Eloy Roy
He Chun Jiao es una pequeña niña de la China que lucha por sobrevivir. Un día recibo una cartita suya en la que me cuenta lo que piensa del Cielo.
Me escribe: “Aquí nadie nos regala nada. Nuestros únicos regalos nos llegan del Cielo. Y ¿qué nos manda? ¡Inundaciones! El Cielo es muy cruel”.
Viendo a la pequeña Chun Jiao tan enojada me dirigí apenado al Río y le dije:
− Río, ¿no te parte el corazón lo que le pasa a la pequeña He Chun Jiao? Ella y su familia se rompen la espalda labrando la tierra y tú inundas sus campos y destruyes su cosecha.
El Río suspiró y respondió:
− ¿Sabes? mi lecho ya no es tan profundo como antes. La Montaña me llenó de tierra. Llegan las fuertes lluvias y yo ya no puedo contenerlas y desbordo. Me da mucha pena la pequeña He Chun Jiao.
Me dirigí entonces a la Montaña y le enrostré:
− Montaña, ¿porque no cuidas y conservas tu tierra? Todos los años, la lluvia arrastra gran parte de tu suelo hacia el río. El Río se llena de lodo, inunda las tierras de la gente trabajadora y destruye sus cosechas ¿No te da vergüenza?
La Montaña exhaló un profundo suspiro y respondió:
− Antes los bosques cubrían mis laderas. Las raíces de los árboles formaban un escudo a mí alrededor. Aunque llovieran clavos mi suelo no se movía. Pero ya hace bastante tiempo me arrancaron mi escudo. Con la más pequeña lluvia mi suelo se desliza hacia el valle y colma el lecho del Río.
Le pregunté entonces a los pájaros y a las nubes, al sol y a la luna adonde habían ido a parar los árboles que protegían a la montaña como un escudo. He buscado por todas partes y no he encontrado uno solo.
Los pájaros y las nubes, el sol y la luna suspiraron y me respondieron:
− Vinieron los hombres. Aserraron el bosque. Hicieron casas, carretas, mesas, ataúdes, papel y también seguramente fuego. Los árboles fueron sacrificados para permitirle vivir a la gente común.
Todo eso me pareció realmente muy extraño. Por un lado la gente vivía a costa de los árboles cortados y por otro la tala de los árboles provocaba inundaciones que sembraban la muerte. Y me dije a mí mismo. “El Cielo ha hecho las cosas mal, la pequeña He Chun Jiao tiene razón de estar enojada con El”
El Cielo leyó mi pensamiento, suspiró y dijo:
− Cuando yo hice los árboles, les concedí abundantes semillas. Pero la gente taló los árboles y a menudo, lejos de sembrar otros, quemaron hasta lo que intentaba renacer. Nunca se ocuparon de volver a plantar.
El Cielo tenía lágrimas en los ojos.
Cabizbajo, regresé junto al Río. Me senté en la ribera y fui yo quién esta vez suspiró desde lo más profundo del alma. Le dije entonces con tono desolado:
− ¿Qué haremos, Río?
El Río no suspiró pero con infinita dulzura me contestó:
− Consuélate, hermano mío. Las lágrimas de todas las pequeñas He Chun Jiao están despertando al mundo. Las montañas recuperan sus escudos. Los ríos muertos recobran vida. Las máquinas que ensuciaban el agua son arrojadas a la basura. Ya no se derrocha el agua sino que se la cuida como un tesoro. No se arroja a la tierra más que lo que ella es capaz de digerir y se trata de darle a lo demás una nueva utilidad, una segunda vida. Se está descubriendo que no se puede seguir apropiándose de todo sin dar nada a cambio. La sabiduría encuentra finalmente un lugar entre lo seres humanos y se instala para siempre.
El Cielo oyó las palabras del Río. Una gran sonrisa iluminó su rostro. Brillaba como un sol, de contento.+ (PE)
Eloy Roy
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3659
Comentarios y FORO...
