nos amen es un acto de humildad y de sabiduría. El niño pide y pregunta, por eso crece. El dar es cuestión de tiempo y en ese tiempo damos vida. Si disfrutamos la alegría de darnos comprenderemos que solo se posee lo que se regala, que la vida es un don que recibimos gratuitamente y que solo mereceremos en la medida en que seamos capaces de prodigarla con infinito y verdadero amor. + (PE)
PreNot 8861-100519.
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=8861
Hace algunos días se realizó en Córdoba el Primer Encuentro Iberoamericano de Personalismo Comunitario en coincidencia con el V aniversario de la creación del Instituto Emmanuel Mounier de Argentina y el sexagésimo aniversario de la muerte del filósofo Emmanuel Mounier.
Asistieron a la misma destacados filósofos españoles y latinoamericanos, en su mayoría especialistas en el pensamiento de Mounier quienes desarrollaron interesantes exposiciones seguidas por una nutrida concurrencia.
Una de las presencias más interesantes fue la del filósofo español Carlos Díaz cuyo seminario sobre “Del tú al nosotros” constituyó un valioso aporte a la comprensión del pensamiento personalista y comunitario.
Explicaba Carlos Díaz que la historia del pensamiento filosófico constituye un gran bosque con muchos árboles agrupados por genealogías entre los que el árbol del personalismo es de tal envergadura que él mismo podría ser considerado un bosque. La prolífica existencia de numerosos filósofos personalistas ha cimentado con sus aportes gran parte de la historia del movimiento obrero, de la conquista de los derechos humanos y de muchas de las reivindicaciones logradas o en proceso de obtención de la sociedad contemporánea.
El árbol del personalismo, según su descripción, hunde sus raíces en la tradición grecojudaica y se nutre del cristianismo cuyo primer y más inspirado filósofo fue Santo Tomás de Aquino, del que sin duda abrevaron luego Kant, Husserl, Scheler para ir así conformando las múltiples ramas que lo diversifican y entre las que, entre otras, pueden citarse la dialógica, la hermenéutica, la Zubiri… y la Péguy en la que precisamente surge y se destaca la figura de Emmanuel Mounier.
No es que ciertamente no existan otros árboles antipersonalistas, hedonismo, relativismo, nihilismo, descontructivismo, pero su presencia en la historia de occidente ha sido menos influyente y no tiene tan fuerte raigambre judeo cristiana como el personalismo cuyas bases hacen de la confianza y la benevolencia los fundamentos del derecho y la justicia entre los seres humanos.
Asume Carlos Díaz que desde el nacimiento, y aún antes desde el útero materno, el ser humano establece una relación dialógica con el tú cuya permanencia e indisolubilidad nos convierte en personas. Nadie puede prescindir del tú ni de esa relación que se instala a través del vínculo representado por la conjunción “y”. “Yo y Tú” o el YO-TU, como él dice, combinación binaria de dos palabras básicas religadas por el amor. De modo que mientras yo viva tú no morirás, dice Gabriel Marcel.
El tú es aquel que me duele, el otro que solicita mi ayuda o me preocupa. Mi obligación como persona es atender al que más sufre, aunque lo quiera menos. Hacer sufrir a otra persona inmerecidamente es la forma más frecuente de equivocarse. Por lo tanto la viuda, el huérfano, el extranjero tienen prioridad e ignoro quién soy hasta que no me hago cargo de su dolor y trato de atemperar sus sufrimientos.
En un mundo hedonista la consigna es “consumo luego existo” Sin embargo solo me identifico como persona si soy capaz de pronunciar con amor el nombre del tu y lo dignifico, si me duele, si tengo compasión y misericordia por el otro. Me convierto entonces en un ser heterónomo que respeta la autonomía del otro, el dolor del otro. Es posible construir de ese modo la heteronomía moral del ser humano y renunciar a la autonomía ensoberbecida de nuestro tiempo.
La desconfianza es la pérdida de esa relación amorosa con el tú y la pérdida de la esperanza porque si no existe reciprocidad, si no existe la posibilidad de hacernos cargo del otro ni de esperar que el otro se haga cargo de mí cuando lo necesito desencadena la locura del yo, la que produce el no tener a nadie a quien llamar tú. El loco no tiene tú y lo mismo sucede con aquellos que ignoran al prójimo.
Todos los seres humanos somos mendigos necesitados de ser amados desde que nacemos y el pedir que nos amen es un acto de humildad y de sabiduría. El niño pide y pregunta, por eso crece. El dar es cuestión de tiempo y en ese tiempo damos vida. Si disfrutamos la alegría de darnos comprenderemos que solo se posee lo que se regala, que la vida es un don que recibimos gratuitamente y que solo mereceremos en la medida en que seamos capaces de prodigarla con infinito y verdadero amor. + (PE)
PreNot 8861-100519.
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=8861