A Castellio, apóstol y profeta de la tolerancia, en el aniversario de Servet
ECLESALIA, 08/11/07.- El derecho a la libertad de conciencia fue uno de los pilares de
El asesinato de Servet supuso una conmoción que nadie, en aquella “dictadura espiritual”, se atrevió a denunciar. Sólo un “luchador solitario”, Sebastián Castellio, arriesgando su vida y prestigio, se atrevió a proclamar que la libertad de conciencia y la tolerancia son valores inherentes al cristiano. Su frase “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre” le inmortalizó. Castellio, que no quiso someterse al yugo de de
Servet y Castellio fueron admiradores del gran teórico de
La condena de Servet fue perseguida y lograda por Calvino, un predicador de la palabra de Dios exiliado en Ginebra. “Perseguir con las armas a los que son expulsados de
“¡Misericordia!”. Con este alarido de impotencia reacciona Servet -atónico e incrédulo, seguro de su inocencia- tras escuchar la sentencia impresa en el pergamino que los secretarios del Consejo desenrollan en su mazmorra. Sin cargos previos, arbitrariamente, Servet fue arrestado, a instancias de Calvino, su verdugo moral. La ejemplar ley de Ginebra establecía que todo acusador debía presentarse y permanecer en prisión, junto al acusado, hasta demostrar que su acusación era fundada. Pero Calvino, que sólo irrumpe en escena en el momento preciso, se vale de intermediarios, de sus hombres de paja; en este caso quien se presenta en los calabozos es su secretario Nicolás de
Fue una condena por simples diferencias de opinión en cuestiones teológicas en torno a
En aquel ambiente de dictadura espiritual, sólo un hombre, Sebastian Castellio se atreve a levantar la voz. Era uno de los más ilustres humanistas de su época, para algunos el mayor, un gran biblista, que se adhirió a los principios de
¿Qué es un hereje? se preguntará Castellio, hombre profundamente religioso, un ejemplo sublime de moderación y tolerancia. Él cae en la cuenta que
Bajo el seudónimo de Martinus Bellius, Castellio publica en 1554 De Haereticis: en contra de quienes defendían que los herejes deben ser exterminados. Pero sus valientes escritos en defensa de la libertad de conciencia son juzgados en
Castellio sabe que, si calla, otros mil Servet irán a la hoguera detrás. Su escrito Contra libellum Calvini se convierte en el “yo acuso” de su época. Aunque por Basilea circulan copias, clandestinas, su escrito no llega a la imprenta. Poderosas razones de Estado lo impiden. Ginebra busca provocar un incidente diplomático con Basilea. “Es una suerte que los perros que ladran ya no pueden morder” dirá, aliviado, Calvino. Tendrá que pasar casi un siglo para poder ser impreso. Castellio empieza aclarando que él ni defiende ni acusa a las tesis de Servet, que no quiere hablar de doctrina, ni entrar en exégesis. Él sólo quiere denunciar que un hombre ha llevado a la hoguera a otro hombre. En Ginebra exigen su cabeza. Para desacreditarle, se le tienden trampas, pasquines anónimos, atroces insultos, libelos difamatorios, como Calumniae nebulonis cujusdam: “este libelo difamatorio de Calvino puede servir como uno de los más memorables ejemplos de hasta qué punto la furia partidista puede envilecer el espíritu de un hombre elevado” dice S. Zweig.
En el paroxismo de la locura integrista se acusa a Castellio de “ladrón”. Por haber “pescado”, un tronco de madera, durante una crecida del Rin; algo gratificado por los magistrados, porque así se evitaba que los puentes se cegaran. Castellio se defiende dejando en evidencia a los sembradores de calumnias tan estrafalarias, y, de paso, da un repaso a los iracundos defensores de la tesis de
Lutero había declarado que “los herejes no pueden ser reprimidos o contenidos por medio de la violencia externa, sino sólo combatidos con la palabra de Dios, pues la herejía es una cuestión espiritual, que no puede ser lavada por ningún fuego, por ningún agua de este mundo”. Castellio denuncia que quien “en diez años ha implantado más novedades que la iglesia Católica en seis siglos”, refiriéndose a Calvino, no puede condenar a otro por el hecho de que, según su opinión, “tergiversó el evangelio de modo temerario y llevado por un inexplicable deseo de innovación”. “Al reflexionar acerca de lo que es un hereje, no puedo sino concluir que llamamos herejes a los que no están de acuerdo con nuestra opinión”. “Las verdades de la religión son por naturaleza misteriosas, y desde hace más de mil años, constituyen la materia de una inagotable controversia, en la que la sangre no dejará de correr hasta que el amor no ilumine los espíritus y tenga la última palabra”.
El 29 de diciembre de 1563, repentinamente -de modo “providencial”-, Castellio muere, a los cuarenta y ocho años, en la extrema pobreza: sus amigos tienen que pagar el ataúd y pequeñas deudas. Acusado de ser cómplice y cabecilla de las más salvajes herejías, muere “escapando de las garras de sus enemigos con la ayuda de Dios” confiesa un amigo. Los estudiantes portan el féretro hasta la catedral. Voltaire, dos siglos después, hablando de las vejaciones a Castellio, señalará que fue expulsado de Ginebra por envidia. Sin nadie que le haga sombra, la moral puritana de Calvino, triunfante, se expande, especialmente a Norteamérica. “Con razón, Weber, en su famoso estudio sobre el capitalismo, ha demostrado que nadie ayudó tanto a preparar el fenómeno de la industrialización como la doctrina calvinista de la obediencia absoluta, pues ya en la escuela las masas son educadas de forma religiosa en la uniformidad y en la mecanización”.
“Desde el punto de vista del espíritu, las palabras "victoria" y "derrota" adquieren un significado distinto. Y por eso es necesario recordar una y otra vez al mundo, un mundo que sólo ve los monumentos de los vencedores, que quienes construyen sus dominios sobre las tumbas y las existencias destrozadas de millones de seres no son los verdaderos héroes, sino aquellos otros que sin recurrir a la fuerza sucumbieron frente al poder, como Castellio frente a Calvino en su lucha por la libertad de conciencia y por el definitivo advenimiento de la humanidad a la tierra” (S. Zweig). Castellio se adelantaba, casi cinco siglos, al diálogo de civilizaciones. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Braulio Hernández Martínez, Tres Cantos (Madrid) 08/11/2007
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