He Chun Jiao es una pequeña niña de la China que lucha por sobrevivir. Un día recibo una cartita suya en la que me cuenta lo que piensa del Cielo.
Me escribe: “Aquí nadie nos regala nada. Nuestros únicos regalos nos llegan del Cielo. Y ¿qué nos manda? ¡Inundaciones! El Cielo es muy cruel”.
Viendo a la pequeña Chun Jiao tan enojada me dirigí apenado al Río y le dije:
− Río, ¿no te parte el corazón lo que le pasa a la pequeña He Chun Jiao? Ella y su familia se rompen la espalda labrando la tierra y tú inundas sus campos y destruyes su cosecha.
El Río suspiró y respondió:
− ¿Sabes? mi lecho ya no es tan profundo como antes. La Montaña me llenó de tierra. Llegan las fuertes lluvias y yo ya no puedo contenerlas y desbordo. Me da mucha pena la pequeña He Chun Jiao.
Me dirigí entonces a la Montaña y le enrostré:
− Montaña, ¿porque no cuidas y conservas tu tierra? Todos los años, la lluvia arrastra gran parte de tu suelo hacia el río. El Río se llena de lodo, inunda las tierras de la gente trabajadora y destruye sus cosechas ¿No te da vergüenza?
La Montaña exhaló un profundo suspiro y respondió:
− Antes los bosques cubrían mis laderas. Las raíces de los árboles formaban un escudo a mí alrededor. Aunque llovieran clavos mi suelo no se movía. Pero ya hace bastante tiempo me arrancaron mi escudo. Con la más pequeña lluvia mi suelo se desliza hacia el valle y colma el lecho del Río.
Le pregunté entonces a los pájaros y a las nubes, al sol y a la luna adonde habían ido a parar los árboles que protegían a la montaña como un escudo. He buscado por todas partes y no he encontrado uno solo.
Los pájaros y las nubes, el sol y la luna suspiraron y me respondieron:
− Vinieron los hombres. Aserraron el bosque. Hicieron casas, carretas, mesas, ataúdes, papel y también seguramente fuego. Los árboles fueron sacrificados para permitirle vivir a la gente común.
Todo eso me pareció realmente muy extraño. Por un lado la gente vivía a costa de los árboles cortados y por otro la tala de los árboles provocaba inundaciones que sembraban la muerte. Y me dije a mí mismo. “El Cielo ha hecho las cosas mal, la pequeña He Chun Jiao tiene razón de estar enojada con El”
El Cielo leyó mi pensamiento, suspiró y dijo:
− Cuando yo hice los árboles, les concedí abundantes semillas. Pero la gente taló los árboles y a menudo, lejos de sembrar otros, quemaron hasta lo que intentaba renacer. Nunca se ocuparon de volver a plantar.
El Cielo tenía lágrimas en los ojos.
Cabizbajo, regresé junto al Río. Me senté en la ribera y fui yo quién esta vez suspiró desde lo más profundo del alma. Le dije entonces con tono desolado:
− ¿Qué haremos, Río?
El Río no suspiró pero con infinita dulzura me contestó:
− Consuélate, hermano mío. Las lágrimas de todas las pequeñas He Chun Jiao están despertando al mundo. Las montañas recuperan sus escudos. Los ríos muertos recobran vida. Las máquinas que ensuciaban el agua son arrojadas a la basura. Ya no se derrocha el agua sino que se la cuida como un tesoro. No se arroja a la tierra más que lo que ella es capaz de digerir y se trata de darle a lo demás una nueva utilidad, una segunda vida. Se está descubriendo que no se puede seguir apropiándose de todo sin dar nada a cambio. La sabiduría encuentra finalmente un lugar entre lo seres humanos y se instala para siempre.
El Cielo oyó las palabras del Río. Una gran sonrisa iluminó su rostro. Brillaba como un sol, de contento.+ (PE)
Eloy Roy
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3659
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