Es posible que el concepto dinero como símbolo del estímulo pero también de lo peor que encierra el ser humano, sea un tópico ideológico además de serlo moral. Será un tópico pero, como todo tópico, encierra una realidad incontestable en la que lo peor sofoca lo que hay en él de saludable estímulo.
No hay más que ver cómo se conduce la inmensa mayoría de los seres humanos en los países occidentales, donde no sólo no se corrige la adoración por el dinero sino que se fustiga desde cualquier instancia y ámbito su devoción por él. Se atiza la devoción y se justifica sobre todo la apropiación del dinero público -el de todos- a base de condescender en la medida que se protege la riqueza privada. No hay más que prestar atención, por ejemplo, a la depravada institución de la fianza procesal que permite a los ladrones acaudalados librarse de la prisión gracias a los frutos de su expolio...
Esto es una aberración cuyas consecuencias empiezan en el estado lamentablemente trágico en que ha acabado el planeta convertido en muladar de clima caótico, y terminan en la ominosa desigualdad entre ricos y pobres, sean países e individuos, que no sólo no se reduce sino que cada vez abre más grande la brecha.
Para corregir los excesos de la pulsión codicia (en términos freudianos) en el humano, ya no basta la religión ni las prédicas evangélicas contra la riqueza. 'Es más difícil que entre un rico en el reino de los cielos que pase un camello por el ojo de una aguja' fue el paradigma del pecado de avaricia. Con eso se daba por satisfecha la sociedad catolicista para combatir la enfermiza inclinación por poseer y almacenar. Max Weber, en cambio, desde el protestantismo, se las arregló para potenciarla... Pero es que tampoco bastan las leyes y códigos contra el despojo de lo público y contra el fraude que afecta a la res publica, la cosa pública. Pues las leyes se endurecerán, pero los juzgadores son cada vez más condescendientes con los delitos y los delincuentes fraudulentos. Los cacos del fraude son cada vez más hábiles para escurrirse de la ley, sencillamente porque la ley contiene cada vez más trampas para ser burladas. Desde que Juan March la burló trasportando calzado sin pagar impuestos porque en cada barco llevaba un zapato de un solo pie y un solo zapato no se consideraba fiscalmente calzado, ha llovido tanto que han emergido tantos avispados March en España como gendarmes que se las ven y se las desean para apresarlos porque a duras penas encuentran bases de imputación.
Todo se ha concitado siempre contra la equitativa distribución de la riqueza. Mucho se ha hablado y se habla de evitarse, pero nada o muy poco se ha hecho y nada se hace en la práctica para corregirlo. Ello nos remonta al abominable origen de la propiedad privada a cuyo pensamiento Marx, Engels y los socialistas en general: Owen, Prudhom, Fourier, etc tantos ríos de tinta derramaron. Siento nostalgia de ellos y de alguien -algún ser que habría de ser superior- que atrone nuevamente al mundo y propulse una vuelta resuelta al comunismo más feroz aunque sólo sea para salvar al planeta de la quema...
Por eso yo, que llevo en la médula de mi pensamiento y en las últimas fibras de mi tejido nervioso como imperativo categórico kantiano la preocupación por evitar excesos, se refuerza en mí cada día más no sólo ese anhelo por un reparto equitativo de la riqueza material sino también por un generoso reparto de la sabiduría y del saber sin ponerle precio. Por ello no puedo consentir, sin llevarme las manos a la cabeza, que socialistas de boquilla como Felipe González no sólo no se dediquen a impartir sus conocimientos y experiencias gratuitamente por salas, salones y escuelas, sino que vaya ahora a ser consagrado como 'sabio' de
La locura por el dinero que nos va a sepultar no tiene cura. Y la responsabilidad principal de que esa clase de locura avance como la lava de un volcán, es justo de quienes pasan por 'sabios'. Ya digo, ahora Felipe González, ex humilde abogado laboralista, va, nada menos, para 'sabio' por mor del espíritu de
El mundo va a la deriva, la vida empieza a sucumbir al cambio climático, la sima entre los que lo poseen todo y los que nada poseen es cada día más escandalosa. Pero no sólo tienen la culpa los feroces capitalistas, los neocons, los fraudulentos, los locos y los usureros. La mayor y más grave culpa la tienen quienes hoy día, como socialdemócratas, son cómplices de un sistema alardeando de tolerancia, por un lado, y beneficiándose a manos llenas de la tolerancia convertida en pusilanimidad, por otro. El lema del falso socialismo 'el que contamina paga' -hablando del desastre telúrico que nos ocupa-, es otro de los símbolos más nefastos del espíritu y lobo capitalista vestido con piel de oveja, que no es sino contrasocialismo y más egoísmo en estado puro.
Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
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