Son inefables, pretenden la exclusiva de la verdad y entienden que la legitimidad emana de Dios y no de los hombres. Estas tres características hacen incompatibles las religiones con las bases del sistema democrático
1. El 20 de diciembre de 2007 Nicolas Sarkozy pronunció un discurso en Roma, en el Palacio de San Juan de Letrán. "Un hombre que cree" -dijo el presidente francés- "es un hombre que espera. Y es del interés de
El 13 de septiembre de 2006, el Papa Benedicto XVI pronunció un importante discurso en
2. ¿Se puede hablar de un retorno de la religión en las sociedades secularizadas del Primer Mundo? ¿Estamos ante un fenómeno pasajero o ante un cambio de fondo, como si la cruzada del presidente Bush encontrara eco en Europa? Probablemente, estamos ante uno de los epifenómenos del proceso de globalización. Al hacerse el mundo mucho más pequeño, porque las ideas, las mercancías, los dineros y, en parte, las personas se desplazan con mucha más facilidad de un lado a otro, la competencia en el mercado de las almas se ha hecho extremadamente dura. En el pasado, las principales religiones gozaban de un régimen de monopolio en sus territorios propios. Ahora, cada vez será más difícil defender la exclusiva sobre una nación o sobre un espacio supranacional.
La debilitación de las ideologías clásicas, el triunfo del poder económico como fuente de normatividad social y referencia de comportamiento, y la sensación de inseguridad y riesgo que sienten muchos ciudadanos que ven que el suelo se mueve y los referentes adquiridos se desdibujan, es un cultivo muy abonado para que la religiosidad vuelva a asomar la cabeza en sociedades que parecían destinadas a la laicidad para siempre.
En fin, la conversión de la lucha antiterrorista en conflicto de civilizaciones ha retornado a las religiones todo su protagonismo. El concepto de civilización otorga a la religión el carácter de elemento identitario determinante. No conozco civilización, dijo Sarkozy en Riad, "que no tenga raíces religiosas". Un intento, incomprensiblemente asumido por los bien intencionados promotores de la alianza de civilizaciones, de volver a roturar el mundo conforme a los monopolios religiosos.
Lo que sorprende es que esta reaparición de lo religioso ocurre cuando -como escribe el propio Marcel Gauchet- "por primera vez nuestra comprensión temporal de nosotros mismos -hablo de la comprensión espontánea, cotidiana, práctica- está realmente sustraída a la inmemorial estructuración religiosa del tiempo". Y la laicidad parecía -y en parte es- un valor adquirido en las sociedades avanzadas.
3. España salió a finales de los setenta de un régimen que tenía en el nacional-catolicismo su principal fuerza ideológica. Franco había confiado a los obispos la tarea de adoctrinamiento ciudadano. Desde los sesenta, la hegemonía ideológica se fue agrietando. Durante la transición
¿Qué es un país laico? Un Estado en que las iglesias no puedan determinar la acción del poder político, pero en las que el poder político no pueda intervenir sobre las iglesias, salvo en el caso en que éstas desafíen a la ley con el delito. Y, por supuesto, nunca en cuestiones de teología y principios doctrinales.
Las religiones son inefables -se sitúan fuera de toda posibilidad crítica-. Las religiones pretenden tener la exclusiva de la verdad e imponérsela a todos los hombres. "¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza?", es una pregunta imperativa que el Papa Ratzinger hace en la encíclica Spe Salvi. Las religiones entienden que la legitimidad del poder emana de Dios y no de los hombres. Estas tres características las hacen incompatibles con las bases del sistema democrático. Por eso deben mantenerse al margen de las decisiones políticas. La coartada religiosa no es argumento para saltarse las leyes democráticas. Y, sin embargo, el Estado democrático tiene la libertad de expresión y de creencia como principio fundamental. Por eso, no debe intervenir sobre las ideas religiosas. Esta clara división de papeles es la que quiere confundir en Europa una nueva santa alianza de la derecha y el altar.
Josep Ramoneda
EL PAÍS - Opinión - 31-01-2008