viernes, 3 de abril de 2009

Vanidad, capitalismo y crimen

Pepcastelló

Al no exaltar a los valiosos, harás que los hombres no compitan.
Al no valorar los bienes que son difíciles de obtener, harás que los hombres no actúen como ladrones.
Al no exhibir lo deseable harás que los hombres no se trastornen.
TaoTeChing

El referente cristiano de esa sabiduría oriental sería la pobreza franciscana, la austeridad monacal o ermitaña, el desprecio de todo aquello por lo que se compite, se lucha y se mata en nuestro mundo capitalista, en nuestra civilización occidental cristiana, de doble faz, cara y cruz de la moneda, el cielo a un lado y la tierra y sus desmesuradas ambiciones en el otro, pero juntos, en una sola pieza, para mayor gloria de la tierra. ¡Con este signo vencerás! ¿Qué hicieron con el Evangelio quienes se arrogaron la administración de la palabra divina?

No se educa con palabras sino con el ejemplo. Del lujo, de la prepotencia, de la apuesta por el poder no pueden salir sino templos a los ídolos más sanguinarios que pueda gestar la mente humana. ¿Y qué son sino apuestas por la riqueza y el poder esos templos monumentales, esas arrogantes catedrales, ese boato y esa pompa clericales de los que hace gala el cristianismo institucionalizado? ¿No es eso exacerbar el afán de lujo, de notoriedad de poder...? ¿No es eso rendir culto a la vanidad y a los ídolos que más sufrimientos y sangre exigen?

Me ha venido esto a la cabeza al leer la siguiente noticia publicada por LibreRed:

Miss Universo 2008, Dayana Mendoza, de Venezuela, y Miss EEUU, Crystle Stewart, realizaron una visita a la base naval estadounidense y su campo para la detención de supuestos terroristas en Guantánamo, encontrándola “interesante”. [1]

Tengo gente amiga en Venezuela y pensé que si leyesen las declaraciones de esa tal Mendoza sentirían, al igual que yo, el mayor de los bochornos.

¿Qué entrañas deben de tener esas criaturas para poder contemplar placenteramente un centro de tortura? ¿Cómo habrán configurado su conciencia, su escala de valores, su mente entera para poder sentir de ese modo?

Hace años, cuando colaboraba asiduamente con una página anticapitalista, llegué a la conclusión de que el capitalismo se hundiría si de repente se acabase la vanidad en nuestra civilización occidental. Y recuerdo que algo escribí sobre ello, aunque no llegué a publicarlo. ¿Para qué, si nadie quería en aquellos momentos prósperos oír hablar de renuncias; si los pobres cifraban su triunfo en tener lo que los ricos tienen? Pobres con corazón de rico, ¿qué revolución hacen? ¿Dónde está el cambio?

Hoy tenemos más cerca los efectos de ese necio progreso centrado en el tener y poseer. Hoy es más fácil entender que si queremos un mundo más equitativamente justo tenemos que empezar a pensar en la dimensión humana de la persona, no tan sólo en el intelecto. Ardua tarea educativa, a la vez personal y colectiva, porque a nadie se le oculta que es la fuerza del corazón lo que, para bien y para mal, mueve el mundo.

Quien apueste por el lujo y la riqueza habrá entregado su corazón a esos diabólicos valores, y como el mítico Fausto habrá perdido su libertad y habrá menguado su condición humana. Verá sin escándalo la maldad y los crímenes de los poderosos y podrá compartir y celebrar con ellos almuerzos, cenas, aniversarios, festejos, ostentosas ceremonias civiles y religiosas y quien sabe qué más. Con la conciencia anestesiada todo es posible. Pero en ese compartir, en ese comulgar con el poder y con quienes a él se aferran, habrá envilecido su alma y habrá contaminado con nefasto ejemplo su entorno humano.

La lucha por la justicia pasa hoy, igual que ayer, por la toma de conciencia del necesario abandono del lujo, la ostentación y la fatua riqueza; la vanidad, en suma. Quien así no lo entienda, da igual que eleve plegarias al cielo; da igual que haga sesudos análisis económico-sociales; da igual que se empeñe en la más ardiente lucha por el poder, y da igual si vence en ella o no porque de nada va a servirnos, pues tarde o temprano repetirá la conducta de sus derrotados. «El cambio que quieras ver en el mundo empieza a hacerlo en ti». Algo así dijo Gandhi, si no yerro.

[1] http://www.librered.net/wordpress/?p=2489


Pepcastelló

